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China: ¿arriba o abajo?
Xulio Ríos (El Periódico, 30/10/2010)

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La confirmación de China como segunda potencia económica mundial y los vaticinios de que en poco más de una década podría superar incluso a EEUU, pasan por alto una realidad más compleja que debiéramos tener presente. Aun logrando superar en números absolutos a EEUU en 2020, no por ello China se convertirá, automáticamente, en el país más poderoso del mundo.

China es, sin duda, un gigante económico, pero no una superpotencia económica. Es grande su volumen comercial, pero la estructura de su comercio presenta claras fragilidades: el procesamiento absorbe la mitad del total y sus exportaciones se concentran principalmente en productos dependientes de mano de obra intensiva y que requieren gran consumo de energía. Dichas circunstancias constituyen el principal argumento que justifica esa apuesta por cambiar el modelo de desarrollo, un proceso complejísimo y que supondrá elevados costes. A mediados de agosto último, por ejemplo, Pekín reconocía las enormes dificultades para lograr la meta de reducir el consumo energético por unidad de PIB en un 20% en un plazo de cinco años a partir de 2006. Este es el último año del periodo y la media se sitúa en torno al 14%. En algunas provincias ya se han anunciado drásticos cortes de electricidad y cierres de empresas.

Además, buena parte de China sigue plagada de pobreza y subdesarrollo. Es verdad que la mayoría de los chinos viven bastante mejor que hace 30 años, pero hay 150 millones de pobres según la ONU. La población rural pobre asciende a unos 40 millones, el equivalente a la población española. En términos de desarrollo humano, ocupa la posición 92. Según datos del Banco Mundial, el PIB per cápita de China en 2009 ascendió a 3.687 dólares, ocupando el puesto 103 a nivel mundial. El PIB per cápita de EEUU en el mismo año ascendió a 46.436 dólares. En suma, no se pueden subestimar sus capacidades, pero tampoco exagerar ni descontextualizar.

En los últimos años, China ha ofrecido al mundo la imagen de su modernidad y no la de su atraso, reforzando su perfil internacional. Los Juegos Olímpicos fueron fiel reflejo de dicha estrategia. Su enorme potencial en numerosas áreas le ha permitido batir un récord tras otro en múltiples campos desatando a un tiempo admiración y temor. Pero existe una realidad en China que es la antítesis de dicho brillo y que ahora empieza a aflorar, incluso a instancias del propio gobierno que ha comprendido tanto la necesidad de moderar las expectativas y la arrogancia propias como para evitar el afianzamiento en el exterior de una imagen deturpada en la que cada vez priman más los inconvenientes que las ventajas. A modo de ejemplo, el diálogo de alto nivel celebrado en agosto entre China y la Unión Europea (UE) no se efectuó en Beijing o Shanghai, sino en Guiyang, la capital de Guizhou, la provincia más pobre de China, con una superficie tres veces inferior a la de España, más de 40 millones de habitantes y una renta per cápita de 294 dólares.

Algunas singularidades juegan en su contra y otras a su favor. China, por ejemplo, en términos demográficos, será un país viejo antes de ser rico. En 2050, el 31% de la población china será mayor de 60 años. Su población anciana actual supera ya los 150 millones de personas y la inmensa mayoría no es beneficiaria de ningún tipo de pensión. Por otra parte, será poderoso antes de ser desarrollado, especialmente en virtud de los enormes presupuestos que maneja el gobierno central y que le permiten realizar grandes apuestas estratégicas en ámbitos que inciden en la proyección de su poder y que se desarrollan a velocidad de crucero, si bien ahondando en profundas asimetrías internas.

Una cabal apreciación de esta realidad resulta esencial tanto para que Occidente encare su “desánimo” como para que China modere su engreimiento. Hoy, la demanda de una mayor implicación en la resolución de la agenda de los países desarrollados viene acompañada de un inevitable tira y afloja (yuan, cambio climático...) de resultado incierto. Sin duda, China está en condiciones de intensificar su compromiso y ayuda internacional en órdenes decisivos para el futuro del planeta. Actualmente es ya el segundo mayor donante entre los países en vías de desarrollo, por detrás de Arabia Saudí, y su aporte a las misiones de paz de la ONU es bien conocido. Una mayor generosidad es factible y podría ayudarle a corregir su déficit de imagen internacional, pero sus retos internos siguen siendo tan colosales como arriesgados.

Las reconocidas insuficiencias democráticas añaden hipotecas mayores y de extrema complejidad que si bien se ven atemperadas momentáneamente por una generosa confianza en la disposición formal del PCCh para promover la justicia social, señalan sombras muy reales que, ya sea estando arriba o abajo, tampoco podrá ignorar.



 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China
.
Acaba de publicar “China en 88 preguntas”.

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ÚLTIMA REVISIÓN: 01/11/2010


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