Teniendo en cuenta el proceso de la elaboración de la política exterior estadounidense a nivel gubernamental, es decir, los respectivos papeles del ejecutivo y del Congreso y, sobre todo, la supremacía del anterior, hay que reconocer, y sería oportuno examinar, las otras heterogéneas voces no estatales que influyen en el proceso. El papel que desempeña la opinión pública es uno de los factores más importantes en la elaboración de la política exterior de EEUU. Por otro lado, se podría decir que, dada la carencia de las funciones y de las capacidades legislativas de la opinión pública, su peso e importancia son de segundo rango, a propósito de las decisiones tomadas por el presidente. Sin embargo, no cabe duda de que, según cómo se organicen los diversos intereses de los variados sectores de la ciudadanía, sean grupos, o lobbies, étnicos o religiosos o con intereses económicos, pueden ejercer una influencia muy marcada cuando se inicien nuevas políticas de alcance internacional.
Es imprescindible entender el papel de la opinión pública, en general, y el de los los lobbies en especial, para llegar a analizar a fondo la política exterior estadounidense. El papel de la opinión pública quizás ha sido más destacado en EEUU en el desarrollo de su diplomacia y sus estrategias militares que en cualquier otro país. Aun así, en principio, es más difícil generalizar sobre la relación entre la opinión pública y los objetivos del gobierno que sobre cualquier otro aspecto de la política exterior. Pero, a pesar de las ambigüedades, sí se puede llegar a algunas conclusiones si estamos atentos al proceso de la toma de decisiones en este aspecto. Existe una relación, o más bien una red de relaciones, muy sutil y matizada entre la élite política y el electorado.
I. La opinión pública
En primer lugar, generalmente, los ciudadanos en su conjunto están mal informados y se muestran indiferentes con respecto a los asuntos de la política exterior. En el contexto estadounidense, desde la IIGM ha habido una gran falta de comprensión de la política exterior debido a la primacía de los asuntos y problemas internos, percibidos como más importantes por parte del electorado. No obstante, es bastante triste reconocer que según un informe de la National Geographic Society publicado a principios del presente mes, seis de cada diez estadounidenses de 18 a 24 años no pueden indicar Irak en un mapa de Medio Oriente. Es esa ignorancia por parte de la sociedad en general la que tiende a aumentar la influencia de los lobbies, o grupos de interés, cuyo alcance se examinará posteriormente.
El segundo elemento que explica esa carencia de interés acera de la política exterior, sobre todo en EEUU, es la libertad considerable que tiene el presidente en su formulación. Dada la concentración de poder a la hora de tomar decisiones, y el desconocimiento de las realidades internacionales por parte de la mayoría social, la opinión pública siempre se inclina a favor de las políticas del presidente. Se puede deducir que, muchas veces, las políticas afectan más a la opinión pública que la opinión pública afecta a las políticas. En el contexto actual, después del 11-S, se nota aún más cuánto los estadounidenses confían en las decisiones del presidente, hasta aprobar, según las encuestas, que éste escuche las comunicaciones telefónicas dentro del país como medio de gestión de la "guerra contra el terrorismo".
En tercer lugar, la falta de interés y la poca importancia concedida por parte de los ciudadanos a la política exterior hace que los políticos puedan manipular muy fácilmente a la opinión pública. Dada la tendencia en EEUU a casi siempre apoyar al presidente en el ámbito internacional, muchos presidentes han podido generar el apoyo del pueblo para varios tipos de políticas. El presidente tiene la habilidad de hacer que los ciudadanos acepten como suyas las mismas imágenes que él tiene en el ámbito internacional. Podemos citar varios ejemplos del cambio de la opinión pública a favor de Johnson y Nixon y sus distintas políticas en Vietnam y Camboya, a favor de las posturas de Carter durante la crisis de rehenes en Irán, y a favor de las operaciones militares de Reagan en Líbano y Centroamérica; todo cambio ocurrió después de un discurso televisado. Vemos manifestaciones continuas de este fenómeno en el actual presidente y por eso aquí no hace falta formular una lista de ejemplos.
El cuarto elemento (más dinámico) que caracteriza la relación entre la opinión pública y la política exterior es el papel activo que tiene el público para definir y fijar los límites del alcance de las decisiones de la política exterior, sobre todo a largo plazo. Los políticos no harán nada más allá de lo que consideran el límite de la voluntad del público. Pero, para generar el apoyo de los ciudadanos, dado su desconocimiento sobre los temas internacionales, el presidente se ve obligado a simplificar ciertos temas y a presentar los asuntos complejos a través de términos simples y familiares. Al simplificarlas, sus políticas se hacen más flexibles y ambiguas. Entonces existe una mayor posibilidad de implementarlas dentro de las limitaciones suscitadas por la opinión del electorado. Para Bush, por ejemplo, el cristianismo sirve como vía de comunicación simple y efectiva entre él y los ciudadanos para que se genere apoyo y amplien los límites de la voluntad pública. No obstante, parece que su esfuerzo maniqueísta de definir al presidente iraní Mahmud Ahmadíneyad como irrazonable, una amenaza y el próximo blanco militar de EEUU, ya no está funcionando.
Una última observación aquí nos guiará a examinar la influencia de los lobbies. Como es lógico, hay muchas más posibilidades de que la opinión pública sea influyente, eficaz y que haga algo más que simplemente establecer límites al alcance de las decisiones políticas si está bien organizada. Pero cualquier sector de la sociedad tiene que estar movido por un interés especial y además demostrar una pericia singular para llegar a ejercer una influencia activa en la política exterior. Una manera de mostrar una aptitud particular y un gran interés es asociar la causa en cuestión con la religión y/o la etnia, cosa que han hecho bien el movimiento cristiano evangelista (que merece el título de lobby también), y sobretodo el lobby judío, cuyas influencias se analizarán a continuación.
II. El papel de los lobbies
Ante todo, sería adecuado hacer un breve comentario sociolingüístico: la palabra lobby en inglés tiene varias funciones y derivaciones. Se usa tanto como sustantivo (a lobby – un grupo de interés) como verbo (to lobby – intentar influir en alguien, y no únicamente en el sentido político). Es decir, los lobbies lobby a los políticos. Los que lobby profesionalmente son lobbyists. También sería oportuno clarificar que si se habla de cualquier lobby en términos amplios, hay que tener en cuenta que los grupos están muy estratificados. Se puede hablar del lobby cristiano, pero dentro del mismo habrá que incluir el lobby evangélico y el lobby católico. Como breves ejemplos, entre el evangélico se pueden citar The Moral Majority, Focus on the Family y The Christian Colation, entre otros cientos. El católico incluye el Consejo Nacional de Arzobispos Católicos, Network (un grupo católico que lucha contra la pobreza) y Catholic Charities USA, entre muchos más. Cada de uno de esos grupos es un lobby también, con sus propias visiones y metas, y por eso no siempre ejercen una influencia única y unida.
Ahora podemos afirmar que los lobbies tienen dos funciones principales. La primera es presionar al ejecutivo y/o al legislativo para conseguir la aprobación de políticas de acuerdo con sus ideas e intereses. Es decir, a través de un efecto directo o indirecto, apoyante o atacante, de presión política en ciertos casos, intentan influir (o lobby) en las políticas del país. La segunda función es informar a la opinión pública, e intentar, hasta cierto punto, influir también en ella.
La presión de los lobbies, o más bien su persuasión, puede ser positiva o negativa. Por una parte positiva (para los políticos) porque los lobbies, normalmente, tienen muchos recursos económicos. Un lobby no se forma de la nada y siempre tiene un modus operandi, un interés particular, en lo que sucede en Capitol Hill (el Capitolio). Los lobbies solicitan financiación de sus benefactores, con quienes comparten las mismas ideas y fines políticos, y ese dinero se gasta en cenas, regalos, viajes, etc. a los senadores y/o representantes que pueden ejercer su influencia favorable sobre una legislación del máximo interés del lobby. Irónicamente hablando, nunca "se compran" los votos de los políticos. Se supone que los lobbyists sólo pagan esas extravagancias a los políticos para aprovechar la ocasión para explicarles sus intereses y como el lobby puede beneficiar a los políticos, tanto en el presente como en el futuro, reuniendo fondos o animando a sus partidarios para que voten a su favor en las próximas elecciones.
Pero, por otra parte, los lobbies pueden influir de manera negativa y amenazante. Para cualquier político, cada voto a su favor es sagrado. Por ejemplo, en el ámbito interno, pero también con gran alcance exterior e implicaciones futuras puesto que ya se está pensando en las elecciones presidenciales de 2008, el Senador Republicano de Arizona y aspirante a la nominación presidencial de su partido, John McCain, habló en los actos de graduación de Liberty University el pasado mayo. Es curioso porque el presidente y fundador de dicha universidad no es otro que Jerry Falwell, pastor evangelista y fundador del ya mencionado lobby evangélico ultra-conservador The Moral Majority (La Mayoría Moral), y el Senador McCain, durante su poco exitosa campaña presidencial de 2000, le llamó al Señor Falwell un "agente de intolerancia". Como nos han enseñado las elecciones de 2004, sin el voto evangélico, ganar la presidencia es difícil. Si el Senador McCain se convierte en Candidato Presidencial McCain y no aplaca al lobby evangélico, ellos podrían recomendar a sus creyentes el voto para el otro candidato demócrata (poco probable) o bien que no voten (muy probable), que en cualquier caso sería devastador para las aspiraciones de McCain.
Como hemos señalado antes, el impacto del esfuerzo de esos grupos sobre la política exterior, a pesar de ser más marcado que el de las muchas veces desunida opinión pública, en general, es limitado dado que esos grupos no participan directamente en la elaboración de la política exterior. Pero, mientras la función principal de la opinión pública, en la práctica, es fijar los límites de las políticas, los lobbies intentan persuadir a los políticos que las formulan dentro de los parámetros vigentes o, en algunos casos, como vamos a ver, manipularlos. La eficacia de los lobbies depende mucho de los vínculos ideológicos que existan entre ellos y con otras organizaciones, hasta terceros estados.
Los lobbies más eficaces tienden a ser los que tienen alguna vinculación especial y/o un interés muy especial en un tema o una causa en particular. Tienen que explicar por qué su voz es importante tanto para persuadir a los políticos como al resto de los ciudadanos. Los grupos más influyentes son los que, aparte de tener una destreza particular y votantes dentro de EEUU, están vinculados a terceros países a través de la identidad étnica y/o alguna ideología en particular. Los grupos de ese tipo se dominan como Linkage Groups. En muchos casos, los grupos internos pueden influir en la decisión del gobierno de su estado para aprobar políticas de acuerdo con los fines de terceros estados. A veces, las decisiones en el ámbito de la política exterior se toman en un sentido determinado sólo para aplacar a los denominados domestic linkage groups y, a largo plazo, esos grupos ejercen una influencia notable en la formulación de la política exterior(1). También, como límite a la eficacia de esos grupos, en otros casos, debemos de señalar que la influencia de algunos grupos hace de contrapeso a la influencia de otros, por el conflicto de intereses existente entre ellos. En otros casos, ciertos grupos con intereses aparentamente divergentes se unen para conseguir fines comunes.
III. Caso práctico: el lobby judío
En un artículo publicado en marzo pasado en The London Review of Books, los profesores estadounidenses John Mearsheimer y Stephen Walt declararon abiertamente que el principal factor influyente en la política exterior de EEUU hacia el Medio Oriente es la política interna, y que esa influencia, en su totalidad, se debe al poder del lobby judío(2). Ese "éxito" se debe al hecho de que, como domestic linkage group, ha convencido al gobierno estadounidense de que sus intereses son iguales a los de Israel.
Los beneficios para Israel son obvios. A pesar del alto nivel económico del Estado israelí, cuyo PIB es equivalente al de España, recibe en ayuda directa de EEUU alrededor de 3.000 millones de dólares al año, o sea, 500 US$ por habitante. El estado benefactor pasa por alto el hecho de que Israel tiene armas nucleares. EEUU sirve como abogado de Israel cada vez que negocia con Palestina y ha vetado unas 32 resoluciones en el Consejo de Seguridad en defensa de los intereses israelíes.
Lo que es mucho más difícil de entender, como señalan Mearsheimer y Walt, es que este apoyo genera muchas desventajas para EEUU. Por si necesitaba alguna ayuda para ello, este apoyo reduce la legitimidad y la influencia morales que podría ejercer EEUU en el escenario mundial, sobre todo ante las críticas del mundo islámico. Este apoyo ciego tampoco le sirve nada para gestionar su guerra contra el terrorismo. Aumenta la ira internacional hacia EEUU, sirve para atraer a nuevos terroristas islamistas, incita a los países vecinos de Israel a que persigan armas nucleares, y pone en peligro la seguridad de los aliados estadounidenses, como vimos en Madrid y en Londres.
El apoyo a Israel es fruto de la labor de una red de grupos pro-israelíes dentro de EEUU, con conexiones con el partido Likud, el lobby evangélico (que es en gran parte sionista-cristiano gracias a su interpretación particular de la Biblia) y los neo-conservadores(3). La influencia del lobby en general se agranda dada la ya mencionada ignorancia por parte de la opinión pública de los asuntos exteriores y porque casi no hay lobbies árabes. El AIPAC (American-Israel Public Affairs Committee), sin duda, tiene el mayor peso dentro del "lobby judío". Funciona igual que cualquier otro lobby, sea religioso, étnico o intereses de otra índole, pero aboga de manera eficaz y encabeza la jerarquía del lobby. Según la revista Fortune, solo un lobby, la American Association of Retired Persons (AARP), que representa los intereses de los ciudadanos jubilados, disfruta de más influencia política que el AIPAC.
Las metas del lobby judío en general son variadas, complejas y matizadas. Es una realidad que lo separa de otros lobbies, como la AARP. En primer lugar, a largo plazo, su motivo es asegurar la seguridad de Israel. Por eso, el AIPAC abogó a EEUU que atacase a Irak (e Irán y Siria) aun antes del 11-S y ahora es muy a favor de otro ataque preventivo a Irán. Como segunda meta, el lobby quiere influir al Congreso para que siempre legisle a favor de Israel a la hora de elaborar la política exterior. En tercer caso, quiere control el debate en los medios de comunicación para poder influir la opinión pública.
A nivel parlamentario, el lobby siempre puede generar fondos para campañas electorales de políticos de los dos partidos. Eso tiene mucho peso dado el sistema electoral de financianción privada en EEUU. De manera similar, el lobby cuenta con la posibilidad de generar votos del electorado. Esos dos factores pueden servir para elegir al candidato preferido por el lobby tanto como también para derrumbar a alguien que no esté de acuerdo con su ideología. Dada la concentración de judíos en el nordeste del país, y también en varios estados clave como California, Illinois, Pensylvania y Ohio, el lobby ejerce mucha influencia en las elecciones al Senado y la Cámara de Representantes. Pero es más, al ser elegidos, el AIPAC le ofrece a casi todo el Congreso ayuda bibliotecaria y secretaria hasta escribir discursos y legislación, para asegurar su naturaleza pro-israelí.
En cuanto a su influencia sobre el ejecutivo, no es tan directa pero sí se considera un factor notable. En primero lugar, es, y siempre será, muy difícil que una persona crítica de Israel sea elegida presidente de EEUU. Después, aunque el presidente tiene plena libertad para nombrar a sus ministros y otros altos funcionarios, todos tienen que ser avalados por el Senado. Ahí entra el AIPAC y, para ponerlo en el contexto de hoy, los neo-conservadores. Si el presidente nombra a alguien a quien el lobby no le concede el visto bueno, habrá mucha presión a los senadores para que lo rechacen. Dado que eso nunca ha sido un problema para Bush, el AIPAC ha podido asegurar que éste nombrase, especialmente en 2001, a todo un grupo de neo-conservadores en su administración que, debido a su ideología realista y ganas de extender la democracia por todo el mundo y, sobre todo por el Medio Oriente, el lobby ha llegado a aumentar aun más su influencia sobre este ejecutivo.
Los medios que el lobby emplea para influir en el nivel sub-estatal son, dicho delicadamente, sospechosos. Aparte del dominio económico, electoral y político que ejerce sobre el congreso y el presidente, para controlar a los medios de comunicación y la opinión pública, depende todo del comodín del antisemitismo. Igual que el lobby tiene convencidos a todos los políticos de que EEUU e Israel comparten exactamente los mismos intereses, tiene convencida a la opinión pública de que criticar las políticas israelíes es criticar al pueblo judío, y por ende, quien lo hace es antisemita. Esa amenaza es vigente en todos los ámbitos públicos. Los grandes medios evitan las críticas del lobby, y se nota. Por ejemplo, un canal noticiero de 24 horas ya sólo habla de las "bombas homicidas" (no suicidas) que emplean los "terroristas palestinos" contra Israel, cosa que también ocurre, curiosamente, en los medios ultra cristianos.
VI. Consideraciones finales
El sistema de los lobbies no es nada nuevo. Desde que ha habido intereses privados, respaldados con recursos económicos, ciertas personas han buscado ayuda gubernamental, ofreciendo algo a cambio. Se podría decir que el capitalismo americano asegura la sobrevivencia del sistema de los lobbies. No hay duda de que el capitalismo y el privatismo lo preservan, que los políticos buscan su propia financianción para desarrollar sus campañas y por eso, por ejemplo, dependen de los lobbies. Pero a la vez, eso no explica todo. Los fuertes intereses privados, es decir, los lobbies mismos, sean étnicos, religiosos, económicos, etc, quieren que el sistema de lobbying siga en marcha. Si el proceso de la toma de decisiones del gobierno funcionase de manera más igualitaria, serían los lobbies los primeros en perder su influencia y su legislación favorable.
La culpa de la existencia de ese sistema, moral y económicamente corrupto, reside en que el pueblo no se informa. Como hemos visto, la opinión pública es desinteresada y entonces muy susceptible a la manipulación. Por consiguiente es aún más responsable por dejarse manipular. No hay motivo por el qué Israel pueda ser tan influyente en la política exterior estadounidense. Al mismo tiempo, según el anteriormente mencionado informe de The National Geographic Society hasta un 75% de los jóvenes estadounidenses (de 18 a 24 años) no pueden indicar donde se encuentra Israel en un mapa del Medio Oriente. ¿Qué podemos esperar entonces?
Notas:
(1) Jensen, Lloyd, Explaining Foreign Policy, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, New Jersey, 1982, p138-139.
(2) Mearsheimer, John y Walt, Stephen, "The Israel Lobby", The London Review of Books, 23/03/2006, disponible a http://www.lrb.co.uk/v28/n06/mear01_.html.
(3) Para una breve explicación del extraño enlace entre los evangélicos y el pueblo judío, véase Larson, Jared, "O fundamentalismo e a política exterior estadounidense", Tempo Exterior, n° 10, Baiona, Igadi, xaneiro-xuño 2005, pp127-140. También hace falta mencionar que, según el entender del autor, los neo-conservadores no constituyan un lobby en sí. Son miembros de la élite política que elabora la política exterior estadounidense. Aunque es verdad que hay muchos neo-conservadores influyentes que actualmente no participan directamente en los asuntos internacionales de EEUU, forman parte de Think Tanks o son profesores o consultantes. Es decir, muchos neo-conservadores son influyentes a nivel gubernamental y si no, otros grupos, que también pueden ser lobbies, aprovechan sus talentos.