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Renmimbi y realismo
Alfredo Toro Hardy (OPCh, 01/07/2010)

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China ha inundado al mundo con sus productos: dos tercios de las fotocopiadoras, zapatos, juguetes y hornos de microonda, la mitad de los equipos de DVD, cámaras digitales y textiles, un tercio de las computadoras personales y de los lectores de DVD-ROM, así como un cuarto de los celulares, pantallas de televisión y estéreos para vehículos (Martin Jacques, When China Rules the World, London, Allen Lane, 2009).

Según muchos lo anterior es resultado de una moneda subvalorada entre un 20 y un 40 por ciento en relación a su valor de mercado, lo cual abarata artificialmente sus exportaciones. Si bien China no acepta esta premisa, lo cierto es que Estados Unidos y Europa han venido presionando fuertemente en relación a la revalorización del renminbi, como fórmula para elevar su capacidad competitiva.

El pasado 19 de junio el Banco Central de China anunció, por primera vez en varios años, una mayor flexibilización en la tasa de cambio de su moneda. Para algunos como el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, ello constituye tan sólo una burla en relación a lo que realmente se solicitaba de China: una revalorización sustancial del reminbi (“A renmimbi runaround”, International Herald Tribune, 26/27 junio). Para otros como el especialista en China Behzad Yaghmaian, ello se entrelaza con la reciente legislación a favor de los trabajadores y con la mayor tolerancia frente a las huelgas obreras, para dar forma a una nueva estrategia económica. Esta última dejaría de apuntar hacia las exportaciones de bajo costo, para reorientar la mano de obra hacia la especialización tecnológica (“Follow the renmimbi”, Internacional Herald Tribune, 28 junio).

Ambas versiones resultan sin duda exageradas. China no puede revalorizar de golpe y porrazo su moneda en los altos porcentajes que aspiran tanto Krugman como las autoridades estadounidenses. Suponer lo contrario sería pecar gravemente contra el realismo político. Ello colocaría al renmimbi a merced de los especuladores financieros internacionales, desataría una seria crisis social doméstica y echaría por tierra la autonomía y progresividad de su modelo económico: claves mismas de su éxito. Por lo demás presentaría al Partido Comunista como débil y obsecuente frente a Occidente, lo que le representaría un muy alto costo político. Desde todo punto de vista una revalorización sustancial del renminbi se encuentra fuera del marco de lo posible.

Sin embargo tampoco es lógico suponer, como pareciera hacerlo Yaghmaian, que China está dando un golpe de timón en dirección a la especialización tecnológica. El país no ha alcanzado aún lo que los economistas llaman el “punto de inflexión Lewis”: cuando desaparece el excedente de mano de obra y ésta se encarece inevitablemente. La vastedad y diversidad regional de su mano de obra disponible permitirá aún durante largo tiempo una estrategia dual: especialización tecnológica en sectores de avanzada y producción de bajo costo para la abundante mano de obra no especializada. El reciente anuncio de Foxconn  de mudar su emporio manufacturero, el mayor en materia electrónica del mundo, desde Shenzehen hacia las provincias de Tianjin y Henan da buena idea de la tendencia prevaleciente. Ello implica abandonar la mano de obra encarecida de la provincia costera de Guandong con miras a reclutar a 300.000 nuevos trabajadores en las provincias de tierra adentro antes referidas. No debe confundirse, en tal sentido, la intención del Presidente Hu Jintao y del Primer Ministro Wen Jiabao de buscar una mayor armonía social que compense los excesos neoliberales de Deng y Jiang Zemin, con cambios radicales en la estrategia económica.

La flexibilización en el tipo de cambio pareciera inscribirse dentro de lo que ha sido la estrategia favorita de los chinos desde 1979: una progresividad definida en función de sus propias necesidades. En el fondo más le convendría a europeos y norteamericanos que ello fuese así, pues el día en que China comience a subir por la escalera tecnológica con clara determinación de propósito y sentido de premura, se encontrarán sin duda en serios aprietos. Los inmensos recursos financieros chinos, su capacidad para acceder a la tecnología bien sea comprando a las empresas trasnacionales que la producen o como contrapartida de acceso a su inmenso mercado, su mano de obra siempre más barata que la de Occidente, la disponibilidad de sus universidades para graduar a cientos de miles de ingenieros al año, el amplio “pool” de científicos chinos formados en Estados Unidos y su talento natural para las matemáticas y la ciencia, son sin duda huesos difíciles de roer.

Una China que compita directamente por los espacios productivos que aún preservan norteamericanos y europeos puede convertirse en una verdadera pesadilla para aquellos. Máxime que ello no contribuiría a devolverles los empleos que ya perdieron y que obviamente migrarían hacia Vietnam y compañía el día en que China los deseche. Para Occidente ello implicaría arriesgar lo que tiene sin poder recuperar lo ya perdido. Como bien señala Robyn Meredith: “Si el valor del renminbi aumentara los productos chinos resultarían mucho menos competitivos en comparación con los de otras naciones de bajos salarios. Este cambio obligaría a los propietarios de las fábricas chinas a moverse hacia arriba en la cadena productiva para permanecer vigentes, dejando que las manufacturas baratas se trasladaran a Vietnam o a India. Para justificar los mayores costos el monstruo productivo chino debería comenzar a especializarse en bienes más complejos y caros, lo que lo haría competir directamente con los productos manufacturados que todavía fabrica Estados Unidos”, The Elephant and the Dragon, New York, W.W. Norton & Company , 2007, p. 197).

Las ganancias de corto plazo que sin duda derivaría Occidente de una significativa revalorización del renmimbi, se verían contrarrestados con el despertar del gigante tecnológico dormido que hay en China. El sentido común aconsejaría menos simplismo político y mayor prudencia económica en relación a este tema.

 

Alfredo Toro Hardy,
D
iplomático y académico venezolano.
Ha sido Embajador en Washington, Londres, Madrid y Brasilia, entre otros destinos y es autor o coautor de 29 libros en relaciones internacionales.

 

 
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