La República Popular de China ha entrado a un vertiginoso camino de desarrollo y crecimiento económico que está trastocando el panorama mundial en múltiples sentidos. Este vigoroso paso encuentra una de sus debilidades más importantes en la carencia energética: el petróleo, un bien estratégico y fundamental para cualquier aparato productivo, está desapareciendo paulatinamente del suelo chino, amenazando con poner en jaque a la ahora tercera economía más grande del mundo, después de Estados Unidos y toda la Unión Europea. Este problema se acentúa más conforme la producción doméstica se acelera (patrón seguido durante los últimos años).
Ante este apocalíptico panorama, el gobierno chino ha implementado determinadas acciones orientadas a solventar la aridez energética para asegurar el paso económico conseguido en las últimas décadas y consolidar a China como el hegemón del siglo XXI. Principalmente, se ha desplegado una ambiciosa “diplomacia del yuan” para asegurar a países petrosocios que sacien a la gigantesca economía china, situación que ha provocado considerables cambios geopolíticos. Esta es, sin duda alguna, una arista importante de análisis para el entendimiento futuro de un nuevo orden global.
Los impactos de estas acciones solo pueden ser verosímilmente entendidos a través de un lente global. De lo que haga China respecto a su creciente consumo de petróleo dependerá el precio del mismo así como la reconfiguración geopolítica mundial, entre otras circunstancias no menos insoslayables. Esto queda más convenientemente demostrado cuando se considera el papel actual de China en el mercado petrolero: es el segundo consumidor mundial con un 8% de la demanda total, superado solo por Estados Unidos1, e incrementará su demanda de crudo en un 55% en diez años y verá consolidado el proceso de urbanización más grande en la historia que conllevará un incremento considerable de la demanda de gasolinas y otros combustibles.
Por estas razones, China ha consolidado alianzas regionales y se ha acercado a varios regímenes internacionales energéticos, provocando modificaciones sustanciales en la economía mundial y en los polos geopolíticos. Ante esto, los Estados Unidos buscan también implementar su propia política, basada en la contención del gigante asiático, a través de su influencia en la periferia china, especialmente en Medio Oriente y en Centroasia.
En síntesis, se puede aseverar que el desbordante consumo chino de petróleo (demostrado principalmente en sus altas tasas de importación de esta materia prima) ha orillado al gobierno de Pekín a instrumentalizar una política exterior coyuntural para mantener la alta tasa de crecimiento productivo, lo que tendrá un doble impacto internacional expuesto en términos económicos, con el aumento del precio de equilibrio en la oferta – demanda petrolera; y en términos geopolíticos, en lo que a la creación de nuevos ejes de poder se refiere.