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Taiwán no quiere ser China
Por Xulio Ríos (Noticias Obreras, abril 2000)

Las elecciones presidenciales celebradas en Taiwán el pasado 18 de Marzo han puesto fin a cinco décadas de dominio absoluto del Kuomintang, el Partido Nacionalista chino que se refugió en la isla huyendo de la victoria de Mao Zedong, y colocado contra las cuerdas la estrategia de unificación continental basada en la equiparación de facto de Taiwán a Macao y Hong Kong, tres supuestos similares pero con sustanciales diferencias entre si.

Chen Suibian, ex-alcalde de Taipei, ha vencido con claridad. En Taiwán, primera e importantísima consecuencia, se ha producido la alternancia que abre las puertas a un nuevo ciclo político. El KMT ha pagado el precio de su división interna, de la imposición de las preferencias del aparato a las bases del Partido, del conformismo, en definitiva, frente a la renovación. Para Pekín, se ha cumplido el peor de los pronósticos, y al igual que buena parte de la base social del KMT, acusa a sus viejos enemigos, en especial a Lee Teng-hui, el Presidente saliente, de ser el máximo responsable del actual desaguisado. Incluso oficialmente se ha llegado a insinuar que el verdadero candidato de Lee a la Presidencia era Chen Shuibian y no Lien Chan, su vicepresidente y candidato oficial del Partido.


Chen Shuibian, el PDP y la independencia de Taiwán

La fuerza política ganadora de estos comicios, el Partido Democrático Progresista (PDP) fue creada en 1986, cuando la reforma política taiwanesa se adentraba por el sendero de la democratización. Al principio, la reivindicación de independencia era su principal seña de identidad y la referencia incuestionable para toda su base electoral. En la actualidad, sin embargo, la moderación se ha impuesto en sus filas y los principios dirigentes del PDP se esfuerzan por definir otros referentes de su acción política que no le asocien tan estrechamente a una reivindicación que para muchos constituye aún motivo de crispación y enfrentamiento. Lo más probable es que a medida que los sectores más moderados del PDP se instalen en el poder, esa mutación experimentará nuevos e intensos cambios en la misma dirección.

Semejante afirmación puede sorprender a algunos, especialmente teniendo en cuenta que Chen Shuibian procede de una de las familias internas del PDP más radicalmente posicionadas a favor de la plena soberanía de Taiwán. Frente a los agrupados en torno a la fracción denominada “Formosa”, que siempre ha puesto el acento en la democratización del Estado, los partidarios de la “Nueva Corriente”, entre los que se encuentra el nuevo Presidente taiwanés, destacaban la urgencia de refundar el Estado sobre bases claramente autodeterministas. Fue el propio Chen Shuibian quien propuso en el V Congreso del PDP, celebrado el 13 de octubre de 1991, la inclusión de la independencia en el programa del Partido como un objetivo político irrenunciable.

La necesidad de marcar diferencias con el KMT llevó al PDP a acusar al primero de comportarse en Taiwán como un auténtico poder colonial, de compartir con el régimen político continental un idéntico interés por la unificación, e incluso de renunciar al protagonismo internacional de Taiwán y a su vuelta a Naciones Unidas. Esta estrategia, si bien acertó a la hora de situar al PDP como una fuerza plenamente consolidada en el panorama político taiwanés, se evidenció claramente insuficiente para atraer a buena parte del electorado. Su imagen no era la de un partido capaz de asumir el gobierno del país. La rotundidad de sus planteamientos servía en bandeja al KMT los argumentos que precisaba para acusarles de irresponsabilidad y falta de madurez.

Los malos resultados obtenidos en 1990 (comicios legislativos) y 1991 (municipales) provocaron cierto debate interno y marcan el inicio de un cambio de tendencia que el propio Chen Shuibian se apresta a liderar en 1994 en su campaña para alcanzar la alcaldía de Taipei. El posterior triunfo de Lee Teng-hui en las presidenciales de la primavera de 1996 acelera el proceso de giro al centro que se salda con una importante escisión interna en diciembre del mismo año; es entonces cuando nace el Partido para la Independencia de Taiwán. En las elecciones locales de 1997 y legislativas de 1998, con los sectores más radicales ya fuera del Partido, prosigue la marginación de la componente independentista, pasando a primer plano el debate sobre cuestiones mucho más pragmáticas, en similar tono al de cualquier estado normal (empleo, protección social, medio ambiente, etc).

Esa discusión sin embargo no está del todo cerrada. Aunque intenten disimularlo, las relaciones con China constituyen el problema número uno de Taiwán. Entre las diferentes corrientes del PDP existen partidarios de impulsar y desarrollar iniciativas de aproximación respetuosa al continente, y también quienes no consideran que esta sea una cuestión ni mucho menos urgente. En cualquier caso, los defensores de una y otra posición, parecen compartir la necesidad de auspiciar una política de extrema prudencia en las relaciones bilaterales.

Y si Chen Shuibian ya no contempla la independencia como un escenario reivindicable, ¿por qué China se preocupa tanto? No proclamar la soberanía no significa apostar por la unificación con el continente. De hecho, lo que plantea Chen Shuibian como inamovible es la defensa a ultranza del vigente statu quo. Puede esperarse incluso una mayor capacidad de iniciativa y dinamismo político desde Taipei, una firme apuesta por la “solución” de todos aquellos pequeños pero reveladores problemas que forman parte del anacrónico estado de guerra fría que aún padecen ambas comunidades (el establecimiento de lazos comerciales, postales, aéreos y marítimos directos, por ejemplo), pero esa normalización no conduce necesariamente a la unificación. Mientras tanto, en China, Jiang Zemin se muestra cada vez más impaciente por iniciar las negociaciones bilaterales que, en plazos y contenidos, concreten la aproximación.


“Un país, dos sistemas” ya no vale

Para China, la nueva situación plantea serias dudas acerca de la vigencia del principio “un país, dos sistemas” como fórmula aceptable para llevar adelante la unificación. A Beijing le urge reconocer “la verdad en los hechos”, como gustaba enfatizar Deng Xiaoping, y adecuarse a la nueva realidad taiwanesa con propuestas audaces que no encasillen el contencioso bilateral en postulados inamovibles. La sociedad taiwanesa ha dejado clara su apuesta por fortalecer una identidad política propia, genuina. La China comprometida con la unificación, debe traducir esa aspiración con flexibilidad y concretarla en previsiones más generosas de su sistema jurídico e institucional. Ni Hong Kong ni Macao disponían de diplomacia propia, o de un ejército. Imaginar a Taiwán con el mismo status de “región administrativa especial” resulta claramente inapropiado y fuera de lugar.

Si en 1997, el XV Congreso del Partido Comunista Chino elevaba a Deng Xiaoping a los altares, entre otras razones, por sus inestimables aportaciones en relación a la unificación, en Taiwán, el 18 de marzo de 2000 se ha enterrado buena parte del denguismo. Es la segunda muerte de Deng Xiaoping, pero una excelente oportunidad para que, al igual que en el pasado, se auspicie un nuevo lenguaje que evite la confrontación no pacífica.

A la vista de las duras amenazas proferidas por los máximos dirigentes del país en el curso de la reunión del Parlamento chino, ¿es posible que China se embarque en una aventura militar en el estrecho de Taiwán? La situación actual es particularmente peligrosa. Muchos analistas consideran que las amenazas de Beijing no son creíbles, que son muchas las dependencias respecto a un entorno internacional que podría aislarle en caso de invasión , que no está preparada para una guerra de esas características en la que no tendría todas las de ganar, y que su prioridad esencial pasa hoy por la culminación del proceso de modernización económica iniciado en la década de los ochenta. En efecto, la guerra afectaría no solo a 22 millones de taiwaneses, sino también a los 1.300 millones de chinos que viven en el continente.

Pero debemos tener en cuenta también otros elementos de reflexión. En primer lugar, que los gobernantes chinos ejercen su poder con una mano en la Historia. Y en esa perspectiva dificilmente pueden admitirse renuncias. En segundo lugar, la afirmación nacionalista forma parte del discurso político del actual liderazgo chino, y en esa linea, Taiwán constituye un recurso de incalculable valor para opacar otras tensiones. En tercer lugar, Jiang Zemin necesita reaccionar. La tardanza en dar una respuesta a la propuesta de Chen Shuibian para establecer un diálogo bilateral indica que en el Comité Permanente se busca el consenso. El Diario del Ejército sostiene el lenguaje más hostil. Las conversaciones paraoficiales que se iniciaron en 1992 entre las sociedades interpuestas creadas por ambos gobiernos para sondearse mutuamente, están practicamente rotas desde hace años.

Por último, es verdad que a China le preocupa su imagen internacional, pero esta inquietud tiene una doble vertiente. Si algunos temen la reacción a un hipotético uso de la fuerza en un momento en que la prioridad número uno es la integración en la Organización Mundial del Comercio, a otros les inquieta sobre todo la impresión de debilidad e impotencia frente al desafío planteado por el ascenso del PDP, una nueva humillación que obedecería a las interferencias de potencias extranjeras en los asuntos internos del país. Habida cuenta de los enormes intereses económicos que tiene en el continente, China cree que Estados Unidos se lo pensará dos veces antes de involucrarse directamente en el conflicto. Pero Washington no dudó un instante en enviar a Richard Holbrooke a la zona para calmar los ánimos. Al margen de episodios simbólicos que nunca pueden descartarse plenamente, nada indica que China apueste hoy por un inicio de hostilidades con Taiwán. El recurso a la fuerza armada le colocaría a similar nivel que Rusia (Chechenia) o la OTAN (Kosovo).

Xulio Ríos es director del IGADI (Instituto Gallego de Análisis y Documentación Internacional). Volver ó índice


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ÚLTIMA REVISIÓN: 26/03/2000