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Huele a pólvora en China

 Feliz Año del Cerdo 2007, clic para aumentar
El calendario chino se remonta a unos cuatro mil años atrás y es otra expresión más de su identidad singular. Hoy, cuando las fronteras se diluyen, también las culturales, y se multiplica la presencia de ciudadanos chinos entre nosotros, bien podríamos imaginar la celebración de la Fiesta de la Primavera en nuestras ciudades, de igual forma que algunos se suman al Halloween estadounidense.
 

Que nadie se ponga nervioso. No surge en Oriente un nuevo militarismo, al menos por el momento. Sólo quería hablarles de mi vecina, Wang Yingshi. Está tan entusiasmada este año con la Fiesta de la Primavera que no ha podido aguantar más y ayer por la noche salió a la ventana a disparar sus pequeños cohetes. Yo vivo justo encima y el olor de la pólvora se ha colado entre los cerditos de papel brillante que ya adornan mis ventanas. En realidad, hasta la madrugada del 18 de febrero no entraremos en el Año del Cerdo, pero llega tarde, muy tarde, ya que, normalmente se celebra en enero. El retraso se debe a que el Año del Perro, que ahora termina, ha sido especial porque ha tenido dos julios y eso ha alargado el calendario, tanto que ya estamos en el inicio de la primavera desde el día 4, y se diría que no sólo es una verdad lunar, a juzgar por la temperatura que disfrutamos en la capital china. En la gente se nota la impaciencia y el entusiasmo reprimido.

Comida, regalos, ropa nueva”¦ las ventas en los supermercados pueden suponer estos días la cuarta o la tercera parte de su cifra anual. Los preparativos son constantes. En la capital salen de la sombra los miles de campesinos que regresan a su aldea, abarrotando todos los transportes con sus bultos y sus ansias de llegar pronto a casa. Por una vez, los urbanitas les echarán de menos. Una semana antes de la fiesta, las viviendas se limpian a fondo, desempolvando todos los rincones y retirando todos los trastos para expulsar la pobreza y la mala suerte. Y todo se llena de motivos positivos. Ya he colocado en mi salón dos pescaditos multicolores a los que se atribuye la fortuna. Y un farolillo rojo, que no podía faltar. Me queda pena no haber encontrado aún un papel recortado que se adapte a mis paredes, un tanto escasas, aunque ya tengo preparados mis pareados en papel para el dintel y los marcos de mi puerta. Se llaman “chunlian”.

La familia reunida en torno a la rica comida china disfrutará estos días de largas sobremesas. Pero la fiesta no se entiende sin fuegos artificiales. Cientos de miles de cajas de petardos se venden sólo en Beijing. Cuando las autoridades prohibieron su uso en las ciudades grandes y medianas debido a la inseguridad y la contaminación, la gente protestó y no sólo en silencio. Desde el pasado año, el gobierno sustituyó la prohibición por explosiones limitadas a las que muchos le anteponen la “i”. Y hasta el 4 de marzo no termina la fiesta.

Un refrán chino dice que no puede haber dos soles en el cielo (se utilizó mucho esa expresión para justificar las diferencias que enseguida surgieron entre la URSS y China). Quizás eso explique la diferencia entre Occidente y Oriente, para unos el calendario solar y para otros el lunar, con intensidades de vigencia muy distintas. El calendario chino se remonta a unos cuatro mil años atrás y es otra expresión más de su identidad singular. Hoy, cuando las fronteras se diluyen, también las culturales, y se multiplica la presencia de ciudadanos chinos entre nosotros, bien podríamos imaginar la celebración de la Fiesta de la Primavera en nuestras ciudades, de igual forma que algunos se suman al Halloween estadounidense. ¿Tiene China ese poder blando?

Allá donde haya chinos, sea cual sea el territorio, su cultura les acompaña, pero la extensión de sus atributos es aún muy minoritaria. Incluso su alabada gastronomía es sinónimo de comida barata para muchos occidentales. La cultura china, por lo general, genera entusiasmo en aquellas personas que se aperciben de su inmenso valor, pero no seduce a las grandes masas, quienes prefieren sustituir el misterio y sus complicaciones por otros mensajes más fáciles de consumir.

La proyección de China en el mundo es económica, bien lo sabemos, y no sólo es limitada en lo político o en lo militar, también en lo cultural. No obstante, a años vista, la proyección de su poderío difícilmente puede eludir un factor tan importante en las sociedades contemporáneas. El tema es objeto de debate en China, pero no es pacífico. No se trata sólo de una cuestión simbólica (¿sustituir el panda por el dragón?), sino de vencer la primera y gran dificultad que complica el entendimiento: ¿son contradictorios el alma china y los valores occidentales? Mientras no se eluda ese foso que nos separa, será difícil que la cultura china disponga de un poder de atracción que aleje su imagen de oscurantismo y de negligencia de valores y principios que en Occidente entendemos como inseparables de la condición humana.

China está inaugurando Institutos Confucio en todo el mundo, al tiempo que en el país proliferan los mensajes oficiales y paraoficiales de defensa de la cultura tradicional, una especie de reculturización ante el temor de que el vacío ideológico actual pueda ser llenado por un inconveniente entusiasmo occidentalizado. La sociedad china vive aún el largo proceso de reencontrase a sí misma y la afirmación de sus tradiciones, intereses y sentido de la moral es una necesidad profunda de la sociedad. Lo verdaderamente difícil es conjugar esa vuelta a la cultura con un gran esfuerzo divulgador que ponga fin a los “prejuicios” que consideran estos valores como contrarios a la libertad y a la democracia. O el perverso argumento para evitar la libertad y la democracia.

En pleno auge internacionalizador, algunos opinan en China que esos esfuerzos se orientan en la línea equivocada: hay que hacer todo lo posible por adaptarse a la mundialización y no fortificarse; otros, por el contrario, consideran que esa integración no puede hacerse sobre la base de la autodestrucción e incluso que las especificidades culturales y morales chinas pueden ayudar a la humanidad a encontrar el camino para resolver los problemas pendientes de la civilización occidental. Algo que, a la vista de las dificultades de la sociedad china actual, habría que situar, al menos, en entredicho. Pese a todo, en Occidente deberíamos hacer un mayor esfuerzo de aproximación a la cultura china. Empezando por comprender el júbilo de su ruidosa y humeante Fiesta de la Primavera.