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Tíbet y los intereses estratégicos de China, India y EEUU: una aproximación histórica
Vera Ríos Carrillo (OPCh, 11/03/2011)

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1. INTRODUCCIÓN

Tibet is the roof of the world. If we build rocket launching sites there and install missiles, does it not mean that we can easily strike where they point? Control over Tibet enables us to gain the strategic initiative (Singh, 2008:25).

Oficial del Ejército Popular de Liberación

A lo largo de la historia, Tíbet ha conseguido despertar el interés de diversos países por varios motivos. Su importante posición estratégica y la posesión de substanciosos recursos naturales han provocado que esta región del suroeste de China adquiriera un rol más que determinante en el curso de las relaciones entre diferentes actores, entre ellos, China, India y los Estados Unidos. El Tíbet, antaño y hoy en día, ha sido semilla de discordia y moneda de cambio en las relaciones de poder entre estos países. Por ello, en este trabajo, adoptando una perspectiva histórica, se examinarán las relaciones de poder entre China, Estados Unidos e India atendiendo especialmente al rol desempeñado por Tíbet como condicionante de dichas interacciones.

Para ello, se procederá a la comprobación de la siguiente hipótesis a través del análisis de las distintas estrategias y tácticas llevadas a cabo por los diferentes actores: mientras que para China, Tíbet representa un interés estratégico, para India y Estados Unidos supone un interés de carácter táctico.

El periodo objeto de estudio abarca desde el año 1949 hasta 1971. En 1949 se proclamó la República Popular China, integrando a Tíbet de facto en su territorio. Por otra parte, China e India tendrán fronteras comunes y la llegada de los comunistas al poder junto con su implicación en la guerra de Corea un año más tarde, despertará el interés estadounidense en la región. La elección de 1971 para cerrar este periodo se justifica por significar el principio de la normalización de las relaciones sino-estadounidenses.

Liquidada en Europa tras la disolución de la URSS, la guerra fría presenta en Asia trazos propios y perdurables, influyendo en las relaciones internacionales del continente. La supervivencia de diversos regímenes comunistas (China, Corea del Norte, Laos o Vietnam, aunque no del todo equiparables), las tensiones en Asia oriental o el diferendo taiwanés así como la propia supervivencia de la cuestión tibetana son buenos ejemplos de ello (Chen, 2005: 419-420).

Los intereses de diferentes potencias confluyen en Tíbet con manifestaciones de hostilidad ideológica (derechos humanos) que contribuyen a blindar una estrategia orientada a debilitar las resistencias chinas a emprender un rumbo que no cuestione el sistema de poder vigente. Igualmente, en la actualidad, la emergencia de China e India provoca que el foco de estudio de las Relaciones Internacionales se traslade a Oriente. El auge de estos dos países en la región y en el mundo supone un desafío al poder estadounidense, llegando a ser calificado como más importante incluso que el terrorismo o un conflicto regional (Tammen, 2006: 564). En este sentido, el presente y futuro del continente asiático es decisivo por cuanto puede suponer el más serio reto al liderazgo estadounidense en la región y consecuentemente en el mundo (ibid: 564). Ese futuro depende, en buena medida, de la estabilidad de China, y esta depende también de la solidez de su arquitectura político-territorial en la que Tíbet desempeña un papel sobresaliente.

El posible entendimiento entre China e India, (lo que se ha venido a denominar Chindia) contribuiría al declive del mundo unipolar surgido después del fin de la guerra fría, augurando tendencias hacia un orden multipolar claramente influenciado por el escenario asiático. Cuanto más poder adquieran India y China, mayor importancia podría adquirir Tíbet en su dimensión de obstáculo para facilitar el entendimiento y la cooperación sino-india. Si en la guerra fría fue un instrumento para contener al comunismo, en la actualidad podría servir a EEUU para evitar una posible concentración de poder en estos dos países.

Si bien no dejan de crecer las especulaciones en torno a la conflictividad y estabilidad de esta posible multipolaridad, lo cierto es que la interdependencia actual podría favorecer la cooperación entre los actores derivando en una mayor estabilidad (al contrario de lo que muestra la experiencia histórica acerca de que los sistemas multipolares han sido más inestables que los bipolares o unipolares) (Bustelo, 2010: 12). Por lo tanto, el entendimiento entre China e India favorecería la estabilidad desafiando aún más el liderazgo y la autoridad estadounidense en la región. Por el contrario, las persistentes rivalidades entre los dos países frenarían el ascenso de Asia en el mundo, al tiempo que beneficiarían la posición de Estados Unidos en la geopolítica mundial (ibid: 105).

En el presente trabajo se abordarán, primero, la explicación de dos conceptos que permitirán enmarcar teóricamente el objeto de estudio. Seguidamente, el capítulo 3 ofrece un breve repaso histórico de la situación tibetana, con el objetivo de comprender las diferentes reivindicaciones y percepciones sobre la cuestión por parte de los distintos actores. El capítulo 4 ofrece un análisis de las estrategias y tácticas seguidas por Estados Unidos y Tíbet, respectivamente. El capítulo 5 se centra en las estrategias y tácticas que determinaron las relaciones entre China e India durante este periodo, sin descuidar la cuestión tibetana ni los intereses estadounidenses al respecto. Finalmente, se incluyen unas conclusiones en las que se resalta la relevancia estratégica y táctica de Tíbet para los países en cuestión.

2. CONTEXTUALIZACIÓN TEÓRICA

El análisis de las relaciones de poder de este trabajo se circunscriben a un área geográfica determinada, Asia Meridional, calificada por Buzan y Waever (2003: 43-45) como un complejo regional de seguridad, donde se produce una interacción entre la seguridad global y la seguridad a nivel nacional.

Así, considerando la existencia de más actores a parte de los estados, Buzan y Waever definen un complejo regional de seguridad como:

a set of units whose major processes of securitisation, desecuritisation, or both are so interlinked that their security problems cannot reasonably be analysed or resolved apart from one another (Buzan y Waever, 2003: 44).

Esta definición, considera la existencia de actores globales que actúan a nivel regional, como puede ser el caso de las grandes potencias y superpotencias, que debido a sus capacidades tienen la posibilidad de influir en todo el sistema. La dinámica del equilibrio de poder, hace que los países pertenecientes a un complejo regional apelen a la intervención de potencias más poderosas (mechanism of penetration), haciendo que entren en conexión las cuestiones locales con las globales (ibid: 46).

La estructura de los complejos regionales de seguridad está definida por las relaciones de poder y de amistad y enemistad existentes entre los actores. En el caso del complejo regional de seguridad de Asia Meridional durante la guerra fría, las relaciones existentes entre éste y China son enmarcadas por los autores dentro de la emergencia de un supercomplejo asiático en formación (ibid: 104).

Por otra parte, si bien el estudio que aquí se realiza no se centra en la época actual, sí que intenta establecer una base para su entendimiento. De este modo, hoy día, Estados Unidos, India y China forman un triángulo estratégico(1) que Isabelle Saint-Mézard (2006/2007: 86) siguiendo a Harry Harding define como:

une configuration internationale dans laquelle trois États se trouvent, par le jeu de leurs relations bilatérales respectives, soumis à une certaine interdépendence (Saint-Mézard, 2006/2007:86)

La interdependencia que caracteriza el triángulo estratégico, implica que un cambio en las relaciones bilaterales de dos de las potencias influiría en la percepción de los intereses de la tercera. La relación triangular tendrá más importancia cuanto más grande sea el impacto producido en los intereses de esta tercera parte. En la medida en que el triángulo está formado por una superpotencia y dos potencias emergentes, las relaciones se desarrollan en un marco de asimetría determinado por una distribución desigual del poder, donde las relaciones con la superpotencia estadounidense priman sobre todas las demás(2) (ibid: 86).

Las políticas exteriores de India, China y Estados Unidos denotan claros matices realistas, a pesar del idealismo presente en la política exterior india durante la etapa de Nehru. India, China y Estados Unidos buscan su supervivencia en un sistema internacional anárquico donde una amenaza permanente determina la elaboración de una serie de estrategias y tácticas dirigidas a la preservación de la seguridad nacional y la obtención de poder.

Por su parte, Tíbet carece del reconocimiento internacional necesario para constituirse como una entidad independiente y autónoma por lo que formará parte de un juego de poder entre potencias donde será utilizado como un instrumento de política de poder (caso estadounidense e indio) o un objetivo para su consecución (en el caso chino). Así, los esfuerzos de Tíbet se centrarán en obtener ese reconocimiento por parte de la comunidad internacional, que le será negado debido a la prevalencia de los intereses nacionales de los estados en cuestión. No obstante, debe tenerse en cuenta que este reconocimiento internacional no es a lo que aspiran la mayoría de los tibetanos, sino más bien aquellos que se encuentran en el exilio.

A esto se suma que las reivindicaciones del Dalai Lama responden al territorio denominado Gran Tíbet (que incluye el Tíbet étnico y el político), hecho que supone un obstáculo a la solución del problema, pues la región ocupa una quinta parte del territorio chino. Asimismo, la renuncia a estas demandas resulta muy difícil ya que una gran parte de los exiliados (al menos en Dharamsala) pertenecen al Tíbet étnico (Prado-Fonts, 2008: 171; Poch-de-Feliu, 2009: 539).

3. BREVE APROXIMACIÓN HISTÓRICA

La historia es una variable crucial para comprender el origen de muchos de los problemas que circundan Tíbet así como de las posiciones de los gobiernos interesados en este territorio. En la evolución histórica podemos hallar las claves que justifican las posiciones de unos y otros actores, denotando, al tiempo, la singular complejidad de la cuestión tibetana.

3.1. Tíbet y China

El tibetólogo Goldstein (1997: 9-10) afirma que el problema tibetano deriva de su valor estratégico y no de las masivas violaciones de derechos humanos. Varios países sienten la necesidad de ejercer el control sobre su territorio, y en el caso chino, Tíbet supone un desafío a la integridad territorial del país, a la preservación de su soberanía y un claro indicio de su fragilidad estatal.

Las relaciones existentes entre las diferentes dinastías chinas y Tíbet se caracterizaron por la alternancia de inclusión y exclusión, en un marco no exento de imprecisión y ambigüedad. Se admite, por lo general, que Tíbet perteneció a China durante las dinastías Yuan (de origen mongol, 1279-1368) y Qing (de origen manchú, 1644-1911). Con anterioridad, los tibetanos mantuvieron contacto con la dinastía Tang (618-907) durante la cual se consolidó el Imperio Tibetano (reconocido por la dinastía china como independiente). En esta época se forjó la identidad nacional tibetana, hoy base de su nacionalismo (Smith, 1996: 73-76).

Tíbet permanecería independiente bajo las dinastías Song y Ming, hasta que fue conquistado por los mongoles en 1207. Para los tibetanos, en este periodo Tíbet fue sometido a un imperio mongol ocupante del territorio chino. Según esta visión, por lo tanto, tibetanos y chinos se encontrarían ante la misma situación de sometimiento a un imperio de origen extranjero (Goldstein, 1997: 4).

Por su parte, la dinastía Qing, instituyó en un principio los amban (residentes imperiales manchúes). Aunque durante un tiempo realizaron funciones meramente simbólicas, posteriormente (1792) para evitar que el Dalai Lama y los ministros monopolizaran el gobierno, pasaron a realizar funciones más relevantes, obteniendo un mayor control sobre la administración interna (ibid: 15-17). Sin embargo, aún así, no se produjo un proceso de asimilación de la cultura tibetana, pues seguían manteniendo su lengua, oficiales, sistema legal, y no pagaban ningún tipo de tributo a China.

Durante el siglo XIX, el poder de los Qing fue menguando en toda China y poco a poco, el Dalai Lama fue monopolizando en mayor grado la política tibetana (ibid: 22). Por ello, tras la caída de la dinastía Qing y la instauración de la República, Tíbet proclamó su independencia (hecho que China nunca reconoció).

Tanto con la República de China, como posteriormente con la República Popular, las opiniones referentes al derecho de autodeterminación (de las nacionalidades minoritarias en general, y Tíbet en particular ) fueron cambiando con el tiempo.

A pesar de que en alguna ocasión tanto Yuan Shikai como Sun Yat-Sen habían mencionado la posibilidad de que las nacionalidades ejercieran este derecho el descontrol surgido en diversas provincias del interior de China acabaron por exigir una posición más centralista (ibid: 31; Heberer, 1995: 303; Esteve, 2004: 79- 80).

Por su lado, Chiang Kai-Shek, llegó a admitir que todos los grupos étnicos de China con capacidad de autogobierno, llegado el momento, contarían con el apoyo necesario para acceder a su independencia. Mongolia contó con el apoyo de la URSS. Pero Tíbet, fue abandonado a su suerte por la comunidad internacional, de manera que no existía presión externa que obligase a los nacionalistas a reconocer su independencia. Sin embargo, esta posición no es la del actual Kuomintang, que afirma que Tíbet forma parte del territorio chino (ibid: 80).

Con todo, lo cierto es que la República de China no controlaba Tíbet y hasta la entrada del Ejército Popular de Liberación (EPL) en Lhasa, Tíbet era gobernado por el Dalai Lama, los monjes y los monasterios, bajo un régimen feudal donde ejercían el poder político a la vez que el espiritual (Cabestan, 2008: 68).

Posteriormente, cuando el Partido Comunista de China (PCCh) elaboró la Constitución de la República Soviética de Jiangsi (1931), a las nacionalidades no Han que habían tenido una relación de dependencia con el Imperio se les ofreció la posibilidad de unirse a China como una provincia, de ejercer un régimen autonómico especial o de decidir sobre su futuro. Esta interpretación fue ratificada por Mao cuando asumió el liderazgo del partido en 1935, pues se ajustaba a los postulados marxista-leninistas: los pueblos oprimidos tenían el derecho de secesión respecto a los gobiernos imperialistas (Esteve, 2004: 81). Esta política se modificó debido a la invasión japonesa y su propaganda orientada a facilitar el apoyo necesario a las nacionalidades de China que quisieran independizarse. A partir de este momento, el PCCh instará a las minorías a unirse contra los japoneses, al tiempo que reconoce un derecho a la autodeterminación de carácter más limitado.

Ya en 1945, pasó a afirmarse que las nacionalidades minoritarias debían permanecer dentro de China y así beneficiarse de las ventajas de la Revolución. Los clásicos postulados marxistas-leninistas fueron dejados a un lado, justificando su cambio de percepción en dos puntos principales: primero, que la República Popular de China (RPCh) era heredera de los territorios bajo dominio del Imperio, y, segundo, se identificaba la cuestión nacional de China con una interpretación de clase, de manera que en el momento en que las clases oprimidas pertenecientes a las diferentes nacionalidades vencieran a la élite explotadora, la división nacional en China desaparecería (ibid, 2004: 81-82).

3.2. Los británicos y Tíbet.

Para los británicos Tíbet era un buffer state(3) que cercenaba las tensiones entre India, China, Francia y Rusia (Zhai, 2006: 37). Por ello, apoyaban una autonomía tibetana (bajo chinese suzerainty(4)), pero no la independencia, ya que podría dañar sus intereses comerciales en China y Hong Kong. De este modo, los británicos se aseguraban sus intereses económicos en China y la seguridad nacional en el Imperio Indio (Singh, 2008: 26)

En un primer momento los contactos entre los británicos y Tíbet se hicieron con el beneplácito chino. Posteriormente, intentaron negociar directamente con el décimo tercer Dalai Lama, pero tras las negativas de éste, acabaron enviando una expedición militar. Se firma así la Convención Anglo-Tibetana de 1904 por la cual se aceptaba el protectorado británico sobre Sikkim y se otorgaba a la India británica el derecho a poseer establecimientos comerciales en tres ciudades tibetanas. La convención estaba firmada solamente por el jefe de la expedición y por Tíbet, no por el amban. Además, poseía una cláusula que excluía la posibilidad de una influencia política de China en la región. De este modo, la India británica convertía Tíbet en otro protectorado. Para el Imperio chino, este acontecimiento supuso una humillación y una desobediencia por parte del Dalai Lama, a quien consideraba responsable de la presencia de tropas inglesas en Tíbet. La invasión por parte de los británicos hizo que los Qing se preocupasen por administrar directamente Tíbet, algo en lo que nunca habían mostrado interés. Así empezó una campaña para integrar Tíbet en China y proteger los intereses nacionales (Poch-de-Feliu, 2009: 540-541; Goldstein, 1997: 24-26).

En un esfuerzo por obtener el beneplácito chino a la Convención de 1904, se firma la convención anglo-china de 1906, que reafirmaba la autoridad china sobre Tíbet y se reservaba el derecho de ser el único país con capacidad para ejercer influencia política en la región. El reconocimiento de la suzerainty china sobre Tíbet, guió la política británica desde entonces (ibid: 25-26; Zhai, 2006: 37).

En la época de la República de China, los británicos ejercieron un papel muy importante en la firma de la Convención de Simla (India). Tras su adopción, Tíbet era autónomo con respecto a China, a la que se le reconocía también su suzerainty sobre el mismo, situación que beneficiaba a los británicos. De esta manera, conseguían que Tíbet siguiese siendo una buffer zone en la frontera con India carente de un estatus jurídico independiente, ya que China no aceptó esta convención. Además se cedía a la India británica, una parte de Tíbet hoy todavía en disputa entre China e India (el estado indio de Arunachal Pradesh) (Goldstein, 1997: 32-34).

Después de la independencia de India (1947), los británicos perdieron interés por Tíbet. Sopesaron posteriormente enviar una misión movidos por el temor a la influencia de la URSS en Tíbet a través de China, pero esta misión fue suspendida (Zhai, 2006: 38).

Los británicos siguieron con Tíbet en su agenda, pero querían evitar una confrontación con China así que intentaron influir de manera indirecta, a través de India. Sin embargo, tras las reiteradas negativas de India, concluyeron que no estaban lo suficientemente interesados en Tíbet como para arriesgar sus relaciones con China. Su interés primario derivaba de su proximidad con India y esta ya era independiente (ibid: 44).

3.3. Tíbet y la India independiente (1947)

La política de India hacia Tíbet desde 1946 hasta 1951 reflejaba las características de la política exterior británica. La representación de la India británica en Tíbet fue transferida a la India independiente y, al igual que los británicos, trataban a Tíbet como un buffer state entre India y China, reconociendo cierta autonomía pero no una soberanía efectiva (Singh, 2008: 26).

Durante los preludios de la 'invasión' de Tíbet, tanto británicos como estadounidenses instaban a India a ejercer un rol activo de apoyo a la causa tibetana, intentando que actuara como el canal por el cual se asistía a la población tanto financiera como militarmente. Sus negativas fueron continuas debido al interés indio de evitar una confrontación con China que pudiera perjudicar al recién independizado país, así que finalmente los británicos optaron por seguir las mismas directrices que Nueva Delhi (Zhai, 2006: 38).

En 1950 los británicos, tras recibir noticia de las intenciones de ayudar a Tíbet por parte de los estadounidenses respondían que su actitud era totalmente pasiva en favor de India, que asumía en este momento el rol más activo (ibid: 45).

3.4. Tíbet y Estados Unidos

Tradicionalmente, Estados Unidos había aceptado la suzerainty china sobre Tíbet y no mostraron gran interés por la cuestión tibetana hasta la segunda guerra mundial (Zhai, 2006: 39). Los contactos entre Tíbet y Estados Unidos se remontan a 1942, cuando bajo la presidencia de Franklin Roosevelt, la Oficina de Servicios Estratégicos envió dos especialistas a Tíbet para evaluar la posibilidad de construir carreteras y aeródromos. Para esta misión, los americanos tuvieron que acudir a los británicos para poder entrar, ya que los chinos no controlaban el territorio. Estos contactos no significaron en ningún momento el reconocimiento de las demandas de independencia tibetanas. En este momento, e igual que se hizo posteriormente no se quería ofender a la República de China, que aunque carecía de control sobre el territorio no dejaba de reclamar su soberanía sobre él. En 1948, el gobierno tibetano quiso enviar a Washington una delegación oficial de comercio. Sin embargo, debido a la presión ejercida por el gobierno de Beijing la misión fue etiquetada de 'informal', demostrando una cierta simpatía hacia los tibetanos, pero en última instancia evitando que el gobierno chino tuviese motivos para ofenderse. Fue con la victoria de las fuerzas comunistas cuando el interés estadounidense en Tíbet creció al temer el nacimiento de dos centros de poder comunistas en Asia (ibid: 40; Goldstein, 2006: 146-147).

4. POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE CON RESPECTO A TÍBET: 1949-1971

En términos generales, la política exterior estadounidense durante la guerra fría estaba determinada por dos factores: el primero, sus prioridades globales; el segundo, los intereses regionales. Se podría identificar la contención del comunismo como una de sus prioridades globales, dominando las estrategias de las principales administraciones estadounidenses en el periodo que aquí se expone. En el escenario que nos ocupa, estas estrategias se dirigirían a la contención de China y responderían al interés concreto de influir de manera significativa en la distribución del poder en la región (Yahuda, 1996: 101-102).

Todas las estrategias que aquí se citan cabe contextualizarlas en la dinámica de confrontación de la guerra fría que en Asia tuvo su reflejo en un doble enfrentamiento entre Estados Unidos y China y Estados Unidos y la Unión Soviética (de la que aquí no nos ocuparemos). En estos años, tres factores determinan la confrontación sino-estadounidense: Tíbet, Corea y Taiwán. En este trabajo, nos centraremos en los dos primeros debido a que Tíbet es el eje en torno al cual gira este análisis, y porque la guerra de Corea guarda significativa relación con las estrategias y tácticas diseñadas y llevadas a cabo por la potencia estadounidense con respecto a Tíbet, al mismo tiempo que determina en gran medida las estrategias chinas.

4.1. Primera etapa (1949-1953): Calibrando las formas y la intensidad del apoyo

Esta primera etapa sugiere un cambio importante en la política exterior estadounidense con respecto a Tíbet debido a dos acontecimientos importantes. La victoria comunista en China junto con el estallido de la guerra de Corea y la consecuente entrada de tropas chinas en la península, aumenta el interés estadounidense por implicarse en la cuestión tibetana.

Teniendo en cuenta lo anterior, podemos identificar como factores que determinan el interés estadounidense en Tíbet la guerra de Corea y las expectativas de consolidación del régimen comunista en China, que influía fuertemente en la moral de la administración Truman, acusada de 'haber perdido China'. En este sentido, Tíbet era una de las pocas zonas en Asia Oriental que todavía estaba libre del control comunista(5) (Knaus, 2003: 58; Zhai, 2006: 40).

La estrategia estadounidense de apoyo a la causa tibetana respondía a un objetivo claro: la contención del comunismo. Esto exigía influir en la desestabilización de China, quien, al mismo tiempo que preparaba la 'invasión' de Tíbet, apoyaba los efectivos norcoreanos contra las fuerzas de Naciones Unidas comandadas por Estados Unidos (Kramer, 2006: 11).

Por lo tanto, fue la guerra de Corea lo que determinó, en buena medida, la decisión de ayudar a Tíbet a resistir frente a la 'liberación' por parte de China. Sin embargo, los estadounidenses se encontraron con obstáculos. No buscaban un enfrentamiento directo con China por lo que la táctica empleada era proveer de asistencia financiera y militar a las guerrillas ya formadas en la zona, recabando el apoyo indio. Sin embargo, Nehru, que se esforzaba por mantener unas relaciones amistosas con China y no quería ofender a Beijing, reiteradamente negó su apoyo a las propuestas estadounidenses durante estos primeros años. Con todo, Nueva Delhi fue un punto de conexión y comunicación importante entre Estados Unidos y Tíbet, sobre todo a través del embajador estadounidense, Loy Henderson. Estados Unidos pretendía que India adoptase un rol activo de apoyo a la cuestión tibetana; sin embargo, Nehru consideraba las relaciones con la China popular de mayor peso que las obligaciones heredadas de Gran Bretaña respecto a Tíbet. Krishna Menon (Ministro de Defensa indio), afirmaba que tal apoyo podría provocar que Beijing acelerase sus planes de conquistar Tíbet, convirtiendo, al mismo tiempo, a India en centro de las acusaciones de una conspiración en contra del país (Zhai, 2006: 42).

Tíbet, por su parte, centraba sus esfuerzos en evitar la entrada del EPL que anhelaba su anunciada anexión a la 'Gran Madre Patria'. En primer lugar, en 1949 el gobierno tibetano decide expulsar a los oficiales Han de Tíbet para evitar una futura invasión, hecho que incitará a Mao a acusar a las potencias occidentales (en concreto, Estados Unidos y Gran Bretaña) de manipular dicho movimiento, de intentar romper la unidad de la 'Gran Madre Patria' e incluso de querer invadir Tíbet en contra de los intereses de su población (ibid: 36).

En segundo lugar, intenta conseguir ayuda internacional, ya que el ejército chino, en 1950, ocupaba ya los territorios del este de Tíbet. Para ello impulsa la internacionalización de la causa tibetana basada tanto en acercamientos a distintas potencias occidentales como en llamamientos a Naciones Unidas. En 1949, el gobierno tibetano pidió a Gran Bretaña, Estados Unidos e India asistencia militar y civil y apoyo para el ingreso en Naciones Unidas (ibid: 36).

Pero la estrategia tibetana no resultó. El reconocimiento de Tíbet como un país independiente junto con su asistencia exterior era considerado por los países occidentales como una provocación para China que podría traer como consecuencia una aceleración de la invasión. Por otro lado, cualquier propuesta presentada a Naciones Unidas con respecto a la aceptación de Tíbet como miembro de la organización carecía de sentido en tanto que la República de China y la URSS formaban parte del Consejo de Seguridad (ibid: 41; Sheng, 2006: 25).

Por otra parte, los intentos del gobierno tibetano de aproximarse a Estados Unidos fueron 'desaconsejados' por parte de Henderson siguiendo instrucciones del departamento de Estado. El gobierno estadounidense no quiso recibir en diciembre de 1949 una delegación especial del gobierno tibetano alegando que la visita podría ser perjudicial para el propio Tíbet ya que precipitaría la invasión (Goldstein, 1989: 630-632). Las tácticas tibetanas para recabar apoyo en el exterior resultaron un fracaso, así que una delegación tibetana acabó partiendo hacia Beijing para firmar el Agreement of the Central People's Government and the Local Government of Tibet on Measures for the Peaceful Liberation of Tibet, más conocido como el Acuerdo de los 17 puntos (1951). Estados Unidos intentó convencer al Dalai Lama de que no volviese a Lhasa (pues se encontraba en la frontera con India) y que se exiliase, pero éste no accedió a las peticiones de Washington porque consideraba que los estadounidenses no apoyaban la independencia del pueblo tibetano y no apreciaba garantías en sus promesas, optando por aceptar los términos del acuerdo con Beijing hasta 1959 (Goldstein, 2006: 148-149). A pesar de ello, la comunicación de Estados Unidos con el Dalai Lama nunca cesó, recordándole los compromisos que Estados Unidos estaba dispuesto a asumir (Knaus, 2003: 65).

Esta etapa finaliza con la llegada de Eisenhower al poder en la administración estadounidense, que endurecerá la política de contención hacia China, lo que incrementará las atenciones prestadas a Tíbet.

4.2. Segunda etapa (1953-1961) Fracaso de la implicación armada

Eisenhower declaraba en su discurso de apertura de campaña, en 1952, que la 'pérdida de China' era un desastre nacional. La política exterior llevada a cabo por la administración estadounidense en esta etapa, está marcada por un fuerte intervencionismo militar. En este momento entran en juego las operaciones encubiertas dentro de las cuales se enmarca la asistencia prestada a la guerrilla tibetana, y que no volverán a tener tanta importancia en la política exterior estadounidense hasta la llegada de Reagan (Yahuda, 1996: 48; Knaus, 2003: 65).

A pesar de que los contactos entre la CIA y el hermano mayor del Dalai Lama (Gyalo Thondup) empiezan en 1952 será tras las protestas en Kham del 1956 cuando se produce una implicación definitiva (Knaus, 2003: 68). Un año después la CIA empieza a entrenar a los primeros guerrilleros, a proporcionar material y ayuda al gobierno tibetano (Goldstein, 2006: 149-150; McGranahan, 2006: 111). En un primer momento eran entrenados en la isla de Saipan, y posteriormente en los Estados Unidos (en Camp Hale, Colorado) (ibid: 114).

En 1958, los grupos que protagonizaron los levantamientos se unieron en un ejército de voluntarios denominado 'Cuatro Ríos y Seis Sierras' (formado principalmente por guerreros khampas, de la región de Kham). Los guerrilleros tenían como misión provocar distracciones al Partido Comunista, pérdidas al EPL y recoger información de las fuerzas militares chinas (ibid: 103; Kramer, 2006: 11).

A finales de los años 50, la agitación vuelve a Lhasa, y el líder tibetano se exilia en Dharamsala con la ayuda de la CIA. En este momento, la ayuda a la guerrilla aumenta significativamente y se ponen en marcha diversas operaciones en Tíbet. Por otro lado, el gobierno tibetano refuerza su estrategia de internacionalización del conflicto intentando presentar su caso ante Naciones Unidas. Mientras los tibetanos pretendían presentar el caso en términos de respeto a la soberanía e independencia (la agresión de China a un país independiente), la administración de Eisenhower se preocupó de que el tema fuese planteado en términos de violación de los derechos humanos, ya que ello podría facilitar el aumento de los apoyos. Estaban dispuestos a ayudar a Tíbet, pero no a posicionarse con respecto a su status político (Goldstein, 2006: 151-152).

En 1961, el gobierno central chino pone fin a la resistencia en Tíbet. El compromiso estadounidense de apoyar cualquier movimiento de resistencia en Tíbet se había cumplido, pero al mismo tiempo había fallado (Knaus, 2003: 71).

4.3. Tercera etapa (1961-1971): De la flexibilidad al nuevo pragmatismo

Ante la imposibilidad de continuar las operaciones en Tíbet, la resistencia tibetana se trasladará a Mustang, en el norte de Nepal.

Además de EEUU, en estos momentos, la guerrilla tibetana contaba con el beneplácito de la India, y el consentimiento de Nepal (McGranahan, 2006: 122). China dirigió sus esfuerzos a conseguir la neutralidad de Nepal con respecto a la cuestión tibetana, al mismo tiempo que fomentar su independencia, para reducir la influencia de India en el país (Khadka, 1999: 65-66). Tanto oficiales indios como estadounidenses entrenaron a los tibetanos que formaban parte de la Special Frontier Force de la India (creada en 1962), vistos por la guerrilla situada en Nepal como su brazo armado en el país (McGranahan, 2006: 123-124).

Uno de los mayores logros de la guerrilla de Nepal fue la consecución de unos documentos sobre la situación interior china, revelando los desastres provocados por el Gran Salto Adelante, datos ocultados por el gobierno chino al exterior (ibid: 119-121). Estos documentos animaron a Washington a apoyar más intensamente a la guerrilla, a pesar de la aparición de discrepancias importantes en torno a las tácticas que debían ser utilizadas en las operaciones (Knaus, 2003: 73).

La reducción del apoyo a la guerrilla llegó de la mano del presidente Jonhson (1963-1969), y finalizó definitivamente con Nixon (1969-1974). Después, el gobierno nepalí tampoco encubrió más a la guerrilla, instándola, junto con el Dalai Lama, a que se rindiera y entregara sus armas. Muchos guerrilleros acabaron refugiados, muertos o en la cárcel (McGranahan, 2006: 125).

A pesar de que la guerrilla fue disuelta, 'Cuatro Ríos y Seis Sierras' siguió operando en el ámbito social y político tanto en Nueva Delhi como en Darjeeling y Dharamasala. La asistencia económica de los Estados Unidos sirvió al Dalai Lama para continuar con la internacionalización de la causa tibetana, a través de la formación de su gobierno en el exilio y la apertura de diversas oficinas en el exterior (ibid.).

Con el acercamiento entre China y Estados Unidos, Tíbet deja de ser importante en la contención del comunismo chino y la propia China pasa a ser un país clave para la contención de la URSS, que se había convertido en una de sus principales amenazas. Estados Unidos no estaba dispuesto a comprometer sus intereses en China por causa de Tíbet, así que, tras la firma del Comunicado de Shanghai, las guerrillas tibetanas dejaron de recibir ayuda. Las demandas tibetanas de independencia no eran compatibles con el nuevo pragmatismo de la política exterior americana, que usaba Tíbet como un instrumento para satisfacer sus intereses (Goldstein, 2006: 154; Kramer, 2006: 10-11).

4.5. Conclusiones

Analizando la política exterior estadounidense en este periodo, podemos contemplar, como la política exterior con respecto a Tíbet se mueve en dos dimensiones, una estratégica y otra táctica (Goldstein, 2006: 145).

Las diferentes tácticas que Estados Unidos ha llevado a cabo a lo largo de este período han marcado las sucesivas etapas enumeradas en este capítulo. En primer lugar, la primera etapa se inicia con un acentuado interés en la causa tibetana debido a la llegada de los comunistas al poder en Beijing y al estallido de la guerra de Corea. La segunda etapa, se corresponde con el cambio en la administración estadounidense (Eisenhower), fomentando una política más contundente con respecto al comunismo, que deriva, en el caso tibetano, en una ayuda decisiva a los movimientos de resistencia. Y, por último, la tercera etapa, sugiere un acomodo táctico, consecuencia de factores circunstanciales externos: la derrota por parte del EPL de la resistencia tibetana obliga al traslado de las operaciones a Mustang. En todo caso, si bien las diferentes tácticas marcan diferentes etapas, el reconocimiento de la soberanía china sobre Tíbet es un elemento constante. Sin embargo, el hecho de que haya tratado directamente con los líderes tibetanos, configura una política ambigua y un tanto contradictoria, que nos lleva a concluir que Tíbet supone un interés táctico para los Estados Unidos.

5. RELACIONES ENTRE INDIA Y CHINA: 1949-1971

En este periodo, las relaciones entre India y China se han caracterizado por la inestabilidad. Cooperación, tensión e incluso conflicto se han sucedido a lo largo de estos años, reiterándose de forma constante las causas motivadoras. Los conflictos territoriales, la interacción con Estados Unidos, la rivalidad estratégica en el Himalaya, las diferentes visiones y percepciones manifestadas en sistemas políticos diferentes, marcarán las divergencias entre los dos países más poblados del mundo.

La definición de etapas en las relaciones entre los dos países nos ayudará a discernir las diferentes estrategias seguidas por ambos, la importancia de Tíbet en la conformación de sus relaciones y, en un marco más amplio, las repercusiones de dichas interacciones en la dinámica bipolar de la guerra fría.

5.1. Primera etapa (1949-1959): la cordialidad en el puesto de mando

En este periodo, las relaciones entre India y China se caracterizan por la cordialidad y un alto nivel de cooperación. Sin embargo, las diferencias introducen matices cualitativamente relevantes en esta relación (sobre todo en lo referente a los límites fronterizos), aflorando abruptamente en la segunda etapa(6) (Chen, 2006: 80).

En India, esta etapa está marcada por el modelo nehruniano de política exterior. Diseñada en un mundo bipolar, la política exterior india intentará conservar su autonomía, manifestando una clara voluntad de liderazgo tanto en el Movimiento de Países No Alineados (MNA) como en sus aspiraciones por ocupar un papel relevante en el escenario mundial. La política exterior de Nehru estaba marcada por un fuerte idealismo, que derivó en una estrategia dirigida a mantener la fraternidad con su vecino del norte, a pesar de las dificultades que esto entrañaba (López, 1998: 22; Ross, 2010:155-156). El mantenimiento de unas relaciones pacíficas que otorgaran estabilidad a la región garantizaba unas condiciones estables para el desarrollo económico del país, prioridad estatal en estos momentos (Hoffmann, 2006: 181).

India es unos de los primeros países que reconoce al gobierno de la República Popular, la apoyará para que obtenga su asiento en el Consejo de Seguridad, y se mantendrá neutral en la guerra de Corea, aspirando a conseguir un rol de mediador en la contienda. La cooperación mostrada en esta etapa es fruto de las respectivas percepciones de amenaza y de necesidad mutua de seguridad, apostando por enfatizar los aspectos comunes, dejando a un lado aquellas diferencias que acabarán emergiendo posteriormente. Así, China acepta el liderazgo indio en el MNA, e India apoya a China en la cuestión de Taiwán y trata de incorporarla a los países de Asia y África en la Conferencia de Bandung (Rodríguez, 2006: 3-4).

Hoffmann (2006: 179), considera a Nehru como un “pragmatic idealist” que también poseía su lado realista. Priorizaba sus intereses nacionales (aunque tomase en consideración los efectos de su política nacional en otros estados) y reconocía que los principios idealistas a veces tenían que subordinarse a unas consideraciones de tipo más práctico. El dirigente indio, definía a China en términos realistas, porque percibía que las aspiraciones de Mao conllevaban la extensión de su influencia en todo el continente y el ejercicio del liderazgo chino en Asia (ibid: 181).

El empeño indio por mantener buenas relaciones con Beijing tendrá sus consecuencias más inmediatas en la cuestión tibetana. Para no ofender a los chinos llevará a cabo en los primeros años cincuenta lo que John Kenneth Knaus (1999) ha denominado una “schizophrenic policy”, autorizando la venta de armas a las guerrillas al tiempo que reconocía la soberanía china sobre Tíbet (citado en McMahon, 2006:134). De este modo, aunque apoya la autonomía tibetana y anima al Dalai Lama a que la lidere, elude cualquier tipo de compromiso con su élite y rechaza las ofertas formuladas por Washington y Londres de asistencia a los tibetanos. En 1956, cuando el Dalai Lama anhelaba permanecer en India tras las protestas, Nehru, al reunirse con Zhou Enlai, animaba al líder tibetano a volver a Lhasa e intentar trabajar con los chinos (Hoffman, 2006: 179; Knaus, 2003: 67). Años antes, en 1950, Nehru había procedido de igual modo: intentó convencer al Dalai Lama para que negociase con los chinos asumiendo el Acuerdo de los 17 puntos e implementando la autonomía prometida. Asimismo, intentaba convencer a China de que ejerciese suzerainty sobre Tíbet, algo que le agraciaba, ya que igual que ocurría con los británicos, la condición de un buffer state entre las fronteras de India y China aumentaba su seguridad. Tras la 'ocupación', Nehru firma tratados con Nepal, Bhutan y Sikkim, y refuerza la administración en Tawang con el objetivo de garantizar su seguridad nacional y fronteriza (Singh, 2008: 26).

Mao, por su parte, sabía que necesitaba a India para convencer al Dalai Lama de que negociara y dar buena cuenta de su estrategia para lograr el pleno control de Tíbet que se basaba en dos elementos: presión militar (mediante una ocupación gradual del territorio que empezaba por la integración del Tíbet étnico) y negociación. Aunque en el fondo tenía claro que el uso de la fuerza sería inevitable, la diplomacia serviría para que la ocupación militar fuese menos traumática (Sheng, 2006: 22). Mao era consciente de que la conquista de Tíbet podría ser fácil, pero no su gobierno debido a las características diferenciales de la región (Zhai, 2006: 34). La conquista y reforma democrática de Tíbet era vital para la preservación de la integridad territorial China, la consolidación en el poder del Partido y su legitimación ante el mundo. El control de Tíbet formaba parte de la reconstrucción de una gran China que superase las humillaciones del pasado, dificultaba los intentos de las fuerzas 'imperialistas' de inmiscuirse en los asuntos internos chinos, y su importancia estratégica reforzaba dichas exigencias (Sheng, 2006: 17; Chen, 2006: 57-58).

Con respecto a la élite tibetana, Mao se disponía a utilizar una táctica ya usada por otras dinastías (divide and rule) dirigida a explotar las diferencias que separaban al Dalai Lama y al Panchen Lama. Mao, en efecto, logró poner de su lado al Panchen Lama y al Changdu Liberation Committee de modo que la delegación del Dalai Lama acabó firmando el Acuerdo de los 17 puntos al estar en clara minoría. Dicho acuerdo era de carácter desigual, ya que para China los compromisos adquiridos eran de carácter temporal, y para Tíbet irreversibles(7) (Zhai, 2006: 34-35; Sheng, 2006: 29-30). Posteriormente, Mao dejó en claro que el objetivo estratégico de Beijing era la completa implementación del Acuerdo de los 17 puntos (Tíbet parte de China y convertida en una región socialista) a través de una serie de políticas graduales -obstaculizadas por las distintas protestas protagonizadas por tibetanos- que incluían la provisión de diversos servicios sociales para ganarse la simpatía de la población local (Chen, 2006: 63).

Previamente a la 'liberación', China intentó que India no percibiese la existencia de una amenaza potencial por su parte. Para ello llevó a cabo una política de “playing dove to achieve hawkish ends” (Sheng, 2006: 28) promoviendo encuentros con los tibetanos e implementando un diálogo con Nueva Delhi dando a entender que no invadirían Tíbet. Esta estrategia, estaba determinada por las sospechas de Mao acerca de que dicha movilización militar propiciaría una posible cooperación entre India, Estados Unidos y Gran Bretaña para apoyar a la resistencia tibetana.

El interés de los Estados Unidos en India, no sólo estaba determinado por su posible papel con respecto a la asistencia tibetana, sino por el hecho de que India era líder y promotora del no alineamiento. La llegada de los comunistas al poder en China, el estallido de la guerra de Corea y la participación de sus fuerzas armadas, provocarán un repentino interés de Washington en Asia Meridional (McMahon, 2006: 133). Durante la administración Eisenhower se aprobarán programas de ayuda económica a India con el objetivo de convertirla en un país pro-occidental (ibid: 140-141; López, 1998: 25). Pero tras la firma de la alianza con Pakistán, India se vio obligada a contrarrestar lo que consideraba una amenaza, aproximándose a la URSS y a la República Popular, produciéndose así un retroceso con respecto a los objetivos estadounidenses en la región. China e India firmarían el Panchsheel Agreement (1954), en cuyo preámbulo se enumeran los principios de coexistencia pacífica(8), que guiarían las relaciones de los dos países y que supone la aceptación india de la soberanía china sobre Tíbet. India renunciará también mediante el acuerdo a los privilegios heredados del Imperio Británico (McMahon, 2006: 138-139; Oviedo, 2006: 35). El éxito del pacto se debe en buena medida a la exclusión en la negociación de las cuestiones territoriales, ya que eran de difícil solución. Por eso, aflorarán posteriormente.

El inicio de las revueltas en Tíbet en 1956 se transformará en una protesta a gran escala en 1959, que con la huida del Dalai Lama provocará una escalada de violencia mayor y obligará a las tropas chinas a desarrollar una contraofensiva (Chen, 2006: 74). Además India y Estados Unidos serán acusados por parte de Mao de apoyar tal rebelión (Rodríguez, 2006: 5).

5.2. Segunda etapa (1959-1971): tensión y conflicto

En 1959, las relaciones entre India y China experimentaron un notable deterioro debido a la revuelta en Tíbet. Huido, el Dalai Lama se exilia en Dharamsala, en el estado indio septentrional de Himachal Pradesh. Esta revuelta hace aflorar las diferencias y controversias entre los dos países, amortiguadas durante el periodo anterior.

Aunque Nehru todavía confiaba en salvar las buenas relaciones con su vecino del norte, manifestó consternación por la ofensiva llevada a cabo por las tropas chinas, si bien evitó una dura crítica. En respuesta, los chinos acusaron a Nueva Delhi de inmiscuirse en los asuntos internos de Beijing y consecuentemente de contravenir lo dispuesto en el Panchsheel Agreement (Kramer, 2006:12).

Beijing endureció el tono aún más tras un comunicado (que contaba con el apoyo indio) del Dalai Lama en el que llamaba a la independencia del Tíbet, aseguraba que había abandonado Tíbet por su propia voluntad y mostraba su agradecimiento por el asilo proporcionado por el gobierno indio. Mao culpabilizó entonces a los británicos e indios de las revueltas en Tíbet. Culpar a India de lo sucedido, tenía por objetivo la legitimación de sus acciones mediante una fuerte campaña de crítica contra el gobierno indio. Acusaron a Nehru de bloquear unas reformas democráticas en Tíbet que modificarían el orden social atrasado que predominaba en la región. Además, remarcaban la conducta contradictoria de Nehru al reconocer a Tíbet como parte de China y al mismo tiempo su instrumentalización como buffer state entre los dos países (Chen, 2006:87).

En 1959, las actitudes indias respecto al Tíbet fueron cambiando debido a la tensión surgida con China. En un principio, Nehru mantenía una actitud bastante permisiva con las actividades tibetanas desarrolladas en India, siempre que no comportasen el uso de la violencia o causasen demasiadas molestias a China (Hoffmann, 2006: 180).

La tensión alcanzó su punto álgido en la guerra sino-india de 1962. La controversia, de carácter fronterizo, se refería al territorio de Arunachal Pradesh debido a las diferentes interpretaciones dadas a las líneas limítrofes entre los dos países. Estas disputas fronterizas tienen su origen en la ya mencionada Convención de Simla, cuyos postulados Beijing no reconoce (Oviedo, 2006: 39).

La guerra acaba con un alto al fuego unilateral de China ante el temor de una implicación por parte de las superpotencias en el conflicto. China, enemistada tanto con la URSS como con EEUU, se encontraba aislada, al contrario que la India (Rodríguez, 2006: 5-6).

El deterioro definitivo de las relaciones entre India y China tendrá varias consecuencias. Primero, será utilizado como un pretexto para que Washington intente un nuevo acercamiento a India (McMahon, 2006: 143). La importancia del país como elemento de contención al poder chino adquiría relevancia tras la guerra, sobre todo teniendo en cuenta la humillación propiciada por Beijing.

Segundo, la guerra supondrá un cambio en la actitud de India hacia la resistencia tibetana. El conocimiento por parte del gobierno de las conexiones entre la CIA y los tibetanos permanece ambiguo. Sin embargo, la existencia de comunicaciones entre los servicios de inteligencia indios y los estadounidenses parecen más evidentes (Kramer, 2006:13; Hoffmann, 2006: 190).

Tercero, el enfrentamiento repercutirá también en distintas alianzas regionales que afectarán a las superpotencias. India y la URSS se aproximarán y lo mismo harán China, Pakistán y los Estados Unidos. Además, la percepción de inseguridad por parte de India derivada del armamentismo de sus vecinos, la llevará a desarrollar una estrategia de disuasión basada en el poder nuclear (Ross, 2010: 161).

Por último, la guerra provocó el hundimiento de las relaciones sino-indias, que no volverían a reanudarse hasta 1976.

5.3. Conclusiones

Las dos etapas citadas detallan episodios clave en la evolución de las relaciones sino-indias. En ellas destaca la trascendencia de la cuestión tibetana. Tras la primera etapa de cordialidad y cooperación, las diferencias en torno a Tíbet (en especial en relación a la interpretación de la revuelta de 1959) o las discrepancias en torno a la delimitación fronteriza, derivaron en un grave enfrentamiento.

Por lo tanto, la cuestión tibetana es una cuestión clave en las relaciones bilaterales con capacidad incluso para incidir en su tendencia principal (cooperación o conflicto). Por otra parte, su importancia llegó a repercutir en las alianzas y estrategias de países vecinos como Pakistán o de los principales actores del mundo bipolar, la URSS e Estados Unidos.

Los cambios producidos en torno a la cuestión tibetana, son los que delimitan las dos etapas presentadas. En ellas podemos discernir elementos de continuidad y coherencia con respecto a la estrategia china, que no es modificada en ningún momento, pues responde al interés estratégico de controlar la región y eliminar cualquier tipo de influencia extranjera en la misma. Al contrario, la relación bilateral entre India y China condiciona la política india con respecto al Tíbet que sufre modificaciones a lo largo del tiempo llegando a ser incluso contradictoria en algunos aspectos. En 1954, India reconocía la soberanía china sobre Tíbet, sin embargo tras el deterioro de las relaciones entre los dos países, pasa a manifestar más simpatía hacia la cuestión tibetana y mayor permisividad con respecto a sus acciones de resistencia, llegando incluso a colaborar con las mismas.

6. CONCLUSIONES FINALES

Tíbet no es un asunto menor ni en Asia ni en el mundo. Nos lo confirma una actualidad que se viene reiterando de forma ininterrumpida desde hace décadas, pero que hunde sus raíces en una historia compleja en la que cabe identificar claros e inocultables indicios y manifestaciones del interés por su evolución no solo por parte de países vecinos sino también de poderosas potencias que a lo largo de los siglos han advertido en Tíbet un factor con enorme proyección estratégica.

Para China, salvaguardar la plena integridad de su territorio actual favoreciendo, además, los procesos de recuperación de aquellos segmentos cuya fragmentación se ha heredado de conflictos internos que se han prolongado en el contexto de la guerra fría (caso de Taiwán) o de las humillaciones imperialistas (caso de Hong Kong o Macao), constituye un objetivo irrenunciable e inseparable de la culminación de un proceso de modernización orientado a recuperar una de las posiciones centrales del sistema internacional. A tal efecto, cercenar las interferencias exteriores que a modo de influencia desestabilizadora puedan afectar a aquellos enclaves (entre los cuales se encuentra Tíbet, al igual que Xinjiang) que ofrecen un flanco frágil en virtud de múltiples consideraciones entre las que cabe mencionar las propias debilidades estructurales del régimen, constituye un objetivo táctico de primer orden.

En relación a India, la apuesta por el entendimiento en el periodo 1949-1959 representa una referencia importante en el tiempo presente para advertir las posibilidades de afianzar una relación que, ya articulada tanto en el plano bilateral como en la alianza BRIC (Brasil, Rusia, India y China), dispone de un potencial transformador del sistema de poder en las relaciones internacionales de gran calibre, acentuando ese traslado del epicentro del sistema de Occidente a Oriente. En dicha perspectiva, el acercamiento entre ambos gigantes tendría consecuencias para Tíbet como su alejamiento lo ha tenido en el pasado.

Por el contrario, Estados Unidos, en una perspectiva estratégica, solo podrá mostrarse dispuesto a aceptar la emergencia de China como poder relevante en el siglo XXI en la medida en que no cuestione sus posiciones de poder, es decir, asumiendo la integración en sus redes de dependencia, especialmente en el orden político y estratégico. Tíbet, en tal sentido, constituye un recurso de valor táctico importante para lograr que China acepte sus reglas de juego o, caso contrario, influir, mediante la adopción de tácticas desestabilizadoras, en la ralentización o fracaso de su proceso. Al mismo tiempo, ante la hipótesis de un acercamiento entre China e India que, dadas las dimensiones de ambas tendría un fuerte impacto global, EEUU también podría hacer uso de las desavenencias en torno a Tíbet para dificultar esa cooperación.

Los antecedentes históricos recogidos en este breve ensayo revelan la enorme densidad y fluidez que ha vivido Tíbet a lo largo de los siglos, alternando episodios de independencia y dependencia, a los que no resultan ajenas las relaciones con los países vecinos, multiplicando sus denodados esfuerzos para garantizar cierto nivel de autogobierno en un contexto de acentuación de la influencia, no siempre inocente, de poderes externos con un horizonte de interés que trascendía al propio Tíbet.

El triángulo así configurado (China-India-EEUU) en torno al territorio tibetano deviene uno de los más sobresalientes de Asia, con una proyección e impacto en la política regional y global capaz de acelerar la transformación de las principales claves que determinan las relaciones internacionales en el inicio del presente siglo: la decadencia del poder e influencia de EEUU, especialmente en Asia, y el ascenso de las grandes potencias regionales, con especial significación de China e India. La afirmación de estas tendencias puede brindar a China una oportunidad para estabilizar la situación en Tíbet y culminar exitosamente su proceso modernizador.

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(1) En la guerra fría, China, Estados Unidos y la URSS formaban un triángulo estratégico que se fue reconfigurando debido a la desaparición del imperio soviético y a la creciente importancia de la India (Saint-Mézard, 2006/2007: 85).

(2) Según Saint-Mézard (2006/2007: 86-87), el triángulo estratégico formado por estos tres países se correspondería a un modelo de equilibrio de potencias, donde dos polos mantienen una relación de rivalidad, mientras que un tercer polo de poder actúa como mediador en esa relación.

(3) Se dice buffer state, o 'estado tapón' de aquellos estados que se encuentran situados entre dos estados rivales, y que tienen como misión prevenir el conflicto debido a su neutralidad y ayudar así a mantener la seguridad de los estados en cuestión. En la cordillera del Himalaya además de Tíbet, Nepal, Bhutáan y Sikkim eran considerados buffer states.

(4) Suzerainty no debe confundirse con el término sovereignty ('soberanía'), ya que la primera no implica el ejercicio de una soberanía efectiva sobre el territorio, sino más bien la existencia de una especie de protectorado, lo que supone el ejercicio de una soberanía limitada.

(5) Loy Henderson, embajador estadounidense en la India, afirmaba en 1949 que debido a los cambios acaecidos en Asia, debía revisarse la política estadounidense con respecto a Tíbet. Concretamente afirmaba que en caso de que los comunistas consiguieran el poder, los Estados Unidos deberían estar preparados para tratar a Tíbet como un estado independiente (Qiang, 2006: 40). Esto nunca sucedió, pues tal postura no concordaba con las prioridades estadounidenses.

(6) Según Chen Jian, tres eran las diferencias entre los dos países que no fueron resueltas incluso en el periodo de cordialidad y cooperación. La primera, la cuestión fronteriza, la segunda las diferentes percepciones sobre lo que significaba Tíbet (para India en estos momentos un buffer state que ayudaba a mantener su seguridad) y tercero las respectivas perspectivas sobre las posiciones a desempeñar en el mundo, sobre todo el no-Occidental (Chen, 2006: 84).

(7) El Acuerdo de los 17 puntos suponía para China no aplicar las reformas políticas y sociales en un determinado periodo de tiempo, mientras que para los tibetanos suponía aceptar la soberanía china sobre Tíbet (Chen, 2006: 61).

(8) Los cinco principios de coexistencia pacífica fueron enumerados por primera vez en 1953 por Zhou Enlai y son los siguientes: mutuo respeto a la soberanía territorial, no agresión, no intervención en asuntos internos, igualdad e
interés mutuo y coexistencia pacífica (Oviedo, 2006: 36).

 

 

 
 
Vera Ríos Carrillo
es Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Santiago de Compostela (2004-2009) y Máster en Relaciones Internacionales en el Institut Barcelona d’Estudis Internacionals (2009-2010).
 
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