Poco se ha escrito de un episodio que estuvo a punto de cambiar el destino de Venezuela. El mismo no sólo hubiera podido demorar su independencia en más de un siglo, sino que posiblemente hubiese hecho de la Venezuela de nuestros días un miembro de la Mancomunidad Británica de Naciones en lugar de un integrante de la familia iberoamericana.
Poco se ha escrito de un episodio que estuvo a punto de cambiar el destino de Venezuela. El mismo no sólo hubiera podido demorar su independencia en más de un siglo, sino que posiblemente hubiese hecho de la Venezuela de nuestros días un miembro de la Mancomunidad Británica de Naciones en lugar de un integrante de la familia iberoamericana.
Los antecedentes de este episodio se remontan a mayo de 1790. En esa ocasión el Precursor de la Independencia hispanoamericana, el venezolano Francisco de Miranda, se reúne por primera vez con el Primer Ministro británico William Pitt, para solicitar ayuda a su proyecto de independentista. Pitt, si bien mostró interés en la empresa, condicionó su apoyo a la eventualidad de una guerra entre el Reino Unido y España. Tal guerra lucía posible en ese momento, en virtud de un incidente en la costa Pacífica de América del Norte que caldeó los ánimos entre los dos imperios. Sin embargo, luego de unos meses de tensión las cosas volvieron a la normalidad (Robert Harvey, Liberators, London, Robinson, 2000).
Habiendo quedado sin efecto la ayuda inglesa, Miranda fue a buscarla por vía de Francia. Si bien esta nunca se materializó, sirvió en cambio para que el Precursor se involucrará con la Revolución Francesa, donde jugaría un importante papel militar durante el gobierno girondino. Luego de éxitos militares, caída en desgracia, juicio, prisiones y proximidad a la guillotina, Miranda se establece de nuevo en Londres en 1798. Allí nuevamente toma contacto con Pitt, presentándole nuevos proyectos para la causa independentista. Insistiendo en su condicionalidad a tal apoyo al caso de un enfrentamiento con España, el Primer Ministro británico no cerró la puerta pero tampoco la abrió demasiado. Frustrado, Miranda irá de un lado a otro en busca de respaldo. Nuevamente a Francia donde se hace evidente que no hay nada que buscar, de vuelta a Inglaterra y de allí a Estados Unidos. En este último lugar no obtiene apoyo oficial pero si autorización para que busque financiamiento privado. Ello le permitirá llevar a cabo su primera y fracasada expedición a Venezuela en agosto de 1806, ocasión en la que desembarcará en Coro e izará por primera vez un estandarte con el amarillo, el azul y el rojo que hoy ostentan Venezuela, Colombia y Ecuador.
De regreso en Londres, unos cuantos meses más tarde, Miranda lleva a cuestas una derrota que paradójicamente lo convierte en héroe. Su aventura ha logrado despertar la imaginación popular de los británicos. Esta vez Pitt si luce dispuesto a brindarle el respaldo de su gobierno. Más aún, se designa a Arthur Wellesley, un general que acaba de protagonizar una brillante campaña militar en la India, para que junto a Miranda de forma a un proyecto de invasión. Miranda plantea la necesidad de una fuerza expedicionaria compuesta por diez mil hombres que debería desembarcar en La Guaira y Puerto Cabello en Venezuela. El proyecto va tomando cuerpo y un contingente militar con sus correspondientes pertrechos comienza a ser reunido en Cork al Sur de Irlanda (Harvey, ya citado).
Los indicios apuntan, no obstante, a que mientras Miranda planeaba la liberación de su patria y de Hispanoamérica, los ingleses desarrollaban una agenda oculta. Ello parece deducirse de un memorándum de doce páginas que el General Wellesley preparó para su gobierno. En él afirmaba: “Los territorios de la Capitanía General de Caracas son los más fértiles del mundo y podrían transformarse en la colonia más valiosa que Gran Bretaña pudiese poseer” (Elen Wadham de Alvaro, Editor, From Battlefield to Oilfield, Caracas, British-Venezuelan Chamber of Comerce, 2002). Una colonia que, por lo demás, podía brindarle proyección continental a sus posesiones insulares en El Caribe.
No obstante, los eventos que se desencadenan el 2 de mayo de 1808 en España, habrían de cambiarlo todo. De ser aliada de Francia, España pasa a ser conquistada por aquella. Ello hace que el Reino Unido se vuelque a la liberación española (y a la portuguesa), designando al frente de sus tropas al General Wellesley y enviando a ese teatro de operaciones a las fuerzas que estaban supuestas a ir a Venezuela. Allí Wellesley se cubrirá de gloria, ganando batallas épicas como Talavera, Ciudad Rodrigo, Salamanca o Vitoria. En recompensa a su sus triunfos será nombrado Duque de Wellington y designado Comandante de las fuerzas coaligadas que enfrentaron a Napoleón tras su escape de la Isla de Elba. Será él quien derrote definitivamente al Emperador francés en la batalla de Waterloo.
Poco faltó para que el mejor general de la historia británica, al frente de tropas que lucieron su pericia y valentía en la Península Ibérica, se dirigieran a Venezuela. Ello probablemente hubiese hecho pasar a Venezuela de las manos de un imperio en decadencia, como lo era el español, a las manos de otro en plena expansión. Difícil la hubieran tenido los libertadores bajo esas circunstancias. De hecho los veteranos británicos de las guerras napoleónicas, contratados para luchar por la causa libertadora, fueron decisivos para el triunfo de la batalla de Carabobo que selló la independencia de Venezuela. Si Napoleón no hubiese invadido a España es posible que los venezolanos hablasen hoy inglés y que el cricket fuese el deporte nacional.