De los Juegos Olímpicos de Beijing lo que resta por saber es, por este orden, si va a ocurrir algún desgraciado imprevisto (cosa harto improbable dadas las enormes medidas de seguridad adoptadas por el gobierno chino), hasta donde algunos periodistas occidentales van a lograr poner en aprietos al régimen tratando de evidenciar la persistencia de limitaciones a la libertad de expresión, y quien se llevará la palma en el medallero. Todo lo demás ha sido, prácticamente, ya descontado, incluido el perfeccionismo organizador y la brillantez de los espectáculos, que nadie pone en duda y que, a buen seguro, estarán a la altura de la majestuosidad de la milenaria cultura china. No así el macroescenario en el que esta representación se llevará a cabo, y en el cual, las tensiones siguen presentes, pese a los esfuerzos del tándem Hu Jintao-Wen Jiabao, por mantener bajo control la situación general. La necesidad de ofrecer al mundo una imagen de cohesión y estabilidad aconsejarían un aparcamiento de las tensiones y un maquillaje de los problemas, hasta donde se pueda, pero no resulta fácil.
Presidir la inauguración de los Juegos Olímpicos será, para Hu Jintao, un motivo de gran satisfacción. También para la inmensa mayoría de la sociedad china que, se identifique o no con el régimen, anhela convertir este evento, el acontecimiento de mayor impacto global, en una expresión sincera de entendimiento con el exterior y de culminación de los numerosos y grandes esfuerzos llevados a cabo en las últimas décadas, que han permitido a China superar su tradicional aislamiento. Si la política de reforma y apertura iniciada hace 30 años va camino de reencontrar a China con sus tradiciones políticas y culturales más notorias, sin duda, la organización de los Juegos en Beijing induce a completar ese proceso con una afirmación, explícita y rotunda, de su voluntad de integrarse en la sociedad internacional contemporánea. Y justo es reconocer que China, pese a los desacuerdos que subsisten en numerosas materias, proyecta una evolución globalmente positiva.
Los Juegos se llevarán a cabo en un contexto marcado por cierta reducción del ritmo de crecimiento (10,4% en el primer semestre del año) y del superávit comercial con el exterior, circunstancias que el gobierno atribuye a los positivos efectos de su política de control macroeconómico, orientada a evitar el sobrecalentamiento de la economía. No obstante, el objetivo oficial de crecimiento para este año es del 8%. Por otra parte, el principal problema sigue siendo la inflación, situada en torno al 8% y muy alejada también del objetivo gubernamental del 4,8%. La crisis mundial, el alza de los precios del petróleo y otras materias primas, etc., inciden en las dificultades de control de este indicador, ya que debe buena parte del alza a circunstancias externas que el propio gobierno chino no puede controlar. En lo social, el incremento de los precios en artículos básicos (desde la alimentación a la vivienda) está generando episodios de malestar que, por otra parte, estimula el aumento del consumo y de la demanda interna, lo que podría ayudar a compensar la previsible reducción de la demanda exterior.
En el orden político, la multiplicación de disturbios en varias provincias (Guizhou, Yunnan, Guangdong o Zhejiang) que presentan como denominador común el recurso a la violencia ante la incredulidad social respecto a la imparcialidad de las autoridades en el manejo de asuntos incluso de pequeña entidad, deja entrever el mayor desafío que afrontan Hu Jintao y el PCCh: el aumento de la decepción respecto a la capacidad del PCCh para regenerarse a sí mismo y acabar con la corrupción. Hu, con su retórica neoconfuciana, ha hecho causa del “gobierno de la virtud” como marca de su mandato, ha insistido en la defensa de la moralidad como valor ético esencial para garantizar un buen gobierno, cercano a las preocupaciones de la ciudadanía, y también por ello ha impulsado un esfuerzo en inversiones sociales orientado a mitigar las profundas desigualdades existentes y a corregir los desequilibrios en cuanto al acceso a servicios básicos. Pero seis años después de iniciado su mandato, los cambios reales se hacen esperar.
La armonía, actual palabra de orden del PCCh, está en juego. La Olimpíada, exaltando de nuevo el patriotismo, puede abrir un paréntesis en estas tensiones, pero ni mucho menos desaparecerán de la agenda. Todo ello hace pensar que se avecina un otoño complicando y caliente, en el cual Hu Jintao deberá pasar a la ofensiva para afrontar dichos desafíos con medidas innovadoras que abran paso a mayores dosis de transparencia y de democracia, vacunas esenciales para lograr un mínimo de efectividad de su discurso. De lo contrario, una grave crisis, inseparable del cambio de modelo de crecimiento pero con una profunda dimensión social, pudiera estar acechando las puertas de Zhonanghai.