Resulta ciertamente sorprendente y llamativo el escaso interés que Washington y sus aliados han manifestado por atraer a China hacia esa supuestamente amplísima coalición internacional contra el terrorismo. Desde el primer momento, Beijing manifestó su firme condena de los atentados del pasado 11 de septiembre y también su total disposición a colaborar, sin condiciones, en la lucha antiterrorista, si bien reivindicando para la ONU un papel principal en una represalia que, además. debiera ser civilizada.
A priori, China ofrece dos elementos de cierta proximidad en la actual crisis. De una parte, conoce de cerca el problema. Los musulmanes chinos suman unos treinta millones y las minorías de religión musulmana tienen una importancia cualitativa cada vez mayor. Qinghai y Xingjiang son las provincias donde su presencia y actividad, incluso armada, es mayor. En las dos se suceden periódicamente los disturbios. Xu Guang Tuan, profesor de la Universidad de las Minorías Nacionales de Xining, me relataba recientemente su preocupación por la creciente pujanza de este problema (dificultades de convivencia, falta de tacto o de respeto hacia sus convicciones por parte del poder han). Los musulmanes de Xingjiang son mayoritariamente sunnitas como los de la Asia ex-soviética. China ha intentado una aproximación a las autoridades de Kazajstán para contener la marea islámica y buena parte del contenido del grupo de Shanghai que agrupa a los estados del Asia post-soviética y Rusia, se centra en este cometido.
De otra parte, cuando todas las miradas se dirigen a Pakistán, es difícil obviar que su régimen ha sido hasta el momento uno de los principales aliados de China. Desde la suspensión de la ayuda militar estadounidense, Pakistán ha buscado su aprovisionamiento en Beijing. Su papel en la región había crecido en los últimos años, hasta el punto de valorarse por parte de Nueva Delhi la posibilidad de aceptar una mediación china en el conflicto de Cachemira a cambio de la reducción en la cooperación militar con Islamabad. Una semana antes de los atentados, Colin Powell advertía con sanciones a Beijing si exportaba tecnología y piezas de misiles balísticos a Pakistán. La guerra parece haber funcionado como una excelente excusa para quitarse a China de enmedio, insinuando además la existencia de relaciones secretas con los talibán, desmentidas por Zhonnanghai.
No creo que China haya puesto precio a su colaboración con la coalición internacional. Más bien la guerra impone un severo freno a la emergencia del coloso oriental y le obliga a revisar buena parte de su política exterior de los últimos años. Al margen de la apertura comercial, de claro sesgo económico, aunque también con lecturas políticas e históricas, la principal novedad de la orientación internacional china ha consistido en la promoción, desde 1986, de las llamadas “asociaciones estratégicas” con las principales potencias (Estados Unidos, Japón, Unión Europea y Rusia). Según el punto de vista chino, una asociación estratégica debe incluír los siguientes elementos: una visión de largo alcance, un deseo de influír no solo en el ámbito estrictamente bilateral sino también regional e incluso mundial; y su contenido plural, no limitado a la economía o la política, sino con inclusión de ámbitos como la seguridad, la cultura, etc.
Por razones que ahora no viene al caso explicar, es evidente que solo con Rusia ha conseguido vertebrar un mínimo entendimiento estratégico sobre la base de premisas muy certeras: resistencia a admitir sin más la exclusiva hegemonía estadounidense, las dificultades con Japón, la desconfianza de la política de ampliación de la OTAN (también vecina de China al participar Kazajstán en la Asociación para la Paz), el rechazo a la doctrina de la injerencia por motivos humanitarios o la posición común en diferentes conflictos, desde Irak a Oriente Medio.
Todo ese edificio se ha venido abajo en pocas semanas. Rusia ha vuelto a dirigir su mirada hacia la OTAN y Washington, un viraje que puede ser más duradero de lo que cabría pensar. Por otra parte, el grupo de Shanghai tiene un futuro incierto: Moscú ha encontrado un nuevo aliciente para revitalizar la CEI y pilotar el anclaje de Asia central en Occidente. La crisis surgida del 11 de septiembre ha evidenciado además las dificultades de construir una asociación estratégica con Washington. Los datos aludidos permitían pensar, a priori, en una participación activa de China en la co-gestión de la crisis, pero Bush ha optado por desperdiciar una ocasión excelente para plasmar y evidenciar el tan cacareado entendimiento civilizatorio en contra del terror. ¿O irán los confucianos después de los musulmanes? Huntington dixit.