Si los cálculos políticos no fallan, Irán se convertirá en el principal problema de política exterior para la administración estadounidense en el 2006. En realidad, viene siéndolo desde hace tiempo, pero el nuevo año anuncia novedades a ritmo frenético. El entramado se enfoca en los intentos del gobierno de Teherán por proveerse de un programa nuclear a mediano-largo plazo. Pero, si bien el factor atómico es el núcleo de la problemática, no es de lejos el único.
La frontal estrategia del gobierno de Mahmoud Ahmadíneyad rebosa una ambigua sensación de provocación peligrosa pero también legítima. Su reciente anuncio de reanudar el programa nuclear iraní, paralizado desde hace dos años, ha provocado una reacción en cadena de condenas y rechazos por parte de EEUU, la Unión Europea, Rusia y la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA. Ésta, en boca de su director, Mohammed el Baradei, mostró una inusual respuesta de "estar perdiendo la paciencia" con Teherán, una vez se anunciara el rompimiento de los precintos colocados por este organismo en las plantas donde se almacena la producción de uranio enriquecido.
Aunque descartaron el uso de la fuerza, EEUU y la UE manifestaron su intención de elevar el problema al Consejo de Seguridad de la ONU, en caso de proseguir esta situación.
La geopolítica nuclear
Para Ahmadíneyad, involucrar directamente a la AIEA supone una especie de bálsamo para contrarrestar la cada vez mayor fuerte presión de EEUU, la "troika" europea compuesta por Francia, Alemania y Gran Bretaña, y una cada vez más activa Rusia, país clave en la resolución del problema por su cooperación directa con Irán en la construcción de plantas nucleares.
No obstante, si bien el gobierno iraní envió su decisión a la oficina de la AIEA en Viena, mostrando su interés en "hacer las cosas dentro del consenso y la cooperación" para alcanzar un programa nuclear "con fines energéticos pacíficos", no parece tener completamente de su parte al director de la misma, un Mohammed el Baradei, recientemente galardonado con el Premio Nobel de la Paz y quien parece tratar el caso iraní de una manera diferente a la crisis iraquí en tiempos de Saddam Hussein. Igual tratamiento se observa en el alineamiento europeo con EEUU, tratando de desmarcarse de la ruptura provocada por la crisis de Irak en 2003.
En ese momento, como inspector de la ONU en Irak, el Baradei denunció el acoso estadounidense y las falsificaciones de la administración Bush hacia el inexistente programa nuclear del régimen de Saddam. Hoy, parece más inclinado a observar a Teherán como una amenaza atómica. Y, para los países occidentales, parece una norma que Irán deba ser tratado de una forma diferente a lo que fueron los programas nucleares de India, Pakistán e Israel, por ofrecer algunos ejemplos.
Una vieja rivalidad: Irán vs Israel
Este ajedrez nuclear entre Irán y Occidente debe analizarse también desde la perspectiva geopolítica de Oriente Medio y de los manejos dentro de la estructura de poder en Teherán. Desde su llegada al gobierno en julio pasado, Ahmadíneyad está tratando revitalizar la posición geopolítica iraní en la región, en gran parte porque observa que los nuevos acontecimientos en Oriente Medio y la masiva presencia militar estadounidense obligarían a Teherán a buscar vías alternativas.
Irán es un país cercado militarmente por tropas anglo-estadounidenses, además de la OTAN, desde Afganistán hasta Irak, el Golfo Pérsico y Turquía. Este último país, miembro de la OTAN, constituye también un tradicional rival iraní en la confrontación ideológica entre el laicismo y la vía revolucionaria islamista. Del mismo modo, la monarquía saudita, aliado irrestricto de Washington y amparada en petrodólares, supone otro frente enemigo para Teherán.
Resulta evidente que Ahmadíneyad utiliza una retórica radical y provocativa, principalmente hacia Israel, el principal rival iraní en la región. Este país es la única potencia nuclear en la zona, junto a Pakistán, otro de los candentes vecinos iraníes que constituye, además, un estrecho aliado militar para Washington. En los últimos meses, y amparado por el Guía Supremo de la Revolución, el ayatollah Alí Khamenei, el presidente Ahmadíneyad se ha embarcado en una serie de declaraciones agresivas y antisemitas hacia Israel, quizás con la intención de provocar una ola de simpatía en el mundo islámico. En este sentido, el discurso oficial en Teherán parece remontarse a los tiempos del ayatollah Ruhollah Khomeini, aunque sin sus aspiraciones expansivas.
En realidad, lo que Ahmadíneyad logró fue insertar el tema iraní en la campaña electoral israelita, actualmente plagada de incertidumbres por el estado de salud del primer ministro Ariel Sharon y su eventual final político. Así como en Washington ya se filtraran a comienzos de 2005 posibles planes del gobierno de Bush para invadir militarmente a Irán, fuentes militares israelíes ya anunciaron eventuales planes para desmantelar las presuntas centrales nucleares iraníes, al estilo de los ataques contra las plantas iraquíes de Osirek en 1981. En todo caso, los cálculos muestran que Irán no lograría finalizar su programa nuclear hasta dentro de 5-10 años.
La causa antiisraelí de Ahmadíneyad busca también insuflar la solidaridad del mundo árabe, principalmente de los palestinos, frustrados por la indefinición y virtual cese de las negociaciones de paz con Israel. También busca reforzar el apoyo de movimientos islamistas pro-iraníes y antiisraelíes como el Hamas (posible vencedor de las legislativas palestinas previstas para finales de enero) y el poderoso movimiento libanés Hezbollah.
Por su parte, Siria, el gran aliado iraní en la región, se encuentra virtualmente fuera de juego, acosada por la fuerte presión política de EEUU, Europa y la ONU por los asesinatos de políticos libaneses antisirios. El "factor Hamas" y su presunta conexión iraní también forma parte del eventual cambio del péndulo político en Israel, para las elecciones del 28 de marzo.
El balance de poder interno
Esta realidad obliga a Ahmadíneyad a acelerar el ritmo, con previsiones políticas de reelección futura en su país. Siendo una especie de enigma conocer qué es lo que realmente opina la sociedad iraní sobre el programa nuclear, los esfuerzos del régimen de la República Islámica revelan también una sórdida puja política interna.
Aparentemente, el joven presidente cuenta con el apoyo de la Fuerza Armada, cuya dirección está bajo sus órdenes, y de su mentor, el ayatolláh Khamenei, quien controla directamente las milicias de los Guardianes de la Revolución Islámica, mejor conocidas como pasdarán. Esta milicia, calculada en diez millones de combatientes, cuenta en su poder con los misiles Shahab-3, cuyo alcance es objeto de preocupación para las autoridades israelíes. Uno de sus grupos más activos es el de los bassidji, al cual el propio Ahmadíneyad perteneció en su juventud.
Del mismo modo, el presidente iraní hace uso de sus orígenes humildes, religiosos y revolucionarios, como táctica política para garantizar un apoyo popular a su estrategia nuclear. Sus cálculos se basan en el contundente apoyo electoral (62%) obtenido en julio pasado, cuando ya enfatizaba que el programa nuclear sería su baza principal de gobierno.
Por el contrario, Ahmadíneyad se confronta a la oposición del que fuera su rival electoral, el ex presidente Hachemi Rafsanyani, aliado con buena parte de la jerarquía religiosa y exitoso empresario en el mundo del caviar. Otro frente lo constituyen los llamados "reformistas" y liberales del ex presidente Mohammed Khatami.
Tanto Rafsanyani como los reformistas abogan por una estrategia de apaciguamiento y entendimiento con Occidente y, en especial, con EEUU, sin que ello obligue a una sujeción a las demandas occidentales. Pero la situación de estos partidos se encuentra atenazada, aislados políticamente por la fórmula Ahmadíneyad-Khamenei y sin representación parlamentaria, tras su voluntaria abstención en las elecciones legislativas de febrero de 2005.
¿Estamos, entonces, ante la más grave crisis en Oriente Medio? No hay que olvidar que, por su condición de relevante país petrolero miembro de la OPEP, las tensiones entre Irán y Occidente agravarán el encarecimiento del precio del crudo y las consecuentes preocupaciones energéticas para EEUU y Europa. Y que, a través de la amplia y mayoritaria comunidad chiíta de Irak, el régimen de Teherán ejerce un influyente papel político indirecto en la transición post-Saddam. Por todo ello, Irán parece ser demasiado importante como para limitarse a restringir esta problemática a los intrínsecos caminos trazados por las ambiciones nucleares.