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Xinjiang: argumentos para una crisis
Xulio Ríos (Revista de Estudios de Asia y África nº 141, El Colegio de México, 28/09/2009)

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La crisis desatada el 5 de julio de 2009 en Urumqi, capital de la región autónoma uigur de Xinjiang y considerada “la ciudad más próspera de Asia central”, con un saldo de casi 200 muertos, la mayoría de ellos de nacionalidad Han, y varios miles de heridos y detenidos, además de causar grandes daños materiales, ha puesto de nuevo sobre la mesa la política china en materia de nacionalidades minoritarias. Dos días después, eran miles de Han, mayoritarios en Urumqi, quienes se manifestaban para clamar venganza contra los uigures. La “explosión” de violencia, similar a la ocurrida en Tibet el 14 de marzo de 2008, obligó al presidente chino Hu Jintao, de visita en Italia, a suspender su participación en la reunión del G-8 y regresar anticipadamente a Beijing para reunir el Comité Permanente del Buró Político del PCCh, máximo órgano de dirección del país.

Hu Jintao sabe bien del alcance y la gravedad que pueden llegar a tener los disturbios de naturaleza étnica. Como secretario del partido en Tibet vivió las manifestaciones de marzo de 1989 en Lhasa. Hu se había convertido entonces en el primer civil puesto al frente de la región y con el antecedente de todos los militares que le habían precedido en el cargo, no dudó en implantar la ley marcial y ordenar la represión de la revuelta y la detención de todos sus cabecillas. Se estima que murieron entonces unos 40 tibetanos como consecuencia de los disparos del Ejército. Hoy reconvertido en promotor y defensor de la “armonía”, la tensión en Tibet y Xinjiang parece obstinarse en hacerla imposible, con el agravante de que las protestas no solo se dirigen contra el gobierno y su política, sino que también desembocan en brutales enfrentamientos con los integrantes de la nacionalidad Han, abrumadoramente mayoritaria a escala de todo el país.

El origen inmediato de la crisis se ha relacionado con una riña registrada el 26 de junio en la fábrica de juguetes Xuri, en la provincia meridional de Guangdong, en la que dos uigures perdieron la vida y otros más resultaron heridos (1). La oposición en el exilio, denuncia la versión oficial, magnificó y manipuló el incidente, elevando el número de muertos y divulgando fotografías falsas que sirvieron de detonante de la indignación de los uigures dando paso a los disturbios. El pasado 23 de septiembre, tres meses después de aquellos hechos, se anunció la detención de once personas involucradas en la pelea, al parecer causada por una desmentida agresión sexual de los uigures a una chica Han (2).

La versión uigur de lo acontecido en julio aduce que todo se debió a la violenta represión de una manifestación pacífica de su comunidad que exigía responsabilidades por la violencia interétnica en Guangdong (3). Una semana después de los incidentes, el PCCh dictó una contundente resolución amenazando con la destitución fulminante de aquellos responsables que no manejen adecuadamente las protestas masivas y cuya actitud exacerbe la situación (4).

En Xinjiang, que ocupa la sexta parte del territorio total de la República Popular China, conviven numerosas nacionalidades, siendo la uigur, la Han y la kazak las más importantes. La movilidad propiciada como consecuencia de la política de reforma y apertura (1978) ha facilitado los desplazamientos no solo entre las áreas urbanas y rurales de Xinjiang, sino también entre Xinjiang y otras zonas del país, en busca de mejores oportunidades de empleo, negocios y educación. Como consecuencia, en 2000, sin incluir a los Jino, en Xinjiang se registraba la presencia de 55 de las 56 nacionalidades oficialmente reconocidas en China.

La ancestral cultura uigur es muy diferente a la de los Han, y tiene una fuerte influencia religiosa. Los uigures hablan en turco, son de confesión musulmana sunnita, y raramente han secundado los extremismos, pero la política aplicada por China en los últimos años, ejecutada a ciegas por unas autoridades locales sin otra visión del desarrollo que la exhibida en las zonas costeras del país, ha agravado las tensiones y radicalizado sus protestas.

Los uigures temen la repercusión de la presencia Han en el futuro de su forma de vida. La destrucción, por ejemplo, que se está llevadando a cabo en Kashgar, capital del sur de Xinjiang, transmite socialmente la idea de que el objetivo último de la “modernidad” impulsada por las autoridades chinas no es otro que acorralar y acabar con su cultura, además, claro está, de hacer frente a los problemas de seguridad que sugiere un entorno urbano dificil de controlar. Las subvenciones oficiales a aquellos residentes que deciden abandonar sus casas y la política de demolición-reconstrucción con la excusa de mejorar la capacidad de resistencia ante los terremotos, está acabando con la fisonomía tradicional del lugar y con un patrimonio cultural valiosísimo y de alcance universal, lo cual solo puede enervar los ánimos de los uigures conscientes de la necesidad de proteger su identidad. (5)

Es comprensible, pues, la frustración existente en las poblaciones locales, bien alejada de las acusaciones sobre la “injerencia exterior” como clave explicativa esencial de lo sucedido. Se trata de una fractura que, por otra parte, se agranda con la forma de presentar el conflicto: los uigures agreden a los Han. En esas condiciones, resulta dificil establecer un marco propicio mínimo para el diálogo intercultural. El partido niega el problema (no existe sinización), la policía reprime a los disconformes, y toda la responsabilidad recae en Rebiya Kadeer, al frente del Congreso Mundial Uigur (CMU), con sede en Munich (Alemania), quien niega haber instigado la violencia.

A raíz de los disturbios, el gobierno chino ha publicado un libro blanco sobre “El progreso y el desarrollo de Xinjiang”, un compendio orientado a destacar las bondades de su política y en el cual no cabe ningún ejercicio de autocrítica (6). Entre 1950 y 2008, se dice en él, Beijing ha invertido 390 mil millones de yuanes en Xinjiang, significando más de la cuarta parte de la inversión total de la región. El valor global de la producción del año pasado ascendió a los 420.300 millones de yuanes. El ingreso neto per cápita de los campesinos de la región ha llegado a 3.503 yuanes, 28 veces superior en comparación con los primeros días de la reforma y apertura al exterior. El ingreso disponible de los residentes urbanos es de 11.000 yuanes, con un aumento de 35 veces en comparación con el año 1978. El nivel de vida, la vivienda, la asistencia médica, la educación o los servicios culturales han mejorado un cien por cien, apostilla finalmente, al igual que la esperanza de vida. La población pobre se ha reducido a la mitad y llegaba a 2,5 millones a finales de 2008. Por renta per cápita, Xinjiang ocupa la posición numero 11 en el ranking provincial y dispone hoy de una red de carreteras, ferrocarriles y transporte aéreo que casi conectan todos los distritos y poblados de la región, considerada un nudo de enlace que comunica el mercado chino con los del continente euroasiático.

Para el gobierno chino, la unidad étnica y la estabilidad social van indisolublemente unidas. Esa defensa se ampara en una política basada oficialmente en el reconocimiento de la existencia de las diferentes nacionalidades y en el establecimiento de garantías para el ejercicio de iguales derechos en todos los aspectos. La preponderancia tradicional de la nacionalidad uigur en Xinjiang viene reconocida en la propia denominación oficial de la región autónoma.

Las causas del descontento

Cabe citar las siguientes. En primer lugar, la inmigración Han. En 2008, la población total de Xinjiang ascendía a 21,308 millones de habitantes, de los cuales los no Han sumaban unos 12,945 millones, es decir, un 60,8% del total. Pero el porcentaje de población de cada nacionalidad en sus asentamientos tradicionales ha disminuido aunque la población de casi todos los grupos étnicos sigue creciendo. En Urumqi, los Han suman los dos tercios, mientras que en el total de Xinjiang, los uigures pueden representar en torno al 45%.(7)

Los cuadros. De los 542 diputados de la actual Asamblea Popular de Xinjiang, el número de diputados de nacionalidades minoritarias supone el 65,5%, cuatro puntos porcentuales por encima de la proporción de la población étnica de la región, dice el Libro Blanco, enfatizando su pertenencia a un total de 13 nacionalidades minoritarias.
China asegura que los funcionarios de las nacionalidades minoritarias tienen igualdad de oportunidades y disfrutan de un idéntico papel activo en los asuntos políticos. En total, hay unos 2,8 millones de funcionarios que pertenecen a diferentes minorías (8). Desde 1990, reciben ofertas para trabajos temporales de 6 meses en los departamentos del gobierno central y de las provincias costeras más desarrolladas (en un año, en torno a 200 personas se pueden beneficiar de este programa). Según fuentes oficiales, en 1950 había en Xinjiang 3.000 funcionarios de minorías étnicas y 46.000 en 1955, cuando se creó la región autónoma. Hoy son 348.000, el 52% del total, cerca del 86% en los niveles distrital y municipal y el 55,36% del nivel regional. No obstante, el problema radica en que el poder real está en manos de los Han.

La religión. La mayor parte de los integrantes de las diez nacionalidades minoritarias más numerosas de Xinjiang, en torno a 11,3 millones de personas, cree en el Islam. Según fuentes oficiales, el número de mezquitas ha pasado de las 2.000 de 1978 a las más de 24.000 de la actualidad, y el número de clérigos ha pasado de 3.000 a 28.000, de acuerdo con el Libro Blanco. El gobierno central ha invertido millones de yuanes en los últimos años en la reparación de los principales monasterios y mezquitas de Urumqi, Yining y Hetian. Entre 2001 y 2008, la Escuela Islámica de Xinjiang capacitó a más de 20.000 clérigos. El gobierno regional incluso ha patrocinado el envio de clérigos a colegios y universidades de Egipto y Pakistán, con el propósito de mejorar el nivel de los imanes, hatips y otros maestros.

Después de décadas de comunismo resueltamente ateo, e incluso de violenta represión durante la revolución cultural (1966-76), las autoridades dejan un espacio a la religión y a las diferentes confesiones, siempre bajo control político. Y los templos reviven y los fieles y los monjes renuevan sus tradiciones ancestrales. Según la prensa oficial, hoy habría en China unos 300 millones de personas que siguen alguna confesión. El Buró de Asuntos Religiosos habla de unos 100 millones de creyentes.

El PCCh no prohibe las prácticas religiosas, pero, sin duda, las observa con desconfianza considerándolas una actividad que distrae a los ciudadanos del compromiso patriótico o que puede llegar a cuestionar su legitimidad o el monopolio político que ostenta. El gobierno sigue de cerca la religión, tanto en lo que se refiere a su práctica, como al nombramiento del clero o la traducción y edición de libros santos. En Xinjiang, los cuadros del Partido, los empleados del gobierno, los estudiantes y profesores no están autorizados a practicar ninguna actividad religiosa. De todos modos, donde no existe tensión entre Han y minorías, tampoco la religión es un problema. Donde los hay, se presiona porque es un factor diferenciador de la identidad.

El idioma, la cultura y las costumbres. La política oficial enfatiza que más del 70% de las publicaciones en Xinjiang utilizan idiomas de las nacionalidades minoritarias. El gobierno protege las costumbres y el folklore de las respectivas etnias y asegura su presencia a todos los niveles en los medios de comunicación, oponiéndose a cualquier tipo de privilegio, se dice. No obstante, se reconoce ahora como problema la inexistencia de folletos jurídicos en los idiomas de las nacionalidades minoritarias y que la promoción de una educación bilingüe con progresiva y creciente importancia del mandarín sobre las demás lenguas puede ser mejorada. Si un uigur no tiene un buen nivel de chino, tropieza con enormes dificultades para encontrar empleo, lo que convierte la política educativa en un poderoso factor de sinización. Por otra parte, aquellos artistas que se abstienen de participar en las redes folclorizantes promovidas desde el poder son víctimas inevitables de la marginación.

En cuanto al empleo, una reciente instrucción del gobierno central, posterior a la crisis de julio, obliga a las empresas a contratar personal local en un porcentaje no inferior al 50% (9). Todas las empresas establecidas en Xinjiang y aquellas que inicien proyectos en la región están sujetas a esta nueva política, que contará con subsidios del gobierno regional del 50% de las cuotas de pensiones durante tres años. Los uigures deben encontrar trabajo en su tierra, esa es la solución propugnada por Rebiya Kadeer desde hace tiempo, algo que no venía sucediendo y que ahora se intenta corregir.

El panorama del empleo en Xinjiang, especialmente para las minorías étnicas, es habitualmente desolador. La tasa oficial de desemplo en las zonas urbanas (2008) es del 3,7%, pero en las zonas rurales es mucho mayor y los ingresos son más reducidos. En 2006, la exportación de mano de obra a las zonas de la costa, primero en el distrito de Jiashi, en el sur de Xinjiang, y después en todo el territorio, ha llevado a miles de uigures a trabajar en otras zonas del país. En 2008, fuentes oficiales hablan de 250.000 personas. Los uigures critican que el 60% de los migrantes son mujeres y que muchas de ellas acaban en la prostitución mientras que otra buena parte no tienen intención alguna de regresar. La emigración uigur, por otra parte, es considerada, en ocasiones, como una amenaza sobre el empleo de los Han, lo que ocasiona conflictos. En realidad, nunca llegan a mezclarse entre ellos, viviendo en mundos separados.

Por último, cabe mencionar la insuficiencia autonómica. La voluntad de control asfixia cualquier hipótesis de autonomía política sustentada en el ejercicio del autogobierno por parte de la población uigur, fuertemente mediatizada por el poder Han, a lo sumo dispuesto a facilitar cierto nivel de desarrollo económico a cambio de la renuncia a las reivindicaciones políticas. Ninguna de las cinco regiones autónomas chinas dispone de normas legales que detallen sus capacidades y competencias, ello a pesar del auge legalista que China vive en los últimos años y que ha infravalorado la importancia de esta cuestión.

La reacción de las autoridades chinas

¿Cómo es posible que en una región tan estrechamente vigilada por militares, paramilitares y fuerzas de reserva, unos 20.000 efectivos en total, pueden campear a sus anchas durante 48 horas todo tipo de bandas empeñadas en matar e incendiar todo a su paso? No faltan argumentos para la teoría de la conspiración con vistas a debilitar a Hu Jintao y condicionar su papel en la inminente sucesión del liderazgo. De hecho, según revelaciones del semanario de Hong Kong, China Weekly, un periodista iugur, Heyrat Niyaz, alertó a las autoridades dos semanas antes de los disturbios acerca de la inminencia de un conflicto.

Control del tráfico en ciertas áreas de la capital y en todos los accesos de las principales ciudades de Xinjiang, asi como presencia militar y policial reforzada, se complementaron con la interrupción de los servicios de Internet que tres meses después permanecían bloqueados, asi como los de msn y las llamadas internacionales, con el objeto de impedir su utilización para organizar más disturbios.

La “mano de hierro” con que las autoridades amenazaron para frenar la rebelión incluía “ataques preventivos” contra los considerados enemigos, la prohibición temporal de rezar en las mezquitas o el aumento del control de la residencia, además de la imprescindible propaganda (camiones con megafonía, carteles, videos en los almacenes, en los cines, en la TV, fotos de Rebiya Kadeer y el Dalai Lama como antítesis de la seguridad, el desarrollo, la estabilidad, la felicidad...). La oposición habla de unos diez mil desaparecidos, ciertamente dificil de contrastar.

A diferencia de lo ocurrido durante la crisis tibetana de 2008, las autoridades reaccionaron con gran celeridad para informar de lo ocurrido en Urumqi (no tanto de otras ciudades como Kashgar, Aksu, etc., donde también hubo manifestaciones y altercados aunque sin víctimas). Pasadas 48 horas de los incidentes, los medios extranjeros podían moverse con relativa libertad por la capital de la región. La cobertura fue más abierta, lo que también permitió hacer pasar su mensaje y versión con más facilidad a través de los medios internacionales, ganando credibilidad frente al escepticismo que siempre generan las informaciones fabricadas en los medios chinos debido a su extrema dependencia del poder. La apertura informativa del primer momento, tampoco alcanzó a la represión posterior. Varios periodistas de Hong Kong fueron vapuleados sin piedad al cubrir los incidentes de septiembre en la capital.

Durante la visita que el presidente Hu Jintao realizó a Xinjiang entre el 22 y el 25 de agosto, efectuando por primera vez declaraciones públicas al respecto desde su regreso anticipado de Italia, el mensaje oficial sorprendió por su aparente carácter inamovible, insistiendo en promover el desarrollo y la estabilidad. El principal problema de Xinjiang, dijo Hu, no es el separatismo étnico sino el desarrrollo económico.

Dos meses después de los incidentes, los Han se manifestaban en Urumqi para exigir más seguridad frente a los ataques de los uigures que, armados con agujas hipodérmicas, sembraban el pánico en la ciudad. De nuevo, cinco muertos. Por primera vez, la reacción no fue solo administrativa (reforzamiento del control del tráfico de productos químicos tóxicos solo dispensables con autorización policial) sino también política, cesando a dos responsables del Partido en la capital, con el objeto de acallar las protestas. El cese del secretario del PCCh en Urumqi, Li Zhi, nombrado en noviembre de 2006, abrió un compás de espera a propósito del futuro político del jefe del PCCh en la región, Wang Lequan, natural de Shandong, miembro del Buró Político desde 2002 y aliado de Hu Jintao, al frente de Xinjiang desde hace quince años, y a quien muchos le reclaman la inmediata dimisión, al igual que al presidente de la región autónoma, el uigur Nur Bekri. (10)

Los poderes central y regional tienen, sin duda, una clara responsabilidad política en lo sucedido por no haber previsto esta situación, posiblemente manejada por fuerzas extremistas pero minoritarias. Culpar a la oposición en el exterior utilizándola como chivo expiatorio elude la cuestión básica: la mayoría de los uigures exige que se respete su cultura y su religión, rechazando las discriminaciones de que son víctimas, pero la fractura es más social y étnica que religiosa. Desviar la atención sobre lo religioso o lo cultural servirá de bien poco para avanzar en las soluciones que mejoren la convivencia. (11)

Al margen del poder, sorprende la reacción de un amplio sector de la intelectualidad china que, en su inmensa mayoría y con escasos matices, ha cerrado filas en torno al gobierno, adhiriéndose al patriotismo y condenando una influencia extranjera que no tendría otro objetivo que incitar la violencia y dar alas al separatismo con el propósito de desestabilizar el país e impedir que prosiga su camino al renacimiento.

La importancia de Xinjiang para China

Xinjiang, con un fragmento de su territorio que vivió una experiencia autónoma como Turkestán oriental entre 1930 y 1949, es rica en petróleo, gas y recursos minerales. Es una provincia de gran importancia estratégica ya que tiene unos 5.000 km de frontera con un total de ocho países, incluyendo Afganistán –hoy con fuerte presencia de la OTAN- y las ex repúblicas musulmanas de la URSS (Kazajstán, Tadjikistán y Kirguizistán). Esa circunstancia y la estrategia de desarrollo de las regiones del Oeste iniciada con el presente siglo le han provisto de grandes inversiones en los últimos años, pero también ha activado un proceso de colonización intensiva que ha modificado el equilibrio demográfico en favor de los Han, que hace 60 años no representaban más que el 6% de la población local (hoy más del 40%, siendo los uigures el 45%).  

Situada a más de 3.000 km al noroeste de Beijing, en la antigua Ruta de la Seda, es una tierra árida y pobre, pero que posee en la cuenca del Tarim la principal reserva de hidrocarburos de China. Unida al imperio en 1884, siempre ha mantenido veleidades independentistas. Hasta el siglo VIII, el estado uigur que surgió en el territorio noroccidental de China, de hecho bloqueó las rutas comerciales del imperio hacia Samarkanda y Bujará e incluso más allá, hasta Constantinopla, influyendo de modo determinante en el desarrollo de la civilización china. En general, la historia de las relaciones entre el pueblo uigur y el Han no es especialmente pacífica y puede explicar la tradicional orientación de Beijing hacia los mares del sudeste asiático. El impacto de las transformaciones registradas en Afganistán y en Asia Central han estimulado el independentismo a partir de los años 90 del siglo pasado, despertando las naturales inquietudes de Beijing.

Pero la primera clave a tener en cuenta es la energética. La seguridad de China en este aspecto pasa por Xinjiang. En 2009 se han iniciado seis importantes proyectos energéticos que incluyen tres plantas de energía, una red de electricidad, una planta de gas natural licuado y una mina de carbón, con una inversión total superior a 23.000 millones de yuanes. El desarrollo del yacimiento petrolero de Tarim, en el sur, es fundamental para abastecer sus necesidades de crecimiento.

Recientemente se iniciaron en Dunshanzi, en la ciudad de Karamay, las obras de construcción de una reserva petrolera estratégica de 5,4 millones de metros cúbicos, cuyos tanques se llenarán principalmente con petróleo crudo de Rusia y Kazajstán (Xinhua, 25 de septiembre). Actualmente, China dispone de cuatro reservas petroleras estratégicas situadas en Zhenhai, Huangdao, Dalian y Zhoushan, y su objetivo consiste en almacenar la capacidad equivalente a 100 días de importaciones para el año 2020. (12)

China no pondrá en riesgo su control de Xinjiang o Tibet. Son demasiado importantes y no admitirá en ningún caso que se ponga en causa la integridad territorial por el temor a exacerbar todos los separatismos en una imagen que invoca en el imaginario oriental los conflictos yugoslavos o la disolución de la URSS.

Rebiya Kadeer y la oposición uigur

Mujer de negocios y madre de 11 hijos (un privilegio a disposición de las nacionalidades minoritarias que para si quisieran muchos Han, se dice en la crítica oficial), Rebiya Kadeer vive en Estados Unidos desde su puesta en libertad en 2005 y ha sido acusada por China de ser la instigadora principal de los incidentes de julio. A la cabeza del Congreso Mundial Uigur, en los últimos años se ha destacado en la denuncia de lo que califica como “genocidio cultural” de su pueblo. A raíz del incidente, ha reclamado una investigación internacional y lo ha hecho desde diferentes capitales del mundo (Canberra, Tokio, etc), en un pulso permanente con Beijing quien ha movilizado su diplomacia para tratar de evitar la concesión de visados de entrada, acusándola de “terrorista”. La emisión de un documental sobre su vida en el Festival de Cine de Melbourne ha enturbiado las relaciones con Australia e incidentes similares se han registrado en la Feria del Libro de Francfort (Alemania) y en otros lugares, donde a la par de la presencia china se desarrolla la protesta uigur y de otras nacionalidades, en especial, la tibetana. El Dalai Lama expresaba en Praga el 11 de septiembre su apoyo a las demandas uigures. Las presiones continentales, por otra parte, han forzado la decisión de Taipei de negarle el visado de entrada para atender una invitación cursada desde la ciudad taiwanesa de Kaohsiung.

China asegura que Rebiya Kadeer es un ejemplo claro de las bondades de su política étnica. Siendo uigur, fue la primera mujer en convertirse en millonaria, abriéndosele las puertas de la participación política. En 1995 fue elegida miembro de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino y representó a China en la IV Conferencia Mundial de Mujeres. Su marido, antiguo preso político, se fugó a EEUU, siendo ella detenida tres años más tarde bajo la acusación de divulgar secretos de Estado al extranjero, al haber informado a su marido de los disturbios registrados en Yining en 1997. Fue condenada a 8 años de prisión y liberada antes de cumplir la condena por motivos de salud, autorizándose el viaje a EEUU para reunirse con su marido, al parecer, con la promesa de no “meterse en política”. En 2006 fue elegida presidenta del Congreso Mundial Uigur. La reacción en China no se hizo esperar: dos de sus cuatro hijos varones fueron detenidos de inmediato.

Lo cierto es que Rebiya Kadeer solo representa a una fracción de la amplia y heterógenea oposición uigur, nutrida de una militancia islamista que en los últimos años ha entablado estrechos contactos con fuerzas similares, especialmente de Asia central, Pakistán o Arabia Saudita, estudiando en sus madrasas o militando en el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental o en el Partido Uigur de Asia central, entre otras agrupaciones. Estas conexiones han alertado a la diplomacia china, naturalmente interesada en fortalecer la cooperación antiterrorista con los países de la región.

El eco internacional de la crisis

Para China, hay tres principios que hoy día son esenciales: su sistema, la soberanía nacional y la integridad territorial, y el crecimiento económico y el desarrollo social. El repudio a las intervenciones exteriores más o menos blandas, clandestinas o no, en asuntos relacionados con estos temas es tajante.

China insiste en reclamar su pleno derecho a gestionar la crisis como un problema exclusivamente interno. No obstante, preocupada por la reacción en el mundo árabe, las comunidades musulmanas de Medio Oriente y los grandes estados musulmanes de Asia, incluida Asia central, donde se registraron llamamientos al boicot a los productos chinos, rapidamente envió emisarios a todas las capitales para explicar la naturaleza del problema, especialmente en su vertiente religiosa: “los 22 millones de musulmanes de China cuentan con 43.000 mezquitas de las que solo en Xinjiang hay 24.000”. En Alma-Ata, miles de personas se manifestaron el 19 de julio en solidaridad con los uigures. La red magrebí de al-Qaeda amenazó directamente los intereses chinos en África del Norte para vengar a los uigures, en lo que supone la primera amenaza de este tipo a China. En la reunión especial sobre la crisis de Xinjiang convocada por la Organización de la Conferencia Islámica, los cálculos políticos evitaron que se produjera algún tipo de pronunciamiento crítico, a excepción de Turquía, evidenciando el peso económico y la influencia diplomática de China. Siendo esa la actitud del poder, dificilmente se puede esperar actitudes más combativas de las respectivas sociedades civiles, practicamente destruidas y sometidas por los correspondientes regímenes. También la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) ha brindado su apoyo a China, en cuyo origen influyó en su día la preocupación por hacer frente al desafio uigur.

El 30 de agosto, el ministro de asuntos exteriores Yang Jiechi recibía en Beijing a Zafer Caglayan, enviado especial del primer ministro turco para aclarar posiciones en cuanto al incidente y ajustar puntos de vista en relación a la lucha contra el terrorismo y el separatismo, en defensa de la integridad territorial. El primer ministro Erdogan habló de los disturbios como “un tipo de genocidio”, acusación que fue duramente reprobada por Beijing.

El propio Hu Jintao recibía semanas antes al principe heredero de Abu Dhabi, Mohammed bin Zayed al-Hahayan, con el objeto de resaltar la comprensión existente entre China y los países islámicos y revalidar la aceptación de que el problema de Xinjiang es un asunto interno.

La respuesta de los países occidentales también fue comedida: condena de los hechos, preocupación por lo sucedido, pero guardando las distancias con los “revoltosos”. No obstante, pudiera haber quedado de manifiesto cual es el talón de Aquiles que puede hacer peligrar la estabilidad del proceso de emergencia de China, revelando a todas luces que el de las nacionalidades minoritarias debe ser un asunto central de la agenda política, especialmente una vez que Beijing ha logrado encauzar las relaciones con Taipei. Sin duda, es uno de sus mayores desafíos a futuro.

En los primeros días de julio, los ataques contra las misiones diplomáticas de China se sucedieron en Los Angeles, Munich, Washington, Ankara, La Haya, Oslo, Canberra, Tokio, Estocolmo... Hay importantes comunidades de uigures en Alemania, Suecia y Estados Unidos. Se estima que unos 20 millones de personas integran la diáspora uigur.

La Administración Obama reclamó a China que no presionara a los familiares de Rebiya Kadeer, sobre quienes pesarían avisos de expulsión e intentos de demolición de sus viviendas. Familiares de Rebiya Kadeer habrían suscrito cartas y comparecido en la televisión china para pedirle que dejara de “organizar actividades terroristas” en Xinjiang. Desde Australia, Rebiya acusó a Beijing de practicar la tortura psicológica contra sus hijos.  No obstante, la oposición uigur se ha mostrado “perpleja y decepcionada” con la actitud de la Casa Blanca, siempre más proclive a defender a los tibetanos que a los uigures. Rebiya Kadeer, quien se reunió con George W Bush desatando las naturales iras de Beijing, demanda a Washington la apertura de un consulado en Urumqi. La comisión estadounidense de libertad religiosa reclamó de Obama sanciones contra China por la represión en Xinjiang. Por otra parte, el Comité por la eliminación de la discriminación racional de la ONU apeló a China a evitar el uso desproporcionado de la fuerza y a garantizar un proceso equitativo a las personas detenidas en dos disturbios, respetando el principio de presunción de inocencia.

El eco internacional de las reivindicaciones uigures no es el mismo que el logrado por los tibetanos. Su fe musulmana alimenta las reservas de amplios sectores en el exterior, pero, sin duda, estas dos nacionalidades encarnan la resistencia, más violenta en un caso y más pacífica en otro, a los procesos de sinización impulsados de facto por el gobierno chino. Pero la imagen de China sufre en el exterior con estos problemas. Las críticas occidentales hacen crecer sentimientos de hostilidad entre los Han, que todo lo reducen a un complot exterior contra China, lo que facilita la rápida dilapidación del capital de simpatía, poco o mucho, que pudiera tener, enturbiando el diálogo y la comprensión bilateral.

Conclusión

Los disturbios de Xinjiang preocupan mucho en la dirección del país. En la reunión de secretarios provinciales del PCCh celebrada el 30 de julio, el gobernador de Guangdong, Wang Yang, quien visitó y consoló a los uigures heridos en el incidente desatado en su provincia ya antes del 5 de julio, también aliado de Hu Jintao, destacaba la evidencia de que la gestión de los problemas de las nacionalidades minoritarias debía ajustarse y mejorarse, porque si no habría nuevos problemas, afirmación que contrasta con la versión oficial de que la situación está bajo control. Pero reducirlo todo a la acción de las tres fuerzas maléficas (extremismo, separatismo y terrorismo), habitual en el lenguaje político chino, suena a insuficiente y vacío para explicar la complejidad de la situación. 

Estos hechos no son un episodio puntual. Aunque los disturbios son las más graves en mucho tiempo, lo cierto es que ya durante el pasado año se multiplicaron los incidentes con grupos terroristas, al igual que las denuncias de la represión política y religiosa auspiciada por Beijing con la excusa de la lucha contra el terrorismo (13). Solo un mes antes del incidente, el gobierno había anunciado el desmantelamiento en la región de siete células terroristas desde principios de año. El 4 de agosto de 2008 en Kashgar, dos terroristas segaban la vida de 17 policías y otros 15 quedaban malheridos, cuatro días antes de la inauguración oficial de los JJOO. Seis días más tarde, una cadena de explosiones se producía en Kuqa, dejando un saldo de dos muertos. La destrucción de campos de entrenamiento de terroristas en la meseta de Pamir y las acciones desesperadas de estos protagonizan la noticia con relativa frecuencia, reconociendo las autoridaes el auge experimentado en los últimos dos años.

La insuficiente explicación de lo sucedido y la falta de autocrítica nutre, por otra parte, el recelo de la mayoría Han en otras zonas del país ante la imposibilidad de entender el comportamiento de unas minorías que gozan de más derechos que ellos. Incluso se ha dado el caso, como en Chongqing, de que estudiantes Han han llegado a falsificar su origen étnico con el objeto de hacerse con puntos adicionales para facilitar su acceso a la universidad y mejorar sus expectativas en el “gao kao”, el examen nacional de admisión, un trato preferencial solo dispensado a las nacionalidades minoritarias.

Hu Jintao es de la convicción de que el progreso material asegura la estabilidad, y sin duda es condición necesaria, pero no basta. El trato a las nacionalidades minoritarias en China alterna la represión y el paternalismo, pero carece de un diseño político que sugiera para ellas un protagonismo de nuevo tipo que les reporte dignidad y oportunidades en el ejercicio público sin más interferencias que las previstas en un marco legal que hoy día adolece de numerosas carencias formales y conceptuales. El catálogo de derechos formalmente reconocidos a las nacionalidades minoritarias en la legislación china vigente es una modalidad de discriminación positiva que a modo de concesión no ha generado una evolución apropiadora de su destino, sino que más bien tiende a servir de exhibición del “buen trato” formal dispensado por los líderes (y hermanos mayores) chinos, algo por lo que deberían mostrar siempre un singular reconocimiento, motivando incluso el celo y la envidia en la mayoría Han.

China tiende a observar sus problemas nacionales con esa doble actitud: incomprensión absoluta de las protestas dado que las nacionalidades minoritarias gozan de “más” derechos que la mayoría Han en algunos ámbitos (natalidad, acceso a la educación, representación política, etc.); y denuncia de la implicación de fuerzas externas (en este caso del Congreso Mundial Uygur) con el objetivo de alterar la estabilidad y dañar la convivencia, eligiendo para ello fechas cargadas de especial significación y simbolismo, ya sean los JJOO o la celebración del sexagésimo aniversario de la fundación de la República Popular. Muy extraordinariamente pasa por su cabeza que el problema central que está en el origen de hechos como este, más allá de las circunstancias concretas del caso, radique en la propia concepción del Estado y de las políticas autonómicas promovidas en los últimos años donde prima cada vez más la dimensión antropológica, pseudo religiosa, etc., cualquiera menos la propiamente política, confiando en que la mezcla de paternalismo y desarrollo pueda operar el milagro de la aceptación de su dominio, confiando en la suficiencia de una relativa e irregular tolerancia religiosa y cultural, convertida en parque temático para el consumo turístico.

La tensión que late en Xinjiang es inseparable de la inagotable invasión demográfica de la mayoría Han, pero también de la imposición de un modelo económico de corte neocolonial y de la  fuerte desconfianza interétnica, circunstancias que pueden convertir una mínima chispa en un incendio pavoroso. Ni la fuerza bruta ni la inversión de miles de millones de yuanes garantiza la integración de Xinjiang (como de Tibet) en China, como tampoco podrá conseguirse por la vía de repoblar ambas regiones con población Han.

China no puede quedarse al margen del resurgir de los particularismos que se expande por todo el mundo. La obsesión por la uniformidad, exhibida en su pertinaz propaganda pro Han, reforzada con la rigidez de la centralización política, es fuente segura de conflicto. La falta de flexibilidad se puede apreciar hasta en aspectos anecdóticos como el huso horario vigente en la zona, el mismo de la capital, aunque los residentes locales no lo respetan, reduciéndolo en dos horas. 

El tirón desarrollista de las décadas de reforma y apertura es asumido por la mayoría Han como un elemento modernizador que contribuye a la mejora general de su estatus, acercando el logro de la prometida existencia relativamente acomodada. En ese proceso, el propio gobierno ha incentivado la colonización de las áreas más atrasadas del país, no por casualidad con predominio de presencia de nacionalidades minoritarias, en un esfuerzo por reducir los desequilibrios territoriales, para redistribuir los beneficios de la modernización en curso y también para poner en explotación los importantes recursos naturales de todo tipo que abundan en dichas zonas y que hoy son imprescindibles para asegurar que la caldera del crecimiento funcione a toda máquina.

Esa lógica ha facilitado la mejora de ciertos índices y el aumento de las cifras absolutas en muchos dominios, pero también es verdad que los protagonistas del cambio son, en su mayoría, inmigrantes procedentes de otras zonas de China que poco a poco van reduciendo a pura anécdota el tradicional modus vivendi local. La nueva conquista del Oeste promovida por el gobierno chino hace una década ha orillado una vez más la importancia de las colectividades nacionales locales y se ha apropiado del cambio sin que sus teóricos beneficiarios puedan sentirse parte de él, convencidos de que lo celebrarían sin rechistar.

Practicando un “paternalismo desconfiado”, el gobierno chino calcula que superando la pobreza y el atraso, causas del descontento, el desarrollo puede ser un poderoso modelador de identidades, uniformador de formas de vida y destructor de las diferencias, reducidas en este caso a una diversidad a la baja, carente de operatividad y expectativas reales, languideciente y condenada a la curiosidad museística. No obstante, frente a la hipótesis de la sumisión “natural” derivada de este progreso, las tensiones que tal proceso está originando sugieren una exacerbación de las respectivas identidades, viviendo cada una de espaldas a la otra.

Cambiar el modelo de desarrollo, empeño que anima hoy las preocupaciones esenciales del gobierno central chino, no solo significa prestar más atención al medio ambiente o a la innovación tecnológica, sino que debe suponer también conceder mayor importancia al factor social, una dimensión ya en la agenda, pero que no puede ignorar las perspectivas culturales e identitarias que puedan tener otras nacionalidades con otras concepciones del desarrollo arraigadas en su territorio y su forma de ser y que hoy pueden sentirse arrinconadas, cuando no simplemente despreciadas. Conformarse con echar balones fuera en estas condiciones es la mejor receta para que tan graves hechos puedan volver a repetirse.

Beijing, pese a disponer de hasta cinco grandes regiones autónomas, no cree en la autonomía real y todo son miedos y recelos hacia el autogobierno. Xinjiang, como Tíbet,  es formalmente autónomo, dispone de órganos propios en los que se cuida de expresar la representatividad tan heterogénea de su amplio territorio, pero todos saben que el poder real es ejercido desde la organización territorial del PCCh, con un Han a su cabeza, Wang Lequan en este caso, a imitación de los gobernadores que en su tiempo enviaba el Emperador a las tierras más lejanas y remotas con la misión de mantener el orden y vigilar las fronteras del reino. En tanto las nacionalidades minoritarias, muy especialmente aquellas –como la uigur- que se resisten a la sinización, no dispongan de mecanismos efectivos para desarrollar su identidad en condiciones normales, este tipo de crisis irá en aumento. Pensar que la modernización en curso puede moderar estas reivindicaciones es una ilusión que, como se ha visto, puede costarle cara al régimen y ser causa de grandes desgracias.

¿A qué se debe la parálisis en la política de nacionalidades cuando en tantos otros campos China ha realizado un esfuerzo de adaptación y creatividad constante? El atolladero en que se encuentra la política en materia de nacionalidades del gobierno chino y del PCCh es directamente consecuencia tanto del interés mostrado por reducir la dimensión del problema a categorías como la economía, la religión, la cultura, o el turismo, como del empeño en evitar la dimensión política del conflicto. Pero más desarrollo, por sí solo, no va a suprimir el apego a las identidades respectivas, del mismo modo que el auge experimentado por China en los últimos 30 años no ha conducido a una asunción ciega del discurso occidental sino, al contrario, se está convirtiendo en el soporte de un nuevo impulso a la identidad milenaria china, incluidas sus raices confucianas. Esa deliberada minusvaloración de la importancia de los problemas nacionales y la prioridad otorgada a otros asuntos, económicos esencialmente, están a punto de conducir al colapso en esta materia.

Beijing ha logrado sinizar la mayor parte de las 55 nacionalidades minoritarias del país, convertidas, en su mayoría, en protagonistas de parques temáticos que producen hilaridad, o, a la espera del turismo depredador, en usufructuarios preferentes de sus maravillas geográficas y naturales, aunque no siempre sin conflicto, como ocurrió recientemente en las Cataratas de Huangguoshu, las mayores del país, sitas en la región autónoma de Guizhou, donde también los campesinos de la nacionalidad zhuang se enfrentaron a las autoridades. Esa sinización es, en cierta medida, otra expresión de fracaso de una política auténticamente orientada a proteger la diversidad étnica. Es evidente que no es el caso.

El efecto bola de nieve preocupa. En la vecina Tibet, donde las imágenes de Urumqi servidas por la televisión china recordaban los disturbios de marzo de 2008, el Ejército, temeroso del contagio, movilizó a miles de efectivos por tierra y aire para impedir cualquier hipotética extensión del conflicto. Pero la prevención debiera ir mucho más allá, impulsando una reflexión que actualice los enfoques y las políticas, arbitrando medidas lo suficientemente audaces como para restablecer el equilibrio en las relaciones interétnicas. Hu Jintao hace bien en preocuparse. No le queda mucho tiempo para corregir tan peligroso rumbo.

¿Puede China frenar el secesionismo? ¿Como hacerlo? Dos vías están sobre la mesa. La primera consiste en acentuar el proceso actual, es decir, acelerar la vía de la asimilación cultural de las nacionalidades minoritarias, reforzar el dominio y presencia de los cuadros Han en los gobiernos regionales y provinciales de las zonas autónomas, impulsar la creación de barriadas mixtas, consideradas menos conflictivas, promover la emigración de las nacionalidades minoritarias a otras zonas de China con el argumento del empleo, favorecer los matrimonios mixtos..... todo ello con el objeto de urgir una plena y más fácil y rápida dilución de las culturas resistentes (fundamentalmente a uigur y la tibetana) y facilitar el avance dominante de la cultura Han.

El otro camino apunta en un sentido totalmente contrario. Significa apostar por la modernización de la arquitectura institucional china, sugiriendo fórmulas que permitan avanzar en el autogobierno de las nacionalidades minoritarias, en la asunción de responsabilidades, en la plasmación de un código de conducta basado en la lealtad y en el respeto mutuo, formalizando y reforzando cada vez más el sistema autonómico y dotándono de contenidos, normas e instituciones que permitan el desarrollo de las respectivas identidades. Veremos cual de las dos se impone.

Desde el exterior, flaco favor se le puede hacer a China si reducimos la naturaleza del problema a maniobras subversivas de la CIA o nos relajamos en el acompañamiento complaciente de un discurso oficial carente de matices que elude atender la reivindicación de tolerancia e integración indispensables, cayendo en la simpleza de reducir al Congreso Mundial Uigur y Reibiya Kadeer la pluralidad de voces existente en dicha oposición o en el maniqueísmo interesado de equiparar defensa de la identidad nacional no coincidente con la política étnica hoy oficial con violencia y terrorismo. No cabe secundar independentismos de signo teocrático, pero si alertar del progresivo distanciamiento entre la realidad y el discurso oficial, lo que será fuente de nuevos problemas.
 
Entre la intransigente defensa de una soberanía estatal uniformizadora y el secesionismo existe un amplio margen para arbitrar fórmulas y espacios de entendimiento que favorezcan una profundización del autogobierno de las nacionalidades minoritarias. Este tema debe figurar en la agenda política y debería facilitarse la discusión interna sin temer las disensiones naturales que el debate democrático pueda dejar traslucir. Así acontece en China con la política económica, social o demográfica, ¿por qué no en relación a las nacionalidades minoritarias? Por otra parte, la intelectualidad china tiene aquí un papel crucial a desempeñar, alejado de cualquier chovinismo y coherente con las ambiciones de una mayor profundización democrática, para alejar el cisma cultural y político que está en el origen de los disturbios, propiciando un gran debate sobre las identidades y las causas profundas de los conflictos que emergen de una frustración indisimulable de amplios sectores de las poblaciones locales.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org)

 

 

CITAS:

  1. Xinhua, 7 de julio de 2009.
  2. Xinhua, 23 de septiembre de 2009.
  3. AFP, 6 de julio de 2009.
  4. Xinhua, 12 de julio de 2009.
  5. Como he podido comprobar personalmente en septiembre de 2009, la reconstrucción de las viviendas demolidas en Kashgar no acostumbra a respetar la estructura original.
  6. Xinhua, 21 de septiembre de 2009.
  7. En Aujourd’hui la Chine, http://www.aujourdhuilachine.com/
  8. Xinhua, 20 de julio de 2009.
  9. Xinhua, 27 de septiembre de 2009.
  10.  Xinhua, 7 de septiembre de 2009.
  11.  En una conversación con responsables del Instituto de Etnología y Antropología de la Academia de Ciencias Sociales de China si se ha reconocido cierta torpeza de las autoridades locales incluso a la hora de gestionar el desarrollo económico debido a la supuesta fascinación causada por el esplendor costero usado como paradigma y modelo a imitar, parecer que no se comparte a nivel central.
  12.  En China.org, 25 de septiembre de 2009.
  13.  Xinhua, 6 de julio de 2009, Historia de las alteraciones del orden público en Xinjiang.
 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China

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