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Entrevista a Xulio Rios en Triangle:
"No se puede entender China prescindiendo
de su historia y de su cultura"

Triangle ( noviembre 2009)

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-¿Qué es lo que resulta más incomprensible a ojos occidentales del actual proceso chino? ¿Qué es aquello que se suele escapar al análisis y que resulta determinante? 

De entrada, llama poderosamente la atención el hecho de que un Partido Comunista, que dice no renunciar a su ideología ni simbología, sea el más fervoroso entusiasta de la promoción de lo que, en apariencia, no es otra cosa que puro y duro capitalismo. Deng Xiaoping decía que para construir el socialismo había que dar un rodeo por el capitalismo y que ese proceso podría durar unos 100 años. ¿Se lo pueden crear a pies juntillas los 74 millones de comunistas que militan en el PCCh? Y si no es así. ¿porqué no se quitan la careta? Después, uno se da cuenta de que intentar entender lo que ocurre en China desde una perspectiva ideológica o política utilizando nuestros esquemas y parámetros, es un absurdo. Prescindiendo de la historia y la cultura es imposible entender China. Ahí están las verdaderas claves de su proceso.

-Cuando los dirigentes chinos utilizan el término “armonía” como elemento de cordura, ¿es traducible ese concepto a nuestro tipo de sociedad? ¿y a la política internacional?

Podría serlo, ¿por qué no? Al menos, parcialmente. La armonía puede ser entendida como algo similar al bien común, es reducir las contradicciones a un nivel soportable, y eso tanto podría aplicarse a las políticas internas de cualquier país o de la sociedad internacional, ya hablemos de lo social, lo ambiental u otros ámbitos. Se basa en el equilibrio, la igualdad de los actores y la búsqueda de una satisfacción común en la que todos se sientan ganadores. Claro, en nuestra visión, que rivaliza con la armonía oriental, siempre hay ganadores y perdedores. Es más listo siempre el que lo gana todo. En oriente, por el contrario, el más listo es el que gana dejando satisfecha a la otra parte. Por lo demás, en un contexto más global, exigiría de Occidente la renuncia a la obsesión por el dominio y a su vocación mesiánica, mientras que Oriente debería descartar la idea de que el relativismo cultural pueda ser una coartada para negar derechos humanos básicos.

-Los “polos de desarrollo” han puesto de relieve la profunda división entre la modernidad y la China “profunda”, entre el desarrollo y la tradición. ¿Son irreconciliables? ¿Representan algo más que una sima entre “ricos” y “pobres”?  ¿Entre el espíritu milenario o la tradición y la occidentalización?

Sin duda, los desequilibrios territoriales constituyen uno de los mayores problemas del proceso chino. Lo saben y por eso han diseñado estrategias específicas para superarlo, especialmente desde el año 2000. Ahora mismo le están dando un nuevo impulso. Pero llevará su tiempo y es probable que lleve consigo un incremento de los conflictos. En parte, por la presencia de numerosas nacionalidades minoritarias en el Oeste que contemplan ese desarrollismo chino como una amenaza a su identidad ya que destruye su forma de vida. Los dirigentes locales del oeste imitan el modelo del este. Ese desarrollo, concebido y ejecutado por los han, quienes también más se benefician de ello, es un factor que refuerza las tendencias sinizadoras. El sueño de la riqueza no es compartido por todos, al menos de la misma forma.
Hu Jintao, por otra parte, ha dado un importante giro social a la política china, antes basada en la idea de que lo primero era la eficacia y después la justicia. Las medidas correctoras en curso pueden contribuir a aliviar las desigualdades, aún muy, muy profundas en la sociedad china. 
Finalmente, no creo que la tradición desaparezca en la China moderna. Al contrario, pese a las apariencias, repunta con una fuerza inusitada al abrigo del nacionalismo. La identidad civilizatoria está cada vez más de moda en China a la par que la idea de que su cosmovisión puede igualar o superar a la occidental. Su ADN es cada vez más fuerte y la idea de un progreso con identidad es el frontispicio de su modernización.

-Más de la mitad de la población vive en las zonas agrarias. ¿Qué estrategias plantea el gobierno chino? Si China ha sido la fábrica del mundo, ¿podría plantearse ser el granero del mundo?

El campo preocupa mucho en China. Las tensiones entre el campo y la ciudad son constantes, ya que las diferencias han aumentado en los últimos años. El vertiginoso proceso de urbanización se lleva por delante anualmente un millón de hectáreas de tierra cultivables y la desertificación avanza de modo imparable en muchas zonas. China tiene aquí también el reto de innovar un proceso de modernización genuino que no destruya el mundo rural. Ello requiere grandes inversiones y mucha mano izquierda con los conflictos sociales. A esa idea respondía el “nuevo agro socialista” impulsado por Hu Jintao en 2005. Pero los puntos de vista respecto a las estrategias a aplicar no son uniformes y se debate aún sobre ellas.
China produce cada año 500 millones de toneladas de cereales. Es el primer país del mundo en producción de cereales. Con el 7% de la superficie cultivable mundial proporciona alimento a casi la cuarta parte de la población del planeta. Pero la seguridad alimentaria es una de sus grandes preocupaciones y está muy presente en sus estrategias económicas internacionales, ya sea en relación a América Latina (Brasil o Argentina) o África (donde adquiere superficies inmensas de terreno para dedicar al cultivo de alimentos).

-Actualmente, ¿existen corrientes (ideológicas, económicas…) en el seno del PCCh que se disputen parcelas de poder o cambios estratègicos de futuro?

Con proyección e influencia existen clanes y grupos de poder (Shandong, Shanghai, los principes rojos, etc). Muchos de ellos darán guerra en los próximos años, de aquí a 2012, cuando se debe resolver la sucesión más delicada de los últimos treinta años y que podría definir el curso final de la reforma china. El nacionalismo es el salvoconducto que pone paz en todos estos grupos, comprometidos con el renacimiento y la unificación de la nación china (la diáspora y Taiwán son elementos sustanciales de este proceso), la misión histórica que le proporciona cohesión y consenso. Pero, sin duda, existen sensibilidades distintas que se manifiestan a la hora de decidir como conducir las relaciones con EEUU o el papel del sector privado en la economía china, por citar algunos.

-¿Cómo se percibió en China la perestroika y la glasnot en la Unión Soviética? ¿Y el posterior derrumbe de la URSS?

Como una catástrofe geopolítica de grandes dimensiones, sin duda, pero, sobre todo, como una lección. Las relaciones con la URSS de Gorbachov apenas se habían retomado coincidiendo con la crisis de Tiananmen (1989) y durante años el desmembramiento del socialismo real sirvió para hacer pedagogía en las escuelas del Partido y en la sociedad china acerca de las consecuencias de seguir ciegamente los dictados de Occidente (primero la reforma política, después la económica, como le exigían a Gorbachov) que obedecen a consideraciones de naturaleza fundamentalmente estratégica. La reforma política llegará a su tiempo y a su ritmo, con el gradualismo, la experimentación constante y una gran dosis de creatividad, se dice en Beijing. China podrá hacer concesiones en la semántica pero en tanto prevalezca el proyecto actual no abdicará de la soberanía ni se entregará a las redes de dependencia occidental siguiendo consejos que pueden hacer peligrar la estabilidad.

-¿Sería posible –salvando las abismales distancias– que en China se viviera un proceso similar con miembros de la nomenklatura del partido haciéndose con las riendas de los sectores productivos estratégicos?

No cabría descartarlo. El proceso chino tiene sus objetivos, pero no está cerrado ni definido al detalle y la evolución dependerá de la conjugación de múltiples factores. A relativa pequeña escala algo de eso ha ocurrido ya con el sector de las empresas colectivas de cantón y poblado que en los años noventa operaron el gran salto de la economía china. Hoy, la inmensa mayoría son empresas privatizadas y sus dueños son los antiguos gerentes, naturalmente gentes del PCCh y que constituyen la base principal de ese 33% del sector empresarial chino que sigue militando a favor de los cuatro principios irrenunciables (entre ellos, la dictadura democrático-popular) que también enunció Deng para evitar la deriva capitalista de la reforma.

-¿Socialismo de mercado o capitalismo de estado? ¿Sería factible el neoliberalismo en China?

Podría decirse que todo a la vez. Deng dijo que podrían surgir nuevos empresarios pero que no toleraría la aparición de una clase burguesa que rivalice con el poder del PCCh. Hoy se han definido claramente los sectores estratégicos de la economía china. Todos ellos están bajo el control del Estado, es decir, del PCCh, quien realmente pone y quita a sus ejecutivos. Ello no solo responde a una estrategia de control económico, sino también político. El PCCh no renuncia a disponer de una base económica propia (como de un Ejército donde solo existen organizaciones de este partido a pesar de existir ocho más legales) pues es consciente de que si pierde el control de la economía, perderá también el control del proceso, algo que ya ocurre a pequeña escala cuando, a nivel local, los nuevos empresarios compran parcelas de partido y de estado colocando a sus peones. Ese debate está presente hoy mismo cuando parece que el gobierno se plantea nacionalizar de nuevo el sector minero. No es por la cruel explotación decimonómica que hay en el sector ni por la dramática inseguridad laboral sino, sobre todo, porque sus dueños están adquiriendo demasiada fuerza y poder y necesita contener ese impulso. Renunciando a nuestras categorías de análisis, diría que ese proceso es de claro tono confuciano, es el sempiterno regreso del poder de la burocracia que durante las viejas dinastías querían controlarlo todo y mantener la fuerza y dinamismo de otros poderes en niveles manejables, ya hablemos de empresarios, de religiones o de mafias criminales (como ocurre ahora mismo en Chongqing). Incluso el mercado está claramente mediatizado por el poder público conservando una enorme capacidad de intervención. China, en suma, hará uso de todo aquello cuanto, cualquiera que sea signo, pueda ayudar a cerrar la fractura histórica abierta en 1840.

-Tras la acelerada, sorprendente y silenciosa reforma china, ¿quedan vestigios del maoísmo del siglo XX?

Mao es un icono, pero el maoísmo como discurso se ha convertido en una asignatura odiada por los estudiantes universitarios. Hemos visto el renacer del culto en las celebraciones del sexagésimo aniversario. Lo que queda, sobre todo, son las estructuras esenciales del régimen (Partido y Ejército) y ciertas concepciones que están presentes con mayor o menor intensidad en la vida política. Pero nadie sueña con restaurar el maoísmo y la crítica a iniciativas como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural es inapelable. Con todo, no se destruirá a Mao, no solo porque en él y su gesta radica buena parte de la legitimidad de los actuales dirigentes, sino porque, culturalmente, la historia en China se va depositando por capas y no se entiende como periodos que se niegan y desautorizan unos a otros. El auge confucianista de la China actual es la antitesís del maoísmo que, como es sabido, dedicó varias campañas de masas a su erradicación.

-¿Cómo se entienden hoy conceptos como justicia social, propiedad colectiva de la tierra, igualdad de clases…?

El enfoque que predomina a la hora de abordar estas cuestiones es siempre de carácter económico. Existe una animadversión profunda a tratar estes conceptos desde una perspectiva ideológica. Ello, en gran medida, es consecuencia de los excesos vividos durante la Revolución Cultural. La propia armonía que promueve Hu Jintao es la renuncia a la lucha de clases. No obstante, los argumentos políticos ligados especialmente a la estabilidad también pesan y mucho. Ello explica, por ejemplo, que sean tan prudentes en el tema de la tierra, con una “propiedad” promedio (la propiedad es pública, el usufructo es privado) de poco más de una hectárea y que lleva a algunos economistas a defender ideas privatizadoras para facilitar la concentración.

-Relaciones internacionales. ¿Dónde y cómo se ubica China hoy en día en el tablero mundial?

China quiere demostrar al mundo que su emergencia no es un problema para nadie, a sabiendas de que hacer un hueco a un gigante de estas dimensiones genera múltiples inquietudes. Por eso, invierte cada vez más en tender puentes que potencien su poder blando (con la red de los Institutos Confucio, por ejemplo) y procura conducirse con moderación en su política de inversiones internacionales con el propósito de evitar que se la conceptúe como una amenaza. La apuesta, primero por la multipolaridad y después por el multilateralismo es evidente. También por el desarrollo de la colaboración económica y política, descartando desempeñar un papel sustancial en el orden militar (también en esto aprendió de la experiencia soviética). China estará presente en todo tipo de foros y lo estará cada vez más, pero no renunciará del todo a su discurso tercermunista e incluso tratará de que la agenda de este grupo de países pese cada vez más en los debates globales. Pese a lo mucho logrado, a China le queda aún un largo trecho para culminar el actual proceso. Y las responsabilidades que asuma a nivel global (desde el cambio climático a la participación en misiones de paz) irán en consonancia con su propia realidad interna, en ejercicio de una soberanía que considera de todo punto irrenunciable y por la que está dispuesta aún a asumir los sacrificios que haga falta. .

-El expresidente sudafricano Thabo Mbeki habló de “relación colonial” al referirse a la presencia china en el continente africano. ¿China repetirá los mismos terribles errores que Occidente?

Es pronto para hacer un balance, pero los problemas están sobre la mesa. Hay buenos y malos ejemplos. La debilidad de muchos gobiernos africanos le permite a China avanzar con ideas y propuestas que en otras regiones no son admisibles (América Latina), pero el exceso de crítica a su política, muchas veces con fundamento real, tiene también esa connotación de descalificación del nuevo competidor recién llegado. Los vínculos que unen a China con África son muy diferentes a los de los países desarrollados. Creo que China intentará hacer otra cosa, aunque está por ver que pueda equilibrar las necesidades que le apremia su desarrollo y su contribución a abrir nuevas expectativas en este continente. No es cosa fácil, en parte porque las empresas chinas que actúan en África son igual de desconsideradas aquí que en su propio país. Y esa cultura, esa ética, debe cambiar en los dos lados. Y llevará su tiempo.

-En el terreno geopolítico, ¿qué papel puede jugar la OCS?

Para China es una pieza clave de su estrategia en Asia Central (no solo en el orden energético) y en sus relaciones con Rusia. A China le preocupa mucho mantener la paz y la estabilidad en sus fronteras inmediatas que hoy viven una inestabilidad enorme, ya hablemos de Myanmar, Pakistán, Afganistán, Corea del Norte, etc. Las potencialidades de la OCS son muchas, y también aquí su política se centra en el desarrollo como primer rubro de atención, además, claro, de la lucha antiterrorista, con el problema de Xinjiang en la agenda. No obstante, no cabe pensar que su proyecto sea construir una especie de OTAN de Asia.

-China se ha convertido en el gran contaminador. ¿Existe sensibilidad en torno al medio ambiente o prevalece el pragmatismo productivo? ¿Qué medidas impulsa el gobierno chino al respecto?

Cada vez hay más conciencia de ello, pero tiene una situación enormemente complicada. Los daños al ambiente han sido enormes y los problemas sociales ligados al ambiente también han aumentado. La sensibilidad está cambiando, aunque no es simétrica. En el discurso central está incorporada. En la práctica local, aún pesan mucho las viejas inercias. El nuevo modelo de desarrollo que se trata de implementar pone el acento en las cuestiones sociales, tecnológicas y ambientales. No podrá ser un país moderno si desatiende las exigencias ambientales. Eso le puede hacer reaccionar en un sentido positivo, aunque le costará lo suyo armonizar los imperativos de su modelo de crecimiento con una política ambientalmente sostenible. Cabe desearle éxito. Su suerte también será la nuestra.

 

 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China

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