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El ceremonial parlamentario chino
Por Xulio Ríos (El Correo, 08/03/2004)
 
 

Las sesiones anuales del macro Parlamento chino constituyen siempre un acontecimiento. Esta reunión se prolonga durante dos semanas y en ella participan varios miles de diputados. Las labores legislativas ordinarias, con un periodo de actividad normal y similar al de cualquier país occidental, las ejecuta su Comité Permanente, integrando por menos de la cuarta parte de los miembros del Plenario. Previamente a las sesiones del Parlamento se reúne la Conferencia Política Consultiva, un marco de diálogo del Partido Comunista con aquellos pequeños partidos que aceptan su sistema de coparticipación en el poder, renunciando a lo que en buena medida justificaría su propia existencia, la alternancia en el ejercicio democrático de la gestión estatal. Pero así viene funcionando el sistema político chino desde hace cincuenta años, en el maoísmo, en el denguismo y ahora también, cuando una nueva frontera asoma en su larga transición. Y no parece que en lo político se puedan vaticinar cambios sustanciales.

Que diferencia esta reunión de las anteriores? En primer lugar, las caras nuevas. Es la segunda del actual periodo de sesiones pero la primera de una nueva etapa en la que Hu Jintao y Wen Jiabao, jefe del Estado y primer ministro, respectivamente, asumen el liderazgo operativo de la arquitectura constitucional del país. En segundo lugar, y más importante, el creciente peso de lo social en las reflexiones y los debates. Durante mucho tiempo, uno podía hartarse de escuchar a los dirigentes chinos su eslogan preferido al hablar de la reforma: “primero eficacia, después justicia”. Ahora parecen haberse dado cuenta de que la reforma debe “caminar con las dos piernas”, como decía Mao Zedong, y no con “una pierna larga y otra corta”, como se asumió un tanto altivamente después de él. La epidemia de la neumonía atípica se convirtió en algo más que una crisis de salud pública y ha provocado una sana sacudida interna permitiendo comprender con toda nitidez que el impulso social es fundamental para que el proceso de reforma avance amortiguando y corrigiendo las desigualdades y desequilibrios que pueden hacer peligrar la sacrosanta estabilidad.

En esa línea argumental, el principal problema que debaten los diputados chinos es el campesino. Ha sido uno de los más discutidos en la anterior sesión anual del Parlamento y ya entonces fue diagnosticado como el principal desafío para los próximos veinte años. No puede existir una sociedad acomodada en China, si en el campo, donde aún vive el 70 por ciento de la población, no mejoran las condiciones de vida. En los primeros años de la reforma fue el gran protagonista, pero su estancamiento actual, en un contexto de crecimiento de las áreas urbanas, agudiza su atraso. El problema campesino en China tiene tres manifestaciones. En primer lugar, la alimentación: el índice de absorción diaria de proteína por persona es de 70 gramos frente a 75 en la ciudad. La alimentación aún debe mejorar. En segundo lugar, el ingreso. En 2002, el ingreso neto rural fue de 2.576 yuanes, menos del tercio de la media urbana, cifrada en 7.703 yuanes. Cinco años antes, la diferencia era de 2.162 frente a 5.425 yuanes. Y la diferencia hoy puede llegar a ser de 6 a 1. Según fuentes oficiales, los campesinos disponen de unos 1.000 yuanes anuales como ingreso disponible efectivo. En tercer lugar, el bienestar. El estado de los servicios básicos como la salud o la educación, cuando existen, es muy precario. Falta servicio médico en muchos distritos, el abandono escolar es aún importantísimo...

Según la propia Academia de Ciencias Sociales de China, las diferencias entre el campo y la ciudad son las mayores del mundo si tomamos en consideración los factores no monetarios. Si se tiene en cuenta solo la renta nominal, la cifra de Zimbawe es ligeramente superior, asegura Li Shi, investigador de la Academia y autor de un informe demoledor que ha llegado a manos de sus señorías orientales. Los legisladores debatirán propuestas como la exención de impuestos o la financiación pública de la educación y la atención sanitaria, pilares de un sistema de protección social que reduzca las diferencias entre ciudades y el campo. La idea central: reconstruir un sistema público que ha sido desmantelado con la reforma dejando al pairo a millones de personas.

Entre las modificaciones constitucionales, otro atractivo asunto de la agenda plenaria, se enfatiza mucho la protección de la propiedad privada, o el respeto de los derechos humanos. Algo menos, la “concesión” a Jiang Zemin, el anterior jefe del Estado y aún presidente de la Comisión Militar Central, que verá reflejada su teoría de la triple representatividad en la Carta Magna. Pero más allá del significado económico, ideológico y político del reconocimiento de la propiedad privada, no esperemos una nueva sacralización de lo privado, según nuestros cánones. La influencia cultural del confucianismo pesa aún lo suyo en estas latitudes y actúa, conscientemente o no, como un substrato inapelable que modela las conductas y las conciencias. La propiedad siempre tendrá aquí un dilatado fondo sentido social: “Viendo las ganancias a obtener, piensa en la justicia”, destacaba Confucio como una de las nueve meditaciones para ser un hombre de perfecta virtud.

En cuanto a los derechos humanos, es evidente, que si bien China, inteligentemente, ha incorporado los derechos humanos a su discurso formal, y este es un nuevo paso en dicha dirección, en términos generales no ha ocurrido así con sus implicaciones prácticas.

 
 

Xulio Ríos es director del IGADI.

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ÚLTIMA REVISIÓN: 08/03/2004
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