El próximo día 3 de noviembre se inaugura en Pekín la tercera cumbre China-África. En enero de este mismo año, China ha publicado su primer documento oficial relativo a la política africana. Pekín exhibe en África su éxito como un modelo de desarrollo para los países pobres (muchos de ellos lo observan como un estímulo), sin imponer ni reclamar reformas políticas o económicas para acceder a su asistencia técnica o financiera. Al actuar así, China se presenta a ojos de los estados africanos como una potencia mundial más atractiva que EEUU o la UE.
Los vínculos con África figuran entre las principales prioridades diplomáticas de Pekín. China aspira a desempeñar un papel especialmente activo ““y competitivo”“, incluso de liderazgo, en el continente africano. Las relaciones con los países africanos son cada vez más multidimensionales y más estrechas. El presidente Obasanjo proclamaba en voz alta en el banquete ofrecido en honor de Hu Jintao, de visita reciente en su país, su deseo de que China” dirija el mundo”.
Desde finales de 1990, la presencia de China en el continente negro ha adquirido dimensiones ciertamente muy destacadas. Hay una ofensiva continua y sistemática. Hoy no se trata de mesianismo ideológico. Incluso el asunto de Taiwán ha perdido importancia después de asegurarse la lealtad de África del Sur y Senegal. Los demás caerán como fruta madura (el último ha sido Chad). Los productos made in China son muy apreciados porque son baratos y buenos para una población con escaso poder adquisitivo. La expresión de no ingerencia suena a retórica anticolonialista, pero es del agrado de los países africanos, donde muchos de sus dirigentes recelan de los patrones de calidad exigidos por la UE o EEUU. China, por el contrario, dice que no ambiciona exportar ni sus propios valores ni su modelo de desarrollo, ni impone condiciones políticas, ni exige transparencia en la gestión, solo beneficio mutuo. Y un hecho es incontestable: en seis años, el comercio bilateral se ha multiplicado por cuatro. Desde 2005 es el tercer socio del continente detrás de EEUU y Francia.
La aspiración de China es doble: reforzar los vínculos con los países africanos, obteniendo a un tiempo ventajas económicas importantes y ganando influencia política. Su modus operandi incluye la participación activa en la construcción de infraestructuras, en proyectos de bienestar social y auxilio en la formación de los recursos humanos (especialmente capacitación técnica y formación universitaria en China).
China quiere asegurarse el aprovisionamiento regular de los países productores africanos, por eso centra su interés en el petróleo y otras materias primas que nutren el comercio bilateral. En África encuentra una importante oportunidad para diversificar sus riesgos, cuando su enorme reserva disponible de divisas (ya ha superado a Japón) necesita asegurar la mayor rentabilidad inversora. China está presente en Sudán y en Libia, en Angola o en Guinea ecuatorial, Congo, Santo Tomé y Príncipe o Gabón. Es el tercer comprador de petróleo gabonés y adquiere la cuarta parte del petróleo angoleño. Antes, África estaba reservada a las compañías petroleras occidentales. Ahora ya no.
Los chinos que hoy trabajan en África nada tienen que ver con aquellos que llegaban a este continente a finales del XIX o a comienzos del XX, dispuestos a trabajar en las minas sudafricanas en condiciones miserables o reemplazando a los esclavos que se iban liberando. Ahora construyen autopistas, ferrocarriles, hoteles, estadios, o participan en la explotación petrolera o minera (cobre, zinc, cobalto o manganeso). La nueva emigración china está relacionada con los grandes contratos de trabajos públicos (canalizada directamente a través de las grandes empresas estatales del gigante asiático) y a los pequeños empresarios procedentes de China y de otras partes del mundo. Estos últimos viven del comercio, de la importación de productos de China, desde electrónica a textil o zapatos, a precios imbatibles, subiendo poco a poco en la escala (en Níger, ya se pueden ver motos, y en Marruecos, automóviles, de fabricación china). Esa presencia genera tensiones, a favor (por la buena relación calidad ““precio) y en contra (por la competencia).
Las relaciones políticas mejoran y están cada vez más institucionalizadas. China no escatima esfuerzos. Las visitas oficiales al más alto nivel forman parte de la rutina. Solo en este año, el presidente Hu Jintao ha visitado Nigeria, Kenia y Marruecos (en 2004 visitó Egipto, Gabón y Argelia). Su primer ministro, Wen Jiabao visitó Egipto, Ghana, Congo, Sudáfrica, Tanzania, Uganda y Angola. La presencia de jefes de gobierno africanos en Beijing es igual de habitual. La cumbre que se celebra en noviembre en la capital china es la tercera en su género. Desde la mitad de los años 90, la presencia china en el continente africano también incluye la cooperación militar.
Cuando los franceses salieron de Côte d”™Ivoire en el otoño de 2004, los chinos fueron en ayuda de Laurent Gbagbo. Su influencia va ganando posiciones en otros países como Gabón. En África central y occidental, China es el segundo socio detrás de Francia. En la práctica, Pekín se está conformando como el gran rival de París y Washington en la región. Occidente teme el desarrollo de esas relaciones por lo que supone de desafío para sus intereses. La amenaza china se concreta en la pérdida de control del acceso a los recursos energéticos, el dominio del mercado africano con mercancías a bajo precio, la promoción de su modelo de economía mixta y el propio desafío al concepto de democracia y derechos humanos promovidos por los países occidentales. La nueva relación que China les ofrece a los países africanos consiste en brindarles la oportunidad de liberarse de la dependencia de las potencias desarrolladas del Norte. Lo cual, a no pocos, le parece atractivo.

