Michael Spence, gañou xunto a Stiglitz e Arkelof o Nobel de Economía

El dramático regreso a la política del poder

Durante el largo período de la Guerra Fría las relaciones internacionales se vieron guiadas por aspectos estratégico-militares. El comercio ocupaba un lugar manifiestamente secundario dentro de estas. Existía, en efecto, una clara preeminencia de los misiles por sobre el intercambio de mercancías. Era la época de aquello que Hans J. Morgenthau bautizó como la “política del poder”. En ella, las motivaciones de las grandes potencias se sustentaban en mantener el poder, incrementar el poder y demostrar el poder. La relación jerárquica entre éstas era determinada por las posibilidades de prevalecer en un conflicto bélico.
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Durante el largo período de la Guerra Fría las relaciones internacionales se vieron guiadas por aspectos estratégico-militares. El comercio ocupaba un lugar manifiestamente secundario dentro de estas. Existía, en efecto, una clara preeminencia de los misiles por sobre el intercambio de mercancías. Era la época de aquello que Hans J. Morgenthau bautizó como la “política del poder”. En ella, las motivaciones de las grandes potencias se sustentaban en mantener el poder, incrementar el poder y demostrar el poder. La relación jerárquica entre éstas era determinada por las posibilidades de prevalecer en un conflicto bélico. 

Todo ello cambió radicalmente con la caída del Muro de Berlín. Algún tiempo antes de que ello ocurriese ya Richard Rosencrance había escrito un célebre libro titulado El Ascenso del Estado Mercantil. En él, anticipaba el declive del “mundo político-estratégico” frente al emerger indetenible del “mundo del comercio”. De acuerdo a su tesis, los problemas de seguridad estaban perdiendo su espacio ante el impulso de los asuntos económicos y comerciales. Su planteamiento, si bien apuntaba en la dirección correcta, tuvo que esperar hasta al fin de la Guerra Fría para hacerse realidad. El dramático declive en la jerarquía internacional de la Rusia de Yeltsin, a pesar de sus miles de misiles nucleares, ilustró bien la naturaleza del nuevo orden. Desde entonces, la jerarquía de las naciones hubo de medirse primordialmente por el monto de su PIB y no por el tamaño de sus arsenales, independientemente de que estos fuesen o no nucleares. 

Cómo respondiendo a un proceso circular, el mundo se apresta a abandonar la primacía de lo económico-comercial, para retomar de nuevo el forcejeo de poder entre las grandes potencias. Nuevamente Morgenthau se convierte en expresión del paradigma en vigor. Los sucesos de  Ucrania, como resurgir metafórico del Muro de Berlín, oficializan el tránsito de una era a otra y la espada de Damocles de la destrucción nuclear vuelve a ceñirse sobre la psiquis colectiva de la humanidad. El opacarse de la globalización económica resulta así inevitable.  

El dramatismo de los sucesos actuales no debe hacer olvidar, sin embargo, que el declive de la globalización era ya un proceso en curso. Paso a paso, sucesivos fenómenos venían erosionado su fortaleza y evidenciado su vulnerabilidad. Entre estos los había de naturaleza económica, de carácter político y geopolítico y, desde luego, resultantes de la pandemia misma. 

En materia económica se evidenciaba la interacción de dos fenómenos. De un lado, aquello que el Premio Nobel de Economía Michael Spence califica como el agotamiento de los reservorios de mano de obra barata en el mundo. En la medida en que los países sobre los que se asientan los procesos de exportación de manufacturas de bajo costo ascienden a la categoría de economías de ingreso medio, sus exportaciones pierden competitividad. Si bien no faltan países de bajos ingresos y mano de obra subutilizada, los requerimientos de tiempo y escala para que estos tomen el relevo de los anteriores simplemente no se dan. Así las cosas, el ímpetu exportador de las economías emergentes va desinflándose. Paralelamente, la llamada Cuarta Revolución Industrial posibilita el regreso a las economías desarrolladas de Occidente de los procesos productivos externalizados. Los robots, la automatización y las demás manifestaciones de la alta tecnología permiten producir en ellas a costos cada vez más competitivos. Ello apunta a la obsolescencia de las cadenas de suministro y de las cadenas globales de valor que daban sustento a la globalización.  

En materia política, la erosión de la clase media y la evaporación de las industrias tradicionales en las principales economías occidentales, ha posibilitado la emergencia de poderosos movimientos populistas. Su pugna por el proteccionismo, el nacionalismo económico y el fin de la globalización, ha permeado hacia las fuerzas liberales, sometidas al riesgo de verse abandonadas por los electores. La geopolítica, a su vez, retroalimenta las divergencias políticas. Ello en la medida en que China, máximo exponente y propulsor de la globalización, asume actitudes cada vez más agresivas con respecto a sus aspiraciones geopolíticas. No en balde “Chimérica”, nombre que se daba a la confluencia de intereses económicos entre China y Estados Unidos, pasó a ser reemplazada por un antagonismo visceral entre ambos países. 

Por si lo anterior hubiese sido poco, el Covid vino a desarticular las cadenas de suministro globales. Esto no sólo desató una inflación mundial, sino que puso en evidencia la vulnerabilidad de depender de procesos productivos lejanos. Producir tan cerca como posible al consumidor final, en base a tecnología de punta, se presenta así como la opción deseable para las economías desarrolladas. 

 La configuración de factores susceptible de dar al traste con la era de lo económico-comercial estaba así presente. Sólo faltaba la fuerza que inclinase la balanza en sentido contrario. Esta se expresa dramáticamente por el regreso a la conquista y el desconocimiento flagrante al ordenamiento internacional. Ello, acompañado de la amenaza reiterada a la guerra nuclear. El Rubicón ha sido franqueado. La política del poder ha vuelto.