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Guerra contra Irak: ¿Guerra de civilizaciones?
Por Xulio Ríos (Noticias Obreras, segunda quincena de xuño/2003)
 
 

El argumento civilizatorio ha estado prácticamente ausente en la segunda guerra del Golfo. Ni entre los pretextos ni entre los motivos principales de la guerra contra Irak asomó en tiempo alguno el hecho islámico. No así en la posguerra, donde se aventura como una de las claves indispensables para garantizar la estabilidad política interna.

A los pocos días de consumarse la victoria de las fuerzas anglonorteamericanas, miles de chiíes marchaban hacia la ciudad sagrada de Kerbala para efectuar una poderosa demostración de fuerza. El regreso de Irán del líder religioso, ayatolá Mohammed Baqr al-Hakim, que encabeza uno de los principales grupos contrarios a Sadam y a la invasión, fue celebrado por miles de seguidores con las consignas de “Sí, si, Islam... Sí, si, Hakim”. Mientras muchos analistas aventuran choques inevitables con sunnitas, las mujeres y el Irak laico, Hakim, en sus primeras intervenciones, sabedor de los miedos que convoca, pone el acento en que la “máxima prioridad es recuperar la independencia”.

Totalmente obviado el factor cultural y civilizatorio, las causas esgrimidas por los partidarios de la guerra para justificar el ataque a Irak se centraron fundamentalmente en la posesión de armas de destrucción masiva, en el reiterado incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, en las supuestas connivencias con el terrorismo internacional, en el peligro que el gobierno de Sadam suponía para los países vecinos y, en última instancia, en la exigencia moral de liberar al pueblo iraquí de las garras del dictador para ofrecerle la posibilidad de vivir en un régimen democrático.

En este escenario, el contraste con las razones reales de la guerra no podía ser mayor. El cinismo de los argumentos esgrimidos por los partidarios de la intervención armada contra Irak espoleó la indignación ciudadana. Pero no se trata de una, sino de muchas razones, evidenciando la complejidad de los nuevos problemas internacionales.

Es obvio el interés por el petróleo, el primer bien protegido por las tropas americanas nada más hacerse con el control del país. Museos, hospitales, ministerios (salvo el del Petróleo), todo género de bienes privados y públicos fueron objeto de saqueo, unas veces planificado, otras improvisado, pero sin entidad para alterar la prioridad decretada desde Qatar y el Pentágono. El valor del petróleo en este conflicto tiene, al menos, cuatro lecturas. En primer lugar, el control de los pozos de Irak le permite a EEUU asegurarse todo el petróleo que necesita importar. Con el control de buena parte de los gasoductos y oleoductos que pasen por territorio afgano, Washington se encontrará, dice Roberto Montoya, en una situación diametralmente distinta a la actual. No estaría totalmente desarmado ante la eventualidad de que los países petroleros miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidieran castigar a Occidente reduciendo su producción para aumentar artificialmente el precio del barril de crudo.

En segundo lugar, a pesar de lo dicho, es necesario relativizar el valor inmediato de la contribución del crudo importado de los países del Golfo por parte de EEUU y que actualmente solo representa el 11,5 por ciento del consumo americano. Arabia Saudita, por ejemplo, proporciona el 7,9 por ciento de una cifra total que sigue contabilizando a grandes trazos tanto las aportaciones de países del continente americano (Canadá, México y Venezuela) como las propias (una tercera parte es de producción doméstica). En tercer lugar, no debiéramos perder de vista el futuro de la OPEP. Una vez Irak regrese a la organización, cabe imaginar una clara fragmentación en dos bandos: Irak-Arabia Saudita-Kuwait-Qatar y, posiblemente, Omán y Emiratos Árabes, frente al núcleo que podrían conformar Irán, Libia, Argelia y Venezuela, quienes tratarán de mantener la tradicional política del cártel en materia de precios y cuotas de producción.

Por último, quizás la clave del asunto: el nivel de afectación de la nueva situación a las economías asiáticas en general y a China en particular. Si de alguna confrontación civilizatoria debemos hablar no sería solo con la islámica, sino también con la confuciana, siguiendo el paradigma de Huntington. En efecto, en 2002, el 50 por ciento de las importaciones petrolíferas de China procedían del Golfo, el 15 por ciento de Arabia Saudita. De mantener el actual ritmo de crecimiento en los próximos años, cuestión esencial para garantizar tanto la estabilidad social como la supervivencia del actual régimen chino, los expertos calculan que deberá importar entre el 30 y el 40 por ciento de su consumo petrolífero. Quien hoy controle el petróleo del Golfo puede controlar también la evolución de la economía china y quizás, su futuro político.

Sabido es que después de la guerra contra los talibanes, que consolidó una fuerte presencia militar estadounidense en Asia central, la teoría del cerco a China goza de gran predicamento en numerosos sectores, más allá incluso del Imperio del Centro. China presiona a Rusia para que exporte su petróleo de Siberia oriental a través de un oleoducto que debe atravesar territorio chino, descartando la opción preferida por Japón, hasta el puerto ruso de Najodka. La seguridad petrolera es una de las estrategias básicas de la política exterior china y una de las principales novedades en este ámbito, la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai –Rusia, China, Tadjikistán, Uzbekistán, Kazajstán y Kirguiztán- debe englobarse, en buena medida, en esa preocupación. EEUU cuenta ahora con tres bases militares en Afganistán y nueve en Asia Central, mientras refuerza la colaboración con Filipinas, Indonesia, Singapur y Tailandia. La estrategia de contención y freno de China parece evidente.

Sin duda, esta guerra contra Irak ha servido también para evidenciar el liderazgo político-militar mundial de EEUU, sin contrapeso posible, deshaciendo toda aspiración del euro a convertirse en una moneda de referencia y de uso en el comercio internacional de las principales materias primas. Y servirá, con toda seguridad, para redefinir el mapa de la región en beneficio de Israel, con sacrificios a pagar, en primer lugar, por Palestina y también por Siria.


La II Guerra del Golfo y Huntington

Ingmar Karlsson, director de Planificación Política en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Suecia, decía en 1994, a propósito de una crítica al artículo de Huntington publicado en Foreign Affairs, que “el islam es un magma, un depósito que contiene conceptos e ideas totalmente dispares... es un fenómeno de la sociedad, más que un elemento estratégico de la geopolítica”. De hecho, cuando la I guerra del Golfo, Sadam no justificó su ataque a Kuwait con argumentos religiosos hasta después del suceso, y fue expulsado por una coalición que incluía a Arabia Saudita, Turquía, Egipto y, Siria. La familia real saudita incluso movilizó a las autoridades islámicas para que proclamasen en una “fatwa” que el hecho de que los soldados paganos norteamericanos estuvieran defendiendo la Meca, no contradecía las enseñanzas del Corán. Los intereses de los estados, también en el mundo árabe, prevalecen sobre la esfera religiosa.

Si Sadam apela a la guerra santa es para obtener el apoyo de la opinión pública musulmana y amparar una estrategia bélica que persigue finalidades políticas concretas. Cuando Bush apela a Dios en sus discursos no se separa del mismo guión, añadiendo las finalidades económicas a las políticas. En ambos casos, lejos de hallarnos ante la evidencia de un choque entre civilizaciones, es patente la manipulación política de los elementos emocionales de las culturas, religiones incluidas.

Y dos reflexiones más. Una de las cuestiones principales destacadas por Huntington es la de que podemos asistir al nacimiento de un eje o conexión confuciano-islámico. La Casa Blanca ha venido observando con preocupación el comercio de armamento y energético entre ambos polos que podría llegar a competir con los intereses, valores y poder occidentales. La acción podría ir dirigida a segmentar esa posibilidad. Pero en todo caso la existencia de esos vínculos revelaría la preeminencia de los intereses económicos y políticos por encima de toda consideración cultural. Y otro tanto puede decirse de la motivación de la guerra. De darse un entendimiento entre confucianos e islámicos será por que persiguen unos intereses económicos y políticos comunes, a pesar de sus diferencias culturales, casi tan antitéticas, por otra parte, como las que les separan del mundo occidental.

Otra tesis de Huntington, merecedora de atención es la de que Occidente debe promover una mayor cooperación y unidad dentro de su propia civilización, y en particular entre sus componentes europeo y norteamericano. A juzgar por la evolución del conflicto, la activación de la supuesta confrontación entre civilizaciones ha provocado una herida en las relaciones euroatlánticas como no se había conocido en cincuenta años. La unidad dentro de las civilizaciones es algo que no puede darse por sentado, especialmente cuando las diferencias entre civilizaciones son más borrosas de lo que a simple vista parece. Y los diferentes actores dentro de cada civilización pueden compartir intereses económicos y políticos diferentes. A fin de cuentas, las civilizaciones no controlan estados. Por el contrario, los estados controlan civilizaciones y solo intervienen en la defensa de su propia civilización cuando interesa en beneficio del propio estado, afirma Karlsson.

Cuando se afirma que los islamistas identifican Occidente con su enemigo porque no acepta su religión, cultura o civilización, debíamos repasar la historia de las acciones europeas y norteamericanas en la región desde la invasión napoleónica de Egipto y concluir que no resulta difícil no sentir cierta simpatía con esa percepción, aunque a veces se exagere y se utilice para culpar a fuerzas exteriores de fracasos internos. El propio Huntington viene a decir en marzo de 1999 en “La superpotencia solitaria” que EEUU no se percata de la antipatía que despierta. La agresión contra Irak, completada ahora con la designación de una autoridad colonial, alentará la probable resistencia que se organizará en las diversas regiones del país y dirigirá todo el Medio Oriente contra la política norteamericana.

Es un hecho que existen civilizaciones, conjuntos y subgrupos culturales con visiones del mundo diferentes, pero es necesario buscar fórmulas de convivencia y cooperación antes de asegurar que los otros son una amenaza. Los miles de personas que se manifestaron contra la guerra en todo el mundo eran también una expresión de solidaridad con los ciudadanos árabes, no por cuestiones religiosas, sino por ser víctimas de la insultante prepotencia de unos agresores que no admiten matices a esa certeza de que conseguimos dar con la fórmula para dirigir la economía (propiedad privada y mercado), la vida política (democracia) y la sociedad (libertad individual), como señaló Samir Amin.

 
 

Xulio Ríos é director do IGADI.

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ÚLTIMA REVISIÓN: 30/05/2003