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El evangelismo en América
Por Jared D. Larson (La Insignia, 04/06/2006)
 
 

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El argentino Marcelo Colussi prefiere palabras más directas cuando explica las claves de la nueva relación entre EEUU y América Latina: “Cando as relacións se desenvolven de igual a igual, cando a dignidade non se negocia, volven a soar os tambores de guerra por parte do Tío Sam”.
 
Después de las recientes elecciones en Colombia, cuyo ganador fue el principal aliado de Washington en la zona, Álvaro Uribe, y en vísperas de la segunda y última ronda de las de Perú, que puede ganar otro izquierdista anti-bush, Ollanta Humala, ahora es un buen momento para pensar en la actual política exterior estadounidense hacia Latinoamérica. Al llegar a la Casa Blanca en 2001, George W. Bush afirmó que las relaciones con sus vecinos del sur iban a ser una prioridad para EEUU, cosa que no llegó a ser debido al 11-S y la desventura de Irak. Mientras tanto, una ola de cambios populistas ha llegado al continente. Manifestaciones de ello son, aparte de figuras como Evo Morales (y sus famosos suéteres), el rechazo del Área de Libre Comercio de las Américas, la propuesta Alternativa Bolivariana para las Américas, la nacionalización de los recursos naturales y la colaboración entre los países para su explotación. Es evidente que EEUU, con las manos atadas en el Medio Oriente, mantiene, preocupadamente, una mirada de reojo hacia el sur.


¿La próxima guerra preventiva?

Se ha comentado mucho en la prensa y en los medios especializados en asuntos internacionales sobre este movimiento creciente y muy potente. La tesis del presente artículo no es entrar en el debate sobre la profundidad de este cambio, el populismo a nivel continental, o la importancia de la cooperación e integración entre los nuevos gobiernos izquierdistas. Lo que me preocupa es la posibilidad de una respuesta bélica por parte EEUU a esas realidades políticas en Latinoamérica. Muchas voces latinoamericanas han expresado su preocupación y están convencidos que ahora es sólo cuestión de tiempo que lleguen las tropas estadounidenses a América Latina para “remediar” la situación.

El venezolano Modesto Guerra ha hablado de la “peligrosa soledad” de Bush en su hemisferio y, como consecuencia de ello, el Pentágono ha ido analizando Latinoamérica en términos estratégico-militares. El argentino Marcelo Colussi prefiere palabras más directas cuando explica las claves de la nueva relación entre EEUU y América Latina: “Cando as relacións se desenvolven de igual a igual, cando a dignidade non se negocia, volven a soar os tambores de guerra por parte do Tío Sam”(1). Las dos observaciones pueden ser correctas. Puede que el Departamento de Defensa ya tenga planes para ocupar Montevideo, igual que quizás los tiene para invadir Tasmania y controlar las minas de tungsteno. Es su actividad principal: masturbación mental bélica. Y también es cierto que a EEUU no le gusta nada actuar de manera igualitaria en el ámbito internacional, y está dispuesto a utilizar la fuerza para conseguir sus fines, pero así se comportan las hegemonías imperialistas; para EEUU, la opción militar siempre existe.

En el caso concreto de la política exterior estadounidense hacia América Latina, ni a corto ni a medio plazo, una invasión del norte es, en la práctica y francamente dicho, una gigantesca imposibilidad. Pero los artículos que expresan tantas inquietudes sobre un futuro ataque pasan por alto varios hechos que lo impiden. Creo que el electorado estadounidense ya ha aprendido, más de tres años después de haber “cumplido la misión” en Irak, que la política de la guerra preventiva no sirve, sobre todo si es Bush quien la quiere poner en marcha de nuevo. (Ahora, menos de un tercio de la población aprueba cómo el actual presidente ejerce su cargo).

A casi nadie, incluso en EEUU, le gusta la idea, por ejemplo, de usar la fuerza contra Irán. De hecho, no habrá tropas para atacar el régimen de Ahmadineyad si entre 6.000 y 36.000 miembros de la Guardia Nacional están destinados a la frontera con México. El Pentágono ha aunciado un desplazamiento de otros 1.500 soldados a la provincia de Anbar. Muy tristemente, la matanza en Haditha, que ha salido a la luz pública meses después de haber ocurrido, nos hace pensar en la necesidad y las posibles consecuencias de cualquier guerra, sea preventiva o no. No podemos olvidar, cosa que nosotros, estadounidenses, hacemos con una habilidad fascinante, que la ocupación de Afganistán continúa, y parece que no va bien tampoco. Hace unos días se vieron grandes manifestaciones en las calles de Kabul a causa del atropello mortal por parte de un vehiculo estadounidense.

Con estas realidades de fondo, la posibilidad de atacar a cualquier país de América Latina, y mucho menos al continente entero, queda descartada. Es verdad que EEUU mantiene varias bases por todo el continente y que, en teoría, los soldados que van a la frontera del sur podrían avanzar fácilmente. (Además, hay precedentes: bajo el Presidente James K. Polk, el despliegue de tropas a la entonces frontera con México, en la época mucho más al norte de la presente, inició la guerra entre ambos). Pero, para poner un ejemplo en el contexto actual, y reconozco que el siguiente es un análisis muy simple, hay miles y miles de tropas del “Tío Sam” en Japón y Corea del Sur, pero Kim Jong-Il sigue con su trabajo. Dicho de manera muy directa, logísticamente, una nueva guerra es imposible. Y lo que quizás influye, más que la logística, en la élite de Washington es que podría ser un suicidio electoral para el Partido Republicano en noviembre y en 2008 si al final una nueva aventura militar no resulta fácil.


La política evangélica

Lo que los citados artículos anteriormente no mencionan es una importante herramienta manipuladora estadounidense que se ha exportado a América Latina en grandes cantidades durante los últimos 50 años: el protestantismo evangélico. La expansión del movimiento evangélico en EEUU ha sido impresionante. Sin entrar en detalles, todos sabemos el peso que desempeña. Sin el “voto evangélico”, quizás John Kerry sería el presidente ahora. En espera de las elecciones al Congreso de este año, no hay duda de que los republicanos van a explotar la idea de enmendar la Constitución para abolir las bodas entre homosexuales para asegurar que los evangélicos vayan a votar en noviembre.

Aparte de ser influyentes en el ámbito político interno, son muy activos, de manera discreta, a nivel internacional, aunque no siempre. El 23 de agosto del año pasado, durante su propio programa de televisión, el una vez candidato para la nominación presidencial republicana y muy conocido líder del lobby fundamentalista The Christian Coalition, Pat Robertson, anunció que EEUU debía asesinar al presidente venezolano, Hugo Chávez. Si eres evangelista, no le falta sentido a sus motivos: Chávez representa todo lo malo del comunismo y extremismo de Latinoamérica y quiere ser el catalizador de todo un continente homogéneo. Por eso, muy cristianamente dicho por Robertson, Chávez merece morir.

En el fondo, ideológicamente, para los evangélicos, la Guerra Fría no ha terminado. Siguen avisando a los que les escuchan (que desgraciadamente es una gran parte de la población de EEUU) que hay amenazas subyacentes por todo el mundo, como las Naciones Unidas, lesbianas, Evo Morales, sodomitas, Francia, el sistema de educación pública, etc. Su compartida y única meta es acabar con el capitalismo, y por ende, con los Estados Unidos. Aunque mantienen una mentalidad y visión del mundo un poco anticuadas, saben que la globalización afecta a todos y por eso lo usan para conseguir sus propios fines.


La conquista ideológica de América Latina

La llegada de los evangélicos a tierras latinas ocurrió muchos años antes del actual desplazamiento de poder político hacia la izquierda por casi todo el continente. Un grupo protestante extremista llamado New Tribes empezó a actuar en Venezuela en el año 1946. Después de mucha polémica acerca de acusaciones de espionaje y la reciente amenaza de muerte, Chávez ha suspendido todas las solicitudes de visado venezolano para miembros de grupos evangélicos. Pero Venezuela no es el mejor ejemplo de la influencia del movimiento. Sólo un dos por ciento de la población venezolana es evangélica y casi todos ellos apoyan a Chávez.

Si observamos el panorama del resto de América Latina, reconocemos tendencias que provocan inquietud. A pesar de que no hay grandes concentraciones de evangélicos, o “renacidos en Cristo”, en muchos países, su influencia va aumentando. Por ejemplo, sólo hay un diez por ciento de bolivianos renacidos, pero el grupo evangélico Serving in Mission tiene como meta aumentar esa cifa al 30 por ciento para el año 2010. Brasil cuenta con un 20 por ciento de evangélicos, tanto que la Iglesia Católica tiene miedo y está tomando medidas para no perder su influencia. En Perú, un catorce por ciento de los ciudadanos es evangélico, pero se ha duplicado en los últimos diez años. Existe una red extensiva de universidades evangelistas por todo el continente con muchos enlaces económicos e ideológicos con iglesias en EEUU.

Quizás esos datos no significan mucho. Pero, cuando pensamos en la ética y la política individualistas de la ideología evangelista, vemos que, según ellos, todo lo que hay en vida depende de la relación personal que uno mantiene con Jesucristo. Por consiguiente, todos los problemas personales y sociales deben de generar respuestas individuales y no comunes. Ya se ha mencionado el odio que existe en el mundo evangélico hacia el comunismo. Entonces, uno no puede ser renacido y populista a la vez. Y los evangelistas trabajan a nivel muy local para que sus nuevos creyentes compartan sus ideas. Hay campamentos donde los jóvenes estadounidenses evangélicos pueden ir a estudiar Kekchi o Garifuna antes de ir a Guatemala para distribuir la Biblia en dichos idiomas e intentar convertir a pueblos enteros. Además, los que adoptan esas ideologías tienden a ser más abiertos hacia las políticas de EEUU.

Si ampliamos nuestro enfoque para incluir las políticas de los diversos países que cuentan con un creciente movimiento evangélico, tal vez podemos llegar a unas conclusiones interesantes. Centroamérica, mucho más que Sudamérica, ha estado muy influida por este movimiento. Por ejemplo, hasta un 35 por ciento de los guatemaltecos son renacidos, y ese número crece un diez por ciento al año. El Salvador y Nicaragua, a pesar de su pobreza, todavía mantienen tropas en Irak. Toda la zona ha sido mucho más abierta a negociar un tratado de libre comercio con EEUU que muchos de los países situados más al sur.

No estoy alegando que los evangélicos colaboran con la CIA (aunque puede ser) ni que exista una firme conexión entre las creencias envangélicas y las políticas de algún país de América Latina. El electorado votó a Lula en 2002 a pesar de la fuerte presencia evangélica. Lo que sí opino es que, dadas las realidades militares de EEUU, y tomando en consideración, por ejemplo, la política exterior de Nicaragua, donde más del quince por ciento de la población es evangélica, quizás hay patrones. Tal vez la invasión religiosa ya ha empezado, negando la necesidad de una intervención militar. La nueva cuestión clave es ¿cuánto tiempo pasará antes de que toda Latinoamérica tenga su propio presidente renacido como ocurre en mi país, EEUU?

 
 

Jared Larson,
profesor visitante no Igadi (Emporia State University, Kansas, EEUU)
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Nota:

(1) Véase Guerrero, Modesto, “América Latina: da resistencia á nova integración” y Colussi, Marcelo, “As claves da nova relación Estados Unidos-América Latina”, en Tempo exterior, nº11, Baiona, Igadi, julio-diciembre 2005, pp101-110 y pp89-100, respectivamente.

 
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