Juegos de poder en el Cáucaso

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Un año después de la guerra entre Rusia y Georgia, que consolidó el revival ruso en la escena internacional, aparecen movimientos claves que explican las importancias geopolíticas del Cáucaso, con su frenética marejada de alianzas y la perdurabilidad de sus históricos conflictos.

La visita a Georgia a mediados de julio del vicepresidente estadounidense Joseph Biden confirma la perspectiva de Washington de mantener en su órbita al presidente georgiano Mijaíl Saakashvilli, cuyo panorama político interno comienza a manifestar fisuras, tras diversas acusaciones de autoritarismo por parte de la oposición, aderezadas con la crisis económica y la humillación internacional que supuso la segregación territorial de Osetia del Sur y Abjazia.

Aparentemente reforzada la alianza georgiano-estadounidense, desde Moscú comenzó igualmente a activarse el péndulo de alianzas geopolíticas, a fin de intentar afianzar su presencia en el Cáucaso y contrarrestar los intereses occidentales.

Energía a dos bandas

Superando siglos de confrontación histórica y política, la visita del primer ministro Vladimir Putin a Turquía a comienzos de agosto dio paso a una inédita alianza energética que puede trastocar la red de oleoductos y gasoductos que pasan por el Cáucaso desde el Mar Caspio.

El acuerdo entre ambos países aceleró la aceptación turca del paso de oleoductos rusos hacia el Mar Negro y Bulgaria, evitando el paso por Ucrania, dentro del proyecto energético ruso del South Stream. Turquía depende en un 63% del suministro petrolero ruso, un elemento clave para entender el acercamiento entre Moscú y Ankara.

Este paso energético ruso permitiría contener la implicación occidental del oleoducto Nabucco, recientemente acordado con Turquía, y que permitiría el paso de petróleo y gas natural del Mar Caspio hacia Europa. Del mismo modo, excluir a Ucrania de este proyecto significaría un aislamiento mayor energético para este país, con el que Moscú mantiene tensas relaciones desde 2004, especialmente manifestadas por la orientación pro-occidental de Kiev y los constantes cortes de suministro petrolero desde Moscú.

En perspectiva geopolítica y pre-electoral, Rusia podría estar manejando la posibilidad de que la exclusión ucraniana de este proyecto energético provoque una mayor crisis política para el presidente pro-occidental Viktor Yushenko de cara a las elecciones presidenciales de octubre próximo, posibilitando así las opciones electorales del opositor candidato prorrusso Viktor Yanukovich.

Apartada Ucrania del proyecto energético, los contactos de Turquía con Rusia y Occidente afianzan un doble juego de alianzas que permitirían erigir a este país como el actor geopolítico y energético de mayor valor estratégico en la zona.

Por otro lado, para el primer ministro turco Recep Tayip Erdogan, estos avances geopolíticos le permitirían contrarrestar moderadamente cualquier reacción de los sectores opositores, principalmente de la casta militar, básicamente por el creciente descontento en la sociedad turca ante las trabas de la UE para acelerar las negociaciones de admisión de este país.

Irredentismo interminable

Con todos estos escenarios abiertos, Moscú afronta otros problemas internos, esgrimidos ante la reactivación del irredentismo nacionalista en la región caucáusica de Ingushetia, próxima a Chechenia, y que reafirma las dificultades rusas para pacificar y estabilizar la región del Cáucaso Norte.

El asesinato del ministro de Construcción de esta república rusa, así como los atentados contra su vicepresidente que dejaron una veintena de muertos, traduce la reactivación y ampliación territorial de los grupos irredentistas, tanto de carácter nacionalista como de las células islamistas que proliferan desde Chechenia hasta las repúblicas caucásicas rusas de Osetia del Norte, Daguestán y Kabardino Balkaria.

Esta zona que alberga a repúblicas bajo soberanía rusa podría reconfigurar un espectro de inestabilidad que obligará a Moscú a profundizar su peso político y militar aunque, para ello, Rusia aparentemente cuenta con el aval de Washington. La visita del presidente estadounidense Barack Obama a Moscú a principios de julio permitió un “pacto tácito” determinado por la aparente aceptación de Washington de no inmiscuirse en los intereses rusos en su “patio trasero” caucásico, mientras Moscú legitima la estrategia de Obama en Afganistán.

Rusia interpreta así la aceptación estadounidense de no entrometerse en los asuntos internos rusos en el Cáucaso, a excepción de la alianza de Washington con Georgia y otras repúblicas del espacio ex soviético, como Azerbaiján y Armenia. Precisamente, estos dos últimos países parecen reactivar su histórico conflicto político y territorial en torno al enclave armenio de Nagorno Karabaj, oficialmente bajo soberanía azerí pero de facto bajo influencia armenia.

Recientemente, el gobierno de Bakú se vio asediado por una ofensiva cibernética desde Armenia, probablemente tendiente a desestabilizar los intereses azeríes en la zona. Los efectos de esta inestabilidad involucrarían a Turquía, tradicional aliado azerí históricamente enemistado con Armenia, a pesar de la reciente apertura de relaciones los gobiernos armenio y turco. Por su parte, Rusia ha venido reforzando sus lazos históricos y culturales con Armenia.

Con la hipotética posibilidad de reactivarse el conflicto armenio-azerí, Moscú y Washington se verían envueltos en una crisis regional de importantes proporciones que pueden alterar las alianzas y el frenético juego geopolítico de poder en el Cáucaso. La realpolitik determinará si contribuye a estabilizar o más bien a profundizar la inestabilidad caucásica.