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Taiwán versus República de China: ¿ser o no ser?
Xulio Ríos (La Vanguardia, octubre/2011)

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La República de China, fundada en 1911 a instancias de Sun Yat-sen, perdura en la isla de Taiwán. He ahí el origen de una controversia nacida en el siglo pasado y que se prolonga en el actual, a la espera de una solución que facilite el acuerdo entre los dos grandes protagonistas del siglo XX chino: el Kuomintang (KMT) y el Partido Comunista de China (PCCh). Para éste último, la derrota de las fuerzas de Chiang Kai-shek en 1949 equivale a la liquidación efectiva de la República de China, convirtiendo a la República Popular en la única representante legítima del país y a Taiwán en el último reducto rebelde.

Durante años, el PCCh participó de la idea de conquistar por la fuerza dicho territorio y, según algunas fuentes, solo la guerra de Corea impidió a Mao consumar la invasión de la isla. También el KMT alimentó hasta tiempos recientes la ilusión de la reconquista del continente, manteniendo en Taiwán toda la estructura gubernamental que trasladó en 1949, alimentando la ficción de un gobierno comprometido con la gestión de los problemas de un país del que solo controlaba una pequeña parte.

La política de reforma y apertura (1978) que dio lugar al proceso de transformación que ha conducido a China a las puertas de la supremacía económica global, también supuso un giro notable en la percepción de este problema. De hecho, poco a poco se fue rebajando el tono y la agresividad, primando la búsqueda de soluciones pacíficas. La fórmula “un país, dos sistemas”, resume, del lado continental, la apuesta del PCCh por la convivencia conjunta en una sola China, manteniendo Taiwán su régimen político, económico y social al margen del vigente en el continente.

El proceso de democratización en la isla iniciado en los años ochenta del siglo pasado, con el tránsito de un gobierno dictatorial (KMT) a un sistema pluripartidista, alejó la posibilidad de que un renovado entendimiento entre los viejos enemigos sustrajera la voluntad popular. Pese a sus diferencias y enfrentamientos, el PCCh y el KMT han colaborado activamente en los años veinte y treinta del siglo pasado. Siguiendo los dictados de la Komintern, los militantes del PCCh se integraron en las filas del KMT hasta ser diezmados por la represión promovida por Chiang Kai-shek en 1927. También en los años treinta, la invasión japonesa dio una tregua a la guerra civil, uniendo a los viejos enemigos en pos del objetivo de garantizar la soberanía territorial de China. En el año 2005, KMT y PCCh han fraguado su tercera fase de cooperación con el objetivo común de desterrar cualquier escenario que propicie la confrontación. El horizonte de una China aupada a la posición central del sistema internacional despierta en ambos actores el anhelo por una China moderna, próspera y alejada de las calamidades que propiciaron su decadencia a partir de las guerras del Opio. Tras la recuperación de Hong Kong y Macao, la unificación con Taiwán pondría la guinda al resurgir de la nación china.

Como contrapunto, la supervivencia diferenciada de la isla se ha tratado de blindar en el presente siglo estimulando un movimiento que ha facilitado la autoidentificación de los taiwaneses con su país. El reconocimiento de lenguas propias diferentes al chino mandarín o de las comunidades aborígenes (2005) tradicionalmente marginadas o también la denuncia de los excesos represivos de un partido “extranjero” como el KMT, un proceso liderado por el PDP (2000-2008), ha fortalecido las señas de identidad.

Taiwán y China continental, de un milagro a otro

Con una superficie ligeramente superior a Galicia, pero casi ocho veces más poblada, la isla de Taiwán constituye un paradigma del éxito económico. La República de China es el 16º mayor exportador del mundo y el 17º mayor importador (2010). En cuanto a la competitividad comercial, ocupa el noveno lugar mundial. Sus reservas de divisas, que rondan los 400 mil millones de dólares, son las cuartas del mundo, tras China, Japón y Rusia. Según una encuesta de Mastercard, es el octavo país de Asia-Pacífico por su status socioeconómico (2010).

Desde la llegada de Ma Ying-jeou al poder (2008), las respectivas economías se han vuelto cada vez más interdependientes. Las inversiones en China continental aprobadas por el gobierno de Taipei alcanzaron en 2010 la suma récord de 12,23 mil millones de dólares estadounidenses, es decir, más del doble del monto aprobado en 2009 (6,06 mil millones de dólares), con un añadido cualitativo muy relevante: es el sector servicios el que concentra lo esencial de este alza (tradicionalmente se privilegiaba el sector industrial), empujado por el desarrollo del mercado interior chino y la liberalización de las inversiones que ha seguido a la firma, en junio de 2010, del Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, siglas en inglés), entre Taipei y Beijing.

Según estimaciones independientes, la ausencia de esta dinámica de inversiones habría supuesto una reducción del crecimiento económico de la isla entre un 0,6 y un 1,2%, mientras que el excedente comercial se habría reducido entre 508 y 864 millones de dólares estadounidenses. La parte continental es el mayor y más importante socio comercial de Taiwán y Taiwán es una de las principales fuentes de inversión de la parte continental. La cooperación abarca todos los dominios imaginables y las viejas inercias del pasado van dejando paso a una colaboración cada día más estrecha, facilitada por la normalización de las comunicaciones. El auge de la economía continental se ha erigido como un poderoso factor de atracción de los empresarios taiwaneses quienes se benefician de las políticas favorables adoptadas por Beijing para convertirles en principales aliados de la estrategia unificadora. Dicha dinámica se verá reforzada por la promoción de alianzas en numerosos campos.

A pesar de la naturalidad de esa relación, Taipei ansía equilibrarla apostando por diversificar sus relaciones económicas y comerciales con terceros países, especialmente India o las naciones del sudeste asiático. Taiwán, por ejemplo, es el mayor inversor en Vietnam, representando el 11,82% del total de las inversiones extranjeras en este país (el 82% en las industrias manufactureras). Pero el proceso de mitigación de esa dependencia, vivida por sus actores como un hecho natural e irresistible, será lento y problemático.

Un Estado de hecho, pero no de derecho

La resolución 2758/1971, promovida por Albania, puso fin a la presencia de la República de China en la ONU. Desde entonces, solo la República Popular China es considerada la representante legítima de China, iniciándose un proceso de desafección entre sus aliados que hoy día se reducen a la cifra de 23 países, todos ellos de escasa relevancia, periféricos y dubitativos ante el empuje de una China Popular que en pocos años puede convertirse en la primera potencia económica del mundo. América Latina (con 12 Estados) constituye su principal bastión de apoyo.

Dado que el reconocimiento a uno u otro es excluyente, durante años, la guerra diplomática entre Taipei y Beijing dio lugar a mutuas oscilaciones entre los aliados, en virtud de una diplomacia de chequera que promovía la corrupción a gran escala. La tregua abierta por el entendimiento entre el PCCh y el KMT ha convertido a Costa Rica en el último país en cambiar de bando (2007). Y no solo eso: tras la llegada al poder del KMT, Beijing ha mostrado más flexibilidad para permitir una mayor presencia de Taipei en algunos foros multilaterales, matizando su tradicional oposición, a la par que ha frenado las intenciones de algunos países que hoy aceptarían de buen grado reconocer a Beijing (caso de Paraguay o Panamá), a sabiendas de que tal decisión afectaría al actual clima bilateral y podría debilitar el respaldo social al KMT.

Tras acceder al estatus de observador en la OMS (Organización Mundial de la Salud), Taiwán orienta sus preferencias a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la Organización de Aviación Civil Internacional y, tras el terremoto de Japón, a la Agencia Internacional de la Energía Atómica.

Un diálogo asimétrico

En los últimos años, el diálogo económico ha caracterizado las relaciones a través del Estrecho. La ARATS (Asociación para las relaciones a través del Estrecho de Taiwán) y la SEF (Fundación para los intercambios a través del Estrecho), entidades paraoficiales continental y taiwanesa, respectivamente, han multiplicado sus contactos para eliminar las trabas que dificultan el entendimiento, con efectos tan sorprendentes como controvertidos. De hecho, la oposición en Taiwán (liderada por el PDP) descalifica el actual rumbo calificándolo de exacerbación de la dependencia de la isla respecto al continente, alertando de sus repercusiones en la capacidad de Taipei para preservar su soberanía efectiva.

El diálogo social y cultural constituye otro complemento importante. Desde municipalidades a organizaciones sindicales y culturales de uno y otro lado del Estrecho multiplican sus contactos e iniciativas a fin de tender puentes que faciliten la comunicación y alejen cualquier hipótesis de confrontación aun en el supuesto de producirse una alternancia en Taipei a favor del PDP, persistentemente contrario a la unificación con el continente.

No obstante, el diálogo político sigue sin agenda específica. La falta de consenso entre las principales fuerzas políticas taiwanesas impide al KMT dar pasos concretos en esta dirección, primando la plasmación de un amplio consenso social en torno a la actual política de aproximación antes de seguir avanzando. Un hipotético segundo mandato de Ma Ying-jeou podría arrojar novedades en esta materia, incluyendo la firma de un acuerdo de paz.
Otro tanto podríamos decir de las conversaciones en materia de seguridad y defensa. Los misiles situados en la costa continental siguen apuntando a Taiwán a pesar del nuevo clima que impregna las relaciones bilaterales. En consecuencia, Taipei tampoco ceja en sus esfuerzos por mantener unas fuerzas de defensa plenamente dotadas ante la hipótesis de un escenario de confrontación. Las capacidades militares chinas van en aumento afectando a la correlación de fuerzas en el Estrecho, en claro favor del continente. La expansión de las fuerzas armadas chinas tiene por elemental objetivo “prevenir, retrasar o impedir” la posibilidad de un apoyo estadounidense a Taiwán en caso de conflicto. Disponer de capacidad para conquistar Taiwán por la fuerza constituye el objetivo principal del Ejército Popular de Liberación a largo plazo. Las aptitudes para desplegar un ataque rápido y por sorpresa, para mantener un embargo marítimo en torno a la isla o recurrir a la sofisticada guerra cibernética han aumentado de forma significativa si bien son aun insuficientes para asestar el golpe de gracia que le asegure el pleno control de la isla “rebelde”. 

Admitiendo que, hoy por hoy, la posibilidad de un conflicto militar en el Estrecho es mínima y que la normalización progresiva de las relaciones bilaterales dibuja un escenario de cierta estabilidad, Taiwán trata de mantener a toda costa el suministro de armas de EEUU para asegurar las capacidades de autodefensa al nivel adecuado.

En agosto de 2010, el departamento de Estado notificaba al Congreso su decisión de autorizar a las empresas estadounidenses la venta directa a Taiwán de armas defensivas así como un cierto número de servicios que permitirán el mantenimiento y la puesta a punto de los sistemas de defensa electrónicos. Este cambio supone una significativa alteración que va más allá del mero procedimiento: hasta ahora, las ofertas, producción y ventas de armas estaban bajo control del gobierno, bajo el sistema FMS (Foreign Military Sales), considerado por los expertos más seguro y más transparente, aunque más costoso para el comprador. Ahora podrán comercializarse bajo el sistema DCS (Direct Commercial Sales) que, si bien está sometido a la ley sobre el control de exportación de armas (Arms Export Control Act), es más ligero en su tramitación y con menos garantías. Esta decisión revela que Washington adopta un tono más firme en su relación con Beijing a propósito del dossier taiwanés, haciendo oídos sordos a sus críticas.  

Sin reducir un ápice su intransigencia verbal pero sin dejarse llevar por una reacción temperamental y cuidando de evitar que las diatribas perjudiquen el clima de distensión que se vive en el Estrecho, Beijing asume esta peculiar geometría variable en la construcción del acercamiento entre las dos repúblicas perseverando en la primacía de lo económico y comercial en la confianza de que la interdependencia y el incremento de la confianza acaben poniendo las cosas (incluyendo a Washington) en su lugar.  
Perspectivas

China no ha abandonado del todo la idea del uso de la fuerza militar contra Taiwán. La ley antisecesión, aprobada en 2005, no deja dudas al respecto. Pese a ello y aun admitiendo la importancia de la influencia del Ejército Popular de Liberación en la definición de la política hacia Taiwán, tal hipótesis parece más lejana que nunca.

La posición de Taipei se resume en los “tres noes”: no unificación, no independencia, no uso de la fuerza. El llamado “consenso de 1992”, logrado entre la ARATS y la SEF, sirve hoy de marco conceptual para diluir las tensiones: existe una sola China en el mundo, pero ambas partes difieren acerca de la interpretación de cuál es esa China. Al continente le parece suficiente para avanzar ya que, al menos, dicho dique puede contener la deriva independentista. Pero tal consenso es insuficiente para profundizar en cuestiones esenciales en tanto no se vea correspondido con un amplio acuerdo interno que aglutine a los dos principales partidos del país, el KMT y el PDP. Bien es verdad que este último ha dado muestras recientes de un nuevo pragmatismo al abogar por una implicación directa en el diálogo con el continente, pero pudiera tratarse de una estrategia exclusivamente electoral con el fin de seducir a esa amplia franja de electorado (en torno al 35 por ciento) que ni desea la unificación ni la confrontación, sino un diálogo lento y cauteloso que preserve la identidad política de la isla. El PDP no acepta el “consenso de 1992”.

El papel de Japón y, sobre todo, de EEUU es también importante en la evolución del contencioso. Taiwán cuenta con ambos para salvaguardar su soberanía, pero los temores a que la importancia de las relaciones de los dos países con China pueda afectar a su compromiso con Taiwán van en aumento. La importancia estratégica del Estrecho, una ruta de transporte vital para las principales economías del área, constituye hoy el principal factor disuasorio en esta relación, así como el hipotético interés de EEUU en hacer uso de Taiwán como ariete para la contención de China. Por otra parte, a Taipei le conviene cultivar especialmente las relaciones con Tokio y Washington a fin de preservar ciertas capacidades de negociación frente al coloso continental. De hecho, Taiwán, por ejemplo, ha sido el mayor donante de fondos tras el sismo registrado en Japón el 11 de marzo de 2011.

Pese a ello, no cabe esperar de Beijing que renuncie en modo alguno a la unificación ya que esta representa la otra cara del proceso de modernización, entendido como tarea histórica orientada a poner fin a su ciclo de decadencia. Puede requerir una o varias generaciones más, pero la inconmensurable fuerza de su economía y la relevancia de su protagonismo, gestionados ambos de forma pacífica y complementados con propuestas integradoras a nivel regional, unido a la relativización de los diferendos a través de la multiplicación de los contactos de las respectivas sociedades civiles, podría tener efectos positivos importantes para cerrar uno de los últimos capítulos de la guerra fría que aún subsisten en Asia. Asimismo, la hipótesis de una progresiva democratización del sistema político continental, de confirmarse, podría allanar resistencias y facilitar la adopción de fórmulas más flexibles de unificación.

Los avances registrados son notables, pero la realidad hoy día, según recientes estudios llevados a cabo por el Global Views Survey Research Centre antes y después de la firma del ECFA, indica que menos del 10% de los taiwaneses estarían a favor de la unificación, frente a alrededor de un 30% que estaría a favor de la independencia y a más de un 50 % que apuestan por mantener el actual status quo. El resultado es aún más clarificador si la pregunta se refiere directamente una eventual unificación, en cuyo caso casi el 70% muestra su rechazo a esta posibilidad.

Para el PCCh, las posibilidades de avance en el entendimiento bilateral están directamente relacionadas con la persistencia del liderazgo político del KMT. Paradójicamente, para el KMT, las posibilidades de revalidar su mandato dependen cada vez más de su renuncia a seguir representando la ficción de una China inexistente, taiwanizándose cada vez más y aceptando el hecho de estar radicado en un territorio con más de medio siglo de existencia independiente a sus espaldas.

KMT y PDP, al frente de las corrientes azules y verdes (a favor y en contra de la unificación), mantienen sus respectivas cuotas electorales (35% y 25%, respectivamente) con un alto nivel de fidelidad. El 35% restante definirá el futuro político de la isla. En dicho proceso, las elecciones que tendrán lugar el 14 de enero de 2012 serán decisivas para abrir una nueva fase ascendente en el diálogo bilateral o, por el contrario, imponer un severo parón en el curso actual, aunque sin poner en peligro ni el statu quo ni la coexistencia pacífica. En cualquier caso, las relaciones con el continente seguirán condicionando la vida política de Taiwán por largo tiempo. El aumento del poder económico y militar de China, cada vez más robusto, será insuficiente si no se complementa con toda su fuerza seductora para ganarse la aprobación de los ciudadanos de Taiwán.
En Taipei quiere separarse economía y política, pero esa frontera no está del todo clara. La creciente influencia de China en la región y el reforzamiento de los lazos económicos pueden influir en las posibilidades de mantenimiento futuro del statu quo. El acercamiento entre los dos lados es de naturaleza estratégica, va mucho más allá de lo anecdótico de un mandato de cuatro años, pero tiene, en lo táctico, la hipoteca de garantizar la continuidad política del KMT al mando en Taipei ya que su principal opositor, el PDP, juega abiertamente a la contra.


 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China y autor de “Taiwán, el problema de China” (La Catarata, 2005).

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