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Las guerras del Banco Mundial
Por Xulio Ríos (Suplemento Euro La Región, 15/06/2003)
 
 

Si alguien nos dice que detrás de la inmensa mayoría de las guerras que han venido interrumpiendo el devenir pacífico de la humanidad desde siempre, existen intereses económicos, probablemente muchos asentiremos sin grandes aspavientos. Nada más tristemente natural y sabido. Bien es cierto que en muchas ocasiones esa es la raíz que se pretende ocultar adornando el conflicto con lindezas morales o nacionalistas más fácilmente aceptables por una comunidad lógica y sensatamente crítica con la posibilidad de involucrarse en cualquier conflicto armado. Lo que estamos observando en las últimas semanas a propósito de la guerra contra Irak, a medio camino entre los agujeros de las inexistentes armas químicas y el más que bien visible petróleo, es el mejor ejemplo para comprender lo que trato de decir.

Ahora bien, que sea una institución como el Banco Mundial quien venga a legitimar el discurso de que en todo conflicto armado existen, más allá de las animosidades concretas, poderosos intereses económicos, resulta verdaderamente sorprendente. Y sin embargo así lo ha hecho a través de un estudio que se presentó en París en vísperas de la cumbre de Évian. Obvia esa reflexión tanto los conflictos entre estados como la intervención indirecta de gobiernos extranjeros en conflictos locales y centra sus conclusiones en las guerras civiles que, por otra parte, representan una considerable expresión de las rivalidades que anidan en las guerras de las últimas décadas.

Los investigadores de la institución, después de analizar un total de 52 casos de conflictos desarrollados entre 1960 y 1999, son rotundos a la hora de señalar que las tensiones étnicas constituyen una cortina de humo frente a los problemas reales, que son de naturaleza primordialmente económica. Indagando en las características comunes de estos conflictos, el equipo investigador, conducido por el economista británico Paul Collier, asegura que la convergencia de una renta baja, bajo ritmo de crecimiento y la existencia de recursos naturales considerables representa una mélange que invita a la guerra. El ejemplo de Congo, actualidad estas semanas, es una muestra incontestable que acredita la validez del estudio (Breaking The Conflict Trap: Civil War and and Development Policy). En el ex-Zaire, la combinación de pobreza, economía en ruinas e importantes riquezas mineras por explotar, la probabilidad estadística de que las tensiones internas desembocaran en una guerra ascendían a un 80%.

Collier resta importancia al factor étnico, también presente a menudo pero referente para aglutinar grupos rebeldes aunque no determinante hasta el punto de definir la naturaleza de un enfrentamiento. La clave tampoco estaría en lo que podríamos calificar de reacción legítima ante las medidas represivas y dictatoriales de un gobierno despótico. La inestabilidad que conduce a la guerra también la podemos encontrar en regímenes formalmente democráticos y escasamente asentados. La clave, insiste Collier, es la economía, la lucha por el acceso al control y explotación de los recursos naturales que puede aliviar la pobreza y las carencias de determinados grupos de población, cuando el estado o bien es incapaz de satisfacer las necesidades más elementales de buena parte de la población o simplemente ha sido patrimonializado por un determinado individuo o grupo con amparo clánico u oligárquico. Sin pasar por alto, claro, que toda rebelión precisa, para su mantenimiento, resolver el problema de la financiación y hoy, más que ayer, en tiempos de la guerra fría, esa financiación es muy dependiente de las propias potencialidades internas. El petróleo en Angola, las minas de diamantes en Botswana, pueden acabar siendo una maldición para una sociedad que no es capaz de transformar dichos activos en instrumentos de desarrollo. Y cuando esos recursos no existen, se inventan otras industrias, de la coca a los secuestros.

De ser coherente con los resultados de esta investigación, el Banco Mundial y las instituciones financieras internacionales, formales e informales, deberían comprender más que nunca que ayudar a los países en vías de desarrollo a desterrar la pobreza no solo consiste en disponer de líneas de crédito blando, de programas de cooperación, o de tantas y tantas medidas tan conocidas como controvertidas por su genérica ineficacia, sino que también exige apoyar procesos de gestión transparente de sus recursos y en beneficio del propio país, reforzar las instituciones democráticas y, sobre todo, de revolucionar la política de precios de las materias primas en los mercados internacionales. Todas ellas constituyen piezas fundamentales de una estrategia de pacificación y de prevención de conflictos en la sociedad internacional.

Claro que si ese mundo feliz llegara a hacerse realidad, los principales vendedores de armas igual se rebelaban. Y esa guerra no la podría librar –ni ganar- el Banco Mundial.

 
 

Xulio Ríos é director do IGADI.

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ÚLTIMA REVISIÓN: 13/06/2003
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