La gira asiática del presidente George W. Bush por Afganistán, India y Pakistán, considerada una de las más arriesgadas de su mandato, se enfocó casi exclusivamente en los imperativos de seguridad global planteados por Washington, secundando con ello las consideraciones comerciales y políticas de la gira. En este sentido, el interés de Bush se ubicó en lo relativo a la problemática nuclear y el terrorismo yihadista.
La visita sorpresa a Afganistán, la primera que realiza el mandatario estadounidense, tuvo a su paso por la base militar de Bagram un marcado sentido de apoyo moral a las tropas estadounidenses, calculadas en 20.000 efectivos. Recibido por el atribulado presidente Hamid Karzai, Bush intentó persuadir a los efectivos militares estadounidenses y de la OTAN de la necesidad de “pacificar y reconstruir” el país centroasiático. Pero la realidad afgana presenta otros matices, no tan benévolos para los objetivos trazados inicialmente por Washington.
No era favorable la coyuntura en la cual Bush inició la gira. En Washington, el presidente dejó un escándalo a puertas, con la revelación de un video en la cual se le informaba anticipadamente sobre las consecuencias que tendría el paso del huracán Katrina por Nueva Orleáns. Del mismo modo, diversas ONGs de derechos humanos vienen denunciando que Bagram, la población afgana donde aterrizó Bush por sorpresa, se está convirtiendo en un nuevo Guantánamo. Mientras, una encuesta de la empresa Gallup reflejaba que el 63% de los estadounidenses consideran que su presidente es un líder “poco respetado” en el mundo.
Tampoco eran buenas las noticias provenientes de Afganistán. Desde hace meses, se hace patente una renovada ofensiva de los talibanes y grupos aliados de Al Qaeda contra las estructuras del gobierno de Karzai. Al mismo tiempo, un extraño motín en una cárcel de Kabul mantuvo en alerta a las autoridades, lo que evidencia los problemas de orden público. A pesar de la enorme ayuda financiera occidental, la reconstrucción avanza a paso lento mientras los factores de poder reales siguen en manos de los “señores de la guerra” y el inesperado ascenso talibán.
Del mismo modo, la promesa de Bush ante Karzai y las tropas de capturar a Osama bin Laden suena más a cacofonía moral que a un hecho factible.
La apuesta india
El “plato fuerte” de la gira lo constituyó una India cada vez más emergente desde la perspectiva económica y tecnológica. En Nueva Delhi, Bush devolvió la visita que realizara el primer ministro indio Manmohan Singh, a Washington, en julio de 2005. Allí se firmaron importantes acuerdos energéticos que para las empresas estadounidenses supondrían posicionarse a la vanguardia en un país cuyos niveles de crecimiento económico en los últimos cinco años ha superado el 7%, lo que la ubica junto a China entre las mayores consumidoras mundiales de petróleo.
Para la administración estadounidense, la creciente importancia estratégica de India se concentra en un marcado análisis geopolítico que incluye a China, Pakistán e Irán. Demográficamente, India es la mayor democracia del mundo y el segundo país más poblado, con una ascendente clase media y una elite profesional altamente cualificada. Del mismo modo, su potencialidad nuclear fue mostrada al mundo en 1998, seguida en las pruebas atómicas por su tradicional rival paquistaní.
Ambos países, India y Pakistán, no han firmado aún el Tratado de No Proliferación Nuclear, por lo que el histórico acuerdo obtenido por Bush y Singh de acceso indio a la energía nuclear estadounidense para usos civiles ha provocado fuertes protestas en el Congreso estadounidense.
La carta india de Bush apunta directamente a Irán e, indirectamente, a China y Pakistán. El presidente norteamericano suscribió un acuerdo de cooperación con el primer ministro indio en el cual Nueva Delhi se comprometía a separar su programa nuclear en funciones civiles y militares, bajo supervisión de la Organización Internacional de Energía Atómica, OIEA. Pero diversos partidos nacionalistas y de izquierda en el Congreso indio se oponen a esta medida, por considerarla que limita las facultades de soberanía nacional. Este problema se agrava ante el hecho de que estos partidos forman parte de la coalición legislativa del actual primer ministro, que se puede resquebrajar en un país donde las crisis gubernamentales son recurrentes.
También existen otras consideraciones de importancia: el gobierno indio tiene un proyecto estratégico a mediano plazo de obtener gas iraní a través de la construcción de una serie de gasoductos que pasen por Pakistán, contactos que con seguridad Bush pidió a Singh de no alentar, salvo que el régimen iraní resuelva volver a canalizar su programa nuclear a través de la OIEA. Además, estrechar aún más los lazos indo-estadounidenses pudiera provocar un reforzamiento de la alianza militar chino-paquistaní en un continente donde aumenta de manera vertiginosa el gasto militar.
En términos políticos, India no desea propiciar un eje estratégico anti-chino, ya que cuida celosamente su relación comercial con Beijing. Tampoco desea complicar sus relaciones con Pakistán ni abrir un frente con Irán, a pesar de que tanto los gobiernos indio como paquistaní recientemente abrieron amplios canales diplomáticos con Israel. Con este escenario, esta estrategia de balanza de poder elaborada por Bush tiene riesgos aún incalculables a mediano-largo plazo.
Pidiendo a India firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear, Bush intenta aislar aún más al régimen iraní y disuadir a China, el otro gran rival comercial, energético y político tanto para la India como para EEUU. Del mismo modo, la opción estadounidense busca persuadir a Pakistán a firmar dicho tratado. Pero tanto Islamabad, como en Kabul, la situación no parece sonreír completamente a Washington.
La trampa paquistaní
Dentro de los cálculos geopolíticos de Bush, visitar la India sin pasar por Pakistán hubiera generado una peligrosa crisis de confianza de Washington hacia el gobierno del general-presidente Pervez Musharraf, quien hoy vive una delicada situación interna, quizás también exagerada por este mismo gobierno para asegurarse la ayuda militar y política occidental.
Aparcando ligeramente el problema nuclear que incluye a India, Irán y China, la situación interna en Pakistán ofrece perspectivas complicadas para Musharraf, enmarcadas en aspectos étnicos, religiosos y políticos. La región de Baluchistán, fronteriza con Irán, presenta para Islamabad el reto planteado por la guerrilla del Ejército de Liberación Baluchi, quien pide la independencia de esta región del poder central, dominado por la etnia punjabí que controla, principalmente, el ejército, así como los pashtunes que dominan la capital de esta región, Quetta.
La rebelión de la etnia baluchí también se ha trasladado a la vecina Irán, contra el gobierno de Mahmud Ahmadíneyad. Sin presentar pruebas, Musharraf ha acusado a la India de ayudar a estos rebeldes, quienes han pedido públicamente apoyo militar a Nueva Delhi, aunque en realidad su apoyo proviene de comunidades baluchís residentes en países del Golfo Pérsico. Del mismo modo, diversos refugiados afganos, tadyikos y hazaras (de origen iraní) se encuentran en esta región que, en el 2004, presentó los peores enfrentamientos entre sunnitas y chiítas en el Pakistán contemporáneo y un sostenido aumento del “yihadismo” islamista.
En la región paquistaní de Waziristán, fronteriza con Afganistán y dominada por la etnia pashtuna, se cree que se refugia la dirigencia de Al Qaeda, Osama Bin Laden incluido. Los reductos talibanes también provocan constantes rebeliones contra el poder de Musharraf, cuyos efectivos militares ni siquiera pueden controlar determinadas zonas montañosas. A esto hay que agregar que diversos efectivos militares paquistaníes fueron desplazados desde Waziristán hasta Baluchistán, para reprimir la rebelión insurgente.
La actual visita de Bush ocurre también casi dos meses después de que una sangrienta ofensiva de la CIA, en su afán por encontrar a jefes de Al Qaeda, provocara decenas de civiles muertos y una ola antiestadounidense y anti-Musharraf, alentada también por las manifestaciones a razón de la “crisis de las caricaturas”. Y un día antes de su llegada, un diplomático estadounidense falleció víctima de un atentado terrorista en Karachi.
En Pakistán, Bush teme que una caída de Musharraf provoque un ascenso del islamismo radical en el único país musulmán con armamento nuclear. Pakistán va a elecciones presidenciales en el 2007 y la permanencia de Musharraf parece ser un objetivo estratégico para Washington, a pesar de las recientes diferencias entre ambos países en la lucha antiterrorista y la posible convulsión interna. Si el aún no acabado programa nuclear iraní es un dolor de cabeza para la Casa Blanca, un repliegue de sus aliados y posiciones en Pakistán resultaría una derrota política y estratégica clave.