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Entrevista a Xulio Ríos sobre la República Popular China
Salvador López Arnal (El Viejo Topo, 01/10/2011)

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“[el sistema económico chino] es un sistema híbrido con una economía mixta y en transición. Una peculiar economía de Estado con mercado con una fuerte capacidad de intervención pública que otorga al PCCh considerables atributos de control. Creo que los años próximos serán decisivos para definir la orientación del proyecto”.

 

Para situar al lector y por empezar de algún modo en un tema inabarcable. ¿Puede afirmarse que China, en los dos últimos siglos, antes del triunfo de la revolución, fue una colonia europea? ¿Cuál fue el papel que se le asignó?

En efecto, las guerras del Opio (1839-1841) marcaron un antes y un después en la historia china. El Tratado de Nankín (1841) impuso a Pekín el comercio con Gran Bretaña y le obligó a ceder varios puertos y territorios (como Hong Kong). Otros países (Francia, Rusia o Estados Unidos) se beneficiaron de igual trato a través de los “Tratados desiguales”. La derrota frente a Japón (1894-1895) significó más sumisión y más pérdidas territoriales. Aunque formalmente no fue una colonia si padeció muchas de las injerencias asociadas a esta caracterización.

Estos datos son importantes porque están muy presentes en el imaginario chino y, en buena medida, explican muchas conductas posteriores: el combate reactivo a la identidad tradicional identificada como razón principal de la decadencia del país, la asociación entre modernidad y occidentalización o también, en otro plano, la extrema importancia concedida al alcance y preservación de la unidad nacional y de la soberanía.

El nacionalismo es un ingrediente político fundamental para comprender el devenir de la China contemporánea, y aunque no anima ningún sentimiento de revancha, hace a China muy poco permeable a las críticas exteriores, especialmente cuando provienen de aquellos que en su día no dudaron, por ejemplo, en recurrir al tráfico con opio para dinamitar su soberanía

¿Qué significó para China la invasión japonesa de los años treinta del siglo XX? ¿Se han cerrado las heridas?

La invasión japonesa sembró mucho odio en China. Las heridas no se han cerrado. Quedan aun secuelas importantes: restos de las armas químicas, víctimas de los abusos de las tropas niponas que reclaman justicia, además de desacuerdos territoriales y controversias políticas relacionadas con hechos de trascendencia relativamente simbólica (visitas al templo Yasukuni o el enfoque de los libros de historia) o no tanto (pensemos en la orientación de las más recientes directrices de defensa de Tokio que sitúan a China como una “amenaza”) que ha desatado de nuevo la caja de los truenos, también en Corea del Sur. Según revelan las encuestas, el desamor avanza en las respectivas sociedades. Pese a ello, China es el principal socio comercial de Japón.

Tras la derrota de Japón, China vivió una intensa guerra civil hasta 1949. ¿Qué se jugó en ella?, ¿quiénes fueron los grandes protagonistas de esa batalla?

Los principales protagonistas fueron el Kuomintang (KMT) y el PCCh. Nacionalistas y comunistas colaboraron en los años veinte y treinta. Les unía el ansía común del renacimiento del país y el empeño modernizador. Les separaba el proyecto socio-político. Curiosamente, ahora vivimos (desde 2005) el momento histórico de la tercera cooperación entre ambas fuerzas para desactivar y encauzar la solución del problema de Taiwán, la gran hipoteca territorial pendiente tras la retrocesión de Hong Kong y la devolución de Macao. Taiwán estuvo bajo control de Japón entre 1895 y 1945 y desde 1949 acoge a la República de China, los restos del poder del KMT en el continente.

KMT y PCCh representaban dos formas de entender el resurgir de China. La corrupción del KMT jugó un papel clave en la pérdida de apoyo social. Hoy esa corrupción, muy extendida, es una seria advertencia para el liderazgo del PCCh


Puede darnos algunas informaciones y detalles de esta corrupción del PCCh.

La corrupción está muy extendida en la China contemporánea y afecta a todos los niveles del poder. Recientemente, por ejemplo, se denunciaba el boom de la construcción de campos de golf a pesar de estar prohibida desde hace siete años. Solo en  Beijing hay más de 60 y casi la mitad fueron construidos después de 2004. La propiedad privada de la tierra sigue prohibida en China pero su gestión es una de las mayores fuentes de corrupción ya que de ella depende, en gran medida, la bonanza de las cuentas locales y ello involucra directamente a muchos funcionarios en corruptelas y abusos de poder, a expensas de los campesinos a quienes expropian sus derechos de uso.

En 1949, triunfa la revolución socialista y el Partido Comunista Chino toma el poder. ¿Qué significó para China el triunfo del maoísmo?

La victoria del PCCh tuvo un gran significado nacional e internacional. Situaba a China en la órbita de las revoluciones similares llevadas a cabo en otras latitudes. Su proyecto concordaba con las líneas directrices vigentes en los partidos comunistas de la época, pero en el caso concreto de China significó también la devolución de la esperanza a millones de personas que confiaban en su idoneidad como instrumento para superar no solo el atraso endémico sino también para poner fin a la humillación y dependencia.

¿Por qué rompieron las relaciones los dos grandes países socialistas de la segunda mitad del XX, la República Popular y la URSS?

Las diferencias entre el PCCh y el PCUS ya habían surgido antes del triunfo de la revolución. No olvidemos que el ascenso de Mao en la reunión de Zunyi (1935), en plena Larga Marcha, se produjo a expensas de la facción prosoviética representada por Wang Ming. Mao siempre fue muy “original” en su política. Herético, decía K. S. Karol. Y lo seguiría siendo después de 1949, lo que derivó en enfrentamientos con Moscú que miraba con malos ojos cualquier expresión de heterodoxia. Desde las dificultades para negociar el propio tratado de amistad de 1950 (los soviéticos querían disponer de bases militares en territorio chino) a las discrepancias por el modelo de desarrollo alentado por el PCCh, muchas fueron las causas. Mao lo expresó poéticamente: no puede haber dos soles en el cielo. Y Stalin retrucó: los comunistas chinos son como los rábanos, rojos por fuera y blancos por dentro. El autosostenimiento o el contar con las propias fuerzas son expresiones perennes en el maoísmo. Surgidas en el proceso previo al triunfo, se convirtieron en guía en el poder tras el conflicto con la URSS, considerada símbolo de lo que se dio en llamar el socialimperialismo.

Más de tres décadas después de la muerte de Mao, ¿qué balance se puede hacer de su presidencia y liderazgo?

En mi opinión, Mao, sin duda, fue un gran estratega, dotado de mucho acierto en la conducción del proceso revolucionario, que supo adaptar certeramente a las condiciones nacionales de su país. Sus méritos en el poder son mucho más discutibles. Los desaciertos fueron muy graves. Ello a pesar de que durante sus 30 años al frente de China y a pesar también de los muchos avatares vividos, el país no dejó de crecer económicamente. El culto a la personalidad, su izquierdismo y el afán de control absoluto derivó en una crisis permanente que supuso enormes costes para el país. Oficialmente se habla de un 70 por ciento de acierto y un 30 por ciento de error, porcentajes atribuidos por él mismo a la Revolución Cultural.

Culto a la personalidad, izquierdismo, afán de control absoluto.. ¿Podría dar algunos ejemplos?

Cualquier repaso a una hemeroteca sobre la China de esos años nos permite detectar la omnipresencia de Mao, cuando una de las consignas más populares era la de “cada frase del presidente Mao es una verdad y una palabra suya vale más de diez mil nuestras”. Por otra parte, las acciones de los guardias rojos en los primeros años de la Revolución Cultural, conducidas con el explícito apoyo de Mao y bajo la premisa de “bombardear el cuartel general”, sembraron el caos que Mao necesitaba para erigirse como referente absoluto del poder en China y eliminar a quienes dentro del PCCh no compartían una estrategia política basada en la exacerbación de la lucha de clases. La práctica totalidad de la estructura oficial del PCCh fue dinamitada y muchas de las decisiones principales se tomaban al margen de su institucionalidad. En el IX Congreso celebrado en 1968, más de la mitad de los miembros del Comité Central precedente habían sido acusados de renegados, agentes secretos, etc. Mao fue el gran maestro de ceremonias de todo ese proceso.

¿Zhou Enlai es una figura sin interés para la historia?

La imagen que tenemos de Zhou Enlai es la personificación del gran organizador y administrador fiel y eficiente. Sin duda esa fue su faceta predominante durante muchos años, actuando como el más longevo primer ministro, entre 1949 y su muerte (1976). En cierto sentido, actuó siempre como una fuerza moderadora. No obstante, su papel en los años setenta fue clave para marginar a la Banda de los Cuatro, dando esperanzas a quienes estaban encontraban enfrentados a la viuda de Mao, Jiang Qing.

¿Fueron fracasos totales, sin ningún resto positivo, el gran salto adelante y la denominada revolución cultural proletaria?

Hombre, nunca todo es del todo negativo. Muchos chinos añoran hoy la igualdad reinante entonces, por ejemplo, e incluso el entusiasmo de aquella época. Esto explica en parte el renacer de lo que se da en llamar neomaoísmo que encuentra terreno abonado en la inmensa bolsa de injusticia que está ahogando la reforma.

Ambos movimientos son expresión de una misma línea de pensamiento en el seno del PCCh, liderada por Mao y caracterizada por el voluntarismo. Mao, que con muy pocos medios fue capaz de derrotar al gran ejército del KMT, concedía una enorme importancia a la conciencia y a la voluntad de triunfar, menospreciando la trascendencia de los factores objetivos.

No obstante, fueron dos fracasos diferentes. El primero lo fue predominantemente económico, aunque su ambición iba mucho más allá. El segundo lo fue ideológico y político. Las consecuencias también fueron distintas. En el primer caso, llevó a Mao, tras desautorizar la crítica del mariscal Peng Duhai, a impulsar una nueva campaña contra los derechistas. En el segundo, tras su muerte, condujo a una moderación que desembocó en la política de reforma y apertura.

Ahora bien, en uno y otro caso hay un drama humano terrible, incluyendo la humillación y muerte arbitraria e injustificada de numerosos militantes y dirigentes del PCCh. Además de disparates que producen sonrojo: en fin, defender el pensamiento de Mao como brújula orientadora del control de las enfermedades venéreas parece un poco fuerte, no? Y en el fondo, ello respondía también al deseo de evitar cualquier cuestionamiento de su autoridad absoluta. Pese a loar en tantas ocasiones el papel benefactor de la crítica-autocrítica, Mao siempre descalificó las discrepancias con su proceder, equiparándolas a manifestaciones de derechismo.

En cualquier caso, sabemos poco realmente de ambos periodos. Hay verdades oficiales pero aun no dictámenes lo suficientemente independientes. Para el PCCh es una operación arriesgada. Aun hoy, pese  a todo, se glorifica a Mao y no cabe imaginar que sea objeto de una crítica similar a la dispensada a Stalin por el PCUS en el XX Congreso. 

El PC Chino siguió siendo un partido estalinista tras el XX Congreso del PCUS. Condenó la invasión de Praga pero fue mucho más duro incluso con la experiencia de la Primavera praguense.

Fijémonos en el contexto. Era el año 1968. China vivía en pleno apogeo de la Revolución Cultural (1966-1976) aunque ya había superado su fase más anárquica y los guardias rojos, que habían puesto el país patas arriba, vivían los prolegómenos de su disolución. Una cosa y la otra son comprensibles en aquel entorno.

¿Qué ocurrió tras la muerte de Mao? ¿Quiénes eran “la banda de los cuatro”? ¿Una banda de malhechores políticos demenciados?

Mao falleció en 1976, pero el recrudecimiento de las tensiones entre las diversas facciones en el seno del PCCh era una evidencia a comienzos de la década, pese a la enorme purga vivida en sus filas en los últimos años. La Banda de los Cuatro significaba el continuismo de una versión radicalizada del maoísmo sin Mao. Su triunfo conduciría a una guerra civil abierta, dicen muchos historiadores en China.

Los partidos maoístas europeos, incluidos los españoles, ¿estaban financiados por el oro de Pekín? ¿Eran agrupaciones enloquecidas que no tienen ni idea de lo que estaba pasando en China realmente?

No me parece que China estuviera entonces en condiciones de ser muy generosa en ese sentido. Las simpatías hacia China obedecían a un posicionamiento ideológico con escaso fundamento en una realidad que era naturalmente desconocida para la inmensa mayoría. Había una aspiración compartida a explorar una tercera vía emancipadora entre el capitalismo y el modelo soviético, “otro comunismo”, y que en China reforzaba su atractivo por la radicalidad, la humildad, el heroísmo y el atrevimiento de sus enunciados.

¿Qué opinión te merecen, muchos años después, los análisis sobre China de intelectuales occidentales como Charles Bettelheim? ¿Sabían bien de lo que hablaban?

Bettelheim, Alley, Burchett y tantos otros son producto inevitable de su época. Creo que no debiéramos prescindir del contexto a la hora de “ridiculizar” sus visiones, que deben complementarse con las de quienes vivieron desde dentro dicha experiencia. Hay recorridos vitales e intelectuales de gran interés, con grandes entregas a la causa y no pocas decepciones. Pero sus obras nos alertan igualmente de la importancia de esforzarse por ahondar en la complejidad de ciertos fenómenos, tener claros los principios elementales a que aferrarnos y no ahorrar críticas para ser constructivo. Eso vale para la China de aquellos años y para la China de hoy. Preservar la independencia de criterio y no dejarse cegar por las apariencias ni la propaganda puede ahorrarnos muchos disgustos futuros.

¿Qué programa defendió la línea política triunfadora tras la muerte de Mao?

El triunfo de Peng Zhen, Li Xiannian, Deng Xiaoping, etc., apuntaba a la necesidad de ensayar otro camino basado en el restablecimiento de la normalidad, la unidad y la estabilidad en la vida interna del PCCh y la búsqueda de fórmulas innovadoras que acelerarán la modernización del país, sacrificando para ello la tradicional ortodoxia. Ambos procesos fueron inseparables. Era una vuelta a la restauración de inicios de los sesenta. Significó el triunfo póstumo de Liu Shaoqi (presidente del país, fallecido en la cárcel durante la Revolución Cultural) y principal representante de la línea “derechista” (según Mao) en el seno del PCCh. Liu escribió aquel ensayo tan popular: “Como ser un buen comunista”. Ahora bien, nadie entonces pensaba que China pudiera dejar de ser socialista e incluso Deng advirtió expresa y reiteradamente sobre las consecuencias del proceso, cuidando de evitar el surgimiento de una nueva clase social terrateniente-burguesa que pudiera  disputar la hegemonía al PCCh. Se trataba de dar un rodeo por el capitalismo para construir el socialismo.

¿La implantación de un capitalismo de Estado sui generis, una especie de NEP bujarinista postmodernista, para sacar a China de la pobreza fue el resultado de aquel combate político?

El objetivo principal es desarrollar y modernizar el país situándolo de nuevo en el centro del sistema internacional. Va mucho más allá de una NEP y apunta formalmente a un inédito socialismo con mercado. Los cuatro principios irrenunciables, que reafirman la orientación socialista y el liderazgo del PCCh, señalan sus límites. En teoría, la conducción y resultado final del proceso se garantiza a través del control de los principales resortes del sistema que permanecen en manos del Estado-Partido, con su Ejército, naturalmente. El problema no es la tipificación ideológica de tal o cual medida, que se experimenta localmente antes de su generalización, sino su idoneidad para transformar el país. Ese pragmatismo, paradójicamente, se basa en uno de los axiomas preferidos de Mao: la verdad está en los hechos. El pragmatismo va por delante, la elaboración ideológica detrás. Antes de que Jiang Zemin nos hablara de la “triple representatividad”, ya eran cientos de miles los empresarios que militaban en el PCCh. Cuando el parlamento chino legisló sobre la propiedad privada (2007), tras trece años de debate, esta ya formaba parte de la realidad desde mucho tiempo atrás.

Miles de empresarios que militan en un Partido Comunista que no renuncia a sus finalidades… ¿No es un poco raro, incluso algo contradictorio?

Sin duda, lo es. Muchos de esos empresarios ya eran militantes del PCCh antes de hacerse con el control de sus empresas, muchas de ellas con origen en la propiedad colectiva que dio paso a una primera ola de privatización en los noventa. Otros son pequeños o medianos empresarios y una parte importante está representada por los patrones de las grandes empresas públicas, a nivel central, regional y local, cuyo nombramiento depende del PCCh. Quizás de lo que se trate es de controlar muy de cerca a dichos sectores y evitar la tentación de que se organicen de forma alternativa, más allá de promover sus intereses a través de las organizaciones sectoriales respectivas. Por otra parte, en esta fase histórica, lo justifican por la necesidad de implicarles en la modernización y desarrollo del país, definida como principal tarea del PCCh. Ahora bien, en muchos escalones de base, esa presencia y la secuela de corrupciones múltiples que lleva aparejadas ya han convertido las estructuras del PCCh en meros apéndices de los clanes empresariales. ¿Cuánto tiempo tardará en reproducirse esa situación a nivel central? ¿Será capaz el PCCh de impedir que estos grupos se hagan con el control del partido y su política? En buena medida, el resultado de esa pugna definirá el rumbo del proceso chino.

¿Qué pasó en Tian’anmen? ¿Lo sucedido fue una prueba neta del “totalitarismo” del régimen chino?

En Tiananmen se dieron cita varias crisis. Las causas internas son importantes (desde la inflación al descontento provocado por los privilegios y la corrupción de la clase dirigente), pero también el contexto derivado de los efectos de la perestroika en el campo socialista. El muro de Berlín caería cinco meses después. Por otra parte, Tiananmen avivó de nuevo el fantasma de la división interna del PCCh y de la inestabilidad política entre unos dirigentes que habían vivido con estupor la revolución cultural. En otro contexto, quizás se hubiera resuelto de otra forma, menos traumática. Es un episodio que más tarde o más temprano también tendrán que encarar.

¿China se comporta democráticamente en el caso del Tíbet? ¿El Tíbet no es parte de China?

Hay razones históricas para justificar una cosa y la contraria. De lo que no cabe duda es que China no puede imponer en Lhasa un gobernador que actúe de igual modo que antaño lo hacían los enviados imperiales. La oposición tibetana demuestra tener más cintura que las autoridades chinas. Lo hemos visto ahora con ese desdoblamiento de la representación civil y religiosa. Sin autogobierno efectivo no habrá estabilidad en Tíbet. Pensar que el desarrollo, la domesticación del hecho religioso y la folclorización de la identidad pueden resolver este problema es un error. Los avances en el tema de las nacionalidades minoritarias son mínimos y contrastan con la flexibilidad mostrada para resolver otros problemas político-territoriales.

¿Cómo se debería avanzar en su opinión? ¿Permitiendo y abonando el derecho de autodeterminación para el Tíbet?

El de autodeterminación es un derecho democrático cuyo ejercicio en Tíbet –como en tantas partes del mundo- se me antoja complejo. China nunca pondrá en riesgo, de buenas a primeras, el dominio de un enclave de tanta importancia estratégica. Otra cosa es, sin embargo, que se avance en el ejercicio de una autonomía más real y efectiva. Entre la autodeterminación y la situación actual existe un amplio espacio para imaginar fórmulas de autogobierno y convivencia que podrían concretarse en un marco evolucionado.

¿Qué sistema económico impera hoy en China? ¿El capitalismo, el capitalismo de Estado, el socialismo moderado, una situación de transición hacia un Estado chino del bienestar? Hablaba usted antes de socialismo de mercado.

Es un sistema híbrido con una economía mixta y en transición. Una peculiar economía de Estado con mercado con una fuerte capacidad de intervención pública que otorga al PCCh considerables atributos de control. Creo que los años próximos serán decisivos para definir la orientación del proyecto. La agudización de las contradicciones intensificará el debate interno, erosionando cada vez más el supuesto monolitismo existente en el PCCh. Es previsible que algunos defiendan el proyecto original, mientras otros pueden apostar por una mayor homologación con el sistema imperante a nivel global. En cualquier caso, siempre habrá una fuerte carga de singularidad en razón de la propia dimensión de China, un Estado-continente difícilmente encasillable en nuestras categorías y con capacidad suficiente para innovar en este aspecto.

¿Las desigualdades sociales en China trazarán un arco inconmensurable? ¿Lo están trazando ya?

Es sin duda uno de los mayores desafíos a que se enfrenta el PCCh. Han adquirido magnitudes intolerables. La injusticia es el pan de cada día en este país. El PCCh sabe que esto es una bomba de relojería, pero se revela incapaz de atajarlo. Se necesita tiempo y recursos para reconducir esta situación, pero sobre todo un cambio profundo de mentalidad en las autoridades, muy especialmente en los ámbitos locales y provinciales, cosa nada fácil porque la devoción por el dinero y el poder actúa como una gangrena al servicio de intereses que no son los de la mayoría de la población.

¿Qué es hoy el Partido Comunista Chino? ¿UN instrumento de poder de las capas privilegiadas de la sociedad china, de los multimillonarios, o sigue siendo, si lo fue, un instrumento de liberación social?

Sin lugar a dudas, su base orgánica ha experimentado una gran transformación. En él predominan las elites burocráticas y económicas. Albergo serias dudas respecto a su identificación con la ideología que le sirve de sustento formal. No obstante, creo exagerado definirlo como instrumento de las capas más beneficiadas del proceso de reforma. Es mucho más complejo. Creo que en los últimos años, su evolución se asemeja a un cuerpo de mandarines, que debieran ser virtuosos y eficientes, centrados en la consecución de esa armonía convertida en palabra de orden por Hu Jintao. Subalternizada su ideología, la subsistencia del PCCh resulta de su eficiencia gestora, lo que supone una puesta al día del mismo confucianismo que ha moldeado la China milenaria y contra el que tanto combatió Mao (la armonía es la antítesis de la tantas veces enaltecida lucha de clases). Pero esa tradición le otorga unas probabilidades de éxito que serían mucho menores en otros contextos culturales.

No sé si es usted quien ha escrito que “en el proyecto histórico del PCCh sobresale cada vez más la componente actualizadora del confucianismo”. ¿Cómo se explica entonces el triunfo, momentáneo o no tan momentáneo, de esta cosmovisión tan combatida en la tradición maoísta?

Creo que el mismo PCCh lo promueve a conciencia porque considera que en las actuales condiciones facilita el reforzamiento de su legitimidad y provee de conductas y argumentos para asegurar mejor la estabilidad social y política. En su lenguaje y en sus políticas se advierten signos crecientes de una mayor asunción de dicho pensamiento que contribuye a cimentar el nacionalismo.

¿Llegará a ser China la primera potencia económica del mundo? ¿Qué puede significar eso para los pueblos del mundo?

Pudiera ser. Hay datos objetivos que así lo justifican. No obstante, no debiéramos pasar por alto que son muchas las fragilidades que le asedian y que los años venideros serán muy convulsos, tanto en razón de sus propias dificultades como de la exacerbación de las presiones externas para influir en su proceso.

El ascenso de China puede contribuir a la consolidación de un mundo multipolar y por lo tanto más equilibrado.

Por tanto, tal situación sería en su opinión positiva desde un punto de vista geopolítico.

Sin duda, podría serlo, muy especialmente si su compromiso con un orden internacional distinto pasa de las palabras a los hechos. Si su creciente poder en el FMI o en el BM, por ejemplo, no se traduce en cambios de política, puede servir de bien poco.

Muchos analistas sostienen que parte de lo que está ocurriendo con el precariado y el ataque a los derechos sociales de los trabajadores tiene en China la clave explicativa: o trabajamos como los chinos o los empresarios emigran. ¿Es el caso en tu opinión?

Los retrocesos que ahora mismo experimenta el estado de bienestar en los países desarrollados obedecen a otras causas. Sus responsables tienen nombres y apellidos y no se escriben con caracteres chinos. Indudablemente, la incorporación de tan voluminosa mano de obra al mercado laboral ha tenido su impacto, especialmente en forma de deslocalizaciones. Pero el proceso de rápida industrialización tiene un tiempo histórico que en pocos años se habrá completado en lo esencial. Cada vez será menos el paraíso de la mano de obra barata. Basta constatar los aumentos salariales de los últimos meses en algunas zonas costeras y el proceso de deslocalización de empresas en favor de otros países del sudeste asiático. Ahora mismo, el objetivo de las autoridades es un nuevo modelo de desarrollo que eliminará progresivamente la elevada significación que antaño tenía el llamado dumping social. Los aumentos salariales son del orden del treinta por ciento o más en las zonas costeras del país, donde se requiere una mano de obra cualificada. O avanza la educación y la salud, y los beneficios sociales en general o China explotará. En China se están ganando derechos, aquí se están perdiendo. Aquellos que aquí reclaman retrocesos son los mismos que allá tratan de evitar los avances presionando a las autoridades amenazando ahora con retirarse de país. La aprobación de la nueva legislación laboral (2008) fue un claro ejemplo.

¿China tiene una política exterior comparable a la de un gran Imperio? ¿Es como Estados Unidos pero con menos cañones?

No comparto esa idea. China no aspira a la hegemonía ni intenta imponer a otros su modelo. Ahora bien, hará todo lo posible y necesario para evitar que otros se lo impongan. No quiere volver jamás al siglo XIX. Ello significa que modernizará su defensa y se opondrá a todo aquello que signifique humillación o un tratamiento desigual. Eso supone también que reivindicará un papel internacional ajustado a su dimensión. Y abrir ese hueco llevará su tiempo y costará esfuerzos y sacrificios. A todos. Pero Pekín tratará de evitar la confrontación. Eso no quiere decir tampoco que renuncie a cualquier forma de liderazgo, pero este será más difuso y discreto.

¿Por qué está tan interesada China en la adquisición de tierras de África y América Latina?

Garantizar la suficiencia alimentaria es una razón estratégica vital para un país que alberga a casi la quinta parte de la población mundial y que como consecuencia del proceso de reforma y la subsiguiente urbanización sigue perdiendo anualmente millones de hectáreas de tierras de cultivo y millones de campesinos. Es el tercer país más extenso del mundo, pero menos del siete por ciento de su superficie es tierra fértil.

¿China se toma en serio un asunto de tanta trascendencia para todos como el cambio climático o es un lujo ecologista que no se puede permitir?

Su sensibilidad en este aspecto es creciente, pero su traducción práctica es más cuestionable. De hecho, los conflictos sociales de raíz ambiental proliferan por doquier. En su estrategia para dar paso a un nuevo modelo de desarrollo, el PCCh incluye el factor ecológico, pero los retos que tiene por delante en este orden son inmensos.

Pepe Escobar hablaba recientemente de que la carrera global por apoderarse de una parte de los metales de tierras raras en Asia Central había comenzado y dada cuenta que China gobierna las tierras raras. ¿Sitúa ello a la República Popular en una posición muy ventajosa y de neta hegemonía estratégica?

Se estima que China controla en torno a un 95 por ciento de las reservas conocidas. Ello le aporta una posición privilegia. Pero no debemos ignorar que tal contexto es muy volátil.

¿Cree usted que China podrá romper la hegemonía occidental en África? ¿Puede significar China una esperanza para las poblaciones desfavorecidas de estos países?

El papel de China en África es cada día más importante y también muy controvertido. Algunos acusan a China de reproducir en el continente el mismo modelo aplicado por Occidente basado en el saqueo de las materias primas y el apoyo a líderes corruptos y dictatoriales con la excusa de la no interferencia. Beijing tiene en África un reto claro para demostrar que es posible otro modo de actuar. Su presencia es reciente y hay ejemplos para todos los gustos. La política oficial es una cosa, la conducta de sus empresas no siempre es coherente con ella. La debilidad institucional en África –en contraste con América Latina- le confiere a China una responsabilidad especial.

¿Puede apuntar un balance de lo sucedido en estos últimos treinta años en 15 líneas como máximo?

China ha encontrado el camino para hacer realidad el renacimiento soñado por Sun Yat-sen. Lo ha hecho valiéndose de su capacidad de combinar la experiencia exterior y la singularidad nacional. Su avance ha sido sorprendente en lo económico, desigual en lo social, nefasto en lo ambiental y conservador en lo político. Con sus luces y sombras ha logrado situarse en el grupo de países centrales del sistema internacional. No obstante, la gestión del proceso y su futuro sigue siendo una incógnita.


¿Los pueblos del mundo, sus sectores menos favorecidos, pueden pensar que los vientos del Este son apacibles y motivo de esperanza?

Creo que debemos alegrarnos en términos generales de que un país como China y sus gentes mejore su status. Tendrá poder suficiente para influir en la evolución del orden internacional, pero aun es una incógnita en qué sentido lo hará.

El ascenso de China está provocando una gran convulsión global y habrá importantes tensiones en el futuro en todos los órdenes. Serán años delicados y peligrosos. Habrá no pocas resistencias.

La experiencia china es muy singular y los ingredientes culturales son de tal entidad que difícilmente la haga trasladable. Por el contrario, nos recuerda a todos la importancia de evitar las soluciones únicas e indagar en las especificidades para poder progresar en todos los órdenes.



 

Salvador López Arnal
É colaborador, coguionista e editor da revista "El Viejo Topo".

 

 
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