Presencia-Opinión / Rusia
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Rusia y China en el escenario global Por Xulio Ríos (Anuario CIP 2004) |
No sin dificultades, China y Rusia han desarrollado en el último año importantes avances en los procesos de integración en el escenario internacional. Ambas potencias han perseverado en su deseo de adaptación a una situación mundial que se ha modificado enormemente en el curso de la última década, una adaptación que se ha vuelto especialmente urgente después del 11S. En ese esfuerzo, Rusia y China han podido constatar la existencia de diferentes planos de convergencia, a compartir bilateralmente, y algunos puntos de vista comunes que tratan de desarrollar mediante la creación y dinamización de estructuras políticas de cooperación. Poco a poco, China y Rusia han sabido reconstruir unas relaciones mutuas siempre delicadas. La amistad eterna de Moscú y Pekín de los años cincuenta no duró mucho. Se ha señalado el supuesto deseo de provocar una guerra entre la URSS y EEUU a causa de Taiwán, como la causa directa de la ruptura de relaciones entre los dos gigantes en aquel entonces, provocando la dolorosa retirada de numerosos especialistas rusos, la ruptura del acuerdo nuclear, y dejando a China en una situación particularmente difícil. En aquel momento, el secretario de Estado norteamericano, J.F. Dulles, rechazaba estrechar la mano de Zhu Enlai en la conferencia de Ginebra sobre Indochina (1954) y cualquier hipótesis que prestara abrigo a la diplomacia del ping-pong sería imaginable únicamente como producto del delirio. Pero ya entonces era el nacionalismo la clave esencial para entender el comportamiento chino. El desencuentro se disfrazó de invectivas ideológicas y conflictos fronterizos, pero la ruptura entre las dos grandes potencias comunistas difícilmente se podría haber evitado, aún consultando Jruschev a Mao sobre la inminente desestalinización(1). China no ha sido ni admitirá ser nunca un satélite de Rusia. Las reformas en la URSS y China pusieron sordina a las diferencias bilaterales. La nueva situación inaugurada en Moscú con la perestroika y la glasnost de Gorbachov y, con anterioridad, en Pekín, con la gaige y la kaifang de Deng Xiaoping, facilitaron la reconciliación después de un tiempo en que China y EEUU habían llegado a fraguar una alianza contra-natura frente a la URSS. Gorbachov retiró las tropas de la frontera común y ordenó que los misiles estratégicos soviéticos dejaran de apuntar a China. Y el debate ideológico simplemente dejó de existir. Y ello a pesar de que ni Deng ocultaba sus temores respecto a la perestroika, ni Gorbachov secundaba la represión contra los estudiantes en Tiannanmen. Desde entonces las relaciones bilaterales se han desarrollado a buen ritmo, si bien con matices relevantes respecto del periodo anterior. En el Tratado de amistad y cooperación ruso-chino de 2001 no se contempla, por ejemplo, la asistencia militar reciproca como ocurría en el de 1950. Los tiempos han cambiado. China no necesita la protección rusa y no aceptará nunca una asociación con ningún país que no acepte compartir con ella las decisiones estratégicas o que actúe de forma unilateral en las cuestiones esenciales. Aún así, el capitulo militar es un factor muy importante en los intercambios y puede decirse que Pekín se abastece de armamento en Moscú. Las reticencias fundamentales en las relaciones bilaterales guardan relación con la situación en Siberia y toda la región asiática del territorio ruso que representan las tres cuartas partes de su inmensidad y donde se concentra la mayor parte de sus riquezas naturales. En tan gigantesco espacio habitan 30 millones de rusos. Del otro lado de la frontera, viven 125 millones de chinos. El desequilibrio se completa con el escenario de una profunda crisis económica y demográfica a un lado, y el conocido auge y prosperidad al otro. Los beneficios de una hipotética cooperación no se han materializado todavía debido a la ausencia de políticas estables y al desinterés activo que nace de la desconfianza rusa. No obstante, ambos países se enfrentan a problemas similares como el comercio ilegal de armas, el narcotráfico, el extremismo religioso o el separatismo, y en ese combate compartido aspiran a establecer unas pautas de comportamiento comunes. El fundamentalismo presente en el Cáucaso Norte se extiende hasta la región uigur de Xingjiang y por la práctica totalidad del Asia Central. Es el magma que hace posible la emergencia del llamado grupo de Shanghai, en 1996, y su consolidación apenas cinco años después. Si hemos de advertir algunas señas de identidad comunes a ambos actores, cabría indicar las siguientes. En primer lugar, el pragmatismo. Al primer momento del desengaño, cuando las nuevas autoridades rusas pensaban que después de la rivalidad de la guerra fría podría venir el condominio del mundo, sucedió la evidencia palpable de que EEUU no deseaba compartir el poder global. Y no solo el global. Rusia pudo comprobar incluso que algunos países de su “extranjero próximo” eran declarados por Washington “zonas de interés vital”, especialmente en el Cáucaso, donde la propia perestroika se había atragantado. La Rusia de hoy, en general asume que es un país importante pero que no forma parte ya del centro del mundo, que no es ni preferente ni indispensable para resolver muchas cuestiones, como ocurría en el pasado. Para China, el pragmatismo constituye la esencia misma del largo proceso de reforma iniciado hace un cuarto de siglo, principio que en política exterior se expresa con la máxima de “no llevar la bandera ni encabezar la ola”, tratando de “ocultar las intenciones y acumular las fuerzas de la nación”. En segundo lugar, la prioridad para los intereses nacionales. Ni Rusia ni China están dispuestas a hacer concesiones unilaterales de buen grado. Al grito compartido de “no más humillaciones”, ambos estados reclaman que sus intereses se tengan debidamente en cuenta en el escenario internacional. Por otra parte, el peso de lo ideológico ha desaparecido. Es bueno recordar al respecto que durante décadas, las políticas exteriores de la URSS y China, aún siendo ambos países formalmente comunistas, eran sustancialmente diferentes. Hoy China es el único gran país socialista, pero su política exterior solo ha tenido esa connotación ideológica desde el punto de vista estratégico durante el periodo de amistad con la URSS. Desde 1991, los “aliados” de China son Corea del Norte, Laos, Vietnam y Cuba. Entre ellos, no hay nadie de su talla. Ante la alternativa de fomentar una hipotética fraternidad socialista, China ha optado por privilegiar las relaciones con Occidente, desdeñando cualquier interés por salvaguardar lo que quedaba del llamado campo comunista. El apoyo a Corea del Norte no tiene nada que ver con opciones ideológicas sino con la virtual necesidad de sostener a un estado tampón frente a la presencia estadounidense en Seúl y Tokio. Y le preocupa la nuclearización de la península porque también desea mantenerse como única potencia nuclear de la región. Tampoco ha buscado una alianza con Vietnam, a pesar de haber suavizado mucho las diferencias del pasado a raíz de la ocupación de Camboya. Y Cuba no ha encontrado aquí el sustituto de Moscú, si bien han mejorado las relaciones bilaterales(2). La clave, pues, no es el socialismo, sino el nacionalismo, la defensa de la soberanía y de la independencia, factores clave para comprender la evolución de la China contemporánea y sus ejercicios de reivindicación de esa libertad de acción que le hace renuente aún para comprometerse en ámbitos internacionales, especialmente en aquellos en los que debe conducirse según unas normas jurídicas que no ha asimilado del todo, no solo por imperativos de su discurso político sino por la ausencia de tradición legal que se traduce en una falta de preparación y en la urgencia del aprendizaje. En tercer lugar, la apuesta por la multipolaridad. Frente al comportamiento hegemónico de EEUU, ambos países, haciendo virtud del compromiso de no romper el diálogo con Washington, apuestan por un mundo multipolar y, en consecuencia, desarrollan una política exterior que les conduce a fortalecer sus relaciones con la Unión Europea, India, Irán o el mundo árabe. Primakov proponía en 1998 del triángulo Rusia-China-India para equilibrar la fuerza de la hiperpotencia estadounidense. Pekín ha firmado en 2003 un pacto de cooperación con Nueva Delhi que ha puesto fin a tres décadas de recelo. Y aunque la multilateralidad reclamada no contempla el supuesto de que otros se inmiscuyan en sus asuntos internos, ambos países, dan muestras de una disposición más activa, en especial China, siempre más reticente. De la acogida a las conversaciones de Corea(3) a la adopción del método estadístico internacional para aumentar la fiabilidad de sus datos económicos o la irrupción en la carrera espacial(4), todo apunta a un cambio de tendencia que obligará a los demás a hacerle un hueco y, como contrapartida, a aceptar más compromisos.
El entendimiento chino-ruso carece de tonalidad antinorteamericana y enfatiza especialmente el ámbito de la cooperación bilateral. Ello a pesar de que las luces y sombras que les relacionan individualmente con EEUU son numerosas y de considerable entidad. Ambos han vivido en los últimos años, situaciones especialmente difíciles. Rusia ha debido aceptar la ampliación de la OTAN y la intervención en áreas de influencia tradicional como los Balcanes –donde fue bombardeada la embajada china de Belgrado-.Y ambos comparten posicionamientos comunes, por ejemplo, de oposición al desarrollo del sistema de defensa antimisiles. Frente a la amenaza terrorista, aún sosteniendo el denominador común de la condena sin paliativos y de la implicación operativa en la lucha contra el, deben significarse los matices. El terrorismo no actúa de la misma forma en Rusia o China que en EEUU ni se proyecta de igual manera sobre el imaginario nacional. Para los primeros, se trata de problemas esencialmente internos y no de ataques externos. Es verdad que tras el 11S, el presidente Putin se puso del lado de EEUU con gestos concretos, yendo más allá de una expresión de solidaridad testimonial(5). El Presidente ruso interpretó la existencia de un efecto igualador sobre el inestable equilibrio de fuerzas en el mundo: todos somos vulnerables y los intereses de Rusia, su punto de vista, nuevamente deberá ser tomado en consideración por la Casa Blanca. Pero a pesar de ello, junto con China, Rusia ha tomado parte, claramente, por la neutralidad en las acciones concretas de EEUU en el frente antiterrorista, no solo como expresión de reserva nacionalista (ambos contaban con poderosos intereses en Afganistán e Irak), sino también de desconfianza y escepticismo por unos resultados finales que no se podían resumir en las aparentes victorias militares. A lo largo de toda la crisis de Irak, Rusia y China se han esforzado por no dañar sus relaciones con Washington, evitando el enfrentamiento directo pero sin renunciar a sus propios puntos de vista. Y de hecho, puede decirse que esas diferencias no han dañado sustancialmente las relaciones bilaterales. En el caso de Rusia, sostenidas con el petróleo y el gas de fondo, y un diálogo político al máximo nivel que se ha concretado en diferentes ocasiones a lo largo del 2003, ya sea en Rusia, en EEUU o en foros multilaterales. En relación a China y Rusia, EEUU parece establecer un rasero diferente al aplicado a Alemania y, sobre todo, a Francia, aunque los cuatro países figuran, por el momento, entre los excluidos de participar en el gran negocio de la reconstrucción de Irak. A China, la guerra contra Irak le ha “sorprendido”en pleno tránsito a la llamada “cuarta generación de dirigentes” que lidera Hu Jintao, el nuevo presidente del Estado y secretario general del Partido Comunista, en sustitución de Jiang Zemin. Precisamente si algo se sabe de las sensibilidades políticas de Hu Jintao es su predilección y capacidad para expresar la irritación de su país, a propósito de un suceso dramático como fue el bombardeo de la legación diplomática de Belgrado, cuando sucedió el ataque de la OTAN contra la ex Yugoslavia de Milosevic. Hu Jintao fue entonces la voz del Partido y del Estado que compareció ante una opinión pública indignada con el “error” estadounidense. En China existió siempre el convencimiento de que la guerra contra Irak estaba decidida hace mucho tiempo y que las hostilidades comenzarían en marzo de 2003(6). Forzado en lo diplomático a mantener la compostura, el gobierno dio rienda suelta a su malestar a través de una prensa en la que proliferaron las opiniones críticas con Washington con una intensidad inusitada. Una de las primeras decisiones del nuevo equipo dirigente chino ha sido la creación de un Grupo de Trabajo Interministerial que coordinará las áreas de diplomacia, defensa y energía. La inclusión de la energía entre las áreas de diplomacia y defensa en ese Grupo de Trabajo es bien elocuente acerca de la naturaleza de los desafíos que se enfrentan en Pekín. China importa petróleo y en los próximos años se incrementarán sus necesidades. Las expectativas en Asia Central quedaron truncadas con la guerra de Afganistán y la guerra contra Irak sitúa sus importaciones de Oriente Medio (cincuenta por ciento del total) en una encrucijada difícil. Por eso, de nuevo, China, que además del embalse de las Tres Gargantas prevé construir 30 reactores nucleares de aquí al 2020, dirige su mirada hacia Rusia, con la esperanza puesta en la construcción de un oleoducto que permitirá la comercialización del crudo de los yacimientos siberianos a partir del 2005. No ha sido casualidad que el primer viaje al exterior del presidente Hu Jintao se iniciara en Moscú, camino de Evián y de la reunión del G8(7), con el doble telón de fondo de una cumbre de la OCSh y la energía como clave del encuentro. Rusia, que al igual que China, ha incluido el capitulo energético en la definición de su política exterior, es el segundo productor mundial después de Arabia Saudita. En el Imperio del Centro predomina la interpretación de que los últimos movimientos de la Administración estadounidense, de Afganistán a Irak, están dirigidos a contener su emergencia, por considerarla el rival estratégico más importante de EEUU en los próximos quince años. Bush no ha secundado la política de diálogo de su antecesor. Los analistas, tanto civiles como militares, llaman la atención sobre el cerco de bases e intereses americanos que están proliferando en toda su periferia para dificultar el incremento de su expansión pacífica e incluso pronostican como inevitable un enfrentamiento directo entre los intereses de ambos países a medio plazo(8). Siendo conscientes de que en sectores influyentes de la sociedad china aumenta la visión crítica de la política norteamericana, sus dirigentes se ven en la tesitura de hacer autenticas filigranas para mostrar su disconformidad sin llegar a un enfrentamiento que haga peligrar unas relaciones que en lo económico y comercial son de una gran importancia. El equilibrio entre la dosis adecuada de repulsión y la conservación, ante la propia sociedad, de una dignidad que deje entrever que opera y actúa en función de sus propios intereses nacionales, sin admitir limitaciones de soberanía, no siempre es fácil de lograr.
La Unión Europea constituye un referente fundamental para Rusia y China. En octubre de 2003, Pekín aprobó el Libro Blanco sobre Políticas hacia la UE(9), el primer documento público emitido en relación con la política exterior del país. En el se indica que la nueva dirección política impulsa un vuelco al estilo diplomático, promoviendo un nuevo pensamiento sostenido en el concepto de “participación activa” que sugiere el fin del bajo perfil mantenido en la arena internacional en el pasado, apostando por involucrarse de manera más notoria en los asuntos regionales y globales. China ha venido otorgando mayor importancia a las relaciones bilaterales con Francia, Alemania, Reino Unido y otros países y menos a la entidad como tal colectivo regional. Y este será el mayor cambio, promoviendo las relaciones políticas, economía y comercio y el intercambio cultural como ejes principales de un acercamiento de vocación muy pragmática y con una enumeración exhaustiva de los ámbitos de la cooperación. El comercio de la UE con China se ha multiplicado por 40 en relación a 1975, cuando se establecieron relaciones. Es el tercer mayor socio comercial de la UE, por delante de Japón, y viceversa. Comparte con la UE el papel clave de las organizaciones multilaterales en la nueva situación internacional y la preferencia por la vía diplomática y política en el manejo de los conflictos y crisis internacionales. Les separan matices significativos en relación a los derechos humanos o la cuestión tibetana, pero están muy próximos en el manejo del delicado asunto de Taiwán. Rusia, por su parte, ha manifestado en numerosas ocasiones su aspiración de aproximarse a la UE y denunciado el sentimiento de marginación que experimenta por no lograrlo en la forma deseada. Tres de los nuevos Estados de la nueva Europa de los Veinticinco son fronterizos con Rusia y a partir de la ampliación el volumen comercial ruso con la UE se situará en el 50 por ciento. Pese a la proximidad y a esa prioridad otorgada por Putin al ámbito económico en la relación con Europa, con especial hincapié en la colaboración energética (la tercera parte del gas que consumen los europeos procede de Rusia), la falta de apoyo de la UE, dice Moscú, está causando impaciencia y frustración(10). A Bruselas solo le interesan las materias primas de Rusia y no el establecimiento de un marco de cooperación sólido, asegura el Kremlin. Lo prueba el hecho de que las negociaciones con la UE para facilitar el ingreso de Rusia en la OMC están estancadas, a pesar de la prioridad que a este asunto concede la agenda del Presidente Putin. Moscú también responsabiliza a la UE del bloqueo de los acuerdos de Kyoto que solo entrarán en vigor cuando lo ratifique Rusia, pues solo de esta forma se alcanzará la suma del 55% de las emisiones globales. Moscú reclama ayudas de la UE para aliviar los efectos sobre su industria. EEUU, contrariamente a la opción de la mayoría de los estados del planeta, ya ha anunciado que no ratificará el Protocolo. El descontento ruso con la UE tiene otro pilar: Chechenia. Se hace notar la irritación de Moscú cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos admite denuncias de ciudadanos chechenos contra Rusia por su política de tierra quemada en el Cáucaso. Putin, que ha desairado la visita a la zona de Gil Robles, comisario europeo de derechos humanos, reduce el conflicto checheno a un problema de terrorismo, agravado en el último año con la multiplicación de los atentados suicidas en territorio ruso, incluida la capital. Su Plan de Pacificación, que contemplaba la celebración de un referéndum constitucional, aprobado a la soviética, y unas elecciones a la carta, no han conseguido, como cabía esperar, normalizar la situación. Ambos países, China y Rusia, otorgan una considerable importancia a los escenarios regionales más inmediatos. En el caso chino, son varios los frentes. En el grupo de países de ANSEA (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), dos son los niveles. En primer lugar, en el de la seguridad, China se incorporó al Tratado de Amistad y Cooperación en el Sudeste de Asia, nacido en 1976, convirtiéndose en el primer país no miembro de la organización regional que se ha adherido, evidenciando así su fuerte compromiso con la estabilidad en la zona. Por otra parte, estimula la creación de un área de libre comercio en los próximos diez años que aglutinará un mercado de casi 2.000 millones de personas. Este grupo de países representan el quinto socio comercial de China y el comercio bilateral ha experimentado en 2003 un crecimiento de más del 40 %. De esta forma, China pretende explicitar su talante cooperativo, su compromiso con la reducción progresiva de aranceles y la estabilidad financiera, dando muestras de su novedosa capacidad y espíritu de integración. Un dato importante a destacar en el vínculo de China con ANSEA se refiere a la conceptualización de la lucha contra el terrorismo. Pekín ha alcanzado aquí un consenso sobre el origen del terrorismo, que sitúa en la pobreza. La guerra antiterrorista, dicen este grupo de países, debe ser también una guerra contra la pobreza y ello se debe traducir en ayudas a las áreas económicamente menos desarrolladas de la región. Rusia, por su parte, observa con mucha preocupación la aproximación a EEUU de países de su entorno. Cinco estados ex soviéticos, los integrantes del grupo GUUAM (Georgia, Ucrania, Uzbekistán, Moldova y Azerbaidzhan), reunidos en Yalta en el pasado mes de Julio, han confirmado esta orientación. Moscú ha reaccionado con el proyecto de crear un mercado común entre Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán, con una política exterior comercial compartida, unificando las diferentes tarifas aduaneras y las políticas monetarias y crediticias para asentar una zona de libre comercio, pero no le resultará fácil. En su conjunto, Rusia aspira a detentar un papel central en la CEI, pero EEUU avanza en influencia en su perímetro más inmediato. En Moldova ha fracaso el plan federativo promovido por Rusia y en Georgia, aunque conserva peones locales para influir en el desenlace final de la crisis, la defenestración de Shevardnadze se interpreta como un revés para Moscú. En Asia Central convergen los intereses cruzados de las grandes potencias. A pesar del apoyo expresado a EEUU a raíz del 11S, Rusia no puede renunciar a su influencia en esta región. Para China, la necesidad de garantizar una presencia en la zona, ha servido de acicate para estimular sus iniciativas exteriores. Ha sido aquí donde, por primera vez, ha participado en unos ejercicios militares multilaterales a gran escala, en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCSh) que reúne a ambos países y otras cuatro repúblicas de la zona, y por primera vez ha invitado a ejércitos extranjeros a entrar en su territorio(11). China concede una enorme importancia a Asia Central. Es aquí donde mejor parece comprender que la seguridad no es cosa de uno solo, sino que precisa del acuerdo y la gestión conjunta. En esta región ha materializado a un nivel muy aceptable la cooperación en materia de inteligencia, de intercambio de equipos de tecnología especial, la mejora de su capacidad de respuesta ante el terrorismo. Y en esa lucha pone énfasis no solo en lo militar, también en lo financiero, en la lucha contra la pobreza y el atraso cultural, aproximándose a la idea de un mecanismo de cooperación total para la seguridad en el marco de la OCSh. En América Latina, Pekín ha tomado partido por Brasil(12). Desde marzo de 2003, China se ha convertido en el segundo mayor destino de las exportaciones brasileñas, sobrepasando incluso a países como Argentina o Alemania. En el primer semestre de ese mismo año, las exportaciones de Brasil a China han aumentado más de un 200%. En sus políticas de expansión de ultramar, el mercado chino es una prioridad para las empresas brasileñas. En su conjunto, el volumen comercial entre Brasil y China es hoy el doble del existente entre Brasil y Japón, que ha sido siempre uno de los socios más importantes del gigante sudamericano en Asia. La cooperación Sur-Sur tiene aquí una expresión especial en el lanzamiento de satélites de recursos terrestres desarrollados en común por ambos países. A Brasil se ha sumado Argentina. El Presidente Kirchner tiene previsto visitar China en el primer semestre de 2004. El ex presidente Eduardo Duhalde, ahora al frente de la organización administrativa del MERCOSUR, es el responsable de un mandato de los gobiernos de Argentina y Brasil para reforzar la relación económica con China. Y estos movimientos son contemplados con preocupación en EEUU porque pueden congelar el ALCA un poco más.
El actual clima internacional favorece una mayor implicación de China y Rusia en los asuntos mundiales. Ello es especialmente relevante en el primer caso. El dramático episodio de la neumonía asiática, felizmente controlado y con repercusiones políticas internas nunca vistas anteriormente(13); o las presiones financieras sobre el yuan, la moneda local, exigiendo su apreciación; el ingreso en la OMC; la formulación de una política específica hacia la UE, evidencian que algo está cambiando en Pekín. La orientación y las posibilidades reales de esa perspectiva dependerán, en uno y otro caso, de la actitud de EEUU. En China, si hasta ahora el proceso reformista se ha centrado en la modernización de la economía, las cosas pueden empezar a cambiar. No será posible alcanzar un nivel de vida modestamente acomodado y desarrollar las fuerzas productivas si la política de contención triunfa. La moderación del crecimiento chino podría suponer el inicio de un periodo de convulsiones internas si las dificultades se trasladan al ámbito social en un momento en que la legitimidad del sistema proviene esencialmente del éxito económico. Visualizar a corto plazo la disposición de medios para impedir que el propósito estadounidense de evitar la emergencia de una potencia rival, en el plano regional o mundial, exigirá de los dirigentes chinos atender a algo más que la economía, acentuando la preocupación y la disposición de recursos para atender a otros aspectos que influyen en la dimensión geopolítica del país, y que bien pueden llegar a ser imprescindibles para asegurar el desarrollo económico que se persigue. Yang Fan, economista de la Academia de Ciencias Sociales de China, afirmaba recientemente que las relaciones entre desarrollo y seguridad nacional se están estrechando de manera clara y acelerada(14). China dispone de un ejército numeroso pero tecnológicamente poco avanzado(15). Observando cuanto sucede a su alrededor, a la nueva generación de dirigentes le resultará difícil rechazar las demandas de intensificación de los programas de modernización militar que reclaman expertos como Peng Guanqian, de la Academia de Ciencias Militares, quien considera que el Pentágono está probando en Irak y en Afganistán, nuevos equipamientos militares y estrategias, al tiempo que califica de neoimperialismo la solución y los métodos aplicados por Washington para responder a la amenaza terrorista global. Tampoco Rusia se queda atrás en ese esfuerzo. En el discurso del estado de la nación, celebrado en mayo último, el presidente Putin, argumentando la necesidad de aumentar la fuerza de Rusia y consolidar su presencia en los foros de las grandes potencias, anunció la concesión de mayor importancia al factor militar, apostando por el desarrollo de armas de nueva generación. En su deseo de explicitar la decisión de fortalecer el poder naval de Rusia, ha llevado a cabo en Lejano Oriente los mayores ejercicios militares desde 1991(16) A pesar de la difícil situación económica, mejorada por los elevados precios de los recursos energéticos y no por mejores perspectivas de su desarrollo, el Kremlin ha comprometido recursos para completar la construcción de 4 submarinos nucleares y 10 grandes buques antisubmarinos, para renovar y modernizar los buques de guerra existentes y retomar su condición de potencia marítima en 2007. A ello debemos añadir que en el pasado octubre, Putin ha respaldado la adopción de la doctrina del ataque preventivo en su área de influencia inmediata (el antiguo espacio soviético), en un interesado alarde mimesis de la doctrina de seguridad estadounidense. La primera base militar rusa abierta en los últimos 13 años se instala en Kirguizistán, una base aérea para enfrentar la lucha antiterrorista. Al mismo tiempo, ante la preocupación internacional, resalta su compromiso con la no proliferación nuclear, y recuerda la dimensión estrictamente económica de su cooperación con Irán. En el capitulo de diferendos con EEUU, China se lleva la peor parte, no solo por las rivalidades estratégicas o el abultado déficit comercial de EEUU que ha servido de excusa para iniciar la guerra del textil, sino por la persistencia de problemas de gran calado, como el de Taiwán, siempre oscilante entre la extrema sensibilidad de Zhonnanghai ante el más leve movimiento, las declaraciones de fe inquebrantable pero no del todo creíble de la Administración norteamericana y los intentos de alejar las fronteras de lo posible por parte de Taipei. La coincidencia del anuncio del presidente taiwanés Chen Shuibian de convocar un referéndum el próximo 20 de marzo y la presencia en EEUU del primer ministro chino, Wen Jiabao, ha permitido apreciar este contexto en toda su complejidad(17). Ambos países, China y Rusia, desean integrarse en el mundo en el ámbito de la política, de la seguridad, de la economía. Aunque el comercio chino norteamericano es diez veces mayor que el chino ruso, EEUU es lo que más pesa en Rusia y en China, y ello no les hace competidores sino socios interesados en colaborar en desarrollar esa relación de forma que puedan hacerle entrar en el campo del derecho y de las organizaciones internacionales, sobre todo Naciones Unidas, todo lo cual no deja de ser paradójico a la vista de las respectivas situaciones internas y será un esfuerzo infructuoso si no es acompañado de forma coherente. |
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Notas: (1) François Joyaux, La Chine mène-t-elle une politique extérieure communiste?, en Géopolitique nº 80, octobre-décembre 2002. (2) Xulio Ríos, Orientacions i ajustaments en un món que cambia, en dcidob nº 86, primavera 2003. (3) Xulio Ríos, El papel de China en la crisis de Corea del Norte, Análisis del Real Instituto Elcano, 7 de abril de 2003. (4) Xulio Ríos, Un espacio para China, La Vanguardia, 21 de octubre de 2003. (5) Youri Roubinski, Bush-Poutine: la nouvelle donne, en Géopolitique nº 76, octobre-décembre 2001. (6) Ver Beijing Informa nº 32/2002. (7) Xulio Ríos, China entre los grandes, El Mundo, 1 de junio de 2003. (8) Shaun Riordan, Sí, era el petróleo, en Estrella Digital, 28 de abril de 2003. (9) Ver Beijing Informa nº 47/2003. (10) Laurent Rucker y Pilles Walter, en Russie: apparences et réalités, Le Courrier des pays de l’Est nº 1030, Novembre-Decembre 2002. (11) Xu Tao, Ejercicio en aras de la defensa regional, en Beijing Informa nº 36/2003. (12) Xiao Zhou, Estrechan vínculos China y Brasil, en Beijing Informa nº 47/2003. (13) Xulio Ríos, La neumonía asiática, en Política Exterior nº 94, julio/agosto 2003. (14) Yang Fan, Renmin Ribao, 22 de marzo de 2003. (15) David Shambaugh, ¿Será China una superpotencia militar?, en La Vanguardia Dossier, julio/septiembre 2002. (16) Yang Li, Rusia vuelve por sus fueros, en Beijing Informa nº 40/2003. (17) Xulio Ríos, El Plan Chen, Diario El Correo, 15 de diciembre de 2003. |
Xulio Ríos es director del IGADI. |
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ÚLTIMA REVISIÓN: 16/12/2003
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