Anualmente, los países ricos destinan a África 25 mil millones de dólares en concepto de ayuda al desarrollo. La Comisión de Blair propone en su informe alcanzar el doble de esa cifra en 2010 y el triple en 2015. La cifra actual, supone ocho céntimos de cada cien dólares del PNB de este grupo de países y en 2015 supondría el equivalente a 22 céntimos por cada cien dólares. Se trata, pues, de cantidades vergonzosas, ampliamente mejorables y perfectamente asumibles y que todos se comprometerían a ampliar, sin rechistar, si hubieran de destinarse a mejorar nuestra seguridad, financiando el negocio de empresas punteras (privadas, claro está) del sector de defensa. Es la vertiente más provechosa del derecho a la vida. (Foto: (Re)exploring the links between Environment and Development in Africa. ©Trygve Rindal). | |
África ha estado de nuevo sobre la mesa de los participantes en la reunión del G8, celebrada en Gleneagles, Escocia, en los primeros días de julio. Tony Blair, quien en 2004 creó, ante la insistencia del cantante Bob Geldof, secundado por otras figuras, incluso más esbeltas, como Claudia Schiffer, una Comisión ad hoc, formada por 18 personalidades, occidentales pero también africanas, con el propósito de emitir un Informe para ayudar a salir al continente negro de las sombras de la mundialización, se ha apuntado un éxito al convencer a sus homólogos de las bondades del documento elaborado y de la validez de sus propuestas. El acuerdo entre los países más ricos, celebrado con gran estruendo mediático, estaba “cantado”, que diría el irlandés Bono, desde que los ministros de finanzas subscribieran en Londres el 10 de junio dicho compromiso.
El informe encargado por Blair debía identificar las trabas para el desarrollo, las ayudas potenciales que deberían permitir reverter el actual estado de cosas, y los medios que se debían privilegiar para hacer de África un continente próspero, donde el hambre, la pobreza, las epidemias o las guerras puedan desaparecer. Nada que objetar. Después de un año de trabajo, el secretario general de la ONU recibió un informe de 453 páginas, en el que se reflejaron los ejes principales del debate que debía ponderar el G8.
La anulación afecta a un primer grupo de 18 países pobres muy endeudados (todos de África, salvo Bolivia, Guyana, Nicaragua y Honduras), e importa un total de 40 mil millones de dólares. Las instituciones acreedoras (Banco Mundial, FMI, y Banca Africana de Desarrollo) han recibido previamente satisfactorios indicios de la voluntad de las respectivas autoridades, firmemente comprometida con la aplicación de las reformas políticas y económicas liberales prescritas por el grupo de instituciones de Bretton Woods.
Este acuerdo podría ampliarse en el próximo año a otros nueve países, después de una atenta observación de su “comportamiento”. El monto podría ascender a un total de 11 mil millones de dólares. La última fase, abarcaría a un tercer grupo de once países, por un importe de 4 mil millones de dólares. De las diferentes listas manejadas por los promotores de esta iniciativa quedan extrañamente excluidos, países como Jamaica, Haití o Nigeria, todos ellos muy endeudados y más pobres que algunos de los países incluidos en esta propuesta, al igual que otros, en situación igualmente delicada, como Argentina.
Frente a las peticiones suscritas por numerosos movimientos sociales en todo el mundo de una anulación rotunda de la deuda, Tony Blair, quizás para hacernos olvidar las ingratas pesadillas de su lejana tercera vía y que acabaron por “salvar” a Pinochet, ese demócrata inconfundible, o por secundar una “guerra humanitaria” llamada a garantizar, señor, la democracia al sufrido pueblo iraquí, nos viene ahora con este plan que puede ayudar a equilibrar la balanza de una gestión abiertamente cínica (como su sorprendente europeísmo ante la Cámara de Estrasburgo!). ¿Se puede confiar en Blair? ¿Cuánto hay de cinismo en este milagro de la anulación de la deuda?
¿Perdón o arreglo de cuentas?
Es cierto que Blair, y su ministro de economía, Gordon Brown, se han comprometido con la propuesta de anulación de la deuda. Y han debido hacer esfuerzos para convencer a sus principales socios, especialmente a EEUU (ya podemos imaginarnos las prioridades de Bush!): Blair debió desplazarse personalmente a la White House para “seducir” a la administración estadounidense, deudora de una visión propia del problema y muy alejada inicialmente de las propuestas continentales de gravar los pasajes de avión para financiar la ayuda al desarrollo. No es ese su camino.
Pero, por desgracia, no son tantas las novedades de fondo. Las expectativas de nuevas acciones y propuestas para alentar otro desarrollo en África están lastradas y condicionadas por la ausencia de reflexiones claras sobre el origen principal de los problemas evocados que azotan las desigualdades y la pobreza. Y vuelve siempre a dar en lo mismo: más ayuda pública y menos deuda.
Entre 1993 y 2003, la deuda de África (un total de 53 países) es la que menos progresó en el mundo: solo un 12% más, mientras que en el mismo período, la de Europa del Este ha aumentado un 121%. Claro que las expectativas son bien diferentes en uno y en otro caso. En el conjunto de los países en vías de desarrollo, la parte de África en términos de deuda pasó del 18% en 1993 al 12% en 2003. La deuda de África representa el 48% de la producción anual del continente.
Para Samir Amin, director del Foro del Tercer Mundo, con sede en Dakar, el problema de fondo sigue centrado en que las naciones desfavorecidas están sometidas en sus relaciones con el exterior a exigencias que tienen poco en cuenta las necesidades de su propio desarrollo. Aún condonando la deuda, viene a decir, si no hay un reconocimiento del derecho de los Estados y de las sociedades a definir sus propias estrategias, en función de sus propios intereses y expectativas, creando las condiciones para una mundialización negociada y no impuesta, acabarán por reproducirse los mismos efectos pasado un tiempo. Las claves son estructurales y no solo de carácter financiero.
Una responsabilidad compartida
Pero el informe Blair propone la anulación integral de la deuda de los países pobres muy endeudados, los pertenecientes á Africa subsahariana, con la condición de que asuman responsabilidades (ese otro eufemismo de la “economía abierta” para facilitar el control exterior de lo poco o mucho que pudiera existir de interés en estos países). La lectura implícita que se desprende del documento es que la gravedad de la situación es debida al comportamiento incoherente y corrupto de muchos dirigentes locales. Obviamente de esto debe haber mucho –también fuera de África–, como también en eso ha debido influir la doble complicidad de muchos actores externos, desde la Banca Mundial hasta la banca privada de los países ricos, pues sin su concurso es inexplicable tanta dejadez. Pero no hay en el informe palabras amargas para los acreedores. Y también deberían asumir culpas y responsabilidades, pues la deuda acumulada es consecuencia de su política.
Las prioridades en África se centran en la salud, la educación, la agricultura y las infraestructuras, afirma Jeffrey Sachs, asesor de K. Annan para los Objetivos del Milenio (y uno de los principales artífices de la pauperización galopante de los países del este en los años noventa con sus aclamadas terapias de shock). Sachs, otro “arrepentido” pero sin la fuerza iracunda del converso, reclama, y con razón, un mayor crecimiento de la ayuda al desarrollo para afrontar aquellos problemas. No basta la anulación de la deuda. Al hacerlo solo afrontamos una décima parte del problema.
Anualmente, los países ricos destinan a África 25 mil millones de dólares en concepto de ayuda al desarrollo. La Comisión de Blair propone en su informe alcanzar el doble de esa cifra en 2010 y el triple en 2015. La cifra actual, supone ocho céntimos de cada cien dólares del PNB de este grupo de países y en 2015 supondría el equivalente a 22 céntimos por cada cien dólares. Se trata, pues, de cantidades vergonzosas, ampliamente mejorables y perfectamente asumibles y que todos se comprometerían a ampliar, sin rechistar, si hubieran de destinarse a mejorar nuestra seguridad, financiando el negocio de empresas punteras (privadas, claro está) del sector de defensa. Es la vertiente más provechosa del derecho a la vida. Pero las necesidades de África, aún siendo urgentes y, para muchos, cuestión de vida o muerte, no están en la agenda política de unos países que siguen usufructuando, interesadamente, una idea de seguridad propia de la guerra fría. Sobre todo en el caso de EEUU, más rico y poderoso que ningún otro, quien solo destina 3 céntimos por cada 100 dólares y de ellos buena parte son para pagar a sus propios consultores y no destinados a paliar los graves problemas del continente.
Buena dirección sí, más vale algo que nada, pero lavado de cara vergonzoso también. La anulación de la deuda permitirá a estos países disponer de fondos adicionales para afrontar programas específicos, pero está muy lejos de representar la panacea, y mucho más de indicar la asunción real por parte de los países ricos de un compromiso auténticamente humano y solidario con los más desfavorecidos. Estamos ante una buena operación de marketing, pero que no debe hacernos olvidar que frente a los 3 mil millones de dólares de ayuda a África, cada año, solo EEUU destina a defensa 500 mil millones, ciento sesenta y seis veces más. No se arma así la generosidad.