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China: el fin de la modestia
Por Xulio Ríos (Política Exterior nº 105, maio-xuño/2005)
 
 

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Zheng Bijian, presidente honorario de la escuela central del Partido Comunista de China (PCCh), ha formulado, en mayo de 2003, la tesis de la “emergencia pacífica”, puntualizando que este proceso debe incentivar una competencia cooperativa y amistosa con las demás potencias y países y no derivar en tensiones por definir esferas de influencia o una carrera de armamentos. La visión de Zheng Bijian constituye una apuesta sincera por la cooperación, bien alejada de la idea de evitar la confrontación por no estar preparados aún para ganarla, tesis, llamémosla realista, de Deng; o consecuencia del temor a sucumbir “a la soviética”, por el elevado coste o la imposibilidad de hacer frente financieramente a las exigencias de una carrera armamentista que podría afectar profundamente a la actual estrategia de modernización e impedir o retardar peligrosamente la obtención de ese nivel de vida modestamente acomodado.
 
La afirmación de China en el escenario internacional presenta signos cada vez más evidentes e indiscutibles. En el plano económico, con un crecimiento en 2004 del 9,5% y una previsión del 8% para este ejercicio, se le reconoce su condición de locomotora regional y mundial. En paralelo, se extreman las cautelas sobre sus desequilibrios estructurales que han motivado, en el cónclave parlamentario anual que se reúne cada mes de marzo durante dos semanas, la renovada insistencia de los dirigentes del Partido y del Estado en el concepto de “armonía”, tan confuciano y alejado del lenguaje socializante, como nueva palabra de orden y que se halla en el origen tanto de las nuevas políticas instrumentadas para aligerar la situación en el campo (menos impuestos, más subvenciones) como de una nueva estrategia de apertura a sectores sociales situados al margen del Partido, como ha puesto de manifiesto esa iniciativa del primer ministro, Wen Jiabao, de discutir los elementos centrales del informe que ha presentado a la sesión anual del Legislativo con responsables de empresas, expertos o intelectuales independientes.

Toda esa emergencia, en curso desde finales de los años setenta, se ha desarrollado en un contexto pacífico e incluso siguiendo una estrategia deliberada de Deng Xiaoping, la de “ocultar las intenciones y acumular las fuerzas de la nación”, acompañando y observando los cambios con paciencia, “no llevando la bandera ni encabezando la ola”, manteniendo un perfil deliberadamente bajo, y alimentando por ello cierta desconfianza internacional respecto de la sinceridad y autenticidad de las intenciones chinas, más allá de su legítima aspiración al desarrollo y el bienestar.

Pero puede haber llegado el tiempo del fin de esa estrategia, que coincide con el ascenso de la figura de Hu Jintao, desde marzo último presidente también de la Comisión Militar Central –además de jefe del Estado y del Partido– y que sugiere, por imperativos de su actual fase de desarrollo y los nuevos problemas de toda orden que debe afrontar, una implicación más activa de la diplomacia china en los asuntos mundiales. En ello influirían también diferentes factores externos como el reforzamiento del liderazgo estadounidense en el mundo después del 11S, la necesidad de evitar su aislamiento, la mayor disposición a defender sus propios intereses, la conveniencia de contrarrestar las tesis de la amenaza china. Esa reivindicación de una mayor presencia internacional está relacionada, en primer lugar, con la necesidad de asegurar el ritmo de desarrollo chino en un contexto demográfico que hace imperiosa una mayor participación en la economía global y regional para acceder a los recursos necesarios para su sostenimiento. China consume el 37% del cemento mundial, el 24% del acero y su consumo energético supera el 15% en 2003. En 2004, ha sobrepasado a Japón en consumo de petróleo. En ese contexto, asegurarse determinados mercados internacionales es una prioridad insoslayable. De ahí la importante gira por América del Sur de Hu Jintao en 2004 o, anteriormente, por algunos países africanos.

Zheng Bijian, presidente honorario de la escuela central del Partido Comunista de China (PCCh), ha formulado, en mayo de 2003, la tesis de la “emergencia pacífica”, puntualizando que este proceso debe incentivar una competencia cooperativa y amistosa con las demás potencias y países y no derivar en tensiones por definir esferas de influencia o una carrera de armamentos. La visión de Zheng Bijian constituye una apuesta sincera por la cooperación, bien alejada de la idea de evitar la confrontación por no estar preparados aún para ganarla, tesis, llamémosla realista, de Deng; o consecuencia del temor a sucumbir “a la soviética”, por el elevado coste o la imposibilidad de hacer frente financieramente a las exigencias de una carrera armamentista que podría afectar profundamente a la actual estrategia de modernización e impedir o retardar peligrosamente la obtención de ese nivel de vida modestamente acomodado. Zheng, sin olvidar la importancia del concepto de soberanía nacional, parece inclinarse por asumir la interdependencia de la sociedad internacional contemporánea y la apuesta por el desarrollo común. Otros, sin embargo, más instalados en el discurso ideológico tradicional, alertan sobre los peligros de una excesiva dependencia del sistema multilateral e insisten en la necesidad de fortalecer la soberanía en todos los sentidos, priorizando diálogos a nivel de potencias (EEUU, Rusia, UE y Japón) y manteniendo relaciones de buena vecindad con los países de la región para garantizar su apoyo o neutralidad en el otro empeño esencial: la recuperación de Taiwán.

Hu Jintao parece compartir la idea de Zheng Bijian de un ascenso pacífico de China, al menos formalmente, si bien algunos hechos y actitudes indican las dificultades de su diplomacia, para efectuar el ajuste necesario y garantizar de sus interlocutores la sintonía adecuada. Con Rusia, por ejemplo, ha conseguido mejorar incluso los avances suscitados por Jiang Zemin, el anterior jefe del Estado, resolviendo el diferendo sobre las islas situadas al sur de Jabarovsk, ocupadas por Stalin en 1953 como reacción a la invasión japonesa de Manchuria, delimitando la única frontera que estaba pendiente de los acuerdos de 1990-1996. Con Japón, sin embargo, las propuestas del profesor Shi Yinhong, de una mayor aproximación, no encuentran un lenguaje común y a las rivalidades históricas se suman las de naturaleza energética (la explotación de los campos de gas en el mar de china oriental o el trayecto del oleoducto transiberiano), o a propósito de Taiwán. La rivalidad por las islas Diaoyou/Senkaku ha provocado dos incidentes navales en 2004. Pekín también ha intentado evitar la exención de visado a los ciudadanos de Taiwán con motivo de la exposición Mundial Aichi y el acuerdo para la suspensión gradual de la ayuda al desarrollo a China ha resultado más laborioso de lo previsto.

Pero dos hechos recientes han servido para cuestionar más intensamente la tesis del ascenso pacífico de China y sugerido una mayor agresividad a medida que crece la conciencia de su mayor poder: la aprobación de la ley anti-secesión de Taiwán y la presión a favor del levantamiento del embargo de armas por parte de la Unión Europea, dos temas muy relacionados entre si, pero que incluyen también otras elecciones estratégicas. Vayamos por partes.

La aprobación de la Ley Antisecesión ha generado infinidad de reacciones. En Taiwán, la unanimidad y la condena se unieron al unísono. El sábado 26 de marzo, cientos de miles de ciudadanos se manifestaron en la capital contra la actitud de China. Entre ellos, el propio presidente Chen Shuibian, quien, desoyendo el parecer de su oposición, desfiló, junto a su Gabinete, al lado de los taiwaneses y ante quienes su crédito había quedado en cuestión. El sábado anterior, unos 100.000 manifestantes convocados por la oposición reclamaban aún la transparencia prometida respecto del extraño atentado producido en la víspera de la elección presidencial del 19 de marzo de 2004 y que, según muchos observadores, le sirvió para repetir triunfo, aunque por un estrecho margen del 0,2% de los sufragios emitidos. Chen ha encontrado en esta Ley Antisecesión, el filón necesario para pasar página de aquel suceso y quizás lanzar una nueva plataforma de acuerdo político con el Partido Pueblo Primero (PPP), buscando quebrar su alianza con el principal rival común, el Kuomintang (KMT). El PPP perdió una docena de diputados en las elecciones legislativas del 15 de diciembre y las relaciones entre James Soong y Lien Chan, antiguos compañeros de formación, al parecer, no son las mejores.

En el exterior, con la excepción de Rusia, tanto en EEUU como en Japón o la UE, tampoco ha sido entendida la iniciativa como una medida que pueda contribuir a mejorar las relaciones a través del estrecho de Taiwán. Más bien, al contrario. Tanto es así que el presidente Chen está convencido de que este tropiezo chino puede servir también de oportunidad para ganar un apoyo internacional en abierto retroceso presentando a China como una potencia desestabilizadora, autoritaria y agresiva. El ministro de exteriores de Taiwán, Chen Tan-sun, ha llegado a comparar a los taiwaneses con los judíos, a la hora de exigir una mayor implicación de la comunidad internacional en la condena a China. En los últimos cuatro años, Taiwán ha perdido cinco aliados diplomáticos, el último la isla de Granada, y recientes movimientos de la diplomacia china por Centroamérica y Caribe abrigan los peores temores: La vicepresidenta de Taiwán, Annette Lu, ha intentado disiparlos con una gira por la zona en la primera quincena de marzo. Hasta ahora nadie le otorgaba la más mínima posibilidad de acceder a la condición de miembro observador de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ni de sostener su Misión permanente ante la OMC y que China desea reconvertir en una Oficina similar a la representación de Hong Kong o Macao. Pero esta ley puede haber favorecido algunas inhibiciones.

Por otra parte, otra unanimidad similar ha presidido la aprobación de la ley en el continente. Solo dos abstenciones de los casi tres mil diputados del Legislativo chino han empañado una votación cerrada con grandes aplausos. El argumento de China es que se trata de una garantía adicional para la paz. En su defensa ante el pleno, el primer ministro, Wen Jiabao, precisó que de esta forma se evitará que Taiwán se incline por la independencia, lo que conduciría seguro al conflicto. Ese carácter disuasorio respecto a los independentistas, dice, puede ayudar a estabilizar la situación en el estrecho y, lo que parece menos creíble, contribuir al desarrollo de las relaciones bilaterales.

En realidad, la ley no introduce cambios sustanciales. Se limita a normativizar lo que hasta ahora ha sido el discurso político de las autoridades chinas y, siguiendo el principio de gobernar el país según la ley, se ha cuidado de autoimponerse la legalización de los principios y políticas relacionadas con Taiwán. Faltan incluso en el texto menciones lógicas y que cabría esperar, como la referida a la fórmula de “un país, dos sistemas”, que no se menciona en ninguno de los diez artículos del breve texto legal. Partiendo del sacrosanto principio de una China, tres situaciones conducirían al conflicto armado: la declaración formal de independencia, una sucesión de incidentes que impliquen la secesión, o el rechazo indefinido de negociaciones para la reunificación.

Podríamos formular dos interpretaciones de la iniciativa china. Según la primera, Pekín simplemente ha cometido un error de cálculo, producto de la falta de flexibilidad de una maquinaría política que había sugerido esta propuesta en un momento en que la victoria presidencial de Chen Shuibian desataba los peores presagios, pero que no ha tenido en cuenta la evolución posterior a las legislativas de diciembre, en las que había triunfado la oposición quebrando seriamente el programa político del presidente de Taiwán. Con independencia de su adscripción entusiasta al estado de derecho, que debemos aplaudir, legislar ahora sobre este tema no era oportuno. Por qué? Por dos razones: Chen estaba políticamente débil; su derrota en las elecciones legislativas complicaba enormemente sus planes. Solo el ex presidente Lee seguía insistiendo en la necesidad de cambiar el nombre del país y aprobar una nueva Constitución, planes que en su día alimentaron el natural nerviosismo en Pekín y probablemente motivaron la propia iniciativa legislativa, aunque no falta quienes aventuran que se produciría de todas maneras porque su destinatario final no sería Taipei, sino Washington, habida cuenta de la similitud, incluso expresiva, con la Taiwan Relations Act de 1979, que preceptúa cuando EEUU debe intervenir en apoyo de su aliado.

Por otra parte, el clima bilateral había cambiado. Aquel resultado de diciembre parecía abrir la posibilidad de una nueva táctica en la estrategia continental: podía ignorar a Chen y el campo panverde y tender puentes a la oposición panazul, en especial al KMT. Los primeros vuelos directos entre China y Taiwán desde 1949, autorizados para la Fiesta de Primavera, fueron anunciados ante una delegación de este partido y después de una negociación entre las asociaciones profesionales de navegación aérea con una participación oficial de muy bajo perfil y prácticamente desdibujada. Jia Qinglin, miembro del Comité Permanente del Buró Político del PCCh, invitaba desde Pekín a un nuevo diálogo “sin importar la retórica ni las acciones pasadas”. Con motivo de las exequias de Koo Chen-fu, dirigente taiwanés que había presidido la reanudación del diálogo interchino en 1992, el continente hizo gala de una buena reacción al presentar sus condolencias a la familia y enviar, por primera vez desde 1999, una alta delegación a los funerales, presidida por un vicepresidente de la Asociación para los Intercambios en el Estrecho de Taiwán. A finales de febrero, Lien Chan, anunciaba el envío de uno de sus vicepresidentes del KMT, Chiang Ping-Kun, a Pekín para sostener conversaciones.

Ese diálogo directo entre Pekín y el KMT no tenía precedentes. Otra delegación del KMT tenía previsto explorar las posibilidades de iniciar los vuelos directos para el tráfico de mercancías. Como es sabido, los intercambios económicos entre China y Taiwán progresan a muy buen ritmo, en especial por vía aérea, pero aún deben soportar el tránsito por un país o territorio tercero. Diputados del KMT han visitado a Chen Yulin, director de la Oficina de Asuntos de Taiwán, para discutir sobre la puesta en marcha de estos vuelos directos. El presidente Chen quedaba así fuera de juego, mientras el diálogo con la oposición produciría avances concretos en materias de gran interés. Solo había que perseverar.

La segunda interpretación de la iniciativa china sugiere otro escenario: China no solo ha perdido la paciencia, sino también toda esperanza de reunificación pacífica y se apresta a un escenario de confrontación abierta que conllevaría el incremento de las tensiones bilaterales. En esa hipótesis, Pekín, en paralelo, demostraría su firme determinación a través de esta ley y la acompañaría de una mejora de sus capacidades militares. Que una y otra circunstancia estén unidas dependerá de cuanto suceda en los próximos meses y que iniciativas concretas y complementarias, a modo de reacción, se propicien desde el continente y la isla.

En cualquier caso, no sería del todo correcto interpretar algunos hechos solo a la luz del reciente giro en relación a Taiwán. De hecho, durante toda la década de los noventa, el aumento de los gastos militares ha sido una constante en el presupuesto chino y siempre superior al 10%, con la única excepción de 2003. Dicho incremento sostenido se inscribe en un esfuerzo de modernización, especialmente en el componente balístico y naval, elecciones que guardan relación directa con la hipótesis del conflicto con Taiwán, pero que incrementan en su conjunto la proyección de China en todo el Pacífico occidental.

El programa militar chino mejora de año en año sus capacidades y ello suscita el temor de que se pretenda una paridad tal que haga improbable, en caso de conflicto, la intervención de EEUU en defensa de Taiwán. Sin duda, es una de las variables a tener en cuenta. Ese temor es compartido por Japón, y ambos países han suscrito una declaración que incorpora a Taiwán en su área común de preocupaciones en materia de seguridad, lo que ha irritado a Pekín. Pero también China ha tomado nota de la implicación del Pentágono durante la crisis de 1995-96, cuando desplegó dos portaviones y otros efectivos en la zona para evidenciar su voluntad de intervenir en caso de incidente.

La preocupación de Pekín en este sentido se acentúa al observar el incremento de las capacidades militares estadounidenses que tanto actúan con éxito en los Balcanes, como en Afganistán o Irak, lo que agrava su sensación de insuficiencia y atraso. Pekín dispone de capacidades económicas y financieras para mejorar su nivel, pero carece aún de la capacidad científica y tecnológica necesaria para estar a la altura de los desafíos que suscitan las nuevas guerras. Depende aún mucho de sus propias fuerzas, dado que muchos vínculos en curso se interrumpieron después de los sucesos de Tiananmen de 1989. Su mejorado poder de compra le ha permitido adquirir mucho armamento ruso, también en Israel, pero siempre muy condicionada por la observación estadounidense que bajo ningún concepto desea favorecer una emergencia militar de China.

Es por ello que Washington ha hecho saber, por activa y por pasiva, su total oposición al levantamiento del embargo sobre la venta de armas por parte de la Unión Europea. Naturalmente, sin autoerigirse coherencia cuando se trata del suyo propio sobre Pakistán, o para desaconsejar la propuesta del presidente taiwanés de efectuar una significativa compra de armamento en EEUU que nunca sería bien comprendida en Pekín. Theresa Shaheen, antigua “embajadora” estadounidense en Taipei, declaraba en los primeros días de enero que el rechazo del Yuan Legislativo a votar la adquisición de dicha compra de armamento en EEUU podría afectar negativamente a las relaciones con la Administración estadounidense. Taipei, dice, debe demostrar su voluntad de defenderse.

Las resistencias de la oposición panazul a esta nueva espiral intentan vencerse con los anuncios de que China construirá varios portaviones de aquí a 2015, también una flota de submarinos con la que podrá bloquear la isla, o el desarrollo de más fuerzas navales ofensivas. En paralelo, una delegación del Pentágono se desplaza a Taipei para evaluar la situación del espionaje chino en Taiwán y las capacidades del Ejército Popular de Liberación (EPL) para disponer de una quinta columna en la isla que le preste cobertura ante la hipótesis de un ataque asimétrico contra Taiwán.

Es verdad que Pekín lleva tiempo intentando que las autoridades comunitarias pongan fin, con el levantamiento del embargo, a las sanciones impuestas a raíz de los sucesos de Tiananmen en 1989. Ciertamente ha pasado ya bastante tiempo, tanto que la propia inexistencia de avances en materia de derechos humanos no se esgrime siquiera como causa por parte de quienes se oponen a las pretensiones chinas. Para desactivarlas, China, por primera vez, publicaba en febrero una lista de 56 prisioneros políticos que podrían beneficiarse de medidas de clemencia. Un señuelo también ante la próxima visita de Condoleeza Rice y un anuncio para facilitar la decisión comunitaria.

El Presidente Bush ha hablado de ello con los líderes europeos en su reciente visita al viejo continente, a mediados de febrero, y en numerosos medios se vaticinaba un rápido cambio de situación favorable a una China que dispone de mecanismos de influencia cada vez más significativos, si bien ejercidos habitualmente con sabia discreción, como se demostró con la reciente anulación del viaje que tenía previsto realizar a Taiwán el ministro de economía de Alemania, Wolfgang Clement. Un incondicional de EEUU, el ministro de exteriores británico, Jack Straw, declaraba en enero ante la Cámara de los Comunes que el embargo no pasaría de junio de este año. Algunas fuentes señalaron que el propio comisario de Comercio, Peter Mandelson, ya había adelantado esta decisión a las autoridades chinas. Pero la aprobación de la ley antisecesión ha venido al pelo a Bush para aumentar las divisiones en la UE y disuadirla de levantar el embargo, al menos por el momento.

Francia ha intentado separar ambos temas, significando, al igual que la Comisión Europea, que no había intención de modificar el equilibrio estratégico en Asia. Tampoco se está pensando en ventas masivas, aunque en los últimos años se ha venido produciendo un aumento importante (de 210 millones de euros en 2002 a 416 millones de euros en 2003). En el Consejo Europeo de diciembre de 2004 se había expresado la voluntad política de levantar el embargo, probablemente coincidiendo con el final del mandato de la presidencia luxemburguesa, una medida que iría acompañada de la revisión del código de conducta aprobado en 1998. El Parlamento europeo se ha opuesto a esta decisión y el Congreso de EEUU ha dado a entender que una decisión comunitaria favorable a las tesis chinas podría conllevar represalias en materia comercial.

Cambiaría mucho la situación actual con el levantamiento del embargo? Sin duda, tendría consecuencias, pero no tanto en el ámbito de la defensa como en el de la política, al acentuar Europa su perfil dialogante con las autoridades chinas, afirmando su singularidad en cuanto a la política a sostener en relación a Pekín y enfatizando una voluntad de emancipación respecto a la estrategia estadounidense, apostando por eludir la crispación y auspiciando una mayor comprensión de lo que China considera “humillaciones” del Occidente de siempre y que, en cualquier caso, dicen, evidencia la aplicación de distintas varas de medir.

China tiene hoy día auténtica pasión por Europa. En términos generales, los signos de aproximación entre Pekín y Bruselas son muchos y muy variados, desde la participación en el programa espacial Galileo, competidor del GPS estadounidense, hasta otros múltiples dominios que están configurando una tupida red de relaciones, como quedó de manifiesto en la cumbre celebrada en La Haya el pasado 8 de diciembre. Las relaciones económicas y comerciales, aún sin tener una importancia decisiva, han mejorado de forma exponencial en los últimos años, hasta el punto de doblarse entre 1999 y 2003. Obviamente, China considera a EEUU como su socio principal, pero su apuesta por Europa parece estratégica, sincera y no simplemente una cuestión de mero oportunismo o una necesidad para eludir las presiones estadounidenses.

Podría el levantamiento del embargo animar a China a pensar en un ataque a Taiwán? Conquistar Taiwán equivaldría para China a un paso de gigante para afirmar su hegemonía regional y significaría el principio del fin de la credibilidad estadounidense, pero los costes y las consecuencias de una acción de esa envergadura serían muy elevados para ambas partes. En 2003, China, con 46 mil millones de dólares de intercambio comercial, es el primer socio de Taiwán y esa sinergia no decrece incluso en los momentos de mayor tensión. Los empresarios de la isla desoyen los consejos de su gobierno cuando, ahora mismo, por ejemplo, les recomienda invertir más en América y menos en China.

El Libro Blanco de la defensa nacional de 2004 señala como deber sagrado impedir la independencia de Taiwán. Los intentos de reforma constitucional, las propuestas de adquisición de más y mejor armamento, la incitación permanente a la hostilidad frente al continente, la amenaza de convocatoria de un referéndum, manifestaciones todas habituales en la vida política taiwanesa, junto a la ambigüedad y señales equivocas enviadas por Washington o Tokio a Taipei, suscitan nerviosismo en China, pero no parece que de ellas pueda derivarse la inminencia de ningún ataque.

El alcalde de Taipei, Ma Ying-Jeou, y probable próximo candidato del KMT a las presidenciales de 2008, ha apelado, junto con otros doce alcaldes más, a la reanudación del diálogo para evitar nuevas tensiones. El presidente del Yuan Legislativo, Wang Jin-pyng, ha reiterado su disposición para encabezar una delegación taiwanesa que visite China, siempre y cuando cuente con la autorización y respaldo del gobierno. Mientras, para el nuevo presidente del PDP, Su Tseng-chang, el principio de una China es solo una ficción, la República de China es una nación independiente y soberana; ninguna China tiene jurisdicción sobre la otra. Ese antagonismo en el discurso político, evidencia de la inmensidad de la división social interna que suscita la presión de China, tiene además profundas raíces en la sociedad taiwanesa, partiendo aguas entre los llegados del continente y los nacidos en la isla. Chen, en este segundo grupo, ha recogido el testigo de Lee Teng-hui para convertir la construcción de la identidad en el elemento central del debate político en Taiwán. En torno al rechazo a la unificación (con oscilaciones que van desde la independencia a la vigencia del statu quo que concreta un futuro separado) ha construido una amplia base social que será difícil atraer para que secunde la fórmula aplicada para Hong Kong o Macao. La ley antisecesión promete una autonomía de alto grado. Entre dialogar con Pekín y afirmar la identidad, Chen apuesta por lo segundo y esa intención de fondo inquieta a los líderes chinos porque abunda en el alejamiento.

El próximo 14 de mayo se constituirá en Taipei una Asamblea Nacional que dispondrá de tres meses para revisar la Constitución. Ese debate será el principal test para calibrar la nueva situación. Wang Zaixi, director adjunto de la Oficina de Asuntos de Taiwán, llegó a amenazar con un conflicto armado en caso de proclamarse una nueva Constitución, según lo planeado por Chen, para entrar en vigor en 2008. El tono de la revisión y la adquisición de nuevo armamento pueden propiciar una escalada peligrosa y pondrán a prueba las relaciones entre China y EEUU, y las ambigüedades calculadas de ambos estados.

En cualquier caso, el problema de Taiwán puede obligar a China a definir con mayor exactitud su propuesta estratégica, dejando entrever si aún hay tiempo para ejercer la modestia, si considera llegado el momento de afirmar también su propia existencia en el concierto internacional, o aceptar una solución negociada e integradora de los desafíos que tiene pendientes. Esta concepción lleva consigo asumir ciertos límites y en una cuestión tan sensible como la unificación no le resultará fácil admitirlos. Ahí acecha el peligro.

 
 

Xulio Ríos,
director del Igadi y miembro del Consejo Asesor de Casa Asia.

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ÚLTIMA REVISIÓN: 17/05/2005
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