El reino del zar Putin

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Con su contundente victoria electoral del pasado 14 de marzo, Vladímir Putin inicia su decisivo segundo período de gobierno cuyo principal objetivo será asegurar y consolidar la nueva elite del poder asentada en el Kremlin desde su llegada a la presidencia hace cuatro años. Dejando atrás los ocho años de gobierno de su antecesor y antiguo protector, Boris Yeltsin, Rusia entra de lleno en la "era Putin" en un clima marcado por cierta incertidumbre.

Siendo su reelección un asunto prácticamente irrelevante, debido a la inexistencia de una oposición fuerte y coordinada, sumado a la alta popularidad del mandatario y su férreo control del poder, Putin se abocará ahora a sentar las bases del nuevo papel de Rusia en el cambiante escenario internacional, poniendo el énfasis a nivel interno en el amplio programa de reformas económicas sin que esto vaya ligado, necesariamente, a un proceso de mayor profundización de la incipiente democracia rusa, la cual se asemeja cada vez más a una "democracia iliberal", inspirada en un gobierno fuerte y centralizado, basado en la personalidad de su líder, asegurando el papel preponderante de la nación en el contexto internacional, bajo un prisma de libertades políticas controladas.

La nueva oligarquía del Kremlin

El principal aspecto que caracterizó la primera "etapa Putin" ha sido el de contener el excesivo poder de la llamada clase oligarca, los barones de la economía que campeaban desde la era Yeltsin. La táctica de Putin ha sido alcanzar un sutil acuerdo con los oligarcas, quienes evitarían involucrarse en la política a cambio de mantener sus privilegios económicos.

El pacto se rompió cuando el barón del petróleo, Vladimir Khodorkovsky, desafió políticamente a Putin a finales del año pasado. Su detención por fraude en el complejo petrolífero Yukos y en el de comunicación Media Most vino a completar las detenciones que anteriormente se realizaron con Vladímir Gusinky y Platon Lebedev, mientras otros oligarcas como Boris Berezovsky y Roman Abramovich eligieron el exilio londinense.

El nuevo mandatario decidió contrarrestar dicha influencia con la asunción de una nueva elite proveniente de los servicios de seguridad y la clase burocrática de la última etapa soviética, hoy definitivamente instalada en los mecanismos del capitalismo liberal. Muchos de los actuales ministros y colaboradores del gobierno fueron compañeros del presidente durante sus años en la KGB soviética, así como durante los años que pasó en la gobernación de San Petersburgo. Es por eso que en Moscú se dice que Putin instaló el "clan de San Petersburgo" en la capital rusa.

La detención y el exilio de los más prominentes oligarcas, una vez intentaran infructuosamente desafiar el poder de Putin, ha sido el último acto que demuestra las verdaderas intenciones del mandatario. En este aspecto, Putin ha contado con la ventaja de que las detenciones no afectaron internamente su imagen, a diferencia de las reacciones exteriores. La mayoría de los rusos veían con desprecio a la clase oligarca, a la cual acusaban de aprovecharse de los despojos del Estado soviético. Incluso el origen judío de muchos de ellos contribuyó a atizar el tradicional antisemitismo ruso. La enorme popularidad del presidente ruso es un hecho que ha podido manejar hábilmente a la hora de imponer las reformas económicas, centralizar el poder, reformar las fuerzas armadas, continuar con el interminable conflicto checheno y manejar las finanzas gracias a la bonanza petrolera que vive actualmente el país.

Rusia tras el 11/S

Todo parece indicar que, prácticamente controlada la situación interna, sin grandes rivales políticos en el horizonte futuro, la gran obsesión de Putin será ahora remodelar el papel de Rusia en un mundo mucho más turbulento e impredecible que el de la "guerra fría".

El período de cierta indefinición de la política exterior de Moscú desde el colapso de la URSS en 1991 culminó diez años después, tras el 11/S en EEUU. Desde ese momento, Putin encontró las herramientas necesarias para diseñar una nueva relación con Washington y Europa, cooperativa en materia de lucha antiterrorista pero igualmente conflictiva en cuanto a intereses geopolíticos globales y en materia de derechos humanos. El conflicto en Chechenia provocó una tenue separación entre Moscú y Bruselas mientras las relaciones con Washington viven hoy una situación especial: aunque sus intereses difieran en escenarios tan inestables como el Cáucaso, Medio Oriente y Asia Central, sus canales de comunicación en materia antiterrorista y petrolera son cada vez más notorios.

Es por ello que las intenciones de Putin de reforzar el poderío ruso a nivel internacional pasarán por dos vertientes: el factor militar y la potencialidad petrolera del país. Rusia espera avanzar en una reforma sustancial y profunda de sus fuerzas armadas con la finalidad de adaptarse a las nuevas realidades que suponen la amenaza terrorista global, la proliferación de armas de destrucción masiva y la posibilidad aún cierta de una guerra nuclear.

La alarma en cuanto a la realidad de las fuerzas armadas rusas comenzó con el hundimiento del submarino Kursk en agosto de 2000 (retomada actualmente con el anuncio, por parte del ministro de Defensa, de la posibilidad de catástrofe nuclear del acorazado "Pedro el Grande") y ha tomado mayor auge con las dificultades que ha encontrado el ejército ruso en el conflicto checheno, a pesar del relativo éxito político de situar allí a un gobierno títere. Debido a su preparación netamente militar, el reelecto presidente espera avanzar en este objetivo en los próximos cuatro años.

El otro escenario que Putin anhela obtener es convertir a Rusia en el principal productor mundial de petróleo y gas natural, desbancando con ello el papel que Arabia Saudita y Medio Oriente desempeñan para Occidente. En los próximos años, Rusia estaría en capacidad de producir por encima de los ocho millones de barriles diarios, y para ello resulta esencial asegurar las rutas de abastecimiento y distribución petrolera y de gas desde el Mar Caspio, a través del Cáucaso, hasta Rusia. Dichas regiones son estratégicamente importantes tanto para Moscú como para Washington, de ahí que se presente una batalla silenciosa en torno a gobiernos clave como los de Georgia, hoy marcadamente aliado de Washington, y Azerbaiján, cuyas costas con el Mar Caspio la hacen apetecible para las compañías petroleras foráneas.

Mientras su relación con Washington se fortalece al mismo tiempo que denota una batalla en el ajedrez geopolítico, Putin ha logrado un histórico acercamiento de Rusia con Europa occidental, especialmente con Alemania, el principal socio comercial de Moscú. El eje Moscú-Berlín se fraguó en el 2000, durante el primer año de gobierno de Putin, mientras los acercamientos con la Unión Europea y la OTAN se han acelerado últimamente. Putin no ha obstaculizado la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, hecho consumado con la entrada formal de Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia, y ha buscado ganar terreno anunciando incluso su intención de ingresar en la OTAN.

Por otro lado, la designación de Boris Fradkov como nuevo primer ministro es un rasgo esencial de la nueva política europeísta de Putin. Fradkov venía desempeñándose como enviado de Rusia ante la Unión Europea y, a pesar de su inexperiencia política para el cargo de primer ministro, todo indica que su nominación se garantizó por haber asegurado el lobby ruso en Bruselas.

La necesidad del sucesor

Para nadie es un secreto en Moscú que al asegurar su poder en los próximos cuatro años, Putin está mirando más allá del inmediato futuro. La segunda legislatura del mandatario ruso también provocará una silenciosa carrera por encontrar el sucesor político idóneo, ya que constitucionalmente Putin no puede postularse para un tercer período. En este apartado, sólo caben esperar sorpresas porque no se conoce con certeza quién puede ser el "delfín".

Muchos ven como sucesor de Putin al actual ministro de Relaciones Exteriores, Igor Ivanov, una figura de gran prestigio dentro y fuera del país. Sin embargo, las opciones pudieran ampliarse. No podría descartarse al propio Fradkov como futuro presidente, dependiendo de cómo maneje la política interior y de su fidelidad al mandatario. Y del avance de las fuerzas de la oposición, actualmente contenidas pero que podrían tener su oportunidad si la imagen de Putin comienza a debilitarse.

Cuando Putin llegó al cargo de primer ministro, amparado por Boris Yeltsin, su designación resultó toda una sorpresa por el desconocimiento de su figura. Sin embargo, y a pesar de su inexperiencia y de su conocida confesión a Yeltsin de no sentirse preparado para la presidencia, Putin ha logrado imprimir un estilo propio y renovar la confianza popular en el futuro del país, aún a costa de la sutil pérdida de libertades individuales.

Por ello no resultaría descabellado pensar que, en aras de garantizar la seguridad del país y continuar con el amplio programa de reformas, Putin opte por presionar a la Duma para modificar la Constitución y lanzarse nuevamente a un tercer período, hasta el 2012, acallando con ello la inevitable lucha interna por encontrar sucesor. Como es estilo en Rusia, y en pleno siglo XXI, muchas cosas cambian para que nada cambie.