La primera visita de Estado del presidente Barack Obama a China, llevada a cabo del 15 al 19 de noviembre, ha servido para oficializar el reconocimiento del nuevo status global de la potencia asiática. También para sentar las bases que deben guiar sus relaciones bilaterales en esta nueva etapa. La confirmación de la positiva atmósfera que rodea las relaciones sino-estadounidenses no oculta, sin embargo, la subsistencia de desacuerdos importantes tanto en la agenda inmediata como futura. China se ha inhibido frente a la solicitud de garantías estratégicas respecto a la no afectación mutua de los intereses centrales de cada país, recordando que su primera prioridad es completar un proceso de modernización aquejado aun de grandes taras y que le exige el máximo de atención a sus circunstancias internas.
Los puntos más importantes de la visita se centraron en: la confianza estratégica bilateral, la cooperación económica y la recuperación global, los desafíos regionales y mundiales, el cambio climático, la energía y el ambiente. Las fricciones comerciales, en aumento en los últimos meses (aves de corral, neumáticos, tubos de acero…) siguen sobre la mesa, pese a las declaraciones de ambas partes contra el proteccionismo, y cabe imaginar que seguirán aumentando, al menos en tanto la economía estadounidense no dé muestras efectivas de recuperación. El país más afectado por el creciente proteccionismo de Washington es China, quien, asegura, ya no acepta resignada que sus intereses sean sacrificados para satisfacer las reclamaciones de grupos minoritarios de EEUU. Con toda la moderación que se quiera y sin desdibujar la sonrisa, China, que ha vuelto a reclamar el reconocimiento del status de economía de mercado, por supuesto sin éxito, también ha pedido comprensión para las posibles represalias, mientras anima estrategias para redistribuir la significación de sus principales socios en la balanza comercial.
Respecto a la apreciación del renminbi, el vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial, Justin Yifu Lin, declaraba en Hong Kong el 9 de noviembre que “no puede ayudar al equilibrio de la economía mundial ni a la recuperación global”. El director general del FMI, Dominique Strauss-Kahn, señalaba el día 12 en Singapur, al margen de la cumbre de la APEC, que la apreciación sería “una buena cosa” para China, acusando a Beijing de mantener el yuan en un nivel artificialmente bajo para beneficiar sus exportaciones y sostener el crecimiento. China, que ha logrado romper la unidad del discurso marcado por las principales instancias financieras mundiales, ya de vuelta y media de este largo debate, acusa a EEUU de cinismo por manipular el dólar para mejorar su competitividad.
En las nuevas energías, China ha retirado su compromiso con las energías limpias. Y ambas partes señalaron éste como un terreno donde se puede incentivar la cooperación. Otra cosa es ponerse de acuerdo para que la reunión de Copenhague sea un éxito. En el cambio climático, las “responsabilidades diferenciadas” que reclama China no encuentran acomodo en el compromiso que la administración Obama puede asumir. Las dificultades de Obama para convencer a Congreso y Senado de la asunción de obligaciones efectivas parecen insalvables. Y si EEUU no asume su responsabilidad en esta materia, China irá por libre.
En el intercambio tecnológico, el optimismo es cauto. Hu reclamó a Obama relajar el control sobre la exportación de productos de alta tecnología. Las importaciones chinas en este rubro han caído desde el 18,3% de 2001 al 7% actual. Las restricciones influyen en lo abultado del desequilibrio comercial, pero la inseguridad y la desconfianza son obstáculos dificiles de superar para Washington.
En la cuestión tibetana, Obama ha sido igualmente prudente, empezando por no recibir al Dalai Lama en los días previos al inicio de esta visita. China le ha hecho saber, por activa y por pasiva, la importancia que concede a este tema, conminándole a respetar sus intereses, equiparando la abolición de la esclavitud en Tibet, a instancias del PCCh, con el final de la esclavitud en EEUU. La relamación de diálogo con el Dalai Lama no ha gustado.
En materia de derechos humanos, ligeramente evocado en el encuentro con estudiantes en Shanghai, se ha acordado reanudar el diálogo, pero China ha dejado claro que es un país diferente, con su propio sistema y su propia cultura, y que desea seguir así, marcando los cambios a su ritmo y conveniencia.
En las relaciones militares se ha acordado elevar la categoría y la frecuencia de los contactos entre los ejércitos de ambos países. Es aquí donde más podrían adivinarse los trazos de este nuevo tiempo, pero muchas serán las dificultades a superar.
Por lo que se refiere a la proliferación nuclear, ambas partes han coincidido en instar la reanudación del diálogo hexagonal sobre Corea del Norte. En cuanto a Irán, persisten las reticencias chinas a las sanciones, privilegiando la diplomacia.
En Taiwán se ha seguido con natural atención la visita de Obama al continente ante el temor de una inversión de las prioridades de EEUU en sus alianzas. El PDP, en la oposición, ha rechazado las declaraciones del presidente estadounidense respecto a la vigencia de la política de “una sola China” y la defensa del statu quo, asi como el apoyo otorgado al acercamiento mutuo que lidera el KMT. La probable pérdida de significación del problema de Taiwán en las relaciones sino-estadounidenses a medida que crece el papel de China en los asuntos internacionales y en la seguridad regional parece inevitable. Sigue siendo cierto que Taiwán puede ser instrumento facilitador de la compensación y el equilibrio de la creciente fuerza de China, pero la Casa Blanca deberá moverse en este terreno con pies de plomo. Los detalles de la reunión Hu-Obama se trasladarán a Taipei por el representante del Instituto Americano en Taiwán, Raymond Burghardt, quien llegó a la capital taiwanesa el domingo 22.
En el orden regional, pese al saludo a una China fuerte y próspera, la incertidumbre sobre las consecuencias de su creciente influencia son evidentes. Los cambios en relación con Japón y Taiwán, así como la sintonía con Corea del Sur y la mayor influencia en la ANSEA, dibujan un escenario que obligará a EEUU a conceder una creciente importancia a las relaciones transpacíficas, en detrimento de las transatlánticas. Pero su significación económica en la región se reduce poco a poco.
La relación bilateral, pues, seguirá siendo complicada. Se ha pasado a una relación “integral” y omnidireccional. No obstante, la propuesta de una asociación más estrecha no ha encontrado un eco claro en Zhonanghai, rechazando cualquier hipótesis de G-2. China no ambiciona asumir más responsabilidades de las que puede gestionar en función de lo avanzado en su proceso. Los asuntos globales deben ser decididos por todas las naciones del mundo, le dijo a Obama el primer ministro Wen Jiabao.
EEUU ha cambiado su política hacia China, pero ésta se ha movido poco de sus posiciones. Obama ha logrado transformar los temores a un sobresalto con la alternancia demócrata en una esperanza de mayor entendimiento y aproximación. La confrontación ha sido abandonada. La contención coexistirá con la búsqueda de la cooperación y el compromiso, a la espera de conocer los contornos de la evolución inmediata. La clave del futuro será la capacidad para generar confianza mutua, que solo puede basarse en el respeto a los intereses centrales de cada parte. En lo que a China atañe, eso significa que Washington debe dar carpetazo a asuntos como la venta de armas a Taiwán, derechos humanos, Tibet o Xinjiang. Y no será nada fácil.
China confirma así su condición de único país que puede rivalizar, lo admita o no, con la hegemonía estadounidense. No le interesa entrar en conflicto directo con EEUU, pero su crecimiento, lo quiera o no, amenaza sus capacidades y poder. A pesar del nuevo tono, no ha accedido a ningún compromiso claro en ningún tema.
“Elevarse a más altura y ver más lejos” (高瞻远瞩, gao zhan yuan zhu ) para tratar bien los problemas es lo sugerido por China. Visión global y comprensión histórica de cuanto está aconteciendo. Con el empeño de una, dos o más generaciones, algo podrá lograrse, señalaba Wang Hailou en el Diario del Pueblo el pasado 18 de noviembre. El tiempo juega a su favor.