Barack Obama acaba de cumplir su primer año en el gobierno tras recibir un nuevo galardón de carácter mediático, el Premio Nobel de la Paz. Pero, al mismo tiempo, el Obama que celebra su primer aniversario en la Casa Blanca tiene ante sí una serie de retos que acrecientan las incógnitas sobre el verdadero alcance que puede obtener su oferta de cambio.
Las recientes elecciones a gobernador en Virginia y Nueva Jersey no dejaron exactamente bien parado al presidente Obama, en el primer reto electoral de su primer año de gobierno. Si bien la Reserva Federal anuncia que EEUU está superando la recesión económica, la pretendida reforma sanitaria defendida por Obama está atascada en el Congreso estadounidense, con inciertas perspectivas de salir adelante.
Un balance global de Obama en su primer año presidencial muestra una imagen, hasta ahora, moderadamente benefactora. Posee un claro carisma que consolida sus cuotas de popularidad, toda vez que parece haber dejado en claro que su visión de la política es muy diferente al de su polémico antecesor George W. Bush. Tiene un estilo nuevo, fresco y alternativo, que le genera sólidos índices de aceptación en la opinión pública mundial.
Pero parece evidente que las expectativas hacia Obama se acrecentaron mucho más fuera de EEUU que dentro de este país. El electorado estadounidense suele ser sumamente exigente, producto de la fortaleza que supone una sociedad civil dinámica aunque probablemente anquilosada en perspectivas muchas veces conservadoras y arcaicas.
El mundo, por su parte, ansiaba un liderazgo diferente en la Casa Blanca, diametralmente opuesto a la agresiva política diseñada en los ocho años de la era Bush, con un legado de impunidad judicial, inseguridad mundial y crisis económica global que era preciso remediar. Obama representa ese cambio elástico que muchos aún esperan, aunque con las conocidas complejidades que supone gobernar un país con prioridades de superpotencia.
Los gestos multilaterales y aperturistas de Obama en el escenario internacional chocan con las dificultades generadas para seguir manteniendo el encanto mediático y político en su propio país. Si el 2009 fue la “luna de miel” para Obama, el 2010 será un año de retos aún más complejos e inciertos, que medirán su verdadera capacidad de maniobra.
Aún es pronto para ofrecer un diagnóstico real de su presidencia, siempre y cuando la dinámica de cambios prometida y los retos que aún están por venir probablemente persuadirán a Obama en la necesidad de acometer su reelección presidencial para 2012. En definitiva, son dos Obamas para un año claramente experimental.