En el Diálogo Económico y Estratégico inaugurado a finales de julio en Washington, las autoridades chinas y estadounidenses han multiplicado sus esfuerzos por transmitir la sensación de dar inicio a un nuevo tiempo marcado por el diálogo y la exclusión de la confrontación. Aludiendo a la necesidad de colaborar para sortear la actual crisis financiera global, unos y otros han recurrido a una vieja idea muy presente en el imaginario chino, la de ayudarse mutuamente al cruzar el río en un mismo barco. Sun Zi, en el Bing Fa, el arte de la guerra, al hablar de los hombres de Wu y Jue, dos de los antiguos reinos combatientes, dice « Eran enemigos y se odiaban los unos a los otros, pero si cruzaban el río en un mismo barco, se ayudaban mutuamente como si fueran las manos de una sola persona ». Este es su contexto completo.
La primera y principal novedad del diálogo sino-estadounidense radica en la aceptación formal de las respectivas diferencias, que tanto afectan a la cultura como a los sistemas de valores, la ideología o al régimen político, sin que ello, dicen, sea obstáculo para entenderse y cooperar más.
¿Es un progreso de fondo? Salvo esa aceptación, importante aunque quizás coyuntural, se diría que no. En la forma, la multiplicación de diálogos sectoriales puede contribuir a la prevención y encauzamiento de crisis y a coordinar posiciones en asuntos de interés común, por otra parte, cada día más numerosos. No obstante, se necesitará más que tiempo para vencer el escepticismo, marcado por las dificultades para materializar progresos en asuntos sensibles, ya sea el cambio climático, la proliferación nuclear o en dosieres concretos como Myanmar o Darfur. Esa será, en el futuro, la medida del avance, más allá de la celebrada mejora de las formas, en la confianza reciproca.
En materia económica, asunto de gran importancia para ambos, no ha habido conclusiones sustanciales. China, preocupada por la estabilidad del dólar, no ha obtenido garantías mayores respecto a sus inversiones en bonos del Tesoro. Quizás por eso, Beijing está orientando lentamente a la baja su nivel de adquisición de deuda estadounidense sin dejar de apearse del proyecto, estratégico, de promover una nueva moneda de referencia universal que sustituya al dólar. En relación al proteccionismo, los problemas, en plena “guerra” por las llantas de vehículos, tienden a aumentar.
A resultas del diálogo parecen haberse aparcado momentáneamente las discrepancias en temas polémicos como la protección de los derechos humanos o las ventas de armas a Taiwán, por citar dos asuntos de especial sensibilidad para ambos interlocutores. Las posiciones se han acercado en relación al litigio nuclear norcoreano, pero sin que China abandone del todo su gradualismo en la presión ante Pyongyang por el temor a las consecuencias de un colapso sistémico. No obstante, ambos intentarán cooperar con pragmatismo en este tipo de asuntos.
La rivalidad estratégica global es la mayor hipoteca en sus relaciones bilaterales. Afecta a la carrera espacial, a la defensa, a los avances científico-tecnológicos, etc., pero también al temor a la consolidación de un cerco estadounidense sobre China, desde Asia central, oriental, meridional o Australia, a juzgar por los propios movimientos de la diplomacia estadounidense. La creciente influencia de China en Oriente Medio, América Latina o África, sin duda, ofrece parámetros claros de dicho pulso, con ambiciones irrenunciables hoy día para China so pena de sacrificar su propio proceso de modernización y desarrollo.
En suma, el diálogo equivale a multiplicar las relaciones, que pueden ser más amplias y diversificadas en el futuro, pero será difícil que se produzcan acercamientos sustanciales en tanto no se verifique una identificación en valores. En el momento actual, las resistencias de Beijing permanecen invariables y forman parte de su esfera de intereses vitales, equiparando la preservación de su sistema político a la garantía única para defender la soberanía y la integridad del Estado y la estabilidad social.
El diálogo entraña riesgos para ambos. Para Washington, pese a los esfuerzos en sentido contrario, puede significar el comienzo de una larga transición que consagre y administre su declive, deconstruyendo su supremacía con paciencia y habilidad oriental. Para China, fortalecida mediante el diálogo la influencia de quienes ven en EEUU su horizonte modélico, el peligro radica en acabar atrapada en los cantos de sirena de la Casa Blanca, dando al traste con su proyecto inicial de construir un modelo de propio, adaptado a los cambios en la sociedad internacional pero solidamente incrustado en sus raíces civilizatorias y sin renunciar a lo sustancial de su sistema. Cada uno deberá gestionar y calibrar bien sus tiempos para no dejarse engullir por el otro.