El Banco Mundial que preside Robert Zoellick, ex director de Goldman Sachs y ex subsecretario de estado de EEUU, hizo pública recientemente su preocupación por la desaceleración de China, conminando a este país a emprender la senda de nuevas reformas para evitar, dice, la crisis económica.
En su informe, elaborado con el concurso del Centro de Desarrollo e Investigación del Consejo de Estado de China, el Banco Mundial recomienda especialmente poner coto al significativo papel del gobierno en la economía nacional abordando una reestructuración a fondo de las empresas estatales que conlleve la reducción de su envergadura y dotándolas de una mayor autonomía respecto a la persecución de “objetivos políticos”, abriendo más espacios operativos al sector privado.
El documento indica que China debería completar su transición hacia una economía de mercado –a través de reformas en las empresas, la tierra, el trabajo y el sector financiero-, reforzar su sector privado, abrir sus mercados hacia una mayor competencia e innovación, y asegurar la igualdad de oportunidades.
En suma, la clave de lo que propone es restringir el papel que desempeña el sector público instalado en sectores como la energía, recursos naturales, telecomunicaciones, infraestructuras, etc., los de mayor importancia estratégica del país. Un cambio radical respecto a la política aplicada en la década de Hu Jintao, orientándose a una plena homologación del modelo chino con el predominante a nivel mundial.
El sector público ha venido siendo objeto de reformas desde los años ochenta y, sobre todo, noventa durante el mandato de Zhu Rongji. Hoy representa un segmento globalmente saneado que tanto a nivel central como territorial proporciona importantes beneficios y rentas a las finanzas públicas. Ni mucho menos está en crisis.
Por otra parte, en el Estado-Partido es, junto al Ejército Popular de Liberación, el pilar más sólido, de mayor proyección y más futuro del PCCh en cuanto a su capacidad para incidir estructuralmente en el rumbo del país. Es el control de esa poderosa base económica la que proporciona al PCCh los recursos necesarios para afirmarse como referente indiscutible a la hora de fijar el ritmo y objetivos de la modernización china.
El informe y sus propuestas llegan en vísperas de la apertura de las sesiones políticas anuales que se iniciarán la semana próxima y tras un alegato del gobierno chino reclamando, como ya hizo en el caso del FMI, que el próximo presidente de la institución sea elegido (en abril próximo) conforme a nuevas reglas que reflejen los cambios experimentados por la economía mundial en los últimos años.
Las propuestas se intercalan también en un agudo debate interno sobre el futuro a seguir por la reforma. Existe una coincidencia en el diagnóstico: la crisis agravará su impacto en 2012, acarreando mayores dificultades para las pymes, más desempleo, bajada de beneficios, reducción de las exportaciones, también de la inversión exterior, etc.
Para unos, el Plan quinquenal aprobado en 2011 y la estrategia económica en curso es reactiva pero no alcanza a plantear con suficiente energía las transformaciones estructurales que requiere el sistema productivo, especialmente el sector industrial. Dicho Plan apuesta, en efecto, por la estabilidad con un modelo basado en proseguir las reformas pero garantizando un mayor apoyo en el orden social, una política activa de inversiones públicas, el fomento de la demanda interna, etc. En torno a este planteamiento se sitúa la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma. La Conferencia central sobre el trabajo económico, celebrada el pasado diciembre en Beijing va en esta línea, que es criticada por los sectores más próximos a la Banca de China y el conglomerado financiero.
Desde este otro ángulo, más en línea con el informe del BM, se desestiman estos planteamientos considerando que no serán suficientes y que es el momento de modificar el esquema de desarrollo, reestructurando el aparato productivo, advirtiendo, en tono dramático, que la supervivencia del sistema depende de ello. Habría que reducir impuestos, invertir en I+D, mejorar la calidad de la producción, acabar con los desórdenes estructurales, reducir el peso del sector público, aumentar la cooperación internacional según las reglas de la OMC, etc.
En el contexto de la crisis global, China no solo se encuentra, pues, ante la tesitura coyuntural de mantener el crecimiento y contener la inflación para garantizar la estabilidad sino ante la necesidad de elegir entre dos rumbos: mantener ese estatismo que ganó peso, definición y relevancia en el mandato de Hu Jintao o alentar un nuevo impulso liberalizador. Son dos filosofías de desarrollo y representan igualmente dos opciones políticas diferenciadas que medirán fuerzas en el próximo XVIII Congreso del PCCh, una cita clave que tendrá lugar en el último trimestre del presente año.
Tampoco es ajena a este debate la proliferación de reflexiones en torno al pensamiento democrático maoísta que lidera la Nueva Izquierda, distante por igual del denguismo que ha alimentado la reforma en estas décadas con un balance plagado de contradicciones y las propuestas que abogan por una aproximación al sistema parlamentario occidental.
En sus más de treinta años de reforma, China se ha conducido con una cuenta de resultados bastante satisfactoria, en buena medida como consecuencia de su heterodoxia, escuchando a unos y a otros, pero aplicando finalmente cuanto pudiera procurar el desarrollo y preservar la soberanía de su proceso. No es exagerado hablar de éxito, a pesar de que las sombras no son pocas.
Por su parte, el balance del BM e instituciones similares, incluyendo esas consultoras que afloran en los currículos personales de sus dirigentes, dejaría bastante que desear. Basta contemplar el panorama de las economías desarrolladas de Occidente que aplicando sus consejos y recetas basadas en el adelgazamiento del Estado hasta niveles ridículos ha logrado postrar las economías nacionales ante unos mercados que no tienen otro objetivo que satisfacer apetitos aparentemente insaciables que devienen en sacrificios inaceptables de las mayorías sociales. Y sigue en la misma línea sin la menor muestra de “arrepentimiento”.
Visto lo visto, prestar atención a cuanto diga el Banco Mundial es casi una obligación, pero no para hacerle caso a pies juntillas sino más bien para todo lo contrario después de separar el heno de la paja. Sobre todo si China aspira a preservar la autonomía de un proyecto singular en muchos sentidos y que si ha sobrevivido ha sido en buena medida gracias a su permanente reforma en clave propia.