20071105 washington recep tayyip george bush

Delicada balanza en Oriente Medio

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 Recep Tayyip Erdogan y George W. Bush; clic para aumentar
La cumbre en Teherán entre Rusia, Irán y tres países centroasiáticos en octubre pasado y la reunión de esta semana en Washington entre el presidente George W. Bush (derecha) y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, dan buena cuenta del actual movimiento de correlación de fuerzas y formación de nuevos ejes geopolíticos en un momento de gran tensión en Oriente Medio ante la posibilidad de un conflicto armado en el Kurdistán iraquí.
 

Si se observa con detenimiento la actual correlación de fuerzas en el mapa geopolítico de Oriente Medio, se notará cómo el ascenso de Turquía e Irán como potencias regionales emergentes condiciona un serio dilema a la política exterior estadounidense a un año de las elecciones presidenciales en ese país.

Este dilema para Washington evidencia su falta de previsión de posibles situaciones conflictivas a mediano plazo fundamentadas tras la ilegal e ilegítima invasión de Irak en el 2003.

La cumbre en Teherán entre Rusia, Irán y tres países centroasiáticos en octubre pasado y la reunión de esta semana en Washington entre el presidente George W. Bush y el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, dan buena cuenta del actual movimiento de correlación de fuerzas y formación de nuevos ejes geopolíticos en un momento de gran tensión en Oriente Medio ante la posibilidad de un conflicto armado en el Kurdistán iraquí.

El escenario se muestra complejo para Bush, especialmente ante la configuración de una alianza entre Moscú y Teherán destinada a defender la legitimidad del programa nuclear iraní y rechazar cualquier ataque militar unilateral , así como ante las tensiones entre Turquía y los militantes kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que arrojan la posibilidad de una invasión militar turca al norte de Irak.

Ninguno de estos escenarios garantiza el éxito de la apurada y enigmática convocatoria de paz auspiciada por Bush y que reunirá al gobierno israelí y a la Autoridad Palestina controlada por Mahmud Abbas en Annapolis (EEUU), en principio a celebrarse a finales de noviembre. Hasta la fecha no se conocen los países convocados ni la agenda respectiva.

Con la balanza moviéndose a gran rapidez, la única noticia a su favor que puede esgrimir el presidente Bush como un éxito ha sido el frontal apoyo obtenido de parte de su colega francés Nicolás Sarkozy, relativo a endurecer las sanciones contra Irán e iniciar una nueva era en las relaciones transatlánticas, estrategia oficializada durante la visita de Sarkozy a Washington el pasado día.

El eje Bush-Sarkoy afianza así una nueva orientación atlantista en Europa, sepultando las reacciones contrarias esgrimidas en el pasado reciente por parte del ex presidente francés Jacques Chirac, y que también servirían para amortiguar la dimensión del eje ruso-iraní.

Los dilemas de Ankara y Washington

En Washington, Bush y Erdogan probablemente hablaron de los planes militares turcos pero desde perspectivas diferentes. A fin de evitar un nuevo foco conflictivo en la región, Bush ofreció a Erdogan una cooperación trilateral de inteligencia militar entre EEUU, Turquía e Irak. Por su parte, Erdogan esperaba un apoyo frontal de Washington ante la eventual escalada de conflicto en el Kurdistán y la posibilidad de invasión militar turca.

Apoyar a Turquía en una invasión militar al Kurdistán supone para Washington una situación sumamente delicada en sus relaciones con los kurdos iraquíes, aliados estadounidenses en la invasión militar a Irak del 2003, tanto como el actual presidente iraquí es el histórico líder kurdo Jalal Talabani.

El control de las enormes reservas petroleras e hidráulicas del Kurdistán iraquí, así como del paso de oleoductos por esta región provenientes del Mar Caspio, completan este cuadro de interés y complejidad para Washington y el delicado balance de decisiones y alianzas que debe tomar.

Erdogan también se juega muchas cartas, no necesariamente favorables a una intervención militar. De darse este caso, estaría provocando una crisis diplomática con Washington que no sólo entorpecería la tradicional cooperación militar y política entre ambos países sino la eventual aprobación en el Congreso estadounidense de una resolución destinada a reconocer el genocidio armenio de 1915.

Del mismo modo, el primer ministro turco recibe fuertes presiones por parte del establecimiento militar, sus partidos afines, un elevado porcentaje de la sociedad turca e incluso miembros influyentes del islamista partido de gobierno AKP, para llevar a cabo cuanto antes una invasión militar al Kurdistán para "castigar al PKK".

El reconocimiento del genocidio armenio es un factor que causa irritación e incomodidad y que debe ser medido con cautela por parte de Bush, especialmente ante la oficialización de la nueva alianza atlantista con Sarkozy y el impacto que esto tendrá en las relaciones entre Washington, París y Ankara.

Sarkozy es abiertamente contrario al ingreso turco a la Unión Europea así como un activo defensor de la causa armenia, tal y como se vio con la aprobación de la Asamblea Nacional francesa en abril pasado de su reconocimiento al genocidio armenio. Con Sarkozy en el Palacio del Elíseo, las relaciones entre París y Ankara corren el riesgo de sufrir fuertes alteraciones conflictivas, escenario que puede traer de cabeza a Washington.

El factor iraní

Meses atrás, Erdogan y los militares turcos habían iniciado contactos con Irán destinados a combatir la insurgencia kurda tanto al norte de Irak como al noroeste de Irán, que fueron ampliados a una mayor cooperación política y de inversiones petroleras en el país persa.

Estos acercamientos entre Turquía e Irán, que tuvieron también una embrionaria ampliación hacia Rusia, levantaron fuertes suspicacias y polémicas en Washington y Europa, especialmente tras la declaración del jefe del Alto Mando militar turco, Yasir Buyükanit, en abril pasado, de buscar "nuevas alternativas de alianzas geopolíticas" para Turquía en caso de que la Unión Europea aumente los obstáculos de admisión turco.

Un eje turco-ruso-iraní en Oriente Medio supondría un escenario altamente negativo para los planes estadounidenses en Oriente Medio, especialmente en los últimos meses en que la política de Washington hacia esa región se define esencialmente en términos militaristas, apoyando su tradicional eje con Israel y otros países árabes aliados, como Egipto, Arabia Saudita y Jordania, a fin de cercar a Irán y sus eventuales aliados: Siria, el Hizbuláh libanés y el Hamas palestino.

El "factor seducción" hacia Turquía persuade a Washington a intentar amortiguar los efectos a corto plazo establecidos tras la confirmación del eje ruso-iraní en Teherán, al cual se unieron países estratégicamente importantes desde el punto de vista energético, como Kazajstán, Turkmenistán y Azerbaiján, otrora más enfocados a mantener una posición pro-occidental.

Dos casos paralelos: Pakistán y Georgia

Este escenario de complejidad amplía su radio de orientación hacia Asia Central y el Cáucaso, especialmente con las crisis internas que actualmente viven dos estratégicos aliados geopolíticos de Washington como Pakistán y Georgia, cuyas consecuencias demuestran los serios errores de cálculo de la política exterior del presidente Bush a la hora de apuntalar a sus aliados.

La crisis política en Pakistán tras el reciente autogolpe y decreto de "estado de emergencia" por parte del general-presidente Pervez Musharraf, dio paso a fuertes presiones desde Washington hacia el mandatario paquistaní, quien se vio en la necesidad de ceder y convocar a elecciones presidenciales en febrero de 2008, así como asegurar su retiro militar.

Identificado como un fiel aliado estadounidense en la lucha antiterrorista contra Al Qaeda, Musharraf ha comenzado a erigirse como un problema político de alto nivel para Washington. La Casa Blanca ha buscado en la ex primera ministra Benazir Bhutto al contrapeso más idóneo para contener a Musharraf, tomando en cuenta la imparable espiral de violencia política y religiosa en ese país, el auge del islamismo antioccidental y el descontento popular hacia Musharraf.

Otro ámbito es la crisis política que actualmente se vive en Georgia, cuyo presidente pro-occidental Mikhail Saakashvilli se ve confrontado con una masiva rebelión social que pide su dimisión.

Como Musharraf, Saakashvilli decretó el estado de emergencia, mostrándose intransigente al diálogo. Pero la fuerte presión interna y, presuntamente, la implicación de Rusia en los asuntos georgianos, le obligaron a ceder y adelantar elecciones presidenciales para el 2008, como único mecanismo de resolución de la crisis.

Para Washington, la pérdida de dos aliados estratégicos como Pakistán y Georgia supondría otro duro golpe geopolítico. La inestabilidad en Pakistán resultaría en una incontrolable situación en Asia Central y el sudeste asiático en el único país musulmán con armamento nuclear reconocido, que afectaría el delicado equilibrio estratégico y militar hacia India y China.

El caso georgiano es igualmente sensible porque significaría el fracaso de las "revoluciones democráticas" en el espacio euroasiático ex soviético, iniciadas en Georgia en el 2003 y continuadas en Ucrania (2004) y Kirguizistán (2005). Las tensiones actuales tanto en Georgia como en Ucrania manifiestan no sólo el fracaso de esta estrategia impulsada desde Occidente sino el retorno de la influencia de Moscú en los asuntos de estos países.

Todo queda para el 2008

Todas estas variables ilustran una nueva dinámica de conflictos, alianzas y variaciones geopolíticas desde Oriente y el Cáucaso hasta Asia Central y el sudeste asiático. En el epicentro de estos escenarios están los planes estadounidenses de ataque contra Irán (que diversos analistas cifran para el primer semestre de 2008) y las nuevas dinámicas geopolíticas de Turquía y Rusia.

No se debe olvidar que el 2008 es año electoral en EEUU y que en diversos sectores políticos de ese país aumentan las perspectivas de disuasión y negociación con Teherán, a fin de evitar una nueva guerra en Oriente Medio.

Con ello, esta perspectiva se amplía ante las demandas de cambio de orientación en la política exterior estadounidense que permita a Washington actuar con un mayor nivel de consenso multilateral, a fin de evitar focos impredecibles de conflicto y mayor pérdida de influencia en los escenarios internacionales.