La secuencia de informaciones que van trascendiendo sobre los contornos del caso Bo Xilai ponen de manifiesto las enormes deficiencias de esa institucionalidad china que en los últimos años, acompañando el proceso de reforma y alabada como fruto de la misma, se había presentado como uno de sus grandes logros. Paradójicamente, era también señalada como manifestación plausible de los indudables beneficios de haber dejado atrás el siniestro y oscuro periodo de la Revolución Cultural que por delante se llevó a numerosos dirigentes del país en la vorágine de una intriga masiva elevada a política de Estado.
No deja de ser curioso por ello que la Revolución Cultural se invoque por el primer ministro Wen Jiabao como el gran temor a futuro. Cierto que con matices y distancias respecto a dicho período, las prácticas del poder en la gestión de este asunto no despejan las dudas respecto a un proceder opaco, que una vez más desoye la demanda de transparencia y trato igualitario a todos los ciudadanos sean o no militantes y dirigentes del PCCh y aleja cualquier signo de institucionalidad creíble. En suma, estas del poder no son formas en un estado que se pretende de derecho. Tras los muros del partido se sigue cocinando la “verdad”.
El inesperado giro que ha tomado el asunto a raíz de la presunta conexión con la muerte del ciudadano británico Neil Heywood, consultor de una empresa de inteligencia, Haklyut & Co., fundada en 1995 por un antiguo miembro del MI6, abre un horizonte de confusión propia de una novela de John Le Carré. El gobierno británico ha reclamado explicaciones detalladas.
Según algunos medios, Neil tendría negocios con el entorno familiar de Bo, en concreto con su segunda esposa, Gu Kaili, quien está siendo investigada por corrupción (hace ya tiempo que tenía esa fama, al igual que muchas esposas de otros altos dirigentes chinos que parecen sustituir la separación de bienes por la separación de actividades). Gu podría estar implicada en el supuesto asesinato del consultor británico. Hay quien suma otra muerte relacionada con la esposa de Bo, la de su profesor de piano, con quien habría tenido diferencias. Siguiendo con la novela, Wang Lijun se habría refugiado en Chengdu para evitar las represalias de Bo, irritado al trasladarle las dudas sobre las causas de la muerte de Neil, dejándole entrever que había sido envenenado. El turbio asunto sería la punta del iceberg que evidenciaría la protección de Bo a ciertas redes de corrupción que controlaba a su antojo.
Wen Jiabao intervino directamente en el asunto al enviar a Chengdu un equipo de la unidad especial 8341, encargada de la seguridad de los altos dirigentes. Este proceder de Wen protegiendo el testimonio de Wang Lijun, sería la causa del enfrentamiento con Zhou Yongkang, quien es señalado como el principal apoyo de Bo Xilai en el Comité Permanente del Buró Político.
¿Una venganza tardía de Jiang Zemin? Otra línea de interpretación retrotrae este caso a la destitución de Chen Xitong, alcalde de Beijing y miembro del Buró Político, quien fue cesado en 1995. Chen habría acusado al padre de Jiang Zemin de haber colaborado con los japoneses. Jiang recabó entonces el apoyo de Bo Yibo para desautorizar la acusación de Chen, ofreciendo a cambio apoyo a la promoción de su hijo Xilai. Chen fue acusado de corrupción y condenado a 16 años de cárcel.
También ayudó a Jiang a librarse de otros rivales, debiéndole en suma gran parte de una larga supervivencia política que le convirtió en uno de los dirigentes con mayor duración en el cargo (1989-2002). Bo Yibo falleció en enero de 2007, a la edad de 98 años. Su muerte antes del XVII Congreso del PCCh explicaría el traslado de Bo Xilai a Chongqing, al parecer vivido por este como un destierro tras desempeñar el cargo de ministro de comercio exterior en el Consejo de Estado. De esta forma, Jiang Zemin se habría desentendido de un compromiso que le había sido exigido por el padre de Bo Xilai incluso tras el abandono de la secretaría general en 2002. El hastío se completaría ahora dejándole caer en desgracia.
Ciertamente, no hay círculo de poder en el mundo donde no existan facciones y rivalidades, corrupciones e intrigas, pero el paisaje político chino actual nos devuelve otra vez a las rebuscadas luchas de palacio de las viejas dinastías, tan secretas como implacables, sin que las soflamas liberales de Wen Jiabao tranquilicen lo más mínimo dejándonos incluso la sospecha añadida de que solo se utilicen para desviar la atención sobre procederes inexplicables.
¿Se hará la luz sobre el caso? El bando vencedor tratará de imponer su versión de la historia, pero esa verdad adolecerá una vez más de la credibilidad derivada de la falta de transparencia y de la independencia exigida a cualquier instructor. El PCCh intentará protegernos de las sombras pero esta vez puede resultarle más difícil, al contar con contra-medios que en la Red contrarían las versiones oficiales impidiendo su resolución a puerta cerrada. Por el momento, todo parece estar en manos de He Guoqiiang, jefe de la lucha contra la corrupción, y ex alcalde de Chongqing.
En Zhonanghai no debieran hacer de esto un secreto de estado. Por el contrario, podría ser el botón de muestra de esa transparencia que Wen Jiabao proclamaba el pasado lunes 26 como imperativo de los nuevos tiempos. Una vez más. Sin inmutarse lo más mínimo, mientras el silencio oficial rodea el caso y crecen las sospechas de que el origen del caso es netamente político. Todo lo demás, ¿pura ficción?. |