China y la OMC: ¿el último adiós?

Es muy probable que China ingrese en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en los próximos meses. Parece que los principales escollos se han salvado. Al acuerdo logrado con Canadá, Estados Unidos y Japón, se ha sumado el suscrito con la Unión Europea. Unicamente restan pequeñas negociaciones bilaterales con algunos países de importancia menor que en modo alguno amenazan con hacer peligrar el final de la anhelada espera del régimen de Beijing. El círculo de la diplomacia económica china se ha cerrado además con otro gran éxito: la aprobación por parte de la Cámara de Representantes de Estados Unidos de la concesión del estatuto permanente de relaciones comerciales que evita el examen anual de las relaciones bilaterales con este país y su condicionamiento político.

Con el ingreso en la OMC, China dará un paso de gigante en su integración en la economía mundial. Ha sido otra pequeña “larga marcha” que se inició hace catorce años, a poco de comenzar la reforma y apertura de Deng Xiaoping, al plantear la solicitud de admisión en el GATT (Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles). Desde entonces, la OMC ha venido dando “largas” al asunto, confiando en obtener a cambio mayores concesiones de los dirigentes chinos. Los sucesivos rechazos habían afectado incluso al prestigio del equipo económico más liberal de la dirigencia china, encabezado ahora por Zhu Rongji, quien ha consagrado grandes esfuerzos en los dos últimos años para lograr este objetivo. El “buen” comportamiento de China durante la crisis financiera asiática (y luego rusa, y más tarde brasileña) de hace un par de años, resistiéndose a la devaluación del renminbi a pesar del elevado coste económico interno que ello suponía, ha sido, finalmente, recompensado por la flor y nata del comercio mundial.

Otro factor conviene tener en cuenta. En un momento delicado para la OMC, cuando su imagen ante la opinión pública aparece más crispada que nunca después de los sucesos de Seattle y cuando las críticas le alcanzan de todas partes, al igual que ocurre con el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial; cuando tantas voces progresistas denuncian el negativo papel desempeñado por esta organización para configurar un orden económico internacional más justo y equilibrado, China, un país formalmente “rojo” y gobernado por un Partido Comunista, le insufla, de golpe y lleno de candor, nada menos que la quinta parte de la humanidad. Por lo demás, no parece que China juegue a ser ningún “caballo de troya”, que esté dispuesta a actuar en su interior en una dirección distinta a los socios más importantes.

¿Cuál es la razón de tanto interés de China por ingresar en la OMC? Además de integrarse en mayor grado en el comercio mundial, aproximándose a las reglas de la nueva globalidad y superar, por fin, ese delicado juego de las represalias económicas por causa de motivos políticos (leáse violación de derechos humanos) que hacía zozobrar la vitalidad de su comercio exterior, los dirigentes chinos consideran que la entrada en la OMC les va a permitir experimentar una nueva onda de crecimiento en los próximos diez años. Si en las últimas dos décadas su crecimiento ha alcanzado una media anual del 9%, para mantener tan alta tasa y de nuevo multiplicar por cuatro su producto nacional bruto, necesita implicar en mayor medida a los agentes exteriores en el desarrollo del país. En la sesión de marzo que este año ha celebrado la Asamblea Popular Nacional, el Legislativo chino, se ha puesto el énfasis en la necesidad de promover el desarrollo del centro y oeste del país, las zonas más atrasadas, lo que exigirá un gran esfuerzo inversor.

Un mayor crecimiento genera más satisfacción social, aseguran los líderes chinos. Asi ha ocurrido en los últimos años y asi podrá ocurrir también en los venideros. Una crisis grave en la expansión de la economía china afectaría a la estabilidad política interna. La paz social se ha basado hasta ahora en la combinación de la silenciosa aceptación del discurso ideológico y político y la progresiva mejora de las condiciones materiales de existencia. Si el progreso económico se trunca, el cuestionamiento del sistema puede adquirir la magnitud de una herida abierta y difícil de cerrar.

Pero para acceder a la OMC, China tendrá que abrir importantes sectores de su economía a una competencia internacional, ávida de nuevos mercados y dispuesta a librar una dura batalla por el control de los segmentos de consumo emergentes. Las telecomunicaciones, los seguros, el automóvil, o la banca, constituyen la parte más significativa del pastel. La supresión o bajada de aranceles para numerosos capitulos o productos colocará en una díficil situación a otros tantos sectores de la economía del país. China tendrá que competir en igualdad de condiciones con los inversos extranjeros. Todo un reto para las autoridades locales quienes además deberán hacer frente a otros desajustes.

La buena nueva excitará, a buen seguro, a los grandes inversores internacionales que advierten la última oportunidad para hacer grandes negocios y posicionarse adecuadamente en tan imponente mercado. Además, China tiene a su favor la divulgada experiencia de los empresarios pioneros que unánimemente resaltan las dificultades, pero también las bondades, de la economía oriental. Esas expectativas alimentan también la esperanza de los dirigentes chinos que aspiran a captar más del 15% de la inversión extranjera mundial.

No resulta fácil adelantar un balance de la negociación y de su resultado para China, un país, a pesar de todo, en vías de desarrollo, con grandes territorios y capas sociales que están aún muy alejadas de los stándares comunes de bienestar. En el sector de telecomunicaciones, por ejemplo, uno de los de mayor futuro e interés para ambas partes, ha logrado una moratoria de cinco años para impedir la presencia directa de las grandes multinacionales del sector que hasta entonces deberán actuar en el país a través de empresas mixtas. Después podrán prescindir de los socios locales.

Pero la gran cuestión de fondo es cómo afectará esa integración al proceso modernizador chino: ¿será el golpe decisivo para acabar con la esperanza de construcción de un modelo socioeconómico alternativo? ¿retirarán los burócratas del régimen su careta socializante para desembarcar abiertamente en la gestión privatizada del sistema económico? ¿en que medida se aminorará el papel del Estado en la economía? ¿como afectará la nueva situación a los derechos sociales que aún conservan un segmento importante de la clase trabajadora?

Es crónica la ausencia de un impulso social en la reforma china. La debilidad o ausencia de mecanismos de amortiguación ante las reestructuraciones que se avecinan pueden sacrificar esa búsqueda de la estabilidad que en mente de algunos justifica el acelerón de los acontecimientos. Resulta harto probable que las exigencias de mayor productividad y la competitividad aceleren el socavamiento de los derechos laborales y sociales. La seguridad en el empleo, en otro tiempo bandera del sistema, ha sido ya sacrificada. En algunas ciudades de China, especialmente en aquellas provincias donde el sector estatal conserva aún importantes dimensiones, el desempleo ha adquirido ya niveles de preocupación muy significativos.

Mientras las corporaciones transnacionales procurarán establecer sus “nidos” en aquellos ámbitos de mayor futuro, el Estado deberá cargar con la gestión de sectores como el textil o la industria del carbón que han quedado obsoletos en relación a los patrones internacionales. Se dibuja asi un escenario en el que la colaboración del poder local con la economía internacional se vertebra sobre el incremento de la presión sobre amplios colectivos sociales que no acaban de ver reflejada en si mismos la luminosidad prometida por el régimen. Es por ello que, las tensiones políticas en el seno del propio del Partido y en organizaciones muy próximas (los sindicatos oficiales, por ejemplo) pueden adquirir notoriedad.

¿Puede liderar China un punto de vista más progresista en la ronda del milenio? Con estos antecedentes, habría que ser muy optimista para creer en ello. Pero no solo por razones de índole interna. La política exterior china se basa en la independencia y el no alineamiento; aunque pueda participar en grupos de presión, no es probable que aspire a liderar reivindicación alguna de los países menos favorecidos por la nueva economía. China quiere acercarse a todo aquello que le puede ayudar a ser más fuerte y desarrollada y en modo alguno desea generar tensiones que puedan perjudicarle. Deliberada ambigüedad y pragmatismo exacerbado que contribuirán a una erosión más acentuada del equívoco perfil del actual régimen.

¿Acabará con los últimos resquicios del maoísmo? En lo económico, el maoísmo es ya una entelequia. No obstante, hasta ahora, aún podía advertirse en la dirigencia china cierta preocupación por el mantenimiento de la primacía de la propiedad pública frente a la propiedad privada. El rechazo de la privatización de empresas ha sido la norma, pero probablemente estamos en los albores de la segunda gran transformación del sistema de propiedad que puede afectar no solamente al futuro de las empresas estatales, muchas amenazadas de quiebra, sino sobre todo a la colectiva, el gran instrumento de la modernización y el crecimiento chino, que bien pudiera ser objeto de una onda privatizadora en beneficio de los burócratas más adelantados. El empujón que la OMC puede proporcionar en China a las reglas de mercado podría anunciarnos el final del proceso de experimentación que hasta ahora ha determinado la naturaleza de la reforma china y el abrazo definitivo al sistema “universal”.