Chechenia sigue ahí

Vladímir Putin lanzó las operaciones terrestres en Chechenia en octubre de 1999 con la vana ilusión de meter en cintura a la república rebelde en pocos meses. Un antiguo ministro de defensa ruso, Pavel Grachov, también estaba convencido de que podía controlar Grozny, la capital chechena, en dos semanas. La realidad, sen embargo, indica que las tropas rusas, pese a empeñarse a fondo con bombardeos masivos y un ensañamento terrorífico con la población civil, no han conseguido pacificar Chechenia.

Se estima que entre 90 y 100.000 soldados rusos del Ministerio del Interior ocupan un territorio habitado por unos 450.000 habitantes. Sin embargo, a pesar de tan abultada presencia, el control del país es débil y la guerrilla da cuenta de la vulnerabilidad de unas tropas rusas que deben patrullar acompañadas de blindados. Cada semana pueden llevar a cabo cerca de cincuenta acciones, unas veces pequeñas y otras de mayor envergadura, como la toma de Gudermés en septiembre de 2001. ¿Su blanco preferido? Los helicópteros de las fuerzas federales: apenas riesgos, impacto mediático y en bajas asegurado. Fuentes rusas cifran entre diez y quince mil el número de chechenos alzados en armas. Los viejos comandantes de la guerrilla, muchos de ellos fallecidos, han sido reemplazados, asegura Anna Politkovskaia en Novaïa Gazeta. No hay signos de debilitamiento de la resistencia.

Rusia practica a diario en Chechenia un terror sistemático. Los "paseos" y las desapariciones están al orden del día; las operaciones de limpieza étnica forman parte de la vida cotidiana; torturas, mutilaciones y asesinatos, junto a tráfico de órganos, ilustran el carácter de las las innumerables denuncias formuladas contra las tropas del Kremlin. Cuando algún militar ruso es condenado por hechos execrables, caso del coronel Budanov, rápidamente queda en libertad (en este caso con un informe psiquiátrico que lo declaró no responsable de sus actos en el momento en que estrangulaba a una niña de quince años). La impunidad es total y ahora cuentan con carta blanca: el 16 de abril pasado el secretario general del Consejo de Europa entregaba una medalla a Vladimir Kalamanov, representante especial de Putin para los derechos humanos en Chechenia, en reconocimiento de sus méritos. Milagros del 11S.

La esperanza de un arreglo en Chechenia está lejos. A sabiendas de que no hay solución militar posible, el diálogo político está en punto muerto y nadie parece interesado en su reanudación. Para Putin, como para Bush, Iraq, Chechenia es una carta política que puede resultar muy oportuna en función de las necesidades del calendario electoral interno y del tablero regional.