20070628 shenyang liaoning beijing 2008

El boicot a Beijing

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El boicot sólo puede ayudar a reforzar el nacionalismo hostil, a brindar argumentos a quienes postulan el blindaje del régimen y a interiorizar un sentimiento de rivalidad ante la imparable emergencia del país para impedir que se consolide como un contrapoder político, capaz de promover un modelo diferente, con sus limitaciones, pero que va camino de alcanzar su objetivo histórico.
 

¿Boicotear o no los Juegos Olímpicos de Beijing? En China no se entendería en absoluto si se promueve en función de su política exterior o incluso de las restricciones políticas internas, no ya por sus dirigentes, sino por la inmensa mayoría de los ciudadanos que han constatado la mejora experimentada en sus vidas desde el inicio de la política de reformas pero que sueñan, sobre todo, con el renacimiento de la nación china y que guardan en la recámara la memoria de las humillaciones padecidas en el siglo XIX y XX a manos de las potencias occidentales que ahora siguen utilizando, en tantos frentes, una doble vara de medir. El boicot sólo puede ayudar a reforzar el nacionalismo hostil, a brindar argumentos a quienes postulan el blindaje del régimen y a interiorizar un sentimiento de rivalidad ante la imparable emergencia del país para impedir que se consolide como un contrapoder político, capaz de promover un modelo diferente, con sus limitaciones, pero que va camino de alcanzar su objetivo histórico.

Por otra parte, tampoco la presión y el boicot, por sí solos, ayudarán a mejorar la situación de los derechos humanos ni la implicación de China en una gestión teóricamente benefactora de determinados contenciosos internacionales en los que a veces, quizás intencionadamente, se le presupone una influencia desmedida. Es imprescindible tender puentes de diálogo para que la razón ayude a comprender a unos dirigentes que han hecho de “emancipar la mente” la clave de su supervivencia para que el reconocimiento de los derechos humanos vaya más rápido o que la dimensión mundial de su crecimiento y sus efectos incorpore exigencias en materia de responsabilidad internacional. La sola presión difícilmente hará mella en el gobierno chino, aunque este realice algunos gestos coyunturales de distensión.

Los déficits democráticos de China son muchos. Algunos se reconocieron en el Congreso del Partido Comunista celebrado en otoño último. No está claro que los intentos de superación de los que se ha hablado en dicho evento se orienten a establecer una homologación progresiva con los sistemas occidentales, aunque tampoco se puede descartar del todo. Algo veremos en los próximos días, cuando se inaugure una nueva sesión del Parlamento, la primera del nuevo quinquenio. Más bien se trata de formular un modelo alternativo con una visión estratégica que apueste tanto por la estabilidad como por la defensa de la identidad, dos claves esenciales para recuperar la grandeza perdida. Y si en su día aceptaron que el socialismo no podía ser sinónimo de pobreza e iniciaron la apertura, hoy se va acreditando que su “socialismo” tampoco puede tener como peculiaridad la ausencia de libertades. China está lejos del inmovilismo y en la agenda política ya figuran propuestas que apuntan a una progresiva liberalización en determinados ámbitos. Habrá contradicciones y retrocesos, producto, sobre todo, del miedo que provoca la actual oportunidad histórica y que no se pueden permitir el lujo de malograr. Su hostilidad es más patriótica que ideológica. China no tiene una visión ecuménica de su proyecto y siempre ha tamizado lo llegado del exterior en función de sus propias singularidades. Démosle una oportunidad y algo de tiempo. Puede que lo hagan mejor.