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Nuevas tendencias en Asia Oriental
Por Xulio Ríos (Anuario Asia-Pacifico 2008)
 
 

  El destructor lanza-misiles Shenzhen atracado en el puerto de Tokio; clic para aumentar
Buen ejemplo de la nueva sintonía sino-japonesa ha sido la visita del destructor lanza-misiles “Shenzhen” a Japón, la primera de un barco de guerra chino desde el final de la contienda, aunque, a instancias de Estados Unidos, debió suspenderse la visita prevista a un navío de guerra japonés dotado del sistema de combate americano Aegis, por miedo al espionaje. Tanto Tokio como Beijing desean salir de la trampa en que se encuentran y encontrar un lenguaje común que pueda reducir la influencia estratégica de EEUU en la región que se nutre, en buena medida, de las controversias que les enfrentan.
 
Introducción

Cambios de tendencia (en el problema nuclear norcoreano), cambios de liderazgo (en Corea del Sur y Japón), nuevo ciclo en China (a raíz de las conclusiones del XVII Congreso del PCCh que insisten, entre otros, en la búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo) y esperanza de cambio en Taiwán (con la vista puesta en las elecciones legislativas y presidenciales a celebrar en 2008 que podrían confirmar el regreso del KMT a la máxima jefatura de la República de China), y a la par que tantas expectativas políticas, la estabilización y la reconciliación (no solo entre las dos Coreas, sino también entre China y Japón, afirmándose igualmente la “tercera cooperación” entre el PCCh y el KMT) han avanzado de forma ostensible en Asia oriental a lo largo de 2007, si bien su generalización y confirmación debiera producirse en 2008.

Por otra parte, la cooperación e integración también han avanzado, confirmando el papel de la región como motor del crecimiento de la economía mundial. Desde 2005, una cumbre de Asia oriental, que incluye a 16 países y con la ANSEA adoptando el papel principal, se ha venido celebrando anualmente, afirmando, a la par, la coexistencia y la búsqueda de una prosperidad común. Asimismo, la competencia entre China y Japón en el ámbito estratégico se ha traslado de Asia, con especial proyección en India y el sudeste asiático, a otras regiones del mundo, incluyendo África y América Latina. En suma, la atmósfera política de Asia oriental se ha relajado, mejorando las relaciones entre los Estados y enfriando algunos puntos candentes, si bien dichas tendencias no pueden darse por irreversibles y podrían invertirse.

En cuanto a la economía de Asia oriental, el Banco Asiático de Desarrollo (BAD), en su edición de diciembre del Monitor Económico de Asia, señala que el crecimiento se mantiene fuerte, con ritmos saludables en consumo, inversión y sólidas exportaciones, si bien con muestras de vulnerabilidad financiera relacionada con los beneficios del capital y los bienes raíces. Las previsiones de crecimiento económico del BAD para 2008 son del 8%, ligeramente por debajo del 8,5% del 2007. Por otra parte, la inflación seguirá presente en la mayoría de las economías y se mantendrá la presión provocada por los precios.

La normalización en Asia oriental, pese a los avances logrados en el diálogo hexagonal sobre el problema nuclear norcoreano, avanza lentamente debido también a las malas relaciones existentes entre Corea del Norte y Japón. Recientemente, la Cámara Alta del Parlamento japonés aprobó una propuesta de ampliación de las sanciones contra Corea del Norte por otros seis meses, renovando así las que fueran impuestas en octubre de 2006 después de que Pyongyang anunciara la realización con éxito de un ensayo nuclear. No es esta la única muestra de dureza que exhibe Tokio frente a Corea del Norte. Uno de los problemas que más enturbian el entendimiento entre ambas capitales es el relativo al secuestro de japoneses por parte de Pyongyang. El pasado 6 de noviembre, Corea del Norte insistía en la salida de Japón del diálogo hexagonal si persistía en su empeño de tratar este tema. Japón reclama de EEUU que no retire a Corea del Norte de la lista de países que apoyan el terrorismo, hasta que progresen las discusiones relativas a los secuestros. El embajador de EEUU en Japón, Thomas Schieffer, informó al presidente Bush que la rapidez de la negociación con Pyongyang daña la relación entre EEUU y Japón. Corea del Norte, por su parte, acusa a Japón de querer dañar el diálogo hexagonal y de entorpecer la normalización de sus relaciones con EEUU. Toda una evidencia de la diversidad y complejidad de asuntos que ensombrecen el indudable nivel de integración general logrado en el ámbito económico, pero que permanece ralentizado en el ámbito político, mientras, quizás por ello, la seguridad de toda la región sigue teniendo en Washington una referencia clave.


Desnuclearización y diálogo intercoreano

La solución del litigio nuclear norcoreano y el diálogo entre las dos Coreas (sin avances claros desde la cumbre del año 2000 y muy afectado después de la realización de la prueba nuclear en 2006), son las dos caras de una misma moneda. Por eso, los acuerdos logrados en el marco del diálogo hexagonal promovido por Beijing y en el que también participan, además de las dos Coreas, Rusia, Japón y EEUU, junto a otros factores, han facilitado avances, cuya consolidación dependerá, en lo esencial, de la actitud que pueda adoptar al respecto el nuevo presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, del conservador Gran Partido Nacional, ganador de las elecciones presidenciales del 19 de diciembre con la tasa de participación más baja desde 1987 (62,9 por ciento), de quien se prevé una actitud menos complaciente en relación a Pyongyang.

En efecto, logrado en el mes de junio el acuerdo respecto al desbloqueo de los fondos de Corea del Norte congelados en un banco en Macao, Pyongyang anunció el cierre de las instalaciones nucleares de Yongbyon y empezó a recibir petróleo como compensación. La AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) visitó Yongbyon en varias ocasiones para supervisar y verificar la clausura, un paso decisivo para la solución del litigio nuclear de la península coreana. A renglón seguido, las diplomacias coreanas rápidamente se aprestaron a tirar provecho del nuevo clima para fortalecer el diálogo bilateral. Bien es verdad que en esa iniciativa pudiera pesar lo suyo el interés del entonces presidente de Corea del Sur, Roh Moo-hyun, en utilizar el acercamiento para mejorar las expectativas electorales, a la baja, de su formación política ante las elecciones de diciembre, pero sin los avances en el diálogo hexagonal siquiera el simple tanteo sería totalmente imposible. Por eso, los hipotéticos avances en las relaciones intercoreanas son inseparables de los nuevos pasos en el proceso de desnuclearización de la península coreana.

La nueva cumbre intercoreana se celebró a principios de octubre en Pyongyang. En ella se firmó una “Declaración Norte-Sur para el desarrollo de las relaciones intercoreanas, la paz y la prosperidad”, que incluye ocho puntos, en los que se preceptúa la no interferencia en los asuntos internos, el fin de la hostilidad militar y la apuesta por el diálogo para resolver los conflictos, fomentar la cooperación económica y las inversiones, el turismo y los proyectos humanitarios, así como la ampliación del encuentro de las familias separadas y el inicio del intercambio de mensajes por vídeo, entre otros. La reunión tuvo lugar siete años después de que el presidente surcoreano Kim Dae-Jung organizara la primera cumbre en junio de 2000. En la declaración final del encuentro se aboga expresamente por reemplazar el actual armisticio por un tratado de paz permanente que afirme las bases de la prosperidad común.

Si en 2000 se operó un giro desde la confrontación abierta entre enemigos a la reconciliación y la cooperación, en 2007 se intentó recuperar la confianza mínima que permita profundizar en las relaciones bilaterales y promover el desarrollo mutuo. A resultas del encuentro, ambas partes afirman querer ampliar la cooperación, hoy concretada básicamente en el complejo industrial de Kaesong y el programa turístico de Geumpang, al campo de las infraestructuras, construcción de edificios, comunicaciones, agricultura, y la explotación de los recursos minerales. Se ha creado un comité económico conjunto y se han desarrollado conversaciones bilaterales en materia cultural, humanitaria y medioambiental (programa turístico en el Monte Paetuk, zona de cooperación en Haeju, etc.). Según el gobierno surcoreano, el volumen comercial entre ambas partes registró un incremento anual del 24,3% desde el año 2000 y en 2007 debía superar los 1.700 millones de dólares, con un incremento del 27% en relación a 2006.

Según se recoge en la declaración de la cumbre, las dos Coreas se comprometen a procurar un tratado de paz definitivo que sustituya al alto el fuego que puso fin a la guerra de Corea (1950-53). Sin perjuicio de ello, a fin de pavimentar el camino en esa dirección, decidieron crear una zona de paz de pesca común en la misma frontera marítima occidental donde se han registrado enfrentamientos navales mortales en 1999 y en 2002 y promover una utilización compartida del puerto de Haeju (en Corea del Norte) y de la desembocadura del río Han (que atraviesa el Sur). No obstante, Kim Jong-il, líder de Corea del Norte, reiteró su oposición a retirar las armas y las unidades militares que se encuentran a lo largo de la línea de demarcación entre ambas Coreas, medida que considera prematura.

Sin duda esta cumbre produjo mayores resultados de los esperados, en particular en el campo económico y en materia de pacificación, abriendo la vía a una nueva era para disminuir las tensiones y promover la cooperación económica, reforzada con el compromiso concreto de construcción de un astillero en Nampo y la apertura de los contactos ferroviarios, reanudados en diciembre de 2007 después de 56 años de suspensión. El avance de las relaciones económicas y turísticas está permitiendo que ambas partes se vayan librando poco a poco de la mentalidad de la guerra fría. En cuanto al tratado de paz, Estados Unidos y China deben participar en el proceso, pero los avances en esa dirección dependerán del cumplimiento del compromiso contraído por Corea del Norte en materia de desnuclearización (Estados Unidos financia y supervisa el desmantelamiento de sus instalaciones y programas nucleares).

Los resultados de la segunda cumbre intercoreana otorgan verosimilitud a un diálogo regular intercoreano de alto nivel y a una mayor cooperación económica, superando el deterioro experimentado en octubre de 2006 cuando se produjo la prueba nuclear del Norte. Seúl respondió entonces suspendiendo la asistencia humanitaria a Pyongyang, estancándose las conversaciones bilaterales. Los éxitos registrados en el diálogo hexagonal a partir de febrero de 2007 permitieron la reanudación de la ayuda humanitaria. Las tensiones se han ido suavizando a medida que se intensificó el diálogo económico intercoreano, las negociaciones ministeriales y de trabajo a nivel militar y la reunión de familias separadas. Pero no puede descartarse, por el momento, que puedan surgir sobresaltos y retrocesos que disuelvan estos avances.


El breve mandato de Shinzo Abe

La situación política de Japón en 2007 se ha visto marcada por las turbulencias que culminaron con la derrota del PLD (Partido Liberal Democrático) en los comicios a la Cámara Alta, celebrados el 29 de julio. A principios de noviembre, el opositor Partido Democrático (PDJ) rechazó la propuesta del presidente del PLD y actual primer ministro, Yasuo Fukuda, para formar una gran coalición. La oposición, liderada por el PDJ, ganó 75 escaños de los 121 en disputa, pasando a ostentar la mayoría en el Senado que cuenta con un total de 242 actas. La coalición del PLD y Nuevo Komeito controla 105.

Las dimisiones de los ministros de reforma administrativa, sanidad, defensa, el suicidio del ministro de agricultura y la dimisión de su sucesor, errores en la gestión de la Agencia de la Seguridad Social (con la pérdida de datos de 50 millones de pensionistas), escándalos financieros, etc., llevaron a la ruina al gobierno de Shinzo Abe y provocaron el fin del dominio del PLD en la Dieta, vigente durante décadas. En primavera, en las elecciones regionales y municipales, el PDJ ya había progresado en las zonas urbanas y ganado numerosos feudos conservadores de las zonas rurales, pero en el PLD aún se sentían seguros.

La pérdida de control de la Cámara Alta por parte del PLD provocó dificultades en la aprobación de determinados proyectos, entre ellos, la ley que permite renovar el repostaje de combustible de la Fuerza de Autodefensa Marítima en el Océano Índico.

Shinzo Abe asumió el cargo con un 70% de popularidad y en menos de un año de ejercicio esta había caído por debajo del 30 por ciento. La base electoral del PDL experimentó una erosión considerable. Abe dimitió el 12 de septiembre, dejando el gobierno y su partido en una situación comprometida ante la opinión pública japonesa. Fukuda, su sucesor, asumió entonces la tarea de recuperar la confianza pública y poner fin al estancamiento político. Ichiro Ozawa, presidente del PDJ, calculará los apoyos a prestar, una vez constatados los recelos existentes en su propia formación a la coalición con el PLD. En estas circunstancias, cabe imaginar que pueda producirse un adelanto electoral en 2008.

El proyecto de Shinzo Abe, el primer jefe de Estado nacido después de la guerra, era ambicioso: quería modificar la actual Constitución, cuestión clave de su agenda política, para situar a Japón en el camino de la recuperación de la normalidad, y reforzar el papel de Tokio en los asuntos internacionales, reafirmando sus valores tradicionales y el nacionalismo. Abe se daba cinco años para llevar adelante su proyecto, pero no superó las elecciones al senado de 2007 en las que, habiendo sido designado por su antecesor, Junichiro Koizumi, se jugaba su propia legitimidad. No obstante, aunque con otro ritmo y maneras, sus orientaciones políticas permanecerán en la agenda nipona.

La búsqueda de un mayor grado de autonomía internacional es objeto aún de mucha discusión entre los especialistas. Para algunos no hay otro camino que afirmarse tomando distancias de EEUU. Para otros, sin embargo, la consolidación de Japón como un polo de poder a nivel mundial pasa, inexcusablemente, por reforzar la alianza con Estados Unidos, facilitada por la emergencia de China como rival estratégico de la superpotencia. Los intentos, dicen, de ir por libre llevarán al país a perder vitalidad. Y, de confirmarse, esa pérdida de pulso puede acabar de golpe con el sueño de los conservadores.


Deshielo en las relaciones entre China y Japón

Shinzo Abe visitó China en octubre de 2006. Las cumbres bilaterales entre ambos países estaban suspendidas desde abril de 2005. En abril de 2007, el primer ministro chino Wen Jiabao llegó a Japón en una visita que sirvió para “derretir el hielo” (la visita de 2006 de Shinzo Abe sirvió para “romper” el hielo). Las relaciones bilaterales han experimentado una gran mejoría desde la dimisión de Junichiro Koizumi, durante cuyo mandato (2001-2006) atravesaron un pésimo momento. Otro pequeño salto importante en la normalización bilateral se produjo en la cumbre que Wen Jiabao y Yasuo Fukuda, sucesor de Abe, celebraron en noviembre en la Cumbre de Asia oriental, celebrada en Singapur. Los dos países han fortalecido su comunicación y coordinación en asuntos regionales e internacionales e iniciaron un mecanismo de diálogo económico de alto nivel. Las visitas y encuentros entre los líderes de los dos países han fortalecido la confianza política y recreado una buena atmósfera para la recuperación de las relaciones bilaterales. En 2008, Hu Jintao visitará Japón, diez años después de que lo hiciera Jiang Zemin, el primer presidente chino en hacerlo.

Buen ejemplo de la nueva sintonía sino-japonesa ha sido la visita del destructor lanza-misiles “Shenzhen” a Japón, la primera de un barco de guerra chino desde el final de la contienda, aunque, a instancias de Estados Unidos, debió suspenderse la visita prevista a un navío de guerra japonés dotado del sistema de combate americano Aegis, por miedo al espionaje. Tanto Tokio como Beijing desean salir de la trampa en que se encuentran y encontrar un lenguaje común que pueda reducir la influencia estratégica de EEUU en la región que se nutre, en buena medida, de las controversias que les enfrentan.

Como cabía esperar, la transformación de la Agencia de Defensa de Japón en Ministerio de Defensa, hecho histórico acontecido el 9 de enero, no fue recibida precisamente con júbilo en la capital china. En un comentario publicado en el Renmin Ribao (Diario del Pueblo), se habló de un “enorme paso” hacia esa normalidad proclamada y anhelada por Shinzo Abe, pero que contiene en el fondo “una aspiración por llegar a ser una potencia política y militar mundial”, lo que puede poner en peligro la trilogía que ha sustentado la defensa japonesa desde la segunda guerra mundial: a la defensiva, bajo mando civil y desnuclearizada. En suma, su pacifismo obligado.

Las visitas diplomáticas cursadas a Asia Central o a África, y la gira por Europa indicaron, con claridad, que el Japón de Abe aspiraba a trascender el guión tradicional que circunscribía su diplomacia a dos escenarios básicos: EEUU y los países asiáticos. Se trata ahora de multiplicar su influencia en el mundo. La estrategia de Taro Aso, su ministro de exteriores, se basó en la creación de un “arco de libertad y prosperidad” en la franja territorial señalada por la curva que va desde el Sudeste asiático hasta Asia central y Europa central y oriental. El propio Aso visitó Rumania, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia, mientras Shinzo Abe atendió otras cuatro capitales europeas en las que dejó un mensaje de poco agrado de Beijing: un posible levantamiento del embargo de armas a China (su presupuesto militar suponía en 2005 el 67% del japonés) afectaría a la seguridad de Asia oriental. Para Beijing, la nueva diplomacia nipona no solo ambiciona promover la prosperidad, sino también contener a China.

Más allá de las cuestiones puntuales (ya se trate del reconocimiento de la explotación de mujeres como esclavas sexuales por parte de las tropas del ejército imperial, armas químicas abandonadas en Manchuria, los contenidos de los manuales de historia, visitas al templo Yasukuni, litigios por las reservas de gas existentes en el mar de China oriental o por las islas Diaoyutai/Senkaku, ambigüedad calculada en relación a Taiwán, oposición china al ingreso de Japón en el Consejo de Seguridad de la ONU, etc.), el problema de fondo al que ambos países se enfrentan es el rencor que aún subsiste en las relaciones bilaterales. Se ha avanzado mucho en los intercambios comerciales, económicos, etc., pero muy poco en el entendimiento mutuo. Y la clave reside en el ánimo de ambas naciones en el que aún pesa lo suyo la consideración de antiguos enemigos, como si no hubieran pasado más de 60 años desde la última guerra.

Japón es el tercer mayor socio comercial y la segunda mayor fuente de inversión extranjera de China, las 2/3 partes del registrado con la UE. El volumen del comercio bilateral en 2006 excedió los 200.000 millones de dólares. Desde enero de 2005, por primera vez desde 1947, China es el mayor socio comercial y el mercado de exportación con el crecimiento más rápido de Japón. China ha pasado de significar el 3,4% en el comercio exterior de Japón en 1990, al 17,2% en 2006. En 2007 el ritmo medio de crecimiento del comercio bilateral fue del 14%. La contundencia de estos datos debiera imponer su lógica hace tiempo y solo el desencuentro político ha impedido que así fuera.

El primer diálogo económico de alto nivel entre China y Japón se celebró el día 1 de diciembre en Beijing. Se trata de un mecanismo anunciado durante la visita de abril de Wen Jiabao a Japón y debe servir para aproximar posiciones entre estos dos actores, ambos sustanciales en el mercado asiático e internacional, en la confianza de que una mayor cooperación económica y comercial incremente la estabilidad de la relación política bilateral. El diálogo abarca tanto temas bilaterales como multilaterales (cambio climático, cooperación regional y multilateral) y en esta primera edición se habló mucho de África (Japón acogerá una Conferencia Internacional sobre el Desarrollo de dicho continente). A finales de 2008 debe celebrarse la segunda sesión del diálogo y China espera que pueda ayudar a que Japón reconozca pronto su estatus de economía de mercado, algo que, por el momento, difícilmente Tokio no abordará en coordinación con las principales economías.

Asia está cambiando. La emergencia de China plantea importantes y delicados retos a Japón, acostumbrado a ejercer su liderazgo al abrigo de la protección estadounidense y que ahora debe compartir con China, país que aspira, por otra parte, a desempeñar un papel central en la región. Ambos traducen esas aspiraciones en una inflexibilidad notable a la hora de tratar los litigios bilaterales pero también en las políticas internas basadas en la mutua –y fácil- exaltación de los mutuos rencores.

Es posible que el reencuentro sino-japonés deje a un lado las diferencias en torno a Taiwán, permita suspender sine die las desafortunadas visitas al santuario Yasukuni, o que se avance en el tratamiento de los problemas delicados dejados por la historia reciente, puede incluso que el diálogo en temas de fondo y muy sensibles para ambas partes como el energético aporte racionalidad a su competencia, pero todo ello, al mismo tiempo, parece evidenciar que su rivalidad, dentro y fuera de la región, prescindirá en el futuro de cualquier disimulo.

Aunque deseable, no es fácil que se produzca un acercamiento sustancial entre China y Japón, que podría basarse en la excelencia de las relaciones económicas actuales como también en esa civilización común que comparten o en los respectivos anhelos de modernidad. En lo estratégico, ese acercamiento pondría en jaque la posición arbitral de EEUU en la región, pero no podrá verificarse en tanto Japón no asuma tanto su pasado como el reencuentro con el mundo cultural asiático.

A Beijing le gustaría tirar el máximo provecho económico y tecnológico de su relación con Tokio, pero tampoco podrá lograrlo si alimenta hasta lo infinito las desconfianzas respecto a su ambición estratégica o la despacha superficialmente etiquetándola como el resurgir del nacionalismo agresivo y expansionista de antaño. Ambos necesitan tratar la complicada agenda bilateral con franqueza y perspectiva de largo plazo.

En ambas partes se evidencia la renovada voluntad política de cimentar una relación sólida y con expectativas en el área económica y comercial, poniendo coto a la espiral de desentendimientos entre ambos países, lo cual no significa que puedan desaparecer los enquistados contenciosos de la noche a la mañana. En vísperas del diálogo económico de alto nivel, China reclamaba a Tokio el reembolso de los bonos en marcos alemanes propiedad de taiwaneses, emitidos en 1923. El gobierno colonial de entonces obligó a los residentes en Taiwán a comprar dichos bonos con el compromiso de rembolsar capital e intereses en un período de 50 años. No es ni mucho menos menor la agenda de litigios históricos y debiera encararse para poder imaginar un hipotético borrón y cuenta nueva con mínimas garantías.

La confianza política entre ambos gobiernos ha mejorado de forma ostensible, poniendo en marcha diferentes iniciativas de intercambio, ya sea en materia cultural, deportiva, comunicación, juvenil, etc., en lo que se adivina un esfuerzo por recuperar el tiempo perdido. Se aprecia en el Gobierno de Fukuda una clara vocación de reforzamiento de los vínculos bilaterales, con una política muy pendiente de las reacciones de China en asuntos de especial sensibilidad. Así se ha puesto de manifiesto recientemente con motivo de la visita a Japón del Dalai Lama, totalmente ignorada por su Gobierno, a diferencia de la recepción y el trato dispensado en otros países (Australia, Estados Unidos, Alemania…), limitando los contenidos de la visita a una agenda de carácter religioso, si bien pudo reunirse con el secretario general del opositor Partido Democrático, Yukio Hatoyama. Ello es muestra del claro deseo de recomponer las relaciones con China.

También lo es el manejo más cuidadoso de la relación con Taiwán en momentos especialmente delicados para Beijing. A Tokio arribaron los candidatos presidenciales del KMT, Ma Ying-jeou, y Frank Hsieh, del PDP. Beijing espera de Tokio una reafirmación de la política de “una China” y la condena del referéndum sobre el ingreso de Taiwán en Naciones Unidas, a celebrar en marzo de 2008.


Compás de espera en Taiwán

El último año político taiwanés empezó, en realidad, al día siguiente de celebrarse las elecciones municipales parciales de Taipei y Kaohsiung en diciembre de 2006 y procede su cierre en marzo de 2008, cuando se celebren las decisivas elecciones presidenciales que tendrán como principales contendientes a Ma Ying-jeou por el Kuomintang (KMT) y Frank Hsieh por el Partido Democrático Progresista (PDP).

Se trata de un período clave y lleno de turbulencias en el que la consolidación del entendimiento entre el PCCh y el KMT ha acentuado la división política en la isla entre “verdes” y “azules” (respectivamente, partidarios y contrarios a la independencia) y radicalizado el discurso y las propuestas políticas del PDP, centradas, en lo esencial, en contraponer su cada vez mayor aislamiento diplomático (con la significativa pérdida de Costa Rica y otros aliados) a la reivindicación del prácticamente imposible ingreso en Naciones Unidas, cuestión que está previsto someter a referéndum coincidiendo con las elecciones presidenciales, ya sea bajo la denominación “República de China” como propone el KMT, o simplemente de “Taiwán”, como sugiere el PDP. Los resultados de las elecciones de diciembre de 2006 dejaron un sabor amargo en la oposición y en Beijing, que confiaban en ser testigos de una singular merma del respaldo electoral al PDP. La capacidad de resistencia, unida a la astucia y voluntad soberanista de Chen Shui-bian alimentan el temor, pese a las advertencias de China e internacionales, a algún tipo de gesto o pronunciamiento por parte de Taipei que podría derivar en una crisis política seria en el estrecho de Taiwán.

En su mensaje de Año Nuevo (según el calendario lunar chino), Hu Jintao reclamó un mayor empeño en la lucha contra los secesionistas, mientras su Oficina para Asuntos de Taiwán criticaba con dureza el paralelo mensaje de Chen Shui-bian por preconizar la independencia y restringir los intercambios económicos y la cooperación entre las dos orillas. “Vamos a ver hasta donde llega en el camino secesionista”, aseveró dicha Oficina en un comunicado. La estrategia paradiplomática de Beijing, que asienta en la multiplicación de los vínculos de todo tipo con la isla, necesita más tiempo para lograr vencer el miedo social a un acercamiento que ha pesado lo suyo en los sorprendentes resultados de las elecciones de diciembre de 2006, poniendo sordina a la crítica social por la corrupción que ha anidado en el entorno de Chen Shui-bian.

A sabiendas del papel decisivo desempeñado por Washington, el problema de Taiwán ha estado muy presente en las conversaciones mantenidas con las múltiples delegaciones de Estados Unidos que han visitado China. Beijing ha reclamado hasta la saciedad que no se envíe “ninguna señal equivocada” a las fuerzas secesionistas de Taiwán. A China le preocupa particularmente la poca sensibilidad en este tema de la nueva presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi. Por otra parte, en relación al plan de contingencia que EEUU y Japón discutieron en febrero en previsión de un eventual conflicto militar entre ambos lados del estrecho de Taiwán –y para frenar la influencia de China en Asia oriental–, el portavoz del Ministerio de Asuntos exteriores chino, Liu Jianchao, recordó que debía “apegarse firmemente a la política de una China”.

Mientras en lo político el ámbar puede dar paso al rojo en cualquier momento, en lo económico, a pesar de las restricciones, el semáforo bilateral se inclina por el verde. En 2007, el 40,7% de las exportaciones insulares se dirigieron al continente y las expectativas de crecimiento de la economía continental constituyen la mejor garantía para mantener el actual nivel de exportaciones de la isla, a pesar de la ralentización económica que afecta a otros socios importantes y a competidores como Corea del Sur o Singapur. Según el Ministerio de Comercio de Beijing, el volumen total del comercio indirecto por el estrecho de Taiwán superó en 2007 los 600.000 millones de dólares taiwaneses, con un amplio superávit para Taiwán, convirtiéndose así en el mayor mercado exportador y en la mayor fuente del superávit comercial de la isla.

En Taipei, oposición y Gobierno viven una muy larga campaña electoral, a sabiendas de que está en juego el rumbo político de la isla y la estabilidad de la región, con una economía que no acaba de salir del estancamiento, circunstancia que no pocos atribuyen a las restricciones existentes en las relaciones con el continente. De confirmarse las victorias del KMT, su candidato, Ma Ying-jeou, ha prometido una mayor liberalización en materia de comercio e inversiones y la normalización de las comunicaciones. En el XVII Congreso del PCCh, Hu Jintao propuso la firma de un acuerdo de paz que ponga fin a la singular guerra fría que aún les enfrenta. El cambio en el sistema electoral y la reducción del número de diputados del Yuan legislativo, junto a los resultados de los comicios legislativos de enero de 2008 en los que el KMT obtuvo un abrumador triunfo, anticipan cambios en el mapa político que presagian la marginación de las propuestas más radicales. Pero aún muchos peligros acechan en el horizonte.


Conclusiones

Asia oriental presenta un cuadro político claramente fragmentado y propenso al cambio, en el cual destaca Estados Unidos como principal garante externo del equilibrio de poder y China como eventual Estado potencialmente hegemónico. El futuro de la región permanece incierto y en él se dibujan tres escenarios posibles: distanciamiento, conflicto o cooperación, los tres en permanente ebullición.

El papel desempeñado por China en el contencioso coreano, la búsqueda del entendimiento con Japón o la perspectiva de alejar un conflicto abierto con Taiwán, evidencian que Beijing tiene un proyecto asiático, pero ¿será capaz de articular Asia como un poder regional? Japón, al igual que India, no aceptará fácilmente un liderazgo chino, al menos si este se plantea en su forma tradicional. Cierto que aún estando ambos de acuerdo en rechazar una hipotética –y complicada- hegemonía china, las relaciones de ambas potencias con el mundo occidental son diferentes. A la alianza de Japón se contrapone la orfandad hindú posterior a la desintegración de la ex URSS. Rusia no ha ocupado ese lugar. Y EEUU es un recién llegado, aunque el principal objeto de su interés cuando se refiere a colaborar con India en la estabilización de Asia solo tiene una interpretación posible: como gestionar la desafiante emergencia de China.

A pesar de ello, conviene destacar la existencia de una apuesta política de fondo, difícil de cuajar por las respectivas diferencias sistémicas, pero que no debiera minusvalorarse: Beijing ambiciona explorar alternativas a la modernidad occidental que tengan en cuenta las especificidades de las civilizaciones asiáticas como factor de identidad en un mundo multipolar. El bagaje de la hindú o la china es muy sólido y podrían no resignarse a evolucionar como simples imitadoras. Un Japón “normal” reconocería con mayor intensidad su dimensión identitaria.

La competencia entre Tokio y Beijing se refiere a las inversiones, recursos energéticos e influencia política. El creciente poder militar (y espacial) de China es visto con desconfianza por Tokio, además de las disputas territoriales que enturbian las relaciones. La competición mutua parece clara, y nunca ambos se habían vuelto poderosos al mismo tiempo en Asia, lo que obliga a buscar fórmulas de equilibrio que proporcionen cierta estabilidad. El cambio en el equilibrio de poder entre China y Japón y la emergencia de India también obligará a EEUU a pensar en un reajuste de su política asiática, hasta hoy centrada en la identificación de Japón como centro neurálgico. Washington debe reequilibrar las relaciones entre Japón, su aliado en Asia, y China, una potencia regional en ascenso. Todo ello incide en la trascendencia de los cambios en curso en Asia oriental, de una potencialidad tal que pudiera tener importantísimas consecuencias geopolíticas a medio plazo.

 
 

Xulio Ríos,
director del Igadi y del
Observatorio de la Política China
(
Casa Asia-Igadi)

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