Pasado el mal trago del décimo aniversario de la tragedia de Tiannanmen, la República Popular China se ha esmerado en las conmemoraciones del cincuenta aniversario de su fundación, con la mirada puesta ya en la devolución de Macao, la última colonia, que Portugal entregará el próximo día 20 de diciembre. El inevitable encadenamiento de las dos fechas ha generado en el país un movimiento de exaltación nacionalista de grandes proporciones que sin embargo no ha podido opacar las manifestaciones represivas del régimen, centradas en esta ocasión en los seguidores de la secta Falungong.
La cuidada escenificación de la celebración del cincuenta aniversario ha evidenciado claramente el carácter híbrido de la reforma china: progreso económico si, pero sin alterar las esencias políticas del régimen. Jiang Zemin, el Presidente del país, de la Comisión Militar Central y secretario general del Partido Comunista, pasó revista al desfile militar y civil desde la tribuna de Tiannanmen, luciendo la vestimenta propia de la etapa pre-reformista (traje Sun Yat-sen), mientras los demás dirigentes del Partido y del Estado lucían sus modernos trajes occidentales. En un clima de indisimulado orgullo, Jiang Zemin subía a su coche de color negro, marca “Bandera Roja”, para saludar a las tropas del Ejército Popular de Liberación. Después de los carros de combate y la parada militar, niños, palomas y globos de colores ponían el lado alegre y sensible de la celebración.
En su discurso, Jiang Zemin, exaltó la reforma y la independencia, como grandes éxitos del Partido, para rematar haciendo un llamamiento a mantener vigentes el marxismo, el leninismo, el pensamiento Mao Zedong y la teoría de Deng Xiaoping. Unos días antes, el 22 de septiembre, el Comité Central aprobaba una importante resolución sobre la reforma y desarrollo de las empresas de propiedad estatal, uno de los mayores problemas de la reforma, en la que, además de enfriar las expectativas sobre una rápida solución (en el XV Congreso se habló de tres años que ya casi han transcurrido) e insistir en las consignas habituales (reajuste, reorganización, sistema empresarial moderno, mejorar la administración, etc), llamaba a fortalecer la presencia del Partido en las empresas. Mientras en Occidente se reitera que todo el proceso avanza hacia una privatización pura y dura, más o menos encubierta, en Beijing se sigue insistiendo en que “el mantenimiento del Partido en las empresas estatales es un importante principio que no debe ser alterado en ningún momento”.
Dos etapas
Cincuenta años después de la proclamación de la China Popular se advierten claramente dos etapas en su evolución: la revolucionaria (1949-1978) y la reformista (1978 hasta hoy). Son dos períiodos netamente diferenciados que, sin embargo, presentan como hilo conductor común el doble objetivo de la modernización de China y la recuperación de su independencia e unificación. La vuelta del protagonismo internacional, perdido en los últimos quinientos años y sobre todo después de las guerras de mediados del siglo XIX, sería otra consecuencia deseada. Si en la primera etapa se pretendió alcanzar dichos objetivos recurriendo al voluntarismo (Gran Salto Adelante, Gran Revolución Cultural), con consecuencias trágicas en muchos casos; en la segunda, el pragmatismo ha sido el principio y la norma esencial. Si en la primera etapa, siguiendo a Mao, había que “tomar la lucha de clases como eslabón clave”, en la segunda, siguiendo a Deng, lo importante era “buscar la verdad en los hechos”.
En su conjunto desde 1949, la economía china, aún a pesar de los graves retrocesos registrados en determinados momentos, no ha dejado de crecer. Pero en la segunda etapa, el salto ha sido espectacular. Según fuentes del Banco Mundial, en 1998 el PIB de China ocupaba el séptimo lugar, después de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia, y por delante de Brasil, Canadá o España. Desde 1978 a hoy, el promedio anual de crecimiento es del 9,8% y se multiplicó por cuatro su valor.
El Partido Comunista, con sus más de sesenta millones de miembros, es la pieza clave, la referencia indispensable, para comprender la situación actual y las idas y venidas del proceso chino. En su seno cristalizaban las diferencias que luego se trasladarían al conjunto de la sociedad, en más de una ocasión victíma de las intrigas desatadas en el interior de Zhonnanghai (el Kremlin chino). A diferencia de lo ocurrido en la Unión Soviética, en ocasiones, la eliminación física dejó paso a la marginación, circunstancia que permitió la posterior rehabilitación de los discrepantes a medida que variaba la correlación de fuerzas interna. La supervivencia de Deng y otros pragmáticos ha permitido reorientar un proceso que siempre ha conservado un importante debate plural en el estricto marco de la orientación general definida por el Partido. Hoy, el PCCh continua siendo la columna vertebral del sistema y a pesar del mercado, la inversión extranjera, etc, ejerce el control absoluto, de forma que podría, llegado el caso, decretar y aplicar el fin de la reforma en un santiamén.
Pero a pear de los éxitos del proceso reformista, el país se enfrenta a problemas cada vez más dificiles de resolver, especialmente en el ámbito económico y social. Las tensiones se agudizan en muchos frentes. El agravamiento del desempleo, especialmente en el ámbito urbano, el descontento en el campo, la crisis de las empresas estatales, los desequilibrios regionales y el incremento de las desigualdades sociales, crean un caldo de cultivo que ya ha estallado individualmente en algunas regiones. La dirigencia china no dispone de soluciones mágicas para estos problemas ni tampoco cuenta con instrumentos que amortiguen socialmente los efectos. Por eso ven con recelo y temor la aparición de movimientos pseudoreligiosos que pueden cuestionar su liderazgo.
Falungong
Las sectas (chiao, en chino) cuentan con una larga tradición en el Imperio Celeste. Se trata de sociedades, habitualmente secretas, que forman parte de su peculiar complejidad social. En ellas confluyen factores ideológicos, políticos, religiosos e incluso criminales (caso de las populares tríadas, con importante presencia en Hong Kong, Macao, Taiwán y en el sur de China). En algún momento, sobre todo durante los siglos XIX y XX, destacaron por su carácter de oposición total a los poderes constituídos. Por aquel entonces, un proverbio aseguraba que “las armas protegen al emperador; pero las sociedades secretas protegen al pueblo”. Sun Yat-Sen, el fundador de la China moderna, y numerosos integrantes de la dirigencia republicana llegaron a militar en alguna. En los años treinta, el propio Mao Zedong solicitaba su ayuda para luchar contra el invasor nipón.
Las clases más desfavorecidas, los campesinos, el proletariado industrial, son los principales componentes de una base social que tiende a crecer en situaciones de cierto distanciamiento o crisis. En suma, son parte de la cultura ancestral y esa misma lectura histórica indica que en una sociedad como la china, pueden ser el mejor instrumento (preferible a “Partidos Democráticos” de dificil implantación en el país ) para desafiar el poder establecido. Esa y no otra razón ha servido de justificación para intentar su control.
Otra celebración para despedir el siglo
La devolución de Macao será otra ocasión para los festejos, con el valor añadido de poder presentar la reunificación total del continente como uno de los grandes logros del Partido. Macao supondrá para China un nuevo empuje para conseguir la dificil unificación con Taiwán, la isla “rebelde” que se resiste a declarar la paz con un poder al que califican de comunista mientras que sus colegas del mundo capitalista los equiparan, siguiendo la descripción de Stalin, a los rabanetes: rojos por fuera, pero blancos por dentro.
Macao pondrá fin a la expansión europea en Asia y Jiang Zemin ha querido escenificar también ese final en nuestro continente con una gira exterior que, de Gran Bretaña a Portugal, ha venido a escenificar el adiós a un tiempo en el que China y Europa se han relacionado de forma un tanto intempestiva. A los contenidos económicos (sobre todo el apoyo al ingreso en la OMC y, como siempre, sustanciosos negocios), estratégicos (proselitismo de la multipolaridad) y políticos (afirmación del diálogo y la no confrontación) se superpone también ese elevado contenido simbólico que incluye un “borrón y cuenta nueva” para las relaciones bilaterales.
La plena normalización de relaciones con Gran Bretaña, dos años después de la retrocesión de Hong Kong, o esa breve atención, casi protocolaria, con Portugal, explicitan el deseo chino de hacer las paces con la misma Europa que le sojuzgó en un tiempo no tan lejano y vertebrar sus contactos desde la más absoluta normalidad. Al mismo tiempo, la sociedad china puede participar de la idea de que su país ya superó las humillaciones del pasado y hoy puede relacionarse de igual a igual con las grandes potencias.
Deng Xiaoping, el gran promotor de la reforma y apertura china, decía que se necesitaban 100 años para convertir el país en una China poderosa y democrática. Son otros cincuenta años más de plazo para que los dirigentes culminen el actual proceso y quizás nos aporten esa nueva síntesis de justicia e igualdad que aún imagina buena parte de la humanidad.