China e o mundo chinés
Un Partido para una Revolución
Por Xulio Ríos (artigo publicado no Suplemento
Especial do xornal El Mundo o 1/10/99)
¿Cómo es posible que veinte años después de haberse iniciado la política de reformas en China, de introducción progresiva del mercado, de acentuada apertura al exterior, de modernización, en suma, el Partido Comunista haya pasado de treinta y cinco a sesenta millones de miembros? ¿Cómo explicar que aún después de la caída del muro de Berlín o de los graves sucesos de Tiannanmen, el Partido Comunista de China mantenga, al menos en apariencia, toda su fuerza e implantación? El liderazgo indiscutible del Partido es uno de los cuatro principios cardinales formulados por Deng Xiaoping qy ue deben ser observados en todo tiempo y situación para evitar el desbordamiento del proceso que debe conducir a China de “una relativa imperfección a una perfección relativa”.En el Partido está la clave de casi todo y todo se puede retocar menos el Partido. Mao decía que para hacer la revolución debe haber un partido revolucionario; Deng Xiaoping aseguraba que para mantener la estabilidad durante el proceso de cambio este debe ser necesariamente conducido por el Partido.
Hay más Partidos en China, pero solo el Partido Comunista es el Partido. Los ocho partidos democráticos participan en determinadas instituciones del poder, pero no pueden aspiran a ejercerlo en su totalidad. En el sistema político chino, el Partido es el todo. Desde su Comité Central se dirigen los hilos, hasta los más inverosímiles, de la vida del país. Los principales cargos de los órganos de la Administración y del Estado son acordados previamente en el Partido. Los medios de comunicación forman parte inevitable del entramado partidario. Naturalmente, el Ejército es controlado directamente desde el Partido (el Partido manda al fusil, decía Mao) a quien le debe rendir cuentas (no al gobierno) a través de la Comisión Militar Central.
Incluso en la vida económica, a pesar del rápido desarrollo de lo privado e individual y de esas cifras macroeconómicas que hablan de la reducción del peso de lo estatal en el conjunto de la economía, el Partido tiene la llave para abrir las puertas a cualquier proyecto, nacional o extranjero, y controla la mayor parte de estas actividades condicionando,a veces caprichosamente, su funcionamiento. El Partido, en suma, lo controla casi todo y los anuncios, ya algo lejanos, de medidas urgentes para establecer una adecuada separación entre el Partido y el Estado se han quedado en declaraciones muy poco efectivas y a lo sumo reducidas a una mayor delimitación de funciones que no afecta para nada a la concepción instrumental que subyace al analizar la naturaleza de sus relaciones. Los esfuerzos, en fin, por configurar un régimen de legalidad socialista en el que el Partido sea uno más de los agentes intervinientes, chocan inevitablemente con sus privilegios prácticos y el peso de la inercia y de la historia que socialmente atribuye todo el poder a las personas.
¿Y en la sociedad? Esa ambición de ocupación total, socialmente conserva también algunos apoyos. Las principales organizaciones de masas están dirigidas por el Partido (por ejemplo, el jefe de los sindicatos, Wei Jiangxing, es miembro del Comité Permanente del Buró Político y pasa muchísimo más tiempo en el complejo residencial del Partido que en Fuxingmenwai, sede de la Federación de los Sindicatos chinos). Buena parte de las iniciativas públicas y ciudadanas, desde la caridad hasta la cultura, están mediatizadas por el Partido. Se trata de un esfuerzo gigantesco gracias al cual los dirigentes chinos han conseguido evitar lo peor y afianzar ciertos vínculos. Pero cada vez encuentra más dificultades para consolidar su influencia ya que la reforma de la economía le impone también cierta moderación del adoctrinamiento tradicional.
Según algunos sondeos recientes, manejados por la propia dirección china,una aplastante mayoría de los residentes en los principales núcleos urbanos valoraba negativamente el trabajo realizado por los responsables del Partido y del Gobierno. En lo que va de año, provincia a provincia, departamento a departamento, y célula a célula, todos los miembros del Partido se han empleado a fondo en una campaña interna de examen y autocrítica, de rectificación del estilo en el trabajo, en la más rancia tradición maoísta. En suma, para recordar a todos que el deber político elemental de todo comunista es el de cultivar los cinco amores: a la madre patria, al pueblo, al trabajo, a la ciencia y, por último, al socialismo.
Mientras parece avanzar inexorable el apoliticismo y el vacío ideológico, se allana el camino para esa nueva generación de tecnócratas formados en el exterior y que tomarán el relevo asumiendo el valor del crecimiento y del desarrollo como únicos depositarios de sentido. Aún conservando cierta admiración casi religiosa por Mao, la sociedad china ha visto como en poco tiempo sus motivaciones y aspiraciones han cambiado de signo, hasta el punto de resurgir tradiciones y costumbres ancladas en el pasado confuciano y que muchos daban por definitivamente desterradas. Poco o nada va quedando del ideal humano que simbolizaba Lei Feng, exaltado hasta la saciedad por el Partido, lleno de cualidades revolucionarias, afanado lector de las obras de Mao para saber “por quien debe vivir”. Aquel hombre nuevo, exento de egoísmo, reivindicado en los primeros años de la Revolución, exhibe hoy en China similares rasgos de alineación a los de cualquier habitante del planeta.
Las corrientes internas
En el comunismo chino siempre han existido corrientes y debate político. Y, por fortuna, incluso en los momentos más duros, salvo contadas excepciones, las discrepancias internas no se saldaban con la simple liquidación física de los perdedores, aunque pudieran llegar a ser millones los directamente perjudicados (como ocurrió durante el fatídico Gran Salto Adelante). Antes del triunfo de la Revolución, una de las principales discusiones se centró en la bolchevización o no del Partido. La supeditación a la Internacional Comunista, controlada por los soviéticos, alcanzó su cénit con el ascenso de Wang Ming, un joven de 26 años que fue aupado de golpe a la máxima dirección del Partido con el apoyo del representante de la Internacional Comunista. En enero de 1935, a poco de iniciarse la Larga Marcha, Mao asestaba el golpe de gracia a la facción fiel a Stalin.
Ya en el poder, durante los primeros treinta años de la República Popular China, pragmáticos y voluntaristas (las dos líneas) se han ido alternando en el ejercicio de las mayorías hasta que en 1978, Deng Xiaoping consigue imponer una orientación reformista que se ha mantenido invariablemente hasta hoy. El voluntarismo de Mao, quien estaba convencido de que nada podía resultar imposible si se actuaba con entrega total y con convicción ideológica, alentó iniciativas que desorganizaron económicamente el país. Zhu Enlai, Chen Yun, Deng Xiaoping y otros, se encargaban de recoger los destrozos ocasionados por cada campaña política maoísta, convencidos de su imposibilidad de cuestionar en vida la imagen del Gran Timonel.
Ya instalados en el reformismo, las dificultades económicas de los años ochenta y la actitud ante la perestroika soviética o las manifestaciones estudiantiles de 1989, aún permitían discernir en la dirigencia china hasta tres grupos principales: los conservadores (Li Peng y los ya fallecidos Chen Yun o Peng Zhen); los centristas (Jiang Zemin o Yang Shangkun); y los más reformistas (Zhao Zyiang, Hu Yaobang, o Qiao Shi). El XV Congreso, celebrado hace dos años, ha simbolizado la plena consolidación del centrismo, ensanchando sus márgenes y reforzando la figura de Jiang Zemin como el hombre fuerte del régimen. Los sectores más conservadores (Deng Liqun) ejercen su influencia desde la periferia del poder. Por primera vez en la historia de la China Popular carece de sentido diferenciar corrientes, resultando más apropiado advertir la presencia de grupos de poder, como el clan de Shanghai, que lidera el propio Jiang Zemin, o el de Guangdong, que son, quizás, los más significativos. Por otra parte, comienzan a definirse grupos de interés conforme a parámetros no territoriales sino corporativos (el Ejército dispone de un 25% de los asientos del actual Comité Central).
Transcurrida casi la mitad de un mandato que debe finalizar en el año 2002, a juzgar por las muestras de renovación impulsadas en el último Congreso (la edad media del Comité Central se ha rebajado a algo menos de sesenta años y con una tasa de reelección del 43%), es previsible la puesta en marcha inmediata de mecanismos de relevo. Buena parte de las principales figuras (Jiang Zemin, Li Peng, Zhu Rongji) deberán jubilarse. Dada su avanzada edad (todos con más de setenta años), los tres están hoy al margen de la mutua rivalidad, pero probablemente aspirarán a situar a sus preferidos en la parrilla de salida. Como consecuencia de esa lucha que se avecina por el poder, alguna caída podría precipitarse antes de tiempo. Como figura emergente destaca Hu Jintao (56 años), el actual vicepresidente del país,uno de los cinco miembros (de 24, incluídos suplentes)del actual Buró Político con menos de senta años. A juzgar por su biografía parece destinado a ejercer la máxima jefatura del país. Algunos ya le señalan como el futuro Gorbachov. Pero tres años en China es un horizonte demasiado lejano para asegurar nada. Zhu Rongji bien pudiera ser la primera víctima de este juego al no disponer de ninguna base de poder propia y acumular el mayor desgaste por las dificultades y el estancamiento de la reforma.
La metamorfosis nacionalista
¿Es previsible un mantenimiento de la supremacía política del PCCh? Asi parece. El Partido realiza denodados esfuerzos por mantener y reforzar su capacidad de liderazgo. Es consciente de que los llamamientos a evitar la “polución espiritual” de la que hablaba Deng, resultan cada vez más incompatibles con una conducta social más abierta e independiente. Muy pocos confian en que la aparente solidez del edificio politico maoísta pueda resistir las continuas incrustaciones de “peculiariades” capitalistas que le han sido adosadas en los últimos años con la política de reforma y apertura. Por ello, el nacionalismo, ya sea como instrumento de movilización social ocasional o como pilar estratégico para resistir las consecuencias últimas de una auténtica democratización (la posibilidad de alternancia en el poder) es una tentación demasiado fuerte. Cada día que pasa nuevas señales indican que el nacionalismo pierde en China su carácter epidérmico para convertirse en una proyección que es imprescindible tener seriamente en cuenta de cara al inmediato futuro.
De hecho, desde hace algún tiempo se viene produciendo un intenso denate en el seno de los ambientes políticos e intelectuales acerca de cuál debe ser la fundamentación principal de ese nuevo perfil político del Partido llamado a suplantar progresivamente el vademécum maoísta. Dos lecturas principales deben ser tenidas en cuenta. Ambas tienen en común el rechazo a una occidentalización sin matices, tan genérica como impropia y absurda, y el idéntico deseo de configurar una sociedad poco crítica, sumisa y obediente. Los neoconfucianos (próximos a las tesis del profesor Tu Weiming) se esfuerzan por reivindicar la plena vigencia de la identidad china tradicional argumentando su múltiple presencia en la China de hoy e incluso su benévola influencia en la mejora económica y social que ha experimentado el país en los últimos años. El planteamiento de los neoautoritarios (agrupados principalmente en torno a la revista Zhongliu) es, por así decirlo, más laico y negativista. Su principal punto de partida es la explícita condena del imperialismo cultural de Occidente y la reivindicación de los principios ideológicos fundamentales del sistema. Su propuesta para conseguir la deseada emergencia de las potencialidades chinas se articula en base a tres niveles: lo primero, la mejora de la economía; lo segundo, alcanzar mayores cotas de justicia social; y, por último, la adopción de planteamientos de mayor democracia política sin por ello caer en un sistema pluripartidista de corte occidental.
Pero la potenciación de un nacionalismo “han” (la etnia mayoritaria en China) para estabilizar el poder y facilitar la integración política y territorial del gran universo chino (con Hong Kong ya dentro, Macao a las puertas y Taiwán en lista de espera) puede, paradójicamente, imponer a otra escala la lógica contraria. Un planteamiento de esas características activará sin duda la rebelión de algunas nacionalidades (tibetanos, uigüres y kazakos, fundamentalmente) que llevan tiempo manifestando su descontento ante el limitado reconocimiento de sus derechos.
Por esas y otras razones a los dirigentes chinos les interesa un nacionalismo que puedan controlar; que esté al servicio de la estabilidad política interna; que favorezca la consecución de la unidad de todos los segmentos territoriales del país; y moderado, para evitar tensiones innecesarias con Occidente y los vecinos asiáticos. Desde el Partido Comunista se alberga la esperanza de que semejante planteamiento pueda hacer posible renovar y ampliar la legitimidad revolucionaria conforme a nuevos parámetros, sin mayores quiebras ni rupturas. No es ni mucho menos imposible, pues el componente nacionalista siempre ha estado muy presente en la identidad del Partido, bien en la discrepancia con el hegemón soviético o en la lucha contra la ocupación extranjera o contra el invasor nipón.
Pero ganarse y mantener la confianza de la sociedad es también una cuestión de moral y de eficacia. La primera se libra fundamentalmente en el campo de la corrupción. Desde hace varios años, ningún departamento del Partido o del gobierno, tampoco el Parlamento o la administración judicial, pueden participar en entidades económicas, comprar acciones, invertir en empresas; también en el ámbito castrense se impulsa la desvinculación obligatoria de las actividades económicas lucrativas, a fin de evitar que la corrupción se extienda a lo largo y ancho de todo el tejido estatal y partidario. Los efectos de estas medidas tardarán un tiempo en verse, pero hasta la fecha no han conseguido erradicar un problema que, por otra parte no es nada nuevo ni está asociado a la reforma. Una de las permanentes obsesiones de Mao era la campaña contra el “proyectil almibarado”.
El nivel de eficacia deberá apreciarse en la gestión de la reforma. Los dirigentes chinos ya reconocen que en la actualidad el proceso permanece prácticamente estancado. Las principales reformas de los últimos años (en el mercado de la vivienda y en las empresas estatales, por citar algunas sobresalientes) no han dado los frutos esperados. Los objetivos marcados para el saneamiento de la empresa estatal se han evidenciado como muy ambiciosos. Zhu Rongji anunció que en tres años reestructuraría el sector estatal y el Parlamento le dió los poderes para ello. Ahora parece imposible y el coste social puede ser muy elevado. Estas dificultades y el parón en las negociaciones sobre la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, cuestionan la figura del primer ministro. Si falta la prosperidad, la estabilidad puede verse afectada.
¿De la autocracia a la democracia?
Tal como la propia realidad se encarga de demostrar, el Partido dispone de capacidad para transformar un sistema de economía planificada en otro de economía mixta, con planificación y mercado, con propiedad estatal y propiedad privada, ¿pero será capaz de transformar un régimen autoritario en otro democrático? En la vecina Taiwán, un partido de corte similar, el Kuomintang ha conseguido el milagro, incluso logrando preservar su papel dirigente durante y después del proceso. Pero el KMT no solo tenía militantes y poder, sino también voluntad, algo de lo que aún carece el PCCh.
Por su enorme capacidad catalizadora, los Congresos constituyen un espejo que condensa y proyecta la identidad del Partido. Quizás no toma todas las decisiones importantes, pero más tarde o más temprano, todas serán debatidas en él.
Congreso | Fecha | Lugar | Delegados | Nº miembros |
I | 23-7 a 1-8/1921 | Shanghai-Jaixing | 12 | Más de 50 |
II | 16-23/7/1922 | Shanghai | 12 | 123 |
III | 10-20/6/1923 | Guangzhou | 30 | 432 |
IV | 11-22/1/1925 | Shanghai | 20 | 994 |
V | 27-4 a 10-5/1927 | Wuhan | 80 | 57.900 |
VI | 18-6 a 11-7/1928 | Moscú | 84 | 40.000 |
VII | 23-4 a 11-6/1945 | Yannan | 544 | 1,21 millones |
VIII | 15-27/9/1956 | Beijing | 1.026 | 10,73 millones |
IX | 1-24/4/1969 | Beijing | 1.512 | 22 millones |
X | 24-28/8/1973 | Beijing | 1.249 | 28 millones |
XI | 12-18/8/1977 | Beijing | 1.510 | 35 millones |
XII | 1-11/9/1982 | Beijing | 1.575 | 39,65 millones |
XIII | 25-10 a 1-11/1987 | Beijing | 1.936 | 46 millones |
XIV | 12-18/10/1992 | Beijing | 1.989 | 51 millones |
XV | 12-18/9/1997 | Beijing | 2.108 | 58 millones |
I Congreso (1921)
En el Congreso fundacional se aprueban los estatutos y el programa del Partido. Se proclama el doble
objetivo de derribar a la burguesía con la ayuda de las fuerzas armadas revolucionarias del proletariado,
y la eliminación de las clases sociales, aboliendo la propriedad privada e instaurando la dictadura del
proletariado. El Congreso eligió una dirección central de tres personas (Chen Duxiu, Li Da y Zhang
Guotao). Mao ya figuraba entre los delegados.
II Congreso (1922)
Además de confirmar el programa máximo para la consecución del socialismo, se aprobó
el programa para llevar a cabo la revolución democrática antiimperialista y antifeudal. Como tareas
principales del momento se señalaron: acabar con los caudillos militares, poner fin a la ocupación
extranjera, unificar el país, y convertir a China en una república democrática.
III Congreso (1923)
Los comunistas chinos deciden formalizar su cooperación con el Kuomintang de Sun Yat-sen. No
será de partido a partido sino apostando por la afiliación individual de sus miembros. Se trata de
potenciar la creación de un frente unido. La decisión fué muy polémica y la tesis vencedora
fue la auspiciada por la representación en China de la Internacional Comunista.
IV Congreso (1925)
Define la condición hegemónica del proletariado en el proceso revolucionario chino y plantea
la necesidad de establecer una alianza con el movimiento campesino para alcanzar el triunfo. La convivencia con
el Kuomintang obliga al PCCh a concretar aún más sus diferencias programáticas con la burguesia
nacionalista.
V Congreso (1927)
Se desarrolla en un clima difícil, pocos días después de que Chiang Kai-shek, líder
del Kuomintang, propiciara un golpe de estado dirigido contra los comunistas que hasta entonces habían colaborado
con él en el frente unido. El Congreso reitera la necesidad de una nueva alianza con los campesinos y la
pequeña burguesía para culminar la revolución agraria y democrática y propiciar un
modelo de desarrollo no capitalista.
VI Congreso (1928)
El Partido está en la clandestinidad. Miles de comunistas han sido asesinados. El Congreso elabora
un programa de diez puntos sobre la dictadura democrática de obreros y campesinos. A los pocos días
de finalizar el Congreso, Zhou Enlai protagoniza el primer levantamiento armado contra el Kuomintang.
VII Congreso (1945)
Después de 17 años sin reunirse, ocho de guerra de resistencia contra la invasión
japonesa, culminada la Larga Marcha y rotos los vínculos que ataban a los comunistas chinos con el dogmatismo
soviético, Mao Zedong emerge plenamente consolidado al frente de una dirección del Partido en la
que ya asoman las figuras míticas de la Revolución: Zhu De, Liu Shaoqi, Chen Yun, Zhu Enlai y otros.
VIII Congreso (1956)
Ya en el poder, el PCCh da por resuelta la contradicción entre el proletariado y la burguesía
y formula la necesidad de desarrollar la economía del país. El Congreso decide crear la figura de
Presidente honorario del Partido. Deng Xiaoping es elegido secretario general.
IX Congreso (1969)
En plena “revolución cultural”, con más de la mitad de los miembros de la dirección
del Partido fallecidos o detenidos, Mao decide convocar un Congreso que sirve únicamente para reforzar la
posición de Lin Biao, Jiang Qing, Kang Sheng. Hoy es doctrina oficial que las conclusiones de este Congreso
fueron “erróneas”.
X Congreso (1973)
Convocado con un año de antelación sobre la fecha prevista, el Congreso persiste en definir
como ley objetiva que “el gran desorden bajo los cielos conduce al gran orden y se repetirá a la vuelta
de siete u ocho años”. El Congreso digiere la misteriosa desaparición de Lin Biao, y en la elección
de cuadros veteranos (Deng Xiaoping recupera su puesto en el Comité Central) se advierte un nuevo cambio
de tendencia.
XI Congreso (1977)
Fallecidos Mao y Zhou Enlai, detenida la llamada “banda de los cuatro”, el Congreso declara el fin de
la revolución cultural, pero mantiene aún la fidelidad absoluta a la línea política
maoísta. Hua Guofeng es confirmado en la secretaría general del Partido.
XII Congreso (1982)
Ya en plena etapa reformista, el Congreso asume la teoría de Deng Xiaoping para la construcción
de un socialismo con peculiaridades chinas. La modernización económica se define como tarea primordial
para conseguir un nivel de vida modestamente acomodado. Hu Yaobang es elegido secretario general.
XIII Congreso (1987)
Se abunda en la definición de la etapa primaria del socialismo. La línea fundamental del
Partido en el nuevo período consistirá en la creación de una estructura de la economía
basada en la combinación de mercado y planificación. Zhao Ziyang es elegido secretario general. Deng
Xiaoping abandona todos sus cargos con excepción de la presidencia de la Comisión Militar Central.
XIV Congreso (1992)
Consagra la teoría de Deng Xiaoping como la ideología orientadora del Partido. El Congreso
define como objetivo fundamental la construcción de una economía de mercado socialista enfatizando
que esta etapa primaria de construcción del socialismo a través del capitalismo durará unos
cien años. Jiang Zemin es elegido Secretario General.
XV Congreso (1997)
La reforma económica se traslada a las empresas estatales cuya reestructuración pretende
culminarse en un tiempo récord de tres años. Jiang Zemin anuncia el adiós definitivo a “los
dos cualquiera” (cualquier decisión política de Mao debía ser mantenida y cualquier instrucción
que hubiese dado debía ser preservada) para abrazar con fervor el principio de “los tres favorables”: todo
es válido y correcto su contribuye a promover el desarrollo de las fuerzas productivas, a mejorar las condiciones
de vida del pueblo y a fortalecer el Estado socialista de China.
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ÚLTIMA REVISIÓN: 30/9/99