Irán y Cuba definen el legado de Obama

El pacto nuclear con Teherán acordado el pasado 14 de julio y la apertura de embajadas oficiales con La Habana a partir del próximo 20 de julio certifican las simultáneas estrategias de apertura diseñadas por Barack Obama desde su llegada a la presidencia en enero de 2009 y que, en clave de legado histórico, denotan la necesidad de Washington por cerrar históricos conflictos para concentrar sus intereses en China y Asia-Pacífico, rediseñando al mismo tiempo el nuevo mapamundi global. Con la crisis griega en la recámara, las aperturas con Irán y Cuba explican el porqué Washington busca un reacomodo estratégico de sus intereses desde el hemisferio occidental hasta Asia-Pacífico.

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El pacto nuclear con Teherán acordado el pasado 14 de julio y la apertura de embajadas oficiales con La Habana a partir del próximo 20 de julio certifican las simultáneas estrategias de apertura diseñadas por Barack Obama desde su llegada a la presidencia en enero de 2009 y que, en clave de legado histórico, denotan la necesidad de Washington por cerrar históricos conflictos para concentrar sus intereses en China y Asia-Pacífico, rediseñando al mismo tiempo el nuevo mapamundi global. Con la crisis griega en la recámara, las aperturas con Irán y Cuba explican el porqué Washington busca un reacomodo estratégico de sus intereses desde el hemisferio occidental hasta Asia-Pacífico.

Prácticamente de manera simultánea, el presidente estadounidense Barack Obama busca sellar un legado presidencial definitivo antes de abandonar la Casa Blanca en enero de 2017. En este sentido, Irán y Cuba han jugado como piezas claves de su particular ajedrez geopolítico global, a través de sendas aperturas simbólicamente iniciadas desde su llegada a la presidencia en 2009, y que buscan diseñar nuevos marcos estratégicos de actuación.

El denominado pacto nuclear alcanzado en Viena el pasado martes 14 supone un paso histórico decisivo que, paralelamente, despierta diversas incógnitas a mediano y largo plazo, en particular en el incierto cometido e observar una hipotética apertura diplomática entre Washington y Teherán, tras la ruptura de relaciones desde el triunfo de la revolución iraní en 1979 y la consecuente hostilidad mutua entre ambos países.

Con todo, las incógnitas sobre la consistencia real de este acuerdo quedaron visiblemente trazadas una vez Obama dejó entrever, en su alocución presidencial tras el acuerdo de Viena, la posibilidad de cancelación de este acuerdo en caso de que Teherán alterara los compromisos establecidos.

Tras años de tensas y aleatorias negociaciones y un nuevo presidente reformista en Teherán, Hassan Rouhaní, Obama traza un acuerdo nuclear donde Irán renuncia substancialmente a su programa de enriquecimiento de uranio por un período de diez años, a cambio de paulatinamente finiquitar las sanciones impuestas desde 2003 por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). El compromiso estipula el final de estas sanciones a partir de enero de 2016.

El colofón de esta simultánea estrategia aperturista a dos bandas podría certificarse paulatinamente a partir del próximo lunes 20, a través de la anunciada apertura oficial de la embajada estadounidense en La Habana, evento donde el secretario de Estado, John Kerry, ya anunció su presencia. Desde la histórica alocución simultánea de Obama y el presidente cubano Raúl Castro en diciembre pasado, parece ser un hecho el eventual final de las hostilidades políticas y diplomáticas entre Cuba y EEUU, vigentes desde la ruptura de relaciones en 1961.

Una clave: presidenciales 2016

Con todo, es evidente que ambas aperturas tendrán consecuencias geopolíticas ineludibles y no exentas de tensiones con aliados de Washington, especialmente en el caso iraní y de su complicado rompecabezas desde Oriente Medio hasta Asia Central.

Del mismo modo, está por ver cuál será la influencia de ambas estrategias de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses pautadas para noviembre de 2016, especialmente ante la cada vez más consolidada definición de candidaturas: en el caso demócrata, con la ex secretaria de Estado Hillary Clinton; y en del Partido Republicano, con el ex gobernador de Florida Jeb Bush y el senador cubano-estadounidense Marco Rubio como principales precandidatos.

En este apartado, las aperturas de Obama hacia Irán y Cuba no parecen exactamente entrañar simpatías en Clinton, Bush y Rubio. Desde sus tiempos como secretaria de Estado de Obama (2009-2013), la precandidata demócrata se erigió como una fuerte crítica hacia Teherán en materia de derechos humanos y, principalmente, a la hora de abanderar la defensa de la condición de la mujer dentro de la sociedad iraní.

Por su parte, de Jeb Bush y Marco Rubio se espera una fuerte oposición, en particular a la hora de movilizar el todavía influyente voto del lobby cubano en Florida, escenario muy bien conocido por ambos precandidatos. En todo caso, puede que por factores electorales y de estrategia geopolítica, Hillary se muestre finalmente condescendiente con la estrategia de Obama, pero la campaña electoral promete ser intensa sobre el futuro.

Paralelamente está el apartado de convencimiento por parte de Obama a un Congreso y Senado actualmente en manos de los republicanos, así como de una opinión pública escéptica sobre las consecuencias de estas aperturas, especialmente en el caso iraní, tomando en cuenta el complejo rompecabezas estratégico que supone Oriente Próximo, el Golfo Pérsico y Asia Central, geopolíticamente más arriesgado y tenso que el caso cubano.

En este sentido, Obama deberá medir la intensidad del lobby israelí en Washington, abiertamente en contra del pacto nuclear con Irán, el cual a pesar de estipular una serie de condiciones favorables a los intereses occidentales, tácitamente reconocería las ambiciones nucleares de Teherán, con la consecuente alteración del equilibrio estratégico y los intereses israelíes en Oriente Medio.

Qué hay detrás de estas estrategias

Pero donde Obama quiere realmente influir a través de estas aperturas es en la recomposición del tablero geopolítica y estratégico a nivel global. En este sentido, la apertura cubana parece otorgarle mayores réditos políticos, tomando en cuenta el ambiente de cordialidad suscitado en América Latina tras el anuncio de apertura con Cuba. Esto le ha permitido a Obama retomar la iniciativa política de Washington tras una década de viraje político hacia la izquierda en la región, así como intentar recomponer la imagen de su país ante las consecuencias trazadas por el arisco legado del ex presidente George W. Bush (2001-2009)

Más allá del simbolismo histórico de una recomposición de relaciones cubano-estadounidenses, el interés de Washington es básicamente comercial y geopolítico: definir una posición ventajosa ante las reformas de apertura económica en Cuba, particularmente reduciendo el protagonismo de otros actores como China; asestar un viraje geopolítico con relación al “post-chavismo” en Venezuela y sus aliados del eje ALBA, visiblemente sorprendidos por este súbito y acelerado golpe de timón; y concretar nuevos ejes hemisférico de relación, en particular con Brasil, tal y como se vio en la reciente visita a Washington de la presidenta Dilma Rousseff, inmersa en un tenso y delicado contexto político en su país ante los intentos de la oposición por impulsar un impeachment político en su contra.

Pero más tenso parece ser el ambiente con respecto al pacto nuclear con Irán, particularmente ante las contrariadas reacciones ante este acuerdo por parte de tradicionales aliados estadounidenses en la región, como son los casos de Israel, Arabia Saudita, Qatar y Egipto.

Bajo este contexto, Obama busca redefinir una nueva alianza regional a través de un país emergente como Irán, que igualmente sirva de contrapeso hacia otros aliados tradicionales de Washington, igualmente miembros de la OTAN, como es el caso de Turquía, cuya posición geopolítica desde 2003 ha virado hacia una mayor autonomía en sus relaciones exteriores y un tangencial alejamiento de los intereses occidentales a través de la concreción de nuevos intereses, precisamente hacia Irán pero también hacia actores rivales para Washington como Rusia y China.

Israel, Arabia Saudita, Qatar y muy probablemente Egipto podría redefinir un nuevo bloque regional contrario a este entendimiento entre EEUU e Irán vía pacto nuclear. El caso israelí es más latente, tomando en cuenta la alteración de la balanza estratégica nuclear y militar en Oriente Medio, con un Irán si bien sustantivamente contenido en sus aspiraciones nucleares pero ahora contando con un histórico entendimiento con EEUU, el tradicional aliado israelí.

En el fondo, Obama no sólo busca un compromiso político con Teherán que le permita ganar aliados (o tácticamente amortiguar cualquier reacción contraria) a la hora de acometer conflictos regionales (Estado Islámico en Siria) y de inestables situaciones de posguerra (Irak) sino para sellar un paulatino retiro geopolítico y militar estadounidense de Oriente Medio, que sirva para concentrar su atención en el escenario estratégico que más le interesa para las próximas décadas: Asia-Pacífico, y prioritariamente China.

De allí que el acuerdo nuclear con Teherán tuviera reacciones favorables precisamente por parte de los gobiernos de Siria, Irak y Líbano, países que cuentan con aliados geopolíticos iraníes a través de las comunidades chiítas (Irak), del gobierno sirio de Bashar al Asad y del movimiento islamista libanés Hizbulá. Por ello debe observarse con atención si detrás del pacto nuclear con Teherán se encuentre un hipotético compromiso iraní de apoyar tácitamente cualquier nueva estrategia de Washington para atacar las bases del Estado Islámico entre Siria e Irak.

El doble rasero de los pactos nucleares

Paralelamente, la apertura nuclear con Irán servirá a Washington como válvula de presión hacia otros países no miembros del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN), como son los casos de India, Pakistán y Corea del Norte, oficialmente reconocidos como países con arsenal nuclear, e Israel, que oficialmente no lo ha reconocido pero se sabe que posee un programa nuclear. India, Pakistán e Israel nunca firmaron este tratado, mientras Corea del Norte renunció al mismo a partir de 2003.

Estos casos han sido visiblemente diferidos por la preponderancia otorgada por Washington al acuerdo nuclear iraní. Con todo, Washington anunció tras el pacto nuclear con Irán su aparente disposición a acometer una eventual negociación nuclear con Corea del Norte. Pero estos escenarios están repletos de incógnitas e incertidumbres, muchos de ellos medidos por dobles raseros tamizados por no alterar los intereses estratégicos estadounidenses.

Si bien constantemente ha denunciado a Irán y Corea del Norte por sus ambiciones nucleares, Washington ha evitado hacer lo mismo con Israel y Pakistán, tradicionales aliados estratégicos con conocidos programas nucleares. Con todo, está por ver si el pacto de Viena finalmente servirá como medida de presión colateral hacia Tel Aviv, Islamabad y Pyongyang.

Del mismo modo, Obama deberá igualmente observar con atención cómo se medirá este pacto nuclear dentro del enigmático escenario político iraní, principalmente en los manejos que Rouhaní deberá realizar con el gran ayatolá Alí Jamenei y la poderosa Guardia Revolucionaria Islámica, detentora del poder militar y nuclear.

Los sectores más radicales podrían ahora acusar a Rouhaní de doblegarse ante los intereses occidentales, a través de un acuerdo que tangencialmente paraliza una cuestión de seguridad nacional como es el programa nuclear. En este sentido, Rouhaní deberá ahora acometer una serie de equilibrios internos donde se juega su poder político, y en donde se medirá con mayor certeza cuáles serían los beneficios e inconvenientes de esta inédita concreción de intereses con Washington.

Del Atlántico a Asia-Pacífico

Escenario similar al iraní podría observarse con el primer ministro griego Alexis Tsipras tras aceptar éste las condiciones impuestas por la Unión Europea y la “troika” el pasado 13 de julio sobre la adopción de una serie de reformas y drásticos recortes de presupuestos, principalmente en materia laboral y de pensiones.

En este sentido, Tsipras se empareja con Rouhaní al intentar ahora convencer a sus aliados parlamentarios y una sociedad griega que ya dio su veredicto, por la vía electoral, en contra de los programas de austeridad de la “troika”. La presión exterior vía Berlín, de manos de la canciller alemana Ángela Merkel, colocan a Tsipras en su momento político más delicado, a pesar de que el Parlamento griego votó el miércoles 15 a favor de este nuevo acuerdo con la “troika”, bajo la promesa de hipotéticamente adelantar un tercer rescate financiero. Con todo, un sector muy importante del partido de Tsipras, el Syriza, votó en contra del mismo, lo cual sugiere una crisis política interna que amenaza con erosionar la autoridad de Tsipras.

En las últimas semanas, Obama buscaba indirectamente comprometerse con la crisis griega a través de inéditas declaraciones públicas sobre la necesidad de “salvar a Grecia” y no dejarla salir del Euro. Tras observar cómo Tsipras ha intentado recurrir a Rusia y China como eventuales nuevos acreedores griegos que solapen paulatinamente la presión de la “troika”, así como una posición más firme (aunque no exactamente un compromiso firme) por parte de los BRICS en la cumbre de la semana pasada en Ufá (Rusia), Washington necesita colocar a Grecia dentro de este nuevo tablero geopolítico, particularmente por su posición estratégica en el Mediterráneo Sur.

Con todo, detrás de la crisis griega existe un sórdido juego geopolítico que muy probablemente alterará el tenso equilibrio estratégico regional. Un efecto colateral de las históricas aperturas de Obama hacia Cuba e Irán, configuradas en reacomodar un tablero global en constante cambio, con una perspectiva estratégica a largo plazo: contener a China y establecer un nuevo orden geopolítico mundial con epicentro en Asia-Pacífico.

El avance de las estrategias geopolíticas chinas (CICA, Ruta de la Seda, Casa Común Asiática, Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras) de conformar un cinturón geopolítico estratégico desde Asia Pacífico hasta Europa por el corredor euroasiático y el sureste asiático con epicentro en China, así como las iniciativas a través de los BRICS (Nuevo Banco de Desarrollo, Acuerdo de Contingencia de Reservas), orientados a desarticular el sistema Bretton Woods (FMI, Banco Mundial, patrón dólar), persuaden a Washington a trazar estas nuevas estrategias geopolíticas de contención a China, reorientando sus intereses estratégicos desde el Atlántico hasta Asia Pacífico.

Estas perspectivas supones factores colaterales que gravitan detrás de las estrategias aperturistas hacia Irán y Cuba, más allá del simbolismo histórico que suponen estas iniciativas y de la complaciente mirada otorgada por buena parte de la opinión pública. El reacomodo del equilibrio estratégico global anuncia una nueva geopolítica donde la bipolaridad entre EEUU y China cobrará mayor intensidad en las próximas décadas.