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Las relaciones internacionales de China: los BRIC
Xulio Ríos (Revista Lluc, 26/09/2011)

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China define la actual coyuntura internacional como un período de transición y turbulencia que prejuzga cambios profundos en el sistema global. A la hora de reflexionar acerca de la visión china del mundo actual se acostumbra a efectuar un ejercicio de paralelismo con la época de los Reinos Combatientes (siglos V a III a.n.e.), en plena decadencia de la dinastía Zhou, un tiempo caracterizado por la anarquía y los enfrentamientos entre los diversos reinos, hasta que uno de ellos logra erigirse como autoridad central (1). Para muchos autores chinos existe una gran semejanza entre el momento presente y esa época, a cuyo estudio se remiten con afán para comprender las posibles claves del tiempo actual y para decidir estrategias en frentes especialmente relevantes, como el relativo a la gestión de la confrontación entre el poder hegemónico y los actores emergentes.

Una de las enseñanzas más relevantes de dicha época radica en la importancia de no precipitarse, dejando que el tiempo haga su tarea y vaya colocando las cosas en su lugar. La modestia y la paciencia son las mejores aliadas de quienes aspiran a triunfar en esta decisiva pugna. Las alusiones de Deng Xiaoping, el arquitecto de la reforma china, a la necesidad de “no portar la bandera ni encabezar la ola” (2) se refieren a esa conveniencia de esperar el momento adecuado y de no apresurarse en función de análisis voluntaristas de la situación que no reflejan con exactitud la realidad. Las invitaciones de los dirigentes chinos a ser cautelosos y prudentes y a no dejarse llevar por la falsa impresión que pudiera deducirse de los números propios y de las alabanzas (¿interesadas?) ajenas, son moneda común en el discurso político actual, ante el riesgo de ofuscación derivado de los éxitos acumulados y también de la propia experiencia histórica vivida durante el maoísmo, donde los intentos de acelerar el paso confundiendo los deseos con la realidad (Gran Salto Adelante, por ejemplo) derivaron en estrepitosos fracasos.

La apuesta por un mundo armonioso y la multipolaridad, ejes del discurso exterior de Beijing, reflejan no solo alternativas a un orden contemporáneo en transición sino que manifiestan la incidencia creciente de la cultura tradicional en la formulación de su pensamiento diplomático, condicionado igualmente por la incorporación de ciertas claves históricas que afloran en la actitud adoptada frente al vigente statu quo, que intenta alterar en su propio beneficio en virtud de los cambios operados a nivel global, pero cuidándose de no provocar rupturas ni desatar conflictos abiertos que puedan afectar la estabilidad de su proceso. Asimismo, manifiesta a cada paso una visión de largo plazo que dice mucho del repunte del comportamiento tradicional de la China milenaria y de la plena confianza en la potencialidad inevitable de sus dimensiones varias (geográfica, demográfica, económica, etc.) que le reservan, por derecho propio, un papel de relevancia en el sistema regional y global.

Conviene precisar también que, aun a pesar de contar con recursos cada vez más significativos y de no haber olvidado en modo alguno las humillaciones históricas infligidas por potenciales rivales (ya sean de Occidente o de la propia Asia) que hoy se debaten entre la contención y la cooperación a la hora de determinar aquello que debe primar en sus relaciones con el gigante asiático, China, a la espera de un momento que no considera del todo llegado, sigue estimando el entendimiento y la colaboración con países terceros como mecanismos privilegiados para hacerse un hueco en el sistema internacional de forma progresiva y sin provocar grandes estruendos,  maximizando aquellas variables que, en definitiva, le pueden permitir “ganar sin luchar”, como aseveraba su clásico Sun Zi (3).

¿Es esa moderación una actitud convencida y convincente o simple producto de un cálculo oportunista de posibilidades que solo espera el momento preciso para exhibirse con total contundencia? En el exterior se constata cierta incertidumbre y hasta desasosiego respecto a cómo será una China más fuerte y qué consecuencias tendrá a la vista de las diferencias culturales y políticas que la separan del resto de la humanidad. Pronosticar el comportamiento internacional de China no es cosa fácil, pues obedece a claves singulares que hunden sus raíces en esa creencia profunda en la posición central de China en la región y en el mundo y a la que parece aspirar de nuevo. Visto así, aunque gradualmente, la progresiva recuperación de la grandeza del pasado puede implicar una alteración significativa de la distribución del poder mundial que hoy ya podemos empezar a apreciar en las correcciones de representación manejadas en instituciones diversas, especialmente en el orden económico (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.), apremiadas a reflejar los cambios operados en la correlación de fuerzas global. Y a medida que ese momento se acerca, también aumenta la indisposición china para hacer concesiones que vengan a dilatar o regatear la introducción de dichos correctivos.

La conjunción de su posición geográfica, la acumulación de activos tanto a nivel económico como militar (si bien a un ritmo diferente, pero retroalimentándose mutuamente) y la férrea voluntad política de preservar el espacio vital inmediato, le sitúan en posición de afectar los intereses regionales y globales de la potencia hegemónica. Ello comienza a visibilizarse en su entorno más próximo, donde es cada vez más evidente el protagonismo activo de China en detrimento de aquellos intentos que, desde el exterior, se impulsan para cuestionar o condicionar su liderazgo ascendente. (4)

Las alianzas de China

Además de rebajar la tensión a través del diálogo, la conformación de alianzas para burlar las hipotéticas políticas de contención adoptadas por el actor hegemónico resulta de vital valor. La importancia concedida a Rusia y a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), el intento de configurar con Japón y Seúl la Comunidad del Este Asiático, el fomento de una relación más estrecha con los países de la ANSEA (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), las acciones orientadas a abrir fisuras en la coalición euroatlántica, etc., son ejemplos de ello, si bien siempre se cuidará de conducirlas con extrema precaución para evitar dar la sensación de estar apostando por una política de bloques que pudiera derivar en la formación de una nueva bipolaridad.  

En el caso concreto de los BRIC, cabe resaltar tanto la aún débil conformación de dicha alianza como la asimetría manifiesta en la relación de China con cada uno de sus miembros. Si bien es verdad que Beijing ha sabido reconstruir con Moscú unas relaciones mutuas siempre delicadas, fundamentándolas en la gestión de los intereses energéticos, la solución de las controversias fronterizas, la lucha contra el extremismo religioso o el separatismo, la visión compartida de un orden alejado de la influencia estadounidense en Asia central, o la apuesta conjunta por la multipolaridad, las reticencias en torno a la situación en Siberia y en toda la región asiática del territorio ruso, que representan las tres cuartas partes de su inmensidad y donde se concentran la mayor parte de sus riquezas naturales, no han cejado del todo ni impedido la connotación de su entendimiento con una inequívoca sensación de coyunturalidad.                 

Rusia es una pieza clave en la consolidación de la OCS, un instrumento esencial en el sistema de seguridad regional que garantiza a China el desempeño de un papel singular en el mismo. Por otra parte, cabe señalar que en torno a la OCS no solo se construyen y desarrollan vínculos de naturaleza militar para ensayar medidas frente al terrorismo, sino también de orden económico, financiero, cultural, político, etc.

Por lo que se refiere a India, pese a las buenas intenciones mostradas por ambos países, reforzadas por una agenda en la que cobran importancia temas regionales e internacionales (la estabilidad en Asia meridional o el cambio climático) en los que acercan posiciones, la sintonía entre ambos países dista mucho de ser suficiente para dejar atrás las disputas, en las que todavía predomina un amplio frente que abarca asuntos diversos, desde los litigios fronterizos a la pugna por los recursos hidráulicos o energéticos, la respectiva influencia global en entornos geográficos competitivos (el continente africano, por ejemplo), etc. En lo económico, los riesgos de colisión en sectores clave como la informática, la biotecnología, la independencia energética (en la región, ambos rivalizan por el petróleo y el gas birmano), las relaciones con los países vecinos (Pakistán, especialmente), las simpatías de Nueva Delhi por la causa tibetana o taiwanesa y los titubeos de Beijing en relación a Cachemira, ofrecen un saldo complejo que brinda posibilidades a Occidente (Estados Unidos, Alemania) para contar en Asia con un aliado como India para, llegado el caso, contener la emergencia china.

En cuanto a Brasil, sin duda constituye su principal apuesta en América Latina, pero su relación, al menos durante el mandato del presidente Lula, va mucho más allá del intercambio comercial e incluye importantes coincidencias en el ámbito político (promoción de las relaciones Sur-Sur, apuesta por la multipolaridad, reforma de las instituciones financieras internacionales, etc.). China encuentra en Brasil un socio idóneo y confiable en el orden bilateral, pero también un aliado consistente para proyectar su influencia en la región latinoamericana y en el mundo, sumando capacidades para converger en la conformación de un nuevo orden global.

De igual manera que rechaza la implicación en un G2 comandado por EEUU, China descarta participar, sensu contrario, en una carrera de armamentos que a la postre dilapidaría sus recursos y, como en el caso de la URSS, le llevaría a buen seguro a la derrota. En el Libro Blanco de la Defensa publicado en 1998 (5), el primero de su serie, se ofrece una visión de la situación internacional que abunda en el señalamiento de la confusión como característica esencial del momento actual y se alerta de los peligros que acechan tanto al orden internacional como al interno, pero cuidándose de destacar que el factor militar ni es el único ni siquiera el más decisivo a la hora de afrontar los retos del presente, destacando por su importancia la seguridad económica, que ocupa un lugar cada vez más relevante en la seguridad estatal. La economía es para China la base del poder duro.

El orden internacional de China

El punto de inflexión histórica que vivimos desde la desintegración de la URSS, a pesar de los contratiempos que ha supuesto, ofrece a China la oportunidad de participar de forma prominente en la configuración de un nuevo orden mundial. El declive de EEUU y el ascenso de otras potencias, periféricas o no, abren perspectivas sólidas para asentar esta hipótesis, si bien pudiera cuajar en diferentes escenarios. El hecho de que el factor económico, más que el propiamente militar, sea decisivo en la configuración de ese nuevo orden, le reserva a China un papel crucial, especialmente si logra mantener el actual rumbo, razón por la cual no perderá de vista que el mantenimiento de su ritmo de crecimiento y la solución de los problemas relacionados con su desarrollo son los asuntos prioritarios que le permitirán confirmar sus propias expectativas.

No obstante, la incertidumbre respecto a la configuración mundial aboca a China, por otra parte, a optar por estrategias complejas de seguridad integral que sitúan en el mismo plano los factores internos y externos, así como la práctica totalidad de los ámbitos sectoriales, con especial atención a aquellos con mayor capacidad de proyección de poder (desde el desarrollo tecnológico en general a la exploración del espacio celeste).

China reivindica un nuevo orden internacional, en proceso de construcción y por lo tanto con perfiles no del todo definidos. No tiene duda acerca de su estructura, apostando por la multipolaridad (EEUU, UE, Rusia, Japón y China, pero también Brasil, India y quizás otros más) en un contexto de quiebra efectiva de la hegemonía estadounidense. Igualmente, reserva a la ONU un papel sustancial, considerando que su reforma, si algo debe preservar, es la soberanía de los estados miembros, que debiera salir reforzada de dicho proceso. Y apuesta asimismo por graduar su compromiso con la agenda global, en aras de reforzar su imagen de país bienintencionado, abierto y pragmático. (6)

China dice anhelar un siglo XXI nuevo, cooperativo, pacífico, democrático y armonioso. Para ello está dispuesta a implicarse más en los asuntos mundiales, de conformidad con su estrategia de desarrollo pacífico, ejerciendo como país responsable, aunque sus compromisos difícilmente podrán ir más allá del conocido pragmatismo. Oficialmente declara también que no aspira a la hegemonía ni a convertirse en una superpotencia, sin ambicionar tampoco disponer de esferas de influencia. ¿Es creíble todo ello?

La principal ambición de China se concreta en la configuración de un orden multipolar capaz de atar en corto a EEUU y donde sea reconocida como uno de los grandes países del sistema mundial, de forma que su creciente poder no sea causa de conflicto sino que se conforme como un activo más para favorecer la institucionalización de marcos de cooperación en pie de igualdad. Ello no obsta a que reivindique más poder efectivo en los foros internacionales, asegurando así una implicación mayor en los mecanismos multilaterales, pero exigiendo también la cuota de poder que proporcionalmente le corresponde.

En este contexto, muy selectiva a la hora de aceptar formar parte de las estructuras directoras habilitadas por el mundo rico, China apuesta por el fomento de la cooperación Sur-Sur como expresión de continuidad con su tradicional tercermundismo y como vía efectiva no solo para implicarse de forma activa en el desarrollo de alianzas con sus potenciales socios, sino para configurar con ellos una agenda internacional capaz de incidir en las actuaciones y decisiones de los países más desarrollados, como primer paso para cristalizar una nueva correlación de fuerzas. Lo hemos visto durante la cumbre de Copenhague (2009). En ella, China, India y otros países del Sur han secundado propuestas abiertamente críticas con la actitud del primer mundo, exigiendo capitales y tecnología para compensar los esfuerzos que los países en vías de desarrollo deben asumir para corregir el rumbo del planeta. La potenciación de esta política le asegura un relativo liderazgo en el Tercer Mundo, en el que ya no se conduce conforme a patrones de corte ideológico como antaño, sino que enmarca sus relaciones en un pragmatismo compartido que, por su impacto, puede tener efectos transformadores nada desdeñables tanto en ciertos países concretos como en el conjunto de las relaciones internacionales.

Para dar al traste con la hegemonía occidental, otras estrategias chinas se orientan a quebrar el eje más sólido y desafiante (el formado por la UE, Japón y EEUU) tratando de impulsar políticas que permitan abrir grietas en la principal alianza que ha vertebrado buena parte del siglo XX. La apuesta por el fomento de la democratización de las relaciones internacionales, así como la estimulación de la autonomía de cada uno de los actores (especialmente los más relevantes), llenando de contenido las alianzas estratégicas que ha dibujado con cada uno de ellos, son medidas que aspiran a configurar marcos de relación bilateral que le proporcionen mayores oportunidades para también debilitar la cohesión de unos frentes que, unidos, podrían estar en condiciones de imponerle reglas más estrictas. Asegurando en todos los actores importantes una mayor libertad de acción respecto a Washington, China podría conseguir de todos ellos un nivel de cooperación mucho más intenso y favorable. En este marco, los foros ASEM o las cumbres China-UE, así como la Comunidad del Este Asiático son pilares de gran calado estratégico por los que China seguirá apostando en el futuro, con independencia de los altibajos ocasionales que pudieran producirse. El desarrollo del comercio y la inversión, por otra parte, serán los factores clave para dinamizar dichos procesos, acompañados del natural incremento de su influencia política.

Conclusión

China ha aceptado la interdependencia, en buena medida porque ha sabido beneficiarse de ella y la considera un colchón moderador de las tensiones que persisten en la relación con determinados países. A diferencia de Mao (y los emperadores de la China dinástica), que siempre desconfió de cualquier fórmula que implicase dependencia respecto al exterior e insistió hasta la saciedad en apoyarse en las propias fuerzas, sobreviviendo durante tres décadas en condiciones de práctica autarquía, Deng Xiaoping puso rumbo en la dirección totalmente contraria. (7)

La mayor dificultad estratégica estriba en cómo encajar el pujante nacionalismo chino en las dinámicas de globalización en boga. La respuesta a dicho interrogante va a depender de la evolución del debate interno entre nacionalistas y prooccidentales, cuyo saldo final resultará, en buena medida, de la consideración o no de Occidente como una amenaza a las tradiciones y singularidades chinas y a su afirmación como actor soberano en el orden global. Si la influencia que Occidente busca en la transición china se manifiesta primordialmente a través de la hostilidad, lo más probable es que ello acentúe el enrocamiento y la beligerancia china. Si por el contrario, se acepta esa singularidad, lo que equivale a respetar su identidad política y cultural confiando en una evolución cuyos ritmos se van a decidir a nivel interno, es más probable que nos encontremos con una China prioritariamente cooperativa.


CITAS:

(1) MALENA, Jorge E., China, la construcción de un país “grande”, Buenos Aires, Céfiro, 2010, pág. 83. Esta obra constituye una excelente aproximación a esa aspiración de China de convertirse en un “país grande” de la comunidad de Estados.

(2) Principio aplicado en la política exterior y que alude a la necesidad de mantener un perfil bajo y discreto, garantizando la participación en todas aquellas acciones que no contradicen los cinco principios de la coexistencia pacífica, pero sin liderarlas, evitando que China se presente como cabeza de organizaciones y movimientos de signo internacional, especialmente aquellos que pueden herir susceptibilidades. La frase alentó muchas especulaciones sobre las “verdaderas intenciones” de China en el plano diplomático, una vez recupere plenamente su poderío nacional.

(3) SUN, Zi, El arte de la guerra, Beijing, Ediciones en Lenguas Extranjeras, pág. 21.

(4) LI, Hongmei, El Tío Sam ya está muy viejo para ser líder en Asia, Diario del Pueblo, http://spanish.peopledaily.com.cn/31619/7162472.html, 11.10.2010. Fecha de la consulta: 11.10.2010.

(5) Accesible en http://www.china.org.cn/e-white/5/index.htm

(6) MALENA, op.cit, 151.

(7) RIOS, Xulio, Mercado y control político en China, Madrid, La Catarata, 2007, pág. 137.

 

 
 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China

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