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Las huelgas chinas
Xulio Ríos (El Correo, 24/06/2010)

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De una punta a otra del país, las huelgas se siguen extendiendo en China, aunque solo en las empresas de inversión extranjera (japonesas, coreanas, estadounidenses, taiwanesas....). Las principales reivindicaciones de la colectividad laboral se centran en cuestiones salariales, pero afectan también a las horas extras y otros aspectos relacionados con el cumplimiento de la legislación social vigente (empezando por la formalización de convenios), aprobada en 2007 pero escasamente aplicada.

El propio primer ministro Wen Jiabao ha sorprendido a propios y extraños al reclamar aumentos retributivos y mejores condiciones de vida para los trabajadores menos cualificados, los grandes olvidados hasta ahora y en buena medida artifices del milagro económico chino. El gobierno, pues, no advierte amenazando con la represión contra los huelguistas, aunque se han dado algunos casos puntuales a nivel local, sino que reclama comprensión ante sus demandas. Esa petición responde a la necesidad de moderar el descontento social, al límite en no pocos casos, pero también pretende incidir en una doble dirección: aumentar la capacidad social de consumo (para lo que resulta indispensable una mayor capacidad adquisitiva) e incentivar la implantación empresarial en las zonas del interior del país, más atrasadas y donde los costes laborales siguen siendo muy bajos. La toma de posición de Wen Jiabao, coherente, por otra parte, con su tradicional populismo, no debe entenderse como una muestra de desafección respecto al empresariado presente en el país, sino como una invocación que recuerda la urgencia de establecer un nuevo equilibrio basado en la mejora de las rentas más bajas y el ajuste de las diferencias de ingreso entre ricos y pobres, el auténtico desafio de la estabilidad en una China atenazada por las desigualdades.
 
La transformación que vive el paisaje laboral en el gigante asiático es inseparable también del cambio generacional operado en los trabajadores inmigrantes rurales, los mingong, esa inmensa población flotante (alrededor de 200 millones de personas, según algunas cifras) que ya no acepta las duras condiciones de sus predecesores ni son tan serviles, pero igualmente es expresión del deseo del gobierno central de generar nuevas dinámicas de desarrollo. El proceso da cuenta del agotamiento del modelo de acumulación que ha servido para proyectar a China a los niveles actuales, basado, entre otros, en una intensa explotación de la mano de obra, y de la exigencia de impulsar una mayor atención a todos los aspectos sociales (desde la salud o la educación a la modificación del sistema de registro de residencia o hukou). Esa aspiración se traduce en exigencia de otra actitud a los gobiernos locales y las empresas, ambos inmersos en una alianza de conveniencia para poner fin a esos “incidentes de masas” que en la lectura tradicional constituyen una afrenta a la estabilidad y que debe ser conjurada a cualquier precio. El pronunciamento de Wen ofrece otra orientación a los cuadros locales, escasamente comprometidos con las aspiraciones de los trabajadores inmigrantes del campo, para que moderen su afinidad con el mundo empresarial quien también les presiona para seguir reduciendo costes. Y, por último, una invitación a las multinacionales instaladas en el país, claves en la emergencia operada en las tres últimas décadas, para que se sumen a las exigencias de la nueva etapa.

El impacto que este nuevo fenómeno pueda tener en el desarrollo de la economía china está por ver, pero en ningún caso será dramático. Pese a los aumentos salariales pactados, el coste de la mano de obra sigue siendo muy competitivo, al igual que las condiciones generales para operar en el país. La inversión extranjera directa en mayo, centrada principalmente en el sector manufacturero, ascendió a más de ocho mil millones de dólares, con un aumento interanual cercano al 30 por ciento. Por otra parte, casi 10.000 nuevas empresas extranjeras se han implantado entre enero y mayo, con un aumento superior al 22 por ciento con respecto a 2009. Ello no obsta la existencia de movimientos en sentido contrario. De hecho, los empresarios taiwaneses establecidos en el continente, los taishang, manifiestan una mayor tendencia a reinvertir en la isla, mientras en Taipei se ensayan políticas para tirar provecho de la progresiva desaparición de la ventaja de fuerza laboral barata del continente

El actual movimiento huelguístico no es, per se, desestabilizador. No está dirigido contra el sistema ni presenta signos autónomos de coordinación. Por el contrario, proporciona incluso cierta legitimidad al nuevo discurso gubernamental. Por eso no ha habido condenas ni es previsible que se produzcan en tanto los hechos se desarrollen en márgenes tolerables. No obstante, el proceso pudiera estar solo empezando. Es incluso pronto para descartar que se trate de algo más que episodios aislados.

 

 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China
y autor de “Mercado y control político en China”

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