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China continental y Taiwán, ¿más cerca de la unificación?
Xulio Ríos (OPCh, 01/03/2011)

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Las relaciones entre China continental y Taiwán han mejorado de forma notoria desde 2008. El positivo clima afecta, en primer lugar, a la profundización de las relaciones económicas y comerciales, pero se va extendiendo a otros ámbitos. La reconciliación y la negociación han dejado atrás el tiempo de la confrontación, si bien las fuerzas políticas y sociales permanecen divididas. El “Consenso de 1992” se consolida como la base del entendimiento a ambos lados del Estrecho aunque el logro de la unificación pacífica, una aspiración irrenunciable para Beijing, exigirá su tiempo ya que buena parte de la sociedad de la isla ha interiorizado el proceso de taiwanización vivido en las dos últimas décadas, alejándose de la antigua identidad nacional china.


La presidencia de Ma Ying-jeou (del partido Kuomintang-KMT) en Taiwán, iniciada en mayo de 2008, se ha venido caracterizando por postular una aproximación activa a China continental. El contraste con el periodo inmediatamente anterior (2000-2008), bajo el liderazgo de Chen Shui-bian (del Partido Democrático Progresista-PDP), no podría ser mayor. Reiterando la firmeza de las “tres negativas” (no unificación, no independencia, no guerra), Ma y el KMT han venido realizando importantes esfuerzos para redefinir y construir una nueva relación con China continental, acorde con sus necesidades estratégicas de inserción económica regional y global (tengamos en cuenta que en 2010 entró en vigor el área de libre comercio China-ASEAN) y con aquellas tendencias que apuntan a la confirmación de China como un actor global de primer orden en pocos lustros.

El principio general que inspira el diálogo bilateral es el llamado “Consenso de 1992”, según el cual ambas partes reconocen la existencia de “una sola China”, si bien difieren en la interpretación del concepto. Se trata de un acuerdo tácito, cuya existencia real algunos contestan, que contribuye a diluir el mayor factor de tensión (la postulación de un Taiwán independiente), aceptando que Taiwán es una región de China.

Nada más iniciarse el actual mandato, Beijing y Taipei reanudaron los contactos entre la continental ARATS (Asociación para las Relaciones a través del Estrecho) y la taiwanesa SEF (Fundación para los Intercambios a través del Estrecho), suspendidos en 1996, durante el mandato de Lee Teng-hui (1988-2000), sucesor directo de Chiang Ching-kuo y primer presidente elegido en Taiwán por sufragio directo (1). A renglón

seguido, se puso fin a décadas de incomunicación directa normalizando los intercambios aéreos, marítimos y postales, a través de diferentes acuerdos, todos ellos culminados en un tiempo récord.

El entendimiento establecido en 2005 entre el Partido Comunista de China (PCCh) y el KMT con el objetivo primordial de frenar el independentismo taiwanés ha contribuido de forma decisiva a consolidar tan profundas y positivas dinámicas en las relaciones bilaterales.

La economía, lo primero

Pese a las diferencias políticas entre Beijing y Taipei, incluso durante la etapa de gobierno del PDP, las relaciones económicas y comerciales han venido aumentando de forma importante. Cada vez más empresarios taiwaneses invierten en el continente en diferentes sectores, tratando de tirar provecho de las ventajas de su mercado y sorteando las restricciones legales impuestas por razones de seguridad. En lo económico, la capacidad de atracción del continente es irresistible y ello explica que, en la nueva etapa, las primeras preocupaciones se hayan centrado en establecer un marco claro para el desarrollo de dichas relaciones con el propósito de proporcionar reglas precisas y seguridad a los diferentes actores económicos.

El Acuerdo Marco de Cooperación Económica (AMCE), firmado en junio de 2010 por la SEF y la ARATS, es un tratado general llamado a regular las reducciones arancelarias, el acceso a los mercados, la protección de las inversiones y la cooperación económica en áreas como la propiedad intelectual y otras. Dicho acuerdo es contemplado por Taipei como el mecanismo indispensable para facilitar la posterior celebración de tratados de libre comercio (TLC) con sus principales socios comerciales (EEUU, Japón, la UE o los países miembros de la ASEAN), soslayando la velada oposición de Beijing en ausencia de dicho acuerdo previo.

El primero de enero de 2011 entraron en vigor los aranceles preferenciales previstos en el AMCE, reduciendo las tarifas aduaneras sobre 800 productos. De ellos, China continental ha realizado el mayor esfuerzo, ya que ha aplicado la reducción a 557 artículos taiwaneses de los sectores más diversos, desde la venta de pescados a las bicicletas, pasando por los productos químicos, las máquinas-herramienta o las construcciones metálicas. Por su parte, Taiwán ha reducido las tarifas de 267 productos chinos exportados a la isla, desde el cemento al té verde, incluyendo la petroquímica, los equipos electrónicos o los repuestos para automóviles. El acuerdo, que incluye igualmente los servicios y la banca, prevé una reducción escalonada en tres años en función de los sectores.

Así pues, el acuerdo, si bien no equivale a la solución de todos los problemas, muchos de los cuales requerirán, a juicio de los expertos, un lustro al mínimo para ser debidamente resueltos, sin duda alguna, normaliza los intercambios a este nivel y señala un cauce a seguir para fortalecer las relaciones comerciales y facilitar la integración económica. Beijing, además, parece dispuesto a realizar importantes sacrificios en aras de acentuar su atractivo para el colectivo empresarial y el conjunto de la sociedad taiwanesa, así como para fortalecer políticamente a Ma y el KMT en la isla, los principales valedores de esta política.

Pese a ello, como cabe esperar, no todo es necesariamente bueno en el acuerdo (las principales reservas afectan al textil o al sector agrícola), pero supone añadir una importante dosis de naturalidad a la relación con China continental, si bien con la cautela de gestionarla con cuidado para no extremar las dependencias, asegurándose la potenciación del consumo doméstico y de otros mercados potenciales.

El acuerdo económico podría calificarse del acontecimiento más significativo en las relaciones a través del Estrecho desde 1949. No obstante, todos coinciden en señalar que una vez superado el momento del primer y gran entusiasmo, su ejecución en detalle y la negociación de ulteriores acuerdos pueden generar importantes y cada vez más pesadas tensiones. Los negociadores lo han reconocido en numerosas ocasiones al recordar que su táctica consiste en resolver lo más fácil primero para seguir después con los asuntos de mayor complejidad.

La apuesta por la maximización de la cooperación económica entre ambos lados del estrecho de Taiwán es el asunto central de la actividad de la SEF y la ARATS en esta etapa y debe significar el comienzo de una nueva era en el desarrollo pacífico de las relaciones entre ambas partes.

El acercamiento entre China continental y Taiwán ha tenido su máxima expresión en el orden económico, pero no solo. En el ámbito turístico, por ejemplo, en el año 2010, más de 1 millón de chinos del continente visitaron Taiwán, con un incremento del 67 por ciento con respecto a 2009, reemplazando a Japón como primer fuente de clientes del sector turístico (2). Los viajes organizados de turistas chinos fueron autorizados en el verano de 2008 y aunque el permiso para realizar viajes individuales no tiene fecha, las negociaciones prosiguen a buen ritmo.

En lo educativo, a partir de septiembre de 2011 podrán cursar estudios superiores en Taiwán los primeros estudiantes continentales. La autorización tiene límites (en número, en materia de acceso a becas o en cuanto a la lista de universidades públicas y privadas accesibles), pero cabe imaginar una progresiva flexibilidad.

Diplomacia y defensa

En el orden diplomático, cabe señalar que el balance del pragmatismo y flexibilidad reinante a ambos lados del Estrecho se ha saldado con ninguna deserción en el reducido cupo de aliados diplomáticos de Taipei (23, actualmente), mientras que el número de países o regiones que han otorgado privilegios de exención de visados a ciudadanos de Taiwán ha pasado de 53 a 97, circunstancia inseparable de la disminución de la tensión a ambos lados del Estrecho.

El final de la “guerra diplomática” entre ambas partes también ha posibilitado la participación de Taiwán en la 62 y 63 Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y abierto expectativas en relación a otros foros especializados del sistema onusino (aviación civil y cambio climático). En paralelo, China continental va camino de afianzar sus relaciones económicas y comerciales con algunos de los aliados diplomáticos de Taipei.

La mejora de las relaciones económicas o la tregua diplomática no tienen como objetivo la reducción de la tensión militar, aunque, indudablemente, esa creciente interdependencia contribuye a su enfriamiento. No obstante, el orden de la defensa se gestiona por otros cauces, en los cuales la norma sigue siendo la inexistencia de contactos y la mejora respectiva de las dotaciones de armamento, circunstancia que constituye uno de los frentes de conflicto más importantes en las relaciones entre Estados Unidos y China.

Vinculado a Taipei por la Taiwan Relations Act, Washington contribuye de modo decisivo a garantizar la seguridad de la República de China. No obstante, en Taipei se es consciente de que solo la disuasión basada en sus propios medios puede servir para eludir la presión militar del continente. No es imaginable que EEUU se implique directamente en caso de conflicto armado. Para Washington, el principal interés de Taiwán es estratégico. Si las circunstancias cambian, si EEUU pierde interés en la hipotética utilización de Taiwán para contener a China continental, su futuro pende de un hilo y el margen de maniobra se estrecha. Por otra parte, el proceso de modernización militar en Beijing tiene como uno de sus principales objetivos el desarrollo de las capacidades necesarias para mantener a raya a EEUU en la zona. La recuperación del control de Taiwán es, en cualquier caso, un objetivo irrenunciable.

En el actual contexto, lo más probable es que Washington “acepte” que las relaciones avancen hasta donde puedan, pero no más. Amparándose en el hecho de que solo una minoría se muestra claramente partidaria de la unificación, el acercamiento en tales circunstancias puede limitarse a lo económico y algo más, pero no afectar a sus intereses estratégicos en la región, un espacio de importancia vital para China continental y en el cual Washington redobla esfuerzos para lograr mantener su influencia en un marco de progresiva reducción de sus proyecciones económicas y comerciales. Corea al Norte y Taiwán al Sur constituyen dos piezas claves del escenario estratégico de influencia de EEUU a las puertas del continente chino.

En cualquier caso, cabe tener en cuenta que Beijing ansía una reunificación pacífica. La fuerza militar, pese a la subsistencia de los cientos de misiles que siguen apuntando a la isla, está en un segundo plano y solo ganaría consistencia caso de avanzarse hacia la independencia. La firma de un acuerdo de paz escenificaría el mutuo deseo de la reconciliación, primer paso para avanzar en una cooperación sólida y prolongada que afecte positivamente a la confianza.

La oposición del PDP

El mayor hándicap del actual proceso radica en la actitud de la oposición política al KMT, liderada por el PDP. Recientemente, por ejemplo, se ha opuesto a que las operadoras de telecomunicaciones de ambas partes promovieran conjuntamente el tendido de cables submarinos a ambos lados del Estrecho, por razones de seguridad nacional (las comunicaciones se siguen realizando a través de terceros territorios y las operadoras intentan reducir costes y mejorar la calidad del servicio). En otro orden, el PDP también ha reclamado al gobierno la introducción de una cláusula en materia de derechos humanos en todos los acuerdos relacionados con el continente, un asunto sensible para Beijing.

No obstante, a raíz de las elecciones municipales parciales celebradas en noviembre de 2010 en Taiwán, el PDP ha anunciado un giro en su política en relación al continente, admitiendo la posibilidad de instar un diálogo directo, sin que ello implique renuncia alguna a sus convicciones de principio. Pero no es fácil cuadrar el círculo. Desde Beijing, el PCCh ha invocado el “Consenso de 1992” como marco referencial de cualquier diálogo, pero su adopción implica la renuncia a la independencia, que ha sido una de las principales banderas reivindicativas del PDP desde su fundación.

El PDP dice no oponerse a las relaciones económicas con China, aunque señalando que debe primar la reciprocidad y el equilibrio, recordando que, en su opinión, el AMCE solo beneficia a las grandes empresas y que acabará perjudicando a todos los demás. En lo político, el aumento de los intercambios no conduciría a la unificación en tanto China no evolucione hacia la democratización y homologación de su sistema político. Una China unida solo podría ser democrática.

La nueva política del PDP ha sugerido interpretaciones dispares. Para unos, se trata de subirse al caballo no para sumarse a la carrera sino para intentar frenarlo. Para otros, plantea un reconocimiento de lo inevitable de la negociación con el continente y sugiere un giro pragmático en tal sentido. En cualquier caso, la motivación electoral está igualmente presente a sabiendas de que una importante mayoría social aboga por el mantenimiento del statu quo y que no las tiene todas consigo al residir en el KMT la única interlocución posible en dicho proceso. Esa misma mayoría social no secundaría ahora una estrategia de confrontación con el continente similar a la aplicada en el 2000-2008 por el PDP.

Conclusión

Los dos lados del Estrecho de Taiwán han logrado en un tiempo récord dejar atrás el enfrentamiento para entrar en una era de reconciliación y negociación. Los intercambios bilaterales se han ampliado e institucionalizado. En poco más de dos años, un total de quince acuerdos se han firmando, afectando a diversos campos. Actualmente, 370 vuelos semanales unen a ciudades de los dos lados y el comercio bilateral superó en 2010 la cifra de 100.000 millones de dólares. (3)

La mayoría de los taiwaneses apoyan el diálogo entre ambos lados (72 por ciento según una encuesta realizada por la Universidad Nacional de Chengchi y dada a conocer en enero de 2011). No obstante, la misma pesquisa revela que un 87,3 por ciento aboga por el mantenimiento del statu quo en el Estrecho de Taiwán.
El poder económico y militar de China continental es cada vez más grande, pero ello no significa necesariamente que las actuales relaciones vayan a desembocar como hecho natural en una unificación. El camino de la negociación es el más complejo y puede exigir dos o tres décadas, al menos. A partir de ahora, incluso en lo económico, la negociación de los acuerdos podría dilatarse y exigir mayores sacrificios de ambas partes.

China continental orienta su acción con la perspectiva del medio y largo plazo, asumiendo el máximo de sacrificios posible en aras de facilitar la proximidad y exhibiendo una actitud a cada paso más seductora para disipar los miedos existentes en amplios sectores de la sociedad taiwanesa. La influencia de China sobre Taiwán ha crecido y seguirá creciendo en los próximos años, lo cual bien pudiera acabar reduciendo el margen de maniobra de Taipei, pero la voluntad de los taiwaneses de preservar su identidad y sus temores a un deslizamiento que desemboque en una unificación de hecho en lo económico no parecen fáciles de vencer.

Por el momento, en lo político, se diría que no hay agenda. El KMT tiene miedo a la reacción del PDP. Para seguir avanzando, el presidente Ma deberá perseguir con ahínco el consenso interpartidario y social. No lo tiene fácil. No pocos taiwaneses piensan que estamos ante dos sociedades distintas que comparten una civilización y un tronco histórico común, pero que la identidad nacional china es cosa antigua, del pasado, y se muestran dispuestos a dejarla a un lado.

En tal contexto, para Ma y el KMT, que debieran conducirse en todo momento con la cabeza fría y pleno realismo en esta materia, insistir en la retórica procontinental puede conllevar una crisis de confianza importante, agravando la desconexión entre su ideario y los propios sentimientos de buena parte de la población taiwanesa. Aquel sinocentrismo es compartido hoy día apenas por una pequeña elite y la ficción de representar a toda China fue prácticamente desechada al inicio del proceso de democratización. Así, la democracia y la afirmación de la identidad taiwanesa se han afianzado al mismo tiempo.

Las elecciones presidenciales que deben tener lugar en 2012 serán una prueba de fuego en la que no solo se ponderará la capacidad de gestión interna del KMT, especialmente en lo económico y social, sino la idoneidad del modelo de relaciones con el continente y sus consecuencias para el futuro de Taiwán. Elección tras elección, ambos debates han estado presentes y así será en los próximos años, obligando a la ciudadanía a elegir entre dos Taiwán posibles.

Ma ha puesto fin a la confrontación con el propósito de beneficiarse económicamente del tirón continental. Los taiwaneses comparten esta idea de una aproximación activa parcial, pero temen que se extienda a otros ámbitos y que no se tenga en cuenta su opinión. Un referéndum en esta materia, por otra parte, es inimaginable ya que sería considerado por Beijing como una auténtica provocación y podría tener graves consecuencias. Por ello, el proceso de acercamiento sigue abierto pero su resultado es incierto. La perspectiva de una especie de hongkonización de Taiwán asoma en el horizonte. La sociedad taiwanesa quizás podría aceptarla siempre y cuando preservara el statu quo y no alentara una resinización de la isla. ¿Será suficiente para Beijing?

Ma ha asegurado, por activa y por pasiva, que no abordará el tema de la unificación con China durante su mandato, ya sea de cuatro o de ocho años, rechazando dialogar sobre temas políticos en tanto no finalicen los diálogos sobre asuntos económicos y comerciales. Pero aún ciñéndose a dichos ámbitos, no cabe imaginar compartimentos estancos.

Cualquiera que sea su final, la aproximación en curso tendrá consecuencias en el mapa estratégico del Este asiático y en el fortalecimiento de la influencia de China en la región. Tanto Japón como Corea del Sur buscarán vínculos más estrechos con China, convirtiéndola de facto en el país líder de la zona. Por otra parte, también sentará las bases de una paz más profunda y de mayor alcance ya que afianzando los intereses mutuos alejará un poco más la probabilidad de que estalle una guerra en el Estrecho que podría dar al traste con la prosperidad de toda Asia.

Taiwán y China continental han estado gobernados separadamente desde el final de la guerra civil en 1949. El centenario de la República de China (1911-2011) será una excelente ocasión para reflexionar conjuntamente sobre el presente y futuro de dichas relaciones, añadiendo ideales de signo pacífico y progresista que podrían cimentar las bases para forjar un nuevo encuentro histórico entre ambas realidades.

 

Notas:

(1) La ARATS y la SEF son dos organizaciones cuasi-oficiales creadas por sus respectivos Gobiernos a principios de la década de los 90 para gestionar todos los asuntos relativos a los intercambios entre los dos lados del Estrecho a falta de relaciones oficiales.

(2) Despacho de la agencia de noticias Xinhua, 11 de enero de 2011.

(3) Las exportaciones de Taiwán a la parte continental de China y Hong Kong alcanzaron en 2010 una cifra récord de 114.750 millones de dólares, representando casi el 42 por ciento del total de sus ventas exteriores.

Bibliografía

CHAIGNE, Christine; PAIX, Catherine; ZHENG, Chantal (eds.), Taiwan, enquête sur une identité, Karthala, París, 2000.

KEATING, J.F., Taiwán, The Search for Identity, SMC Publishing Inc., Taipei, 2008.

RIOS, Xulio, Taiwán, el problema de China, La Catarata, Madrid, 2005.

ROY, Dennis, Taiwan, a political history, Cornell University Press, USA, 2003. TSE-KANG, Leng, The Taiwan-China connection, SMC Publishing Inc., Taipei, 1996.
YU-TING, Lu, Taiwán, historia, política e identidad, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2010.


 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China y autor de “Taiwán, el problema de China” (La Catarata, 2005).

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ÚLTIMA REVISIÓN: 15/03/2011


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