En su visita a EEUU, Xi Jinping, que cuenta con la práctica totalidad de los boletos para ser agraciado próximamente como secretario general del PCCh (2012) y presidente de China (2013), encara una agenda apretada y difícil. Xi mantiene una buena sintonía con los dirigentes estadounidenses, no solo políticos. Es conocida su afinidad con Henry Paulson. En las últimas semanas ha mantenido encuentros con Henry Kissinger o Jeb Bush. Es consciente también de la importancia cardinal de las relaciones sinoestadounidenses y de la significación que su hipotético capital personal puede desempeñar como activo para superar las diferencias. Pero ni con todo eso a su favor, lo tiene fácil.
Ahora que EEUU se adentra en un largo año electoral con China como argumento recurrente de demócratas y republicanos, Xi necesita pactar un código de entendimiento que diferencie retórica y cuestiones de fondo. En sentido negativo, el tono del discurso de Obama en el debate sobre el Estado de la Nación fue clarificador. El candidato demócrata cuenta con un gabinete de apoyo específico solo para examinar y responder a China a la mínima ocasión que se presente. En las filas republicanas podemos encontrar más de lo mismo. Para complicar el pronóstico, las elecciones estadounidenses y el próximo congreso del partido comunista coincidirán con apenas una diferencia de semanas. En un año también decisivo para su futuro político, Xi no quiere retrocesos en la relación bilateral y la visita constituye todo un ejercicio de anticipación que pudiera sentar las bases para un entendimiento post-Hu Jintao.
Lo primero es alejar los temores de una posible guerra comercial. Con un país con quien mantiene una relación económica que en 2011 superó los 400 mil millones de dólares tiene una lógica irreprochable. El año empezó en Washington con la apertura de una investigación antidumping contra las exportaciones de torres eólicas chinas y Beijing teme nuevas y seguras embestidas. En Davos, sus representantes destacaron que desde junio de 2010, cuando se abordó la última reforma del tipo de cambio del yuan, la moneda china se apreció un 7,5 por ciento en relación al dólar, sumando más de 40 por ciento de apreciación desde 2005. Dicho sea por si a alguien se le ocurre seguir echando leña al fuego…
Pese a ello, no lo tendrá fácil Xi Jinping para neutralizar los sentimientos antichinos que crecen en EEUU –como en Europa- al abrigo de un comportamiento económico que califican de desleal y de actitudes como los retrocesos en materia de derechos humanos, el agravamiento de la represión en Tíbet, una confusa regresión ideológica que algunos equiparan a una guerra cultural con Occidente, o su distanciamiento en la adopción de sanciones contra Irán, eludiendo sacrificios en aras de ningunear las responsabilidades globales conforme a los criterios definidos por Occidente.
Es un hecho que la confianza mutua vive momentos de clara vacilación cuando no de desencuentro. Nadie desea una nueva guerra fría ni parece que esta aflore en el horizonte inmediato visto el nivel de interdependencia mutua, aunque la actual estrategia de defensa de EEUU apunte a contener a China.
El gran problema de fondo para Xi Jinping es convencer a EEUU de que hemos entrado en una época post-hegemónica y que en las intenciones estratégicas de ambos hay espacio para la cooperación. Los múltiples intentos de Washington por recuperar la iniciativa en su región más próxima para reafirmar su influencia, se lo ponen cuesta arriba. El Mar de China meridional se ha convertido en los últimos meses en un espejo privilegiado de las tensiones. EEUU no es país litoral de dicho mar pero tiene intereses en la zona y China no se los niega, pero critica el entrismo estadounidense en Asia. En el ejército chino, alarmado por el reforzamiento de la cooperación militar de Washington con Taipei, Canberra, Manila o Singapur, crecen las voces que reclaman la adopción de políticas más agresivas, unas presiones que el propi Xi ha intentado desactivar con acercamientos recientes a Vietnam y Tailandia.
Beijing explora la reorientación de su diplomacia a la vista de su nueva significación global, tanto en lo económico (en 2011 aportó casi el 12 por ciento del PIB agregado mundial y más de un tercio de su crecimiento), como en lo estratégico, en razón de la crecente importancia de sus intereses exteriores y de la significación de su posición en los conflictos regionales. Pero va a necesitar mucha creatividad y cintura para rebajar la tensión con EEUU en este año electoral. Sea como fuere, la visita de Xi Jinping es un anticipo de la China que va a liderar en breve, dispuesta a defender sus principios con flexibilidad pero nunca con tanta como para renunciar a ellos.