Presenza-Opinión / África
|
||||||||
Magreb 2007: entre inmovilismo, esperanza y amenaza islamista Por David M. Alvarado Roales (igadi.org, 07/01/2007) |
||||||||
A excepción de Mauritania, pocos cambios se prevén en el resto de estados magrebíes, donde todos los indicios apuntan a que se mantendrá el sino de la continuidad y de las carencias democráticas. El proyecto de la Unión del Magreb Árabe (UMA) no acaba de ver la luz, a pesar de las actuales dinámicas globales, ni las presiones de instituciones internacionales, ni los anhelos mostrados por numerosos actores económicos regionales, ni la firma de varios acuerdos de cooperación multi sectorial entre los estados implicados. La reciente compra masiva de armas por parte de Trípoli, Argel y Rabat, en lo que algunos consideran ya una suerte de carrera armamentística por la supremacía militar en el norte de África, no son un buen augurio para el proceso de concertación inter magrebí. Así las cosas, la realidad es que la UMA se encuentra paralizada desde 1994, cuando los diferendos libio-mauritano –por el restablecimiento de lazos diplomáticos entre Nouakchott y Tel Aviv– y argelino-marroquí –las ancestrales rivalidades entre vecinos focalizadas en la cuestión saharaui– se mostraron insalvables para Marruecos, Mauritania, Argelia, Túnez y Libia. Hoy día, si bien el panorama es un poco diferente, la descolonización de la antigua colonia española se mantiene como fuente inagotable de conflictos que lastra el desarrollo político y económico de la región norteafricana. En el Sahara Occidental, las posturas de los bandos en litigio se mantienen inalteradas, lo cual, ante lo timorato del rol desplegado por las potencias occidentales, no hace sino perpetuar el sufrimiento de un pueblo que, atrapado entre Rabat y Tinduf, es, sin duda, el gran damnificado. Un par de renovaciones de la misión de Naciones Unidas, la Minurso, y un par de informes bastante pesimistas y críticos para con Marruecos del secretario general onusino saliente, Kofi Annan, no dejan demasiado lugar a la esperanza, al menos a corto plazo. El Frente Polisario, un año más, no ha cesado de apelar a la comunidad internacional para presionar a Rabat a fin de lograr el cumplimiento de la legalidad vigente y promover la celebración de un referéndum de autodeterminación sobre el territorio en litigio. Los episodios de protesta sobre el terreno son recurrentes –la “intifada”, para algunos–, al igual que los rifirrafes con unas fuerzas del orden que han hecho de la violencia y de la intimidación su sello característico, todo en un contexto de acusada crisis social y la sombra de una eventual vuelta a la contienda armada. De su parte, el Reino Alauí, sin modificar un ápice los planteamientos soberanistas sobre las que considera sus “provincias del sur”, parece haber apostado de forma decidida por la resolución del conflicto a través de la puesta en marcha de una amplia autonomía saharaui. El pasado mes de marzo, Mohamed VI dictó el Dahir (decreto) de creación de un controvertido Consejo Real Consultivo para Asuntos Saharauis (Corcas) para trabajar sobre el proyecto autonomista que, previsiblemente, se presentará en 2007 ante Naciones Unidas para su visto bueno definitivo. De momento, en lo concreto, nada. Habrá que esperar. El que empieza es año electoral en Marruecos. En septiembre de 2007 –si no se modifica la fecha al coincidir con el mes del Ramadán– tendrán lugar en el Reino Alauí unas elecciones legislativas que centrarán el debate político durante los próximos meses. Tras los desencuentros vividos estas últimas semanas entre las formaciones políticas sobre la nueva barrera electoral del 6% recogida en un código electoral de nuevo cuño –cuyo objetivo “oficial” es el de terminar con la extrema “balcanización” del campo político marroquí– habrá que estar atento a los bloques o bandos que se conformarán ante la perspectiva de la contienda electoral. A la tradicional división entre partidos del Movimiento Nacional y nuevos partidos, y el clásico cleavage ideológico entre izquierda y derecha, este año habrá que tomar en consideración, además, la variable islamista. Es previsible que las legislativas se conviertan en una guerra de “todos contra los islamistas”, una batalla a la que Palacio no es ajeno. Un sondeo realizado a mediados de 2006 por una fundación norteamericana concedía a los “islamistas moderados” del Partido por la Justicia y el Desarrollo (PJD) el 45% de los votos en estos comicios, lo cual los situaría en una confortable mayoría para gobernar y pondría a Mohamed VI en la disyuntiva de investir –o no– a un Primer Ministro “pejotadista”. Amplios sectores dentro de Marruecos ven con inquietud esta alternativa mientras que los más realistas consideran que, gane quien gane, será el Majzén –el entramado del régimen tradicional marroquí– quien seguirá dirigiendo, indefectiblemente, los destinos del país. No ha sido este año el de la “sublevación” revelada en un sueño místico al jeque Abdessalam Yassine, líder de Justicia y Caridad, el mayor movimiento islamista de Marruecos. Ilegal, aunque tolerado por las autoridades, en 2006 numerosas operaciones policiales fueron desplegadas en contra de la congregación, procediéndose al arresto de decenas de sus militantes. A destacar la causa judicial abierta, por sus propósitos republicanos, al encuentro de Nadia Yassine, hija del jeque y portavoz oficiosa de la comunidad islámica. Un cambio parece operarse, sin embargo, en el seno de la formación islamista, donde cobrarían fuerza aquellos que son partidarios de participar en el juego político formal, algo hasta hace poco impensable. En 2007 habrá que continuar la lucha contra la amenaza terrorista. Varias células integristas fueron desmanteladas en 2006, buena parte de las cuales – si nos atenemos a los informes policiales – mantenían lazos con la internacional terrorista Al Qaeda. A destacar, la desarticulación en agosto de Ansar Al Mahdi, que preparaba atentados contra objetivos sensibles del Estado, intereses extranjeros, así como el secuestro de destacadas personalidades. Preocupa el cambio en el perfil psicológico de los terroristas que ahora provienen también de las capas más acomodadas de la sociedad. La detención de militares y policías en el marco de la lucha contra el terrorismo ha hecho temer también una posible infiltración en los cuerpos de seguridad del Estado. El 31 de octubre finalizaba el plazo de seis meses concedido a los combatientes islamistas para abandonar las armas a cambio de una amnistía, según las cláusulas estipuladas en la Carta por la Paz y la Reconciliación Nacional. Esta política no ha tenido los efectos esperados, no llegándose a un escenario pacificado por la vía del olvido y del perdón. Ni víctimas ni verdugos han visto satisfechas sus exigencias, en un contexto marcado por la recrudescencia de los atentados. Para un conflicto que ha dejado más de 150.000 muertos, unas 350 rendiciones y 2.200 excarcelaciones se antoja un balance bastante pobre. La modesta reducción del contingente de violentos no se ha traducido en un descenso de su capacidad militar y, con el Grupo Salafista por la Predicación y el Combate (GSPC) a la cabeza, masacres y asesinatos se han multiplicado, provocando decenas de muertos y cientos de heridos. La vuelta de los antiguos dirigentes islamistas exiliados han multiplicado los rumores sobre una hipotética refundación del Frente Islámico de Salvación (FIS) y las exigencias de instauración de un estado islámico. Ante esto, muchos se preguntan, no sin cierto temor, si la historia podría llegar a repetirse, en alusión a la victoria electoral del FIS a principios de los noventa y que desencadenó los dramáticos desarrollos posteriores, lo que algunos denominaron “la guerra invisible”. Las paupérrimas condiciones en las que vive un elevado porcentaje de la población, a pesar de los buenos desarrollos macroeconómicos, no dejan demasiado lugar al optimismo. Mientras, el Frente de Liberación Nacional (FLN) ha gestado estos últimos meses un nuevo proyecto de constitución que los argelinos deberán refrendar próximamente. Esta controvertida Carta Magna prevé un refuerzo considerable de los poderes presidenciales, ya de por si sustanciales. Ante los rumores sobre la mala salud del presidente Bouteflika, algunos dirigentes de oposición han visto aquí una maniobra del FLN para proceder a una “sucesión controlada” en el poder y para operar un “golpe de estado constitucional”. En 2007 también se celebrarán elecciones municipales y a la Asamblea General, un momento óptimo para valorar el actual estado de las formaciones partisanas argelinas. En Túnez, la buena salud de la economía contrasta con las grandes carencias en materia democrática. El régimen de Ben Ali, que este año cumplió 19 años al frente del poder, justifica la represión en la necesidad de mantener un clima de estabilidad suficiente para garantizar la prosperidad económica. El miedo a caer en una espiral de violencia similar a la vivida en Argelia y los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, que aquí tuvieron su réplica propia en 2002, en Djerba, legitiman la represión, no solo hacia los sectores islamistas, que han cobrado fuerza durante estos últimos meses, sino contra todos aquellos que osan contestar la política gubernamental. Así las cosas, con el apoyo de George W. Bush, bajo una fachada de pluralismo, la oposición – tanto legal como ilegal – está amordazada, funcionando el Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), al que pertenece Ben Alí, como “partido único”. Tras los gestos del coronel Gadafi dirigidos a mejorar su imagen internacional, 2006 ha sido el año del regreso de Libia a la escena mundial. Al igual que ocurre en Túnez, de puertas hacia dentro las cosas son diferentes y la legislación mantiene vigentes los textos donde se criminaliza, por ejemplo, el ejercicio de la libertad de expresión o de asociación, estimándose en 132 los prisioneros políticos. A destacar la lucha entre los sectores reformistas encabezados por Saif El Islam Gadafi, hijo del Líder de la Revolución, y los sectores más inmovilistas, representados por los Comités Populares. De momento, los mayores cambios han tenido lugar en el aspecto económico, pero más capitalismo no implica necesariamente mayores cuotas de democracia. La esperanza en el Magreb se llama Mauritania. Desde que en agosto de 2005, un golpe militar incruento acabó con el régimen de Ould Taya y prometió conducir el país hacia un sistema democrático, muchas cosas han cambiado. A pesar de los críticos que se mantienen escépticos ante lo que este proceso pudiera dar de si, lo cierto es que la Junta Militar en el poder ha conseguido aprobar una nueva Constitución y ha celebrado, con éxito, unas elecciones legislativas y municipales, que han dado como vencedores a formaciones políticas de la antigua oposición a Ould Taya. En marzo de 2007 tendrán lugar unos comicios presidenciales que pondrán fin al proceso de transición y dejarán definitivamente el poder en manos de los civiles. El nuevo clima democrático, los nuevos ingresos derivados del petróleo y la llegada de capital extranjero hacen que los mauritanos miren al futuro, por primera vez quizás, con un cierto optimismo. |
||||||||
David M. Alvarado Roales,
politólogo e correspondente de prensa no Magreb, |
||||||||
|
||||||||
Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional www.igadi.org ÚLTIMA REVISIÓN: 07/01/2007 |
||||||||
|