China e o mundo chinés
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Hu y las nuevas aristocracias Por Xulio Ríos (El Mundo, 29/09/2006) |
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La corrupción, ese magma que aflora en el cese de Chen Liangyu, jefe del Partido en Shanghai, es el espejo en el que se reflejan otras tensiones mucho más profundas e importantes. Unas apuntan al pasado, y otras al futuro. Las primeras nos remontan al nacimiento de la propia China, cuando Qin Shihuan, el primer emperador, promovió la burocracia para dar un giro a la conformación de las lealtades. El problema del poder central era siempre el mismo: como eliminar los linajes locales, a las aristocracias que siempre ansiaban controlarlo todo y que podían destruír el Estado en beneficio de sus intereses de grupo. La burocracia potenciaba la lealtad al Estado y evitaba la aparición de aristocracias locales con recursos suficientes para desafiar el poder central. En las manifestaciones de hoy de corrupción y abuso de poder, Beijing se enfrenta a un problema similar que afecta a la arquitectura política e institucional del poder chino. El segundo aspecto afecta a la burocracia y su futuro. Si convenimos en que el PCCh actual es una especie de actualización de aquella burocracia, resulta esencial salvaguardar su moralidad y eficiencia, virtudes que constituyen autenticos pilares de la estabilidad social. El discurso puede sonar a antiguo, pero no lo es tanto si nos atenemos a los mensajes habituales de Hu Jintao, quien pone el énfasis en la prosperidad común, la armonía, o en un código de conducta (los ocho honores y deshonores) más propio de la tradición confuciana que de la moral comunista. Con el cese de Chen Liangyu en Shanghai o las sanciones a los dirigentes de Mongolia interior y mil medidas más adoptadas en los últimos meses, con inclusión de advertencias de riesgo de descontrol del proceso de reforma y sesiones de encuentro entre autoridades centrales y territoriales, Hu quiere someter a los linajes locales, a los clanes o nuevas aristocracias, reforzando su base de poder y el papel del PCCh, sin más lealtad de sus 70,8 millones de militantes que la debida a las propias estructuras internas y no a los nuevos grupos de presión que han emergido como consecuencia de la reforma y que cada día son más poderosos, tanto que, pedazo a pedazo, podrían “comprar” el Partido. La dificultad estriba en que la estructura social está cambiando. En un país donde 85 millones de personas no saben leer, otros 150 millones, el 11,5% de la población, están instalados en el sector privado, gestionan el equivalente a 1 billón de euros y pagan un tercio de los impuestos. La estructura empresarial también: poco más de la mitad de las grandes empresas industriales son empresas estatales y de propiedad colectiva, con tendencia a la baja. Por eso, el PCCh, aunque lo intenta, tiene cada vez más dificultades para controlar el poder, antes, político o económico, totalmente concentrado en sus manos y hoy más diversificado. Una hipotética alianza entre linajes y poderes económicos locales podría transformar de raíz la política china. Ya se hable de los desequilibrios territoriales, de las desigualdades sociales o de Taiwán, Hu ha centrado el país en los asuntos clave. La lucha contra la corrupción, que cuenta con la simpatía –y el escepticismo– social, es parte de ese programa y trasciende, con mucho, a cualquier política de moralización de la vida pública. |
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