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El fluido orden internacional de nuestros días

Durante los largos años de Guerra Fría el mundo estuvo dividido en bloques de rasgos precisos y tajantes. De un lado se encontraba la órbita que giraba en torno a Estados Unidos. Del otro la que lo hacía alrededor de la Unión Soviética. Entre estos dos sistemas de alianzas se erigió el Grupo de Países No Alineados. Apelando a la neutralidad, este último luchó por no ser engullido por la rivalidad entre las grandes potencias. Para ello sus miembros recurrieron a estrategias variadas. La China de Mao, por ejemplo, atacó a ambas superpotencias por igual sobre la base de que ni Washington ni Moscú tendrían interés en desequilibrar la bipolaridad doblegando a China. El Egipto de Nasser, por el contrario, prefirió estimular la competencia entre las dos superpotencias para ver cual de ellas ofrecía mayores beneficios a su país. A la larga, sin embargo, los no alineados no escaparon a los imperativos de la alineación y sus países debieron acercarse a una u otra superpotencia como terminó haciéndolo China a partir de 1972. 

Al interior del orden bipolar mismo, la disidencia fue siempre castigada. Hubo dos excepciones notables sin embargo. En la órbita soviética la Yugoslavia de Tito jugó activamente a la no alineación, sin recibir represalias significativas. En la órbita occidental, la Francia de Charles de Gaulle mantuvo una asertiva reivindicación de su autonomía de acción, forzando a Estados Unidos a soportar la piedra en el zapato que ello le representó. El rango histórico de Tito y de Gaulle, quienes habían jugado un papel protagónico durante la Segunda Guerra Mundial, posibilitó esta amplia latitud.    

En lo esencial, sin embargo, la mano dura de las superpotencias fue la regla. La CIA se encargó de propiciar golpes de Estado cada vez que un miembro de su órbita se mostraba demasiado independiente. Desde Arbenz a Allende y desde Sukarno a Mossadegh la lista en este sentido fue larga. Del otro lado de la barrera, la Doctrina Brézhnev dejó claro en los setenta que las tropas del Pacto de Varsovia se encargarían de mantener a raya cualquier disidencia dentro del bloque. Antes de la misma ya los soldados soviéticos habían suprimido violentamente las manifestaciones de Alemania Oriental en 1953 y las fuerzas del Pacto de Varsovia habían invadido a Hungría en 1956 y a Checoslovaquia en 1968. 

En nuestros días el entorno internacional se ha vuelto inmensamente más fluido. Ello a pesar de que una nueva Guerra Fría ha tomado cuerpo entre China y Estados Unidos o de que Rusia se ha erigido en un potente contrincante de Occidente. A pesar de conformar el histórico “Patio Trasero” de Estados Unidos, América Latina disfruta de una inmensa libertad de acción en relación a China, país que se ha transformado en el primero o segundo segundo socio comercial de los países de la región. Al otro extremo del mundo, en el vecindario de China, varios de los países del Este Asiático mantienen un acercamiento “a la carta” con respecto a las superpotencias. Volcándose hacia Washington en la búsqueda de seguridad y hacia China en la de oportunidades económicas. 

La invasión rusa a Ucrania y la inesperada vuelta a la vida de la Alianza Atlántica, paradójicamente han inyectado mayor fluidez al orden internacional. Los ejemplos son múltiples. India, estrecha aliada de Estados Unidos dentro del llamado “Quad” opuesto a China, ha enfatizado sus vínculos con Rusia. Sus importantes requerimientos energéticos y la posibilidad de que los envíos de petróleo ruso aumenten como resultado de las sanciones occidentales, hacen que Nueva Delhi le esté dando la espalda a Washington. De la misma manera, el que podría considerarse como el mayor aliado estratégico de Estados Unidos, Israel, guarda importantes distancias con Washington en relación a Rusia. Sus razones son de orden pragmático: Mientras Estados Unidos abandonó su presencia militar en el Medio Oriente, Rusia constituye su vecino en la frontera Norte. Ello, en virtud de la fuerte presencia militar rusa en Siria.  

La fluidez del orden internacional fue la resultante del fin de la bipolaridad y del emerger de la globalización económica. El predominio de lo económico por sobre la geopolítica y la desaparición de los conflictos entre las grandes potencias, hizo posible un orden internacional mucho más laxo. Desde hace algunos años, sin embargo, la globalización ha venido perdiendo su fuerza y la geopolítica recuperando su lugar de preeminencia. Ahora, con la invasión a Ucrania, la confrontación entre las grandes potencias pasa a ocupar el centro del escenario internacional, mientras la globalización comienza a opacarse. Curiosamente, ello no estaría devolviéndonos hacia un esquema rígido de “aliados o adversarios”, como el que caracterizó a la era bipolar. Muy por el contrario, a medida que avanza la rivalidad entre las grandes potencias, la fluidez se hace cada vez mayor y las alianzas “a la carta” se vuelven la norma.