El poder vigilado de Hu Jintao

Tema: Después del XVI Congreso del Partido Comunista, China inicia una nueva etapa de desarrollo de la reforma, caracterizada por el relevo generacional y la asimilación de una nueva doctrina política: la teoría de las tres representaciones.

Resumen: Hu Jintao emerge como nuevo líder chino aunque con numerosas sombras que han sido magistralmente dispuestas por su antecesor en la secretaría general del Partido, Jiang Zemin. Hu deberá afrontar importantes desafíos en el mandato que ahora inicia: consolidar una base de poder propia, gestionar un nuevo impulso de la reforma sin afectar a los delicados equilibrios políticos y sociales que garantizan la imprescindible estabilidad, y hacer valer nuevos argumentos para restablecer el diálogo con Taiwán.

Análisis: El XVI Congreso del Partido Comunista de China se ha desarrollado según el guión previsto. En la cúspide, Hu Jintao ha accedido a la secretaría general, mientras Jiang Zemin ha conservado la presidencia de la Comisión Militar Central. Pero la renovación formal de los órganos máximos del Partido ha sido muy amplia, y ha afectado tanto al Comité Permanente del Buró Político, como a otros órganos esenciales, como la propia Comisión Militar Central, el Buró Político, el Secretariado o la Comisión Central de Disciplina. Más de la mitad de los miembros del Comité Central no han sido reelegidos y la edad media de los dirigentes se ha reducido un poco más hasta situarla en la frontera de los sesenta años. No es una cuestión baladí, pues a priori y salvo contratiempos mayores, garantiza una importantísima continuidad del proyecto de reforma sin quiebras generacionales.

Pero esa radiografía de la cima del sistema político chino, amplia y ciertamente renovada, a duras penas oculta, sin embargo, la gran sombra que planea sobre él. Jiang Zemin, el secretario general saliente y aún jefe del Estado, quizás incluso más allá de marzo próximo a juzgar por el nivel de influencia que conserva ““él mismo esperó cuatro años para sustituir a Yang Shangkung-, ha sido, sin lugar a dudas, el gran triunfador de este cónclave.

Si en el anterior Congreso (1997) supo consolidar en toda regla un poder hasta entonces administrado en pequeñas dosis por Deng Xiaoping, aquí y ahora ha desplegado con gran eficacia toda su influencia con una maestría admirable. Y por partida doble. En primer lugar, en el aparato. En segundo lugar, en el discurso. En el primer caso, ha logrado colocar en el Comité Permanente del Buró Político hasta cinco personajes que le son totalmente fieles: Wu Bangguo, responsable durante años de la reforma del sector estatal y probable nuevo presidente, en marzo próximo, de la Asamblea Popular Nacional, el Parlamento chino, sustituyendo al impopular Li Peng; Jia Qinglin, secretario del Partido en Pekín, que ha sido promovido desde el Buró Político a pesar de las sospechas de corrupción que se ciernen sobre su esposa y que presidirá la Conferencia Política Consultiva; Zeng Qinghong, su principal punto de apoyo y a quien el propio Jiang promovió con gran esfuerzo en el Buró Político en el que ostentaba la condición de miembro suplente desde el último Congreso; Huang Ju, secretario del Partido en Shanghai; y Li Changchun, secretario del Partido en la provincia sureña de Henan. Completan la lista: Luo Gan, anterior responsable de asuntos políticos y legales, protegido de Li Peng; Wen Jiabao, responsable de la comisión central de finanzas y llamado a sustituir a Zhu Rongji, su mentor, al frente del gobierno; y Wu Guanzheng, que algunos sitúan próximo a Hu, jefe del partido en Shandong y que asumirá ahora la Comisión central de disciplina. En suma, Hu Jintao está prácticamente solo.

Compartir el poder

Esta composición sugiere al menos dos reflexiones. La primera e importante se refiere al predominio, con carácter absoluto, de la orientación continuista y por ello cabría esperar una profundización de la reforma en los próximos años, acentuando los demorados cambios que exigen la modernización del sistema económico y administrativo. Todos los nuevos líderes del partido son hombres experimentados en sus tareas y con una importante trayectoria en la gestión de los asuntos públicos y partidarios. Pero también, y esta es la segunda reflexión, es previsible una profundización de las contradicciones. En primer lugar, en el ámbito del poder. Hu Jintao deberá librar una dura batalla para construir una base de poder real de la que hoy no dispone. Una tarea nada fácil en una situación de claro cerco que impondrá inicial e inevitablemente la adopción de mecanismos de gestión colegiada. Aún así, y a pesar de su carácter enigmático, no debiéramos minusvalorar su capacidad. Que su carrera se haya forjado con el apadrinamiento de figuras tan contrapuestas como Hu Yaobang, antiguo secretario general del partido y de orientación liberal, o Song Ping, abiertamente conservador, puede ser indicativo de una capacidad de encuentro que nadie parece cuestionar y que le ha permitido subsistir durante toda una década, esperando este momento, desde que Deng le promovió para el cargo en 1992. Aunque su capacidad de maniobra real es muy limitada, su experiencia política es considerable y a buen seguro es conocedor al dedillo de las claves de la coyuntura que deberá gestionar.

En segundo lugar, en el ámbito social. Ir más rápido y con más eficacia, como exige la adecuación de China al contexto internacional, implicará también nuevos sacrificios a los sectores que menos se han beneficiado con el cambio (los trabajadores del sector público) y quienes se han quedado atrás en la redistribución de beneficios (los campesinos). En el Comité Permanente del Buró Político no queda ningún representante de estos sectores. Wei Jianxing, presidente de la Federación Nacional de Sindicatos, ahora jubilado, ha sido su último vínculo con el máximo órgano de poder. De no arbitrarse un impulso social ambicioso que equilibre el nuevo ciclón reformista que necesariamente vendrá en los próximos años, los desequilibrios pueden afectar al valor esencial y primero de la reforma, la estabilidad, premisa inexcusable y principal garantía del éxito. Agitación social y liderazgo débil constituye una combinación poco recomendable en China.

Menos revolucionarios y más avanzados

En el orden del discurso, conviene recordar que “las tres representaciones” han quedado recogidas en los estatutos como pensamiento guía del partido junto con el marxismo-leninismo, el pensamiento de Mao Zedong y la teoría de Deng Xiaoping del socialismo con peculiaridades chinas. A sabiendas de que la construcción del socialismo “requiere un largo período histórico para su desarrollo y perfeccionamiento”, sin renunciar al “ideal supremo y objetivo final de materializar el comunismo”, se dice en la resolución sobre la enmienda al articulo 1 de los Estatutos del partido, se suprime la referencia a que puede militar en el Partido “cualquier otro revolucionario chino” que pasa a ser sustituida por cualquier “elemento avanzado de otros estratos sociales”. El primer gran beneficiado de este cambio ha sido Zhang Ruimin, presidente del grupo de electrodomésticos Haier, que se ha convertido en miembro suplente del Comité Central.

En apenas dos años y desde la Escuela del Partido que tanto frecuentaba el propio Hu Jintao, con la colaboración de su vicepresidente, Zheng Bijian, y de Wang Huning, vicedirector de la oficina de investigación del Comité Central, Jiang Zemin ha conseguido romper uno de los principales tabúes ideológicos del comunismo, propiciando una revisión doctrinal de gran envergadura que ha sido aprobada por unanimidad de los 2114 delegados asistentes al XVI Congreso, venciendo todas las resistencias posibles e imaginables, ya fueran del llamado sector conservador o simplemente de la marginada base sindical.

Nadie ha defendido otras opciones posibles, por ejemplo, conservar intacta la identidad ideológica y sociológica del PCCh y atraer a esos sectores a la causa de la modernización del país favoreciendo su militancia en alguno de los otros ocho pseudo partidos que forman parte de la Conferencia Política Consultiva, alargando el horizonte de un pluralismo efectivo e iniciando un proceso de ampliación de sus posibilidades y contenidos. Pero no es la democratización y el pluralismo lo que realmente importa hoy día en China, sino el robustecimiento del nivel de ocupación social del Partido, acomodando su base social tradicional de obreros y campesinos a una nueva realidad en la que emergen clases medias y pudientes, especialmente en el ámbito urbano. El Partido ya no sólo será la vanguardia de la clase obrera, sino también de todo el pueblo chino, (incluyendo la intelectualidad progresista y los empresarios) y de toda la nación china.

Pocas esperanzas para Taiwán

El juego de grandes avances y grandes inmovilismos, característica bien común en el proceso de reforma chino, se ha plasmado una vez más, en esta ocasión en relación con una de las tres grandes tareas históricas que recuerda la Resolución Política del XVI Congreso: completar la reunificación de la patria. En esto no habrá cambios. En su discurso inaugural, Jiang Zemin aludió al principio de “una China” como el punto de partida indispensable para restablecer el diálogo entre Pekín y Taipei, que el mismo había impulsado en las conversaciones de Singapur de 1993. Y desde Formosa rápidamente llegó la respuesta, tanto desde el gobierno como desde la oposición, rechazando toda posibilidad de restauración condicionada del diálogo.

En las semanas previas al XVI Congreso, unas supuestas declaraciones de Qian Qichen, vice primer ministro y responsable en el Partido y en el Estado de esta cuestión, habían alimentado ciertas expectativas. En el United Daily News, con sede en Taipei, se afirmaba en la edición del 17 de octubre que Qian Qichen, también jubilado en el cónclave que acaba de terminar, sugirió denominar los lazos directos de transporte entre Taiwán y China continental como “enlaces entre los dos lados” del Estrecho de Taiwán, en vez de “enlaces internos”. Esta última denominación es rechazada por Taipei. Existe en ambas partes un debate cada vez más acalorado sobre esta cuestión ya que la ausencia de lazos directos de transporte no solo es un anacronismo propio de la guerra fría sino un obstáculo importante para desarrollar unas relaciones económicas y humanas bilaterales cada vez más intensas. En el Parlamento taiwanés se debatió hace escasas semanas una propuesta del Kuomintang para autorizar los vuelos directos entre Taipei e Shangai durante el próximo Año Nuevo chino para traer de vuelta a los numerosos empresarios taiwaneses que se encuentran en China continental. El gobierno rechazó la iniciativa.

Pero el propio Qian Qichen, se encargó de despejar las dudas desde la tribuna de una de las comisiones congresuales: “todo es negociable sobre la base de la aceptación común de la existencia de una única China”. El primer ministro taiwanés, Yu Shyi-kun no desaprovechó la ocasión para recordar que los medios de comunicación oficiales del continente habían mantenido un significativo silencio en torno a estas supuestas declaraciones de Qian Qichen. El Presidente Chen, por su parte, alabó la denominación propuesta por el dirigente continental por representar una posición más neutral, que no afecta al sensible asunto de las disputas que los separan.

Con todo, aún manteniendo el tono tradicional del posicionamiento continental en torno a Taiwán (reunificación, una China, no renuncia al uso de la fuerza, etc.), las implicaciones de la nueva teoría que iluminará el devenir de la política partidaria en China en los próximos años, probablemente afectarán también a problemas como este. A fin de cuentas, si los empresarios del continente pueden militar y convivir en el seno de un Partido Comunista, ¿cómo explicar que los taiwaneses no puedan coexistir en una única China? La inclusión en el propio Partido de los herederos de clase o ideológicos de los expulsados por Mao a Taipei en 1949, reduce un poco más la capacidad argumental de Chen Shuibian en un contexto internacional ““no así en el ámbito de la sociedad taiwanesa- que evoluciona a favor de las tesis continentales.

Conclusión

El tiempo de Hu Jintao que ahora se inicia estará marcado por grandes retos. A las innumerables dificultades de gestión del proceso de reforma en un país de las magnitudes económicas y demográficas de China deberá sumar dos grandes desafíos. El primero, el de su consolidación en el poder o, sensu contrario, la difícil convivencia con un poder frágil y fragmentado que exigirá la determinación constante de un equilibrio que satisfaga a todos, lo que implicaría necesariamente instaurar un nuevo estilo y una nueva cultura de gobierno, ajena a las inercias tradicionales que imponen su tendencia a concentrar el poder de decisión último en el número uno.

El segundo, la asunción y gestión de las consecuencias que se derivan del profundo cambio ideológico iniciado en este Congreso que puede iniciar la senda del PCCh hacia el interclasismo y que, llevado a las últimas consecuencias, puede tener importantes derivaciones no solo en el ámbito de la política continental sino que también puede afectar a las relaciones con Taiwán, flexibilizando, también en esto, los dogmatismos que han obstaculizado hasta ahora un acercamiento que la propia evolución histórica impone como inevitable.