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La diplomacia bananera china
Xulio Ríos (OPCh, 21/05/2012)

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Son muchos los ciudadanos chinos que acusan a su gobierno de “debilidad” frente a los “atropellos” que a menudo se suceden en sus costas. Los pescadores son las víctimas preferentes de la osadía no ya de países con economías fuertes como Japón sino de otros con inferiores agarraderas como Filipinas e incluso “amigos” como Corea del Norte que acaba de liberar a 13 marineros retenidos desde el pasado 8 de mayo. En cada caso existe una razón argumental, relacionada con disputas territoriales o simples vendettas de otro signo (probablemente en el caso de Pyongyang relacionadas con el apoyo chino a nuevas sanciones contra el régimen norcoreano o el cambio de actitud mostrado respecto a quienes huyen del país).

La población china vería con muy buenos ojos que su gobierno desplegara una acción de firmeza que pusiera “las cosas en su sitio”. Algunos no comprenden como si en tiempos antiguos, los entonces reinos tributarios no se atrevían a contrariar al Emperador, como ahora, una China tan fuerte no es capaz de poner firmes a sus vecinos. A tono con el orgullo nacional mostrado en algunas manifestaciones contra el proceder de Manila, un gesto bélico, por pequeño que fuera, a nadie se le escapa que permitiría cerrar filas en momentos de cierta convulsión interna como la vivida en estos prolegómenos del XVIII Congreso del PCCh.

 
  EFE

Pero el gobierno chino tampoco se ha quedado de brazos cruzados. Su reacción ha sido medida y calculada. Lo más fácil hubiera sido adoptar ese gesto reclamado que desataría el patriotismo y permitiría al PCCh poner sordina a muchos y delicados contenciosos de todo tipo. Pero las consecuencias, con toda seguridad, serían nefastas. En primer lugar, es dudoso que resolviera algo (y la pervivencia de las razones que en los setenta motivaron las escaramuzas con Vietnam así lo demuestran); en segundo lugar, por pequeña que fuera la gesticulación, hubiera servido para desatar una alarma regional y mundial respecto a ese “dragón” despierto que ya se siente lo suficientemente seguro como para recurrir a la fuerza. Facilitaría el rearme y serviría en bandeja un argumento de calibre a EEUU para justificar y multiplicar su creciente presencia en la zona para conjurar el emergente belicismo chino. La proclama del desarrollo pacífico, por otra parte, se desharía en añicos.

Por fortuna, el gobierno en Beijing parece atenerse al tradicional pensamiento de Sun Zi y rechaza cualquier decisión a la ligera. Por el momento, las respuestas de mayor calado se han centrado en el arma económica, probablemente más eficaz. La reducción de las importaciones de banana de Filipinas (China representa el 40 por ciento del mercado exportador de este producto) y la decisión de suspender los viajes turísticos (China representa en torno al 20% de los turistas que visitan Filipinas) son advertencias que pudieran contribuir a moderar el proceder de Manila. Por otra parte, las negociaciones en curso entre empresas de ambos países destinadas a fijar un acuerdo para la exploración y explotación conjunta de los recursos energéticos dejando a un lado el problema de la soberanía, es el mejor camino a seguir.

La acción militar no es un recurso. No es un signo de ligereza o debilidad eludir la confrontación armada, sino un ejercicio de responsabilidad. Ahora, a la imposición de veda en la zona de las islas Huangyan por parte de las autoridades filipinas se ha sumado la veda impuesta por las autoridades chinas. La doble veda podría evitar la reiteración de incidentes con los pesqueros y ofrece un paréntesis para que la diplomacia, bananera o no, haga su trabajo.

Pese a lo que puedan pensar muchos ciudadanos chinos, esta diplomacia paciente y oblicua es bien inteligente. El recurso a la fuerza puede tener un efecto interno aglutinador importante, nada desdeñable en las complicadas circunstancias de la China actual, pero las consecuencias externas de cualquier bravuconería serían muy negativas.

Resolver una crisis de este tipo comprando menos bananas puede parecer absurdo y hasta jocoso. No obstante, si donde había aguas revueltas ahora hallamos aguas tranquilas, bienvenida sea la solución.

 

Xulio Ríos,
es director del Observatorio de la Política China.

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