El PIB, el bienestar social y la felicidad

Las políticas gubernamentales persiguen alcanzar mayores niveles de crecimiento económico. Este se mide por el “Producto interior Bruto” (PIB). Sin embargo, el PIB como principal indicador del desarrollo de un país es discutible. En la última década la mayoría de países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo, han crecido mucho económicamente pero de forma desigual. Se han incrementado las desigualdades territoriales y sociales entre y dentro de todos los países. Y con un grave impacto medioambiental. Las economías crecen pero ¿viven mejor los ciudadanos?, ¿Son más felices?

No es un debate nuevo. Bután, un reino de cultura budista con 650.000 habitantes, sito en el Himalaya, mide sus niveles de desarrollo utilizando como alternativa al PIB la denominada “Felicidad Nacional Bruta” (FNB). Pero se trata de un caso difícilmente trasladable a otros países y realidades culturales.

Las referencias al PIB y a la renta per capita esconden las desigualdades sociales y la situación medioambiental existente en cada país. Una mejor radiografía refleja el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que publica anualmente el Programa de las NNUU para el Desarrollo (PNUD) desde 1990. Además de la renta per cápita, se tienen en cuenta otras variables como la esperanza de vida y la tasa de alfabetización. Resulta que EEUU, China y Japón que, según datos del FMI, se sitúan en los tres primeros lugares en el ranking del PIB, ocupan los lugares 4º, 89º y 11º en el IDH 2010. El caso más fragante es India: 9º PIB mundial y 119º lugar en el IDH.

Otra iniciativa destacable. En febrero de 2008, Nicolas Sarkozy encargó un informe a una comisión internacional de expertos liderada por los premios Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz y Amartya Sen. Su pretensión: desplazar el centro de gravedad estadístico desde un sistema que prioriza la producción a otro orientado a medir el bienestar de las generaciones actuales y futuras. El informe presentado en septiembre de 2009 no propugnó abandonar el PIB pero sí complementarlo con otros indicadores sociales que reflejasen la realidad socio-económica de cada país. Otros países como Canadá y Gran Bretaña también los han incorporado para decidir y evaluar sus políticas.

En la misma línea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que celebra este año su 50º aniversario, presentó en mayo el “Your Better Life Index”.También se interesa, más allá del sacrosanto PIB, por el bienestar de los ciudadanos. Se basa en 11 indicadores. Destacan además de la renta otros como son la vivienda, la educación, el medio ambiente, la participación política, la seguridad, la satisfacción personal y el equilibrio entre trabajo y la vida privada. Encabezan el ranking Australia, Canadá, Suecia, Nueva Zelanda, EEUU y Noruega. Cabe destacar que Japón y Corea del Sur ocupan el 19º y 26º lugar entre los 34 estados miembros de la OCDE.

La OCDE se inclina por superar los datos meramente cuantitativos y asentarse también en los cualitativos. Pretende orientar con mejor criterio a los gobiernos para lograr que sus políticas públicas reviertan específica y eficazmente en una mejora real de la calidad de vida ciudadana. Y, en la actual coyuntura económica internacional, es importante que los Gobiernos acierten en el desarrollo de las políticas económicas dirigidas a superar la crisis pero sin olvidar dar respuesta a las necesidades básicas de los ciudadanos. Se debe asegurar el ejercicio y la protección de sus derechos y libertades fundamentales.

El reino budista de Bután mide y busca la felicidad de sus ciudadanos. También EEUU hace referencia en su Constitución al logro de la felicidad. Y algunos países de raíz confuciana como China pregonan una necesaria “armonía social”. Pero la codicia del sistema financiero estadounidense ha afectado infelizmente al nivel de vida de millones de ciudadanos. También Deng Xiaoping invitó a los chinos a “enriquecerse”. Ahora, la economía china crece como sus desigualdades sociales. Mientras tanto, los Derechos Humanos, sean políticos, económicos o sociales siguen siendo pisoteados por doquier. Tal vez, más que una cuestión económica estamos ante una profunda crisis internacional derivada de la falta de valores.